jueves, 7 de noviembre de 2019

La caída


No cayó inmediatamente. Nadie cae inmediatamente. Pero ese momento en el que el tiempo parece que se detiene, mientras uno ve como todo se ralentiza a su alrededor a la vez que manotea inútilmente intentando agarrarse a algo, a lo que sea, antes de que el suelo que se acerca inexorablemente acabe por alcanzarle, ese tiempo, para él fue una eternidad. Una eternidad más eterna que la eternidad en la que había vivido, o en la que le habían dicho que había vivido. Tampoco es que le sorprendiera demasiado verse caer. Sabía que otros lo habían hecho antes que él, y que otros lo harían después. Al fin y al cabo, era lo propio de su profesión, hacerse caer unos a otros. ¿De verdad otros habían caído antes que él? ¿No era más bien él mismo con otros nombres, con otros rostros, el que había estado siempre cayendo? ¿No era más bien él mismo el que se había hecho hacer a si mismo mientras otra vez él ocupaba el lugar que había dejado vacante? ¿No era esta caída una copia, una continuación de la caída de siempre, la eterna caída que era él? Cayó, y mientras caía, como siempre que caía sentía en la espalda la mano que le había hecho caer, siempre la misma mano, la mano que el había creado a partir de sus propias manos, lo mismo que había creado las palabras que escuchaba en el entretanto de su descenso, palabras que le recordaban todas las salmodias de todas las caídas, todas las lenguas en las que se había prometido que nunca jamás se produciría la caída, más bien al contrario, que él protegería a todos de caer, antes de caer él mismo empujado por aquellos mismos a los que había prometido no caer.
            Cayó, y cayendo recordó lo que le había hecho caer. Recordó cómo no pudo esconder los instrumentos de su defenestración en las páginas de libros que nunca deberían de haber sido leídos, aunque él mismo propició que se leyeran. Cayó, y cayendo se cruzó con todos los que habían caído antes que él, con todos los que habían caído en su nombre. Cayó y cayendo comprendió cuán innecesario se había vuelto. Y tuvo miedo por primera vez dese que empezó a caer, por primera vez desde que había empezado a caer con otros nombres y con otros rostros. Tuvo miedo y supo que aquella era la última caída, la caída definitiva. Que nunca más volvería a caer porque nunca más volvería a ascender. Tuvo miedo porque en su caída miró hacia arriba, hacia el origen de su caída y vio que el trono estaba vacío, que él mismo no había vuelto a ocupar el lugar que siempre quedaba desocupado tras la caída. Vio acercarse el infierno que él mismo había construido tras otra caída, el infierno en que ni él mismo había creído. La última morada que le quedaba tras caer, abajo, desde donde no se puede caer, en la eternidad oscura en la que siempre estuvo, porque nunca había salido de allí, porque nunca había subido y porque nunca había caído salvo en el sueño del que nunca quiso despertarse.

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