martes, 19 de noviembre de 2019

Naturaleza humana


Se equivocó Aristóteles. Se equivocaba como la cursi-paloma de Alberti, esa que no tenía muy claro dónde tenía que ir, y menos mal que no era una de la que llevaba las órdenes para el desembarco de Normandía o algo así. Se equivocó Aristóteles cuando afirmó que una de las notas características del ser humano es la curiosidad, el afán de conocimiento surgido del estupor ante los fenómenos naturales. Se equivocó cuando afirmó que todos los seres humanos tienen la tendencia de conocer aquello que no comprenden y se equivocó cuando pensó que el aprender y el afán de conocimiento son una parte integrante de la naturaleza humana. Si hubiera vivido los tiempos de zozobra que nos ha tocado vivir a algunos sería perfectamente consciente de su error. Si pudiera comprobar con sus propios ojos -esos ojos que según él nos proporcionan en conocimiento verdadero de la realidad, cómo hoy en día ese ser humano que lleva implícito en su naturaleza el conocer se refocila en las noticias deportivas, como se integra con el asiento del vagón del metro mientras mira al frente con la cabeza vacía y la mirada perdida de los animales que van al matadero o, si no, entierra su testa en la pantalla de su dispositivo móvil jugando a cualquier juego que le permita pensar lo menos posible. Se sorprendería, con la sorpresa propia del que desea conocer, de que interesen más las vidas ajenas que la propia y de que se pierda el tiempo, el poco que se tiene en ver programas de televisión que cuentan la vida de otros, da igual que esos otros quieran encontrar el amor, quieran ser cocineros, artistas o muestren sus intimidades más escabrosas.
            O quizás no se equivocaba y nos hemos metido con la palomita albertiana sin necesidad, pobrecita de ella. Quizás cuando habló de esa tendencia al conocimiento propia del ser humano se estaba refiriendo am los que los griegos consideraban seres humanos, a los hombres libres griegos, y no a los esclavos, y lo que encontramos en la actualidad con el calificativo de ser humano no sea más que una continuación de aquellos esclavos que no eran considerados hombres en los tiempos clásicos. Quizás si lo miramos así muchas cosas empiecen a cobrar sentido. Cobre sentido la política de este país, y de la misma forma cobre sentido la ética y la estética que la subyace. Cobre sentido que todo el mundo eluda su responsabilidad ante un bloqueo político y culpe al de al lado, mientras se repite una y otra vez una votación que arroja siempre el mismo resultado porque no vamos a ser nosotros los que cambiemos de opinión, faltaría más. Cobre sentido que todos consideremos malos a los demás y no seamos capaces de ver si lo nuestro es mejor y cobre sentido el hecho de que nos importe un rábano ir derechos a chocar con el de enfrente porque aquí no se aparta nadie, no vayan a decir que nos falta lo que hay que tener. Cobre sentido que los que mandan sean cada vez más feos, y sus ideas sean cada vez más feos, y todo lo que nos rodea sea cada vez más feo y aquí nadie haga nada por cambiarlo porque, al fin y al cabo, lo que de verdad nos importa, le pese a Aristóteles o a quien sea, es quién ganará el próximo partido, o el próximo talent show o el próximo programa de cocina , que no otra cosa es la política actual: una mezcla de partido de fútbol, talent show y programa de cocina, con unas gotas de reality y prensa rosa.

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