Que
vivimos en una sociedad que está alcanzando unas cotas de infantilización
inauditas es fácil de comprobar con solo mirar como hombres (y mujeres, que no
se diga que no mantengo las cuotas de igualdad políticamente correctas) hechos
y derechos van por la calle en pantalón corto y montando en patinete, cuando
hace tan solo unos pocos años todo el mundo estaba deseando ser mayor para
poder vestir pantalón largo y, a la larga, comprarse un coche (hoy los coches
también son políticamente incorrectos). También abundan cada vez más, y son
cada vez más vistos, los programas de televisión donde se tratan conflictos
propios de chiquillos de colegio como si fueran el súmmum de las relaciones sociales.
Lo que no se ve con tanta claridad es el pensamiento infantil que se esconde y
da pie a estas actitudes, porque una sociedad infantil no puede surgir más que
de un pensamiento infantil, pensamiento infantil que viene propiciado por
aquellas instancias a las que les interesa una sociedad formada por niños, a
los que basta con regañar cuando se portan mal, prohibirles una cuantas cosas y
hacerles algún regalito de vez en cuando (un partido de fútbol o una
subvención, da igual en el fondo) para que se mantengan callados y
tranquilitos, instancias, decimos, que no solamente propician el pensamiento
infantil sino que nos hacen creer que es el pensamiento adecuado, el que
inhiere en la auténtica realidad del la época que vivimos y por tanto el que
hay que mantener si uno no quiere ser acusado de ser un carca, un abuelo o,
peor aún, un fascista.
Como prueba y ejemplo de este
pensamiento infantil tenemos a esta cría que tan de moda se ha puesto
últimamente, Greta Thunberg, que se ha convertido en el paradigma de lo que
debemos de pensar, en el ejemplo a seguir por todos aquellos que quieran ser
considerados progresistas o, simplemente seres humanos y que es utilizada una y
otra vez como modelo de lo que debe ser un pensamiento correcto (más bien
políticamente correcto). Tanto es así, y hasta tal punto hemos llegado, que
incluso hay quien ha pretendido darle el premio nobel de la paz, que vale que
no sea precisamente el más importante de todos, pero no deja de ser algo que,
en sus equivalentes de física, economía, medicina o literatura suele suponer
una vida entera dedicada al estudio o al trabajo intelectual. Y aquí tenemos a
una niña que con apenas 16 años se ha convertido en referente del pensamiento mundial.
Parece ser que aquellos que escucharon su discurso en la ONU quedaron
estupefactos y con cara de pasmo, Estupefacción que, en mi caso (y no se si en
el de los próceres que la escucharon) tienen más que ver con el hecho de que
esta niña en vez de estar aprendiendo en el instituto, que es donde debería de
estar con su edad, ande por ahí haciendo no se sabe muy bien qué. Porque a mi
me enseñaron de pequeño que para hablar hay que saber, que cuando los mayores hablan
los niños se callan y que cuando seas padre comerás huevos. Eso, sin citar el
hecho nada baladí de que esta niña no es bangladesí o afgana, sino noruega, uno
de los países más ricos del mundo, y que se ha hecho rico, precisamente,
comerciando con petróleo.
Pero
lo que debería llamar la atención de esta muchacha, más allá de que pueda estar
manipulada o no, que no lo se, es el discurso infantil, como exteriorización de
un pensamiento infantil que pretenden que todos asumamos. Critica Greta que le
han arrebatado sus sueños, y ese es el fundamento de lo que se pretende que sea
el pensamiento social del siglo XXI: no la realidad, sino los sueños. La vida tiene
que ser como yo la sueño, la realidad tiene que adaptarse a mis expectativas y
mis esperanzas y si no me quejo, protesto y lloro. Y ahí están los políticos oportunistas
y populistas para ofrecernos cumplir con todos nuestros sueños, para ofrecernos
el oro y el moro de todas nuestras esperanzas si les votamos. La realidad es
como es, querida Greta, y cuando crezcas, porque crecerás como todos los
revolucionarios adolescentes que en el mundo y la historia han sido y seas alta
ejecutiva de alguna empresa multinacional, te darás cuenta de ello. Entonces,
seguramente te agarrarás a esa realidad que ahora tanto desprecias con uñas y
dientes, mientras otros adolescentes intentan, también a tí, darte lecciones.
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