miércoles, 6 de noviembre de 2019

Tener miedo


El miedo, como el dolor, resultan ser mecanismos evolutivos muy poderosos en el desarrollo de la especie humana. Nos alejan del peligro y de todo aquello que puede resultar dañino y nos ayudan a estar alerta y crear entornos más o menos seguros. Pero como todo mecanismo evolutivo el miedo cumple una función, y fuera de ella se convierte en un instrumento de control de la conducta y de los pensamientos. De la misma forma que el dolor funciona como refuerzo negativo de determinadas terapias conductistas, así el miedo se está utilizando como herramienta de control de los ciudadanos. Y no solo a nivel del Estado español: véase si no el miedo cada vez más manifiesto a un enfrentamiento nuclear, a los desastres naturales producto del cambio climático o a las plagas y las enfermedades nuevas, las pestes del siglo XXI. Por no hablar del miedo a fumar, comer, beber o simplemente respirar. Si bien todas estas formas de miedo funcionan a nivel global, en España el miedo, desde hace mucho tiempo, ha funcionado como herramienta política de primer orden. Así, desde la Transición, donde se explotó tanto el miedo al Ejército como a los comunistas, según quien fuera el que metiera miedo, hasta la actualidad, donde se nos asusta poco menos que con una nueva guerra civil tanto desde los medios como desde las tribunas políticas, que al fin y al cabo son las que dictan lo que los medios escriben, el miedo ha sido el motor de arranque de la creación de opinión pública y de movilización de las masas ( la desmovilización se produce cuando ya no se tiene miedo, cuando el ciudadano se harta de tener miedo y lo manda todo al carajo). Miedo a derecha e izquierda, y miedo a la derecha y a la izquierda, vamos renqueando por la senda de lo que nos asusta.
            Así las cosas, nunca como ahora cobran actualidad los pensamientos de Ortega y Gasset, cuando expone la creación y desarrollo del hombre-masa como aquel que, entre otras cosas, está fuertemente politizado, como aquel que se radicaliza en la derecha o en la izquierda y se define como tal -de la misma forma que uno se define por ser seguidor de un equipo de fútbol- sin darse cuenta de que derecha e izquierda no son más que nombres que tienen como objetivo ocultar las verdaderas necesidades y los verdaderos objetivos de gobierno. Esta situación se retroalimenta con políticos que no dejan de formar también parte de la masa, políticos mediocres que adoptan el papel de dirigentes cuando su mediocridad, tanto intelectual como vital, no les diferencia en nada de aquellos que pretenden dirigir. No es de extrañar, entonces, la situación del país, cuando los que lo dirigen tan solo piensan en su interés particular, o más bien confunden su interés particular con el interés general, y en esta confusión originaria no dudan en hacer gala de la más variada gama de necedades, e incompetencias, sabiendo que aquellos que comparten sus posturas les van a apoyar en todo lo que digan o hagan, les van a seguir hasta la boca misma del hormiguero, acuciados por el miedo a los de la otra parte que, de la misma forma, marchan en hilera hasta el hormiguero de al lado. Ante esta situación la única manera de alcanzar una cierta regeneración pasa necesariamente por dejar de tener miedo, lo que en las circunstancias actuales significa despolitizarse y empezar a pensar por uno mismo. Como dijo Kant.

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