Se
equivocó Aristóteles. Se equivocaba como la cursi-paloma de Alberti, esa que no
tenía muy claro dónde tenía que ir, y menos mal que no era una de la que
llevaba las órdenes para el desembarco de Normandía o algo así. Se equivocó Aristóteles
cuando afirmó que una de las notas características del ser humano es la curiosidad,
el afán de conocimiento surgido del estupor ante los fenómenos naturales. Se equivocó
cuando afirmó que todos los seres humanos tienen la tendencia de conocer
aquello que no comprenden y se equivocó cuando pensó que el aprender y el afán
de conocimiento son una parte integrante de la naturaleza humana. Si hubiera vivido
los tiempos de zozobra que nos ha tocado vivir a algunos sería perfectamente
consciente de su error. Si pudiera comprobar con sus propios ojos -esos ojos
que según él nos proporcionan en conocimiento verdadero de la realidad, cómo
hoy en día ese ser humano que lleva implícito en su naturaleza el conocer se
refocila en las noticias deportivas, como se integra con el asiento del vagón
del metro mientras mira al frente con la cabeza vacía y la mirada perdida de
los animales que van al matadero o, si no, entierra su testa en la pantalla de
su dispositivo móvil jugando a cualquier juego que le permita pensar lo menos
posible. Se sorprendería, con la sorpresa propia del que desea conocer, de que
interesen más las vidas ajenas que la propia y de que se pierda el tiempo, el
poco que se tiene en ver programas de televisión que cuentan la vida de otros,
da igual que esos otros quieran encontrar el amor, quieran ser cocineros,
artistas o muestren sus intimidades más escabrosas.
O quizás no se equivocaba y nos hemos
metido con la palomita albertiana sin necesidad, pobrecita de ella. Quizás
cuando habló de esa tendencia al conocimiento propia del ser humano se estaba
refiriendo am los que los griegos consideraban seres humanos, a los hombres
libres griegos, y no a los esclavos, y lo que encontramos en la actualidad con
el calificativo de ser humano no sea más que una continuación de aquellos
esclavos que no eran considerados hombres en los tiempos clásicos. Quizás si lo
miramos así muchas cosas empiecen a cobrar sentido. Cobre sentido la política
de este país, y de la misma forma cobre sentido la ética y la estética que la subyace.
Cobre sentido que todo el mundo eluda su responsabilidad ante un bloqueo
político y culpe al de al lado, mientras se repite una y otra vez una votación
que arroja siempre el mismo resultado porque no vamos a ser nosotros los que
cambiemos de opinión, faltaría más. Cobre sentido que todos consideremos malos
a los demás y no seamos capaces de ver si lo nuestro es mejor y cobre sentido
el hecho de que nos importe un rábano ir derechos a chocar con el de enfrente
porque aquí no se aparta nadie, no vayan a decir que nos falta lo que hay que
tener. Cobre sentido que los que mandan sean cada vez más feos, y sus ideas
sean cada vez más feos, y todo lo que nos rodea sea cada vez más feo y aquí
nadie haga nada por cambiarlo porque, al fin y al cabo, lo que de verdad nos
importa, le pese a Aristóteles o a quien sea, es quién ganará el próximo
partido, o el próximo talent show o el próximo programa de cocina , que no otra
cosa es la política actual: una mezcla de partido de fútbol, talent show y
programa de cocina, con unas gotas de reality y prensa rosa.
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