Me voy
a permitir insistir en el asunto que trataba en mi ultimo escrito, en concreto
en la concepción de la realidad que se ha instaurado en la sociedad
contemporánea -o al menos en aquellos miembros de la sociedad contemporánea
que no tienen el control de la misma- y que calificaba como una realidad
infantil o adolescente. Se caracteriza dicha realidad infantil por el hecho de
ni querer aceptar la realidad tal y como es o, más bien, por el hecho de
generar una realidad paralela que se hace pasar por la auténtica realidad, o
por aquello que debería ser la auténtica realidad, y que estaría relacionada
por los sueños y esperanzas de los sujetos, o del sujeto, en cuestión. En
resumen, la realidad infantil consiste en querer que la realidad se adapte a
los sueños de cada uno, en no aceptar la realidad tal y como viene dada, por lo
tanto, y en negar que aquello que encontramos frente a nosotros, pero que no es
lo que nosotros queremos, pueda ser calificado como real. Así, la realidad no
es más que el producto de la imaginación, la fantasía o los deseos de los
sujetos. Como el hecho testarudo es que la realidad nunca se va a adaptar a los
deseos de los sujetos, a no ser que el sujeto en cuestión tenga el suficiente
poder para modelar la realidad a su gusto, resulta que la realidad nunca es
como queremos que sea. Nos encontramos así ante dos opciones: o bien nos
deprimimos, afirmamos que la vida -la realidad- es una porquería y andamos
llorando por los roncones -que es lo que suelen hacer los adolescentes, lo que hemos
hecho todos cuando henos sido adolescentes- o bien nos dejamos convencer por
cualquiera que nos prometa que va a doblegar la realidad hasta adaptarla a
nuestros deseos. Esto último es lo suele llamarse populismo, y teniendo en
cuenta que vivimos en una sociedad de niños llorones no es de extrañar que el populismo
esté cada vez más en boga.
Entiéndase bien lo que digo. No se
trata de que la realidad no se pueda cambiar, o de que no exista una realidad
-o a una parcela de la realidad- que no dependa de los sujetos. Por supuesto
que toda realidad puede ser transformada, como producto humano que es. Lo que
quiero decir es que la realidad no se trasforma simplemente por el deseo o la voluntad
de los sujetos particulares. Para poder cambiar la realidad lo primero que hay
que hacer es aceptar la realidad tal y como se nos muestra y, a partir de ahí,
elaborar una praxis que sea realmente transformadora. Lo cual no es posible si
empezamos por negar la realidad.
Ahora bien, esta consideración de la
realidad como algo que ha de ser como nosotros queramos o no ser, no surge,
obviamente de la nada, ni tampoco de un análisis serio de la realidad. Pensemos
que la mejor manera de no cambiar la realidad es no comprenderla y ahora
sigamos pensando a quién no le interesa que la realidad cambie y, por tanto,
que no sea comprendida. El gran problema de la educación, más allá de leyes que
no sirven para nada, es que no está preparando a los jóvenes para la realidad
que se van a encontrar. El gran problema de la educación es que inculca en los
jóvenes la idea de que la realidad es lo que ellos sueñan que es, no los
prepara para lo que se van a encontrar -y que por lo tanto lo pueden cambiar- y
construye así una sociedad de lloricas que no hacen más que quejarse de una
realidad que no es como ellos esperaban-de la realidad que se les ha dicho que
debían de esperar-, de una realidad que está muy lejos de sus sueños, sin que
nadie les haya dicho jamás que los sueños, sueños son, y que uno se tienen que
trabajar, diariamente además, la realidad en la que quiere vivir.
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