No
cayó inmediatamente. Nadie cae inmediatamente. Pero ese momento en el que el
tiempo parece que se detiene, mientras uno ve como todo se ralentiza a su
alrededor a la vez que manotea inútilmente intentando agarrarse a algo, a lo
que sea, antes de que el suelo que se acerca inexorablemente acabe por alcanzarle,
ese tiempo, para él fue una eternidad. Una eternidad más eterna que la
eternidad en la que había vivido, o en la que le habían dicho que había vivido.
Tampoco es que le sorprendiera demasiado verse caer. Sabía que otros lo habían
hecho antes que él, y que otros lo harían después. Al fin y al cabo, era lo
propio de su profesión, hacerse caer unos a otros. ¿De verdad otros habían caído
antes que él? ¿No era más bien él mismo con otros nombres, con otros rostros,
el que había estado siempre cayendo? ¿No era más bien él mismo el que se había
hecho hacer a si mismo mientras otra vez él ocupaba el lugar que había dejado
vacante? ¿No era esta caída una copia, una continuación de la caída de siempre,
la eterna caída que era él? Cayó, y mientras caía, como siempre que caía sentía
en la espalda la mano que le había hecho caer, siempre la misma mano, la mano
que el había creado a partir de sus propias manos, lo mismo que había creado
las palabras que escuchaba en el entretanto de su descenso, palabras que le recordaban
todas las salmodias de todas las caídas, todas las lenguas en las que se había
prometido que nunca jamás se produciría la caída, más bien al contrario, que él
protegería a todos de caer, antes de caer él mismo empujado por aquellos mismos
a los que había prometido no caer.
Cayó, y cayendo recordó lo que le
había hecho caer. Recordó cómo no pudo esconder los instrumentos de su
defenestración en las páginas de libros que nunca deberían de haber sido
leídos, aunque él mismo propició que se leyeran. Cayó, y cayendo se cruzó con
todos los que habían caído antes que él, con todos los que habían caído en su
nombre. Cayó y cayendo comprendió cuán innecesario se había vuelto. Y tuvo
miedo por primera vez dese que empezó a caer, por primera vez desde que había
empezado a caer con otros nombres y con otros rostros. Tuvo miedo y supo que
aquella era la última caída, la caída definitiva. Que nunca más volvería a caer
porque nunca más volvería a ascender. Tuvo miedo porque en su caída miró hacia
arriba, hacia el origen de su caída y vio que el trono estaba vacío, que él
mismo no había vuelto a ocupar el lugar que siempre quedaba desocupado tras la
caída. Vio acercarse el infierno que él mismo había construido tras otra caída,
el infierno en que ni él mismo había creído. La última morada que le quedaba
tras caer, abajo, desde donde no se puede caer, en la eternidad oscura en la
que siempre estuvo, porque nunca había salido de allí, porque nunca había
subido y porque nunca había caído salvo en el sueño del que nunca quiso
despertarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario