Cuando a alguien le cogen en falta lo normal es que se invente una excusa más o menos creíble en su descargo. Esta es la razón de que los responsables de aquellos centro educativos que han segregado en sus aulas a los niños y a las niñas aduzcan nuevas y portentosas razones pedagógicas para su actuación. Para empezar, la separación por sexos en la escuela no tiene nada de novedosa. En España se practicó durante más de cuarenta años y sirvió para que las niñas aprendieran a ser buenas amas de casa y a cuidar de sus hijos y sus maridos. Se les enseñó que su único objetivo en la vida debía ser traer más niños y más niñas a este mundo y hacer felices a sus hombres, a ser sumisas y a aceptar con resignación cristiana su malhumor, su desprecio e incluso sus palizas. Gran parte del problema actual de la violencia machista está enraizado en la educación que padecieron estas mujeres, y que muchas de ellas transmitieron a sus hijos e hijas no de forma culpable, sino porque les habían metido en la cabeza, a fuerza de palos si era preciso, que era lo correcto.
Se defiende, por otro lado, que a nivel puramente educativo esta segregación es ventajosa, ya que las niñas son más aplicadas que los niños y éstos las retrasan en clase, de tal manera que estudiando separados aquellas avanzarían mucho más. Esta idea incluso es aceptada por ciertos sectores de un “feminismo” que, a fuerza de radical, se ha convertido en reaccionario. Cualquiera que sepa un poquito de psicología evolutiva –lo justo, lo que enseñan en cualquier curso de formación de profesores- sabe que los chicos y las chicas tienden a tener capacidades intelectuales distintas: ni mejores ni peores, tan sólo distintas. Siempre que se manejan datos referentes a cuestiones educativas, cifras sobre fracaso escolar o porcentajes de abandono o absentismo, hay que ser muy cauteloso en su análisis. Por lo mismo se podría afirmar que los niños ricos no deberían estudiar en un aula mezclados con niños pobres, pues está demostrado que aquéllos obtienen mejores resultados que éstos, e incluso se podría llegar a pensar que los primeros son más inteligentes que los segundos. Dentro de las variables que influyen en los mejores resultados académicos de las chicas –tan sólo en algunas materias, por otra parte: los informes hay que ofrecerlos completos y no sesgados- no creo que sea despreciable el hecho de que muchas de ellas se esfuercen más porque están viendo todos los días lo que la educación segregada ha hecho con sus madres y no quieren pasarse la vida sirviendo de su santo esposo y criando a un montón de críos. Si hay algo cierto en todo este asunto es que los niños interiorizan los roles sociales desde muy pequeños, y lo hacen fundamentalmente en la familia y en la escuela. Si en ésta se les separa por sexos lo que van a aprender es que la sociedad también lo está y que a cada uno le corresponden papeles distintos. Mala forma de educar en igualdad y muy buena de crear un tejido social enfermo.
Pero en el fondo todo esto no es más que un pretexto que enmascara un contenido ideológico y, además, anticonstitucional. Los centros que separan a los alumnos por sexos son todos católicos, dirigidos por las más integristas y fanáticas sectas católicas. Lo que se pretende es volver a la casposa enseñanza tradicional: que las mujeres ocupen su puesto y los hombres el suyo. Antes de hablar de renovación pedagógica sería conveniente recordar que estamos ante una institución tremendamente machista y misógina, que impide a las mujeres alcanzar puestos de responsabilidad en su seno, que piensa que su horizonte vital es parir como conejas –su prototipo femenino es María, la Madre- y que esta es la función que deben asumir. Que incluso considerara la mujer como el origen de todos los males de la humanidad: la perversa Eva que aceptó la manzana de la endemoniada serpiente y convenció al inocente Adán- que seguramente estaba tranquilo en el Paraíso viendo el fútbol y bebiendo cerveza- para que la mordiera. Aún recuerdo los debates que se daban en las escuelas a principios de los ochenta, cuando se intentaba que las clases fueran mixtas. Y los argumentos demoledores que ofrecían algunos padres opuestos a la medida, del tipo “ya sólo falta que se pongan camas en las aulas”. Estoy seguro que a no mucho tardar este tipo de razonamientos se retomarán y alguien acusará a la coeducación de ser la responsable del aumento de embarazos adolescentes.
En fin, como nos decían en el colegio cuando maquinábamos toda clase de triquiñuelas para escaparnos a “la clase de las tías”, los niños con los niños y las niñas con las niñas.
Se defiende, por otro lado, que a nivel puramente educativo esta segregación es ventajosa, ya que las niñas son más aplicadas que los niños y éstos las retrasan en clase, de tal manera que estudiando separados aquellas avanzarían mucho más. Esta idea incluso es aceptada por ciertos sectores de un “feminismo” que, a fuerza de radical, se ha convertido en reaccionario. Cualquiera que sepa un poquito de psicología evolutiva –lo justo, lo que enseñan en cualquier curso de formación de profesores- sabe que los chicos y las chicas tienden a tener capacidades intelectuales distintas: ni mejores ni peores, tan sólo distintas. Siempre que se manejan datos referentes a cuestiones educativas, cifras sobre fracaso escolar o porcentajes de abandono o absentismo, hay que ser muy cauteloso en su análisis. Por lo mismo se podría afirmar que los niños ricos no deberían estudiar en un aula mezclados con niños pobres, pues está demostrado que aquéllos obtienen mejores resultados que éstos, e incluso se podría llegar a pensar que los primeros son más inteligentes que los segundos. Dentro de las variables que influyen en los mejores resultados académicos de las chicas –tan sólo en algunas materias, por otra parte: los informes hay que ofrecerlos completos y no sesgados- no creo que sea despreciable el hecho de que muchas de ellas se esfuercen más porque están viendo todos los días lo que la educación segregada ha hecho con sus madres y no quieren pasarse la vida sirviendo de su santo esposo y criando a un montón de críos. Si hay algo cierto en todo este asunto es que los niños interiorizan los roles sociales desde muy pequeños, y lo hacen fundamentalmente en la familia y en la escuela. Si en ésta se les separa por sexos lo que van a aprender es que la sociedad también lo está y que a cada uno le corresponden papeles distintos. Mala forma de educar en igualdad y muy buena de crear un tejido social enfermo.
Pero en el fondo todo esto no es más que un pretexto que enmascara un contenido ideológico y, además, anticonstitucional. Los centros que separan a los alumnos por sexos son todos católicos, dirigidos por las más integristas y fanáticas sectas católicas. Lo que se pretende es volver a la casposa enseñanza tradicional: que las mujeres ocupen su puesto y los hombres el suyo. Antes de hablar de renovación pedagógica sería conveniente recordar que estamos ante una institución tremendamente machista y misógina, que impide a las mujeres alcanzar puestos de responsabilidad en su seno, que piensa que su horizonte vital es parir como conejas –su prototipo femenino es María, la Madre- y que esta es la función que deben asumir. Que incluso considerara la mujer como el origen de todos los males de la humanidad: la perversa Eva que aceptó la manzana de la endemoniada serpiente y convenció al inocente Adán- que seguramente estaba tranquilo en el Paraíso viendo el fútbol y bebiendo cerveza- para que la mordiera. Aún recuerdo los debates que se daban en las escuelas a principios de los ochenta, cuando se intentaba que las clases fueran mixtas. Y los argumentos demoledores que ofrecían algunos padres opuestos a la medida, del tipo “ya sólo falta que se pongan camas en las aulas”. Estoy seguro que a no mucho tardar este tipo de razonamientos se retomarán y alguien acusará a la coeducación de ser la responsable del aumento de embarazos adolescentes.
En fin, como nos decían en el colegio cuando maquinábamos toda clase de triquiñuelas para escaparnos a “la clase de las tías”, los niños con los niños y las niñas con las niñas.
3 comentarios:
A todos los que argumentan que las representantes femeninas tenemos una inteligencia superior, o simplemente estamos más centradas, le invitaba yo a que se dieran una vueltecita por el programa de enriquecimiento educativo de la comunidad de madrid, sin ir más lejos. En mi clase de 15 somos tres chicas, y normalmente vamos dos, la tercera es completamente absentista.
Es un poco indignante lo de la educación segregada... dentro de nada veo como asignaturas optativas cocina y costura exclusiva para chicas, que vergüenza.
En mi primer colegio (en el que afortunadamente sólo estuve dos años y porque no había plazas en otros...) las clases eran mixtas, sin embargo a la hora de hacer deporte nos separaban.Es decir, las niñas son patosas y débiles mientras que los chicos no. A mi de siempre de toda la vida me ha gustado hacer deporte. Pero en educación física no me dejaban jugar al futbol por ser chica, pero no los alumnos, sino los profesores.Como hacía lo que me daba la gana, normalmente acababa en el despacho del director...eso sí era la única chica que en clase de educación física juagaba al fútbol
Vamos, que esto está a la orden del día.
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