lunes, 27 de enero de 2020

Historia de una pared


Esta es la historia de una pared. Podía ser la historia de una silla, de una mesa o de un elefante, pero es la historia de una pared. Una pared blanca, robusta, bien construida por las manos habilidosas de un buen albañil con duros y resistentes ladrillos. Una pared, en suma, orgullosa de ser una pared. Ese orgullo, sin embargo, se veía ensombrecido una y otra vez por el empeño de los humanos en quitarle su realidad de pared. Ella era una pared que sabía que era una pared, que tenía conciencia de su existencia como pared y es por ello por lo que no alcanzaba a comprender por qué todos se empeñaban en negarle esa su realidad.
            Primero dijeron que no era una pared real, era tan solo una apariencia de pared, una copia de una pared ideal existente en no se sabe muy bien qué mundo distinto del suyo y por más que quien aquello decía se veía obligado una y otra vez a usar una puerta para atravesarla, ello no era óbice para que siguiera afirmando que no era más que una pura apariencia sin realidad alguna.
            Pasó algún tiempo en este estado puramente apariencial hasta que otro sujeto, francés por más señas, dijo que ella, como pared, no era más que un engaño de sus sentidos o el producto de un sueño que la negaba como pared. En última instancia, no era más que un producto del pensamiento de aquel sujeto y si existía era solo porque aquel tipo la pensaba. “Ven aquí”, pensaba a veces, “y pega con tu testuz en esto que según tú solo es una idea tuya y verás como te sale un buen chichón pensado”.
            El caso es que allí quedó ella, como un mero pensamiento, hasta que por fin apareció alguien que parecía entender su realidad… que parecía entender su realidad hasta que le oyó decir que existía solo mientras que aquel individuo la pudiera ver y que cuando dejaba de verla, pues sencillamente dejaba de existir. “Pero será cretino el tío·, pensaba. “Cierra los ojos y sal corriendo contra mí majete, y ya verás si existo o no”. El caso es que un colega de aquel tipejo, que entendía venía a solucionar el asunto, acabó liándolo más, porque no solo dijo que ella era una imagen en su mente, y que eso era lo único que podría saber de ella, sin poder establecer ninguna relación entre esa imagen y su realidad, sino que incluso llegó a afirmar que no era más que el producto de un hábito, de una costumbre que generaba una creencia, porque no se podía afirmar que había sido causada por el albañil que la había hecho, sino tan solo que primero hubo un albañil y después una pared, que viene a ser lo mismo que afirmar que primero hubo un hombre y una mujer y después, sin saber muy bien cómo, un bebé.
Así estaban las cosas cuando por fin aparecieron unos sujetos que la afirmaban como algo real, como un fenómeno sujeto a las leyes de la naturaleza. Y en estas estaba nuestra amiga pared, tan contenta con su nuevo estado, cuando oyó decir a algunos de esos sujetos que aquello de lo que más orgullosa estaba, aquello que la definía como pared, que era su dureza y su impenetrabilidad, en realidad no era ni dureza ni impenetrabilidad, sino tan solo un montón de partículas flotando en el vacío y orbitando unas alrededor de otras. Y no solo eso. Resulta que también los escuchó decir que, por no ser más que partícula no podían saber si estaba allí o no estaba allí o, más bien, que estaba y no estaba allí al mismo tiempo, o que este era solo un universo posible en el que existía  como lo que era, pero que podía existir en otros mundos posibles como pared de una celda o muro de un castillo. Y todo ello deducido de una ecuaciones matemáticas que ni siquiera los que las formulaban entendían.
            Así que un día, harta ya de todo, decidió darles una lección. Se derrumbó encima de todos aquellos que la habían negado los cuales, entre el dolor de los huesos rotos y la sangre de sus heridas, entendieron, por fin, qué demonios es una pared.

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