A decir verdad todo este asunto del velo, o del pañuelo, o del yihab, o como quiera que se llame ya está resultando un poquito pesado. Como de costumbre, aquí todo el mundo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena y resulta sintomático observar cómo un asunto que en circunstancias normales no habría ocupado más que unas pocas líneas en la sección local del periódico del día y un comentario breve en alguna televisión se ha convertido en tema de cabecera de todos los diarios, tertulias y conciliábulos más o menos mediáticos. Y es que todo el mundo se pone de acuerdo –independientemente de creencias, ideologías o servidumbres- cuando se trata de tapar cosas como las Gürtels, las cifras del paro o la pedofilia sacerdotal. Así que todos de la manita a ver hasta qué punto se puede manipular la realidad y tergiversar el sentido común. Leire Pajín y monseñor Martínez Camino asociados con Esperanza Aguirre para defender el derecho de una niña a taparse la cabeza porque lo ordena su religión, que uno de verdad ya no sabe dónde está el problema si resulta que todos están de acuerdo en lo mismo. La política y los intereses hacen extraños compañeros de cama, aunque resulte conveniente no andar cerca de una cama con un sacerdote al acecho.
Lo que resulta más, no se si impactante o desesperante, es la facilidad que tienen todos estos individuos –políticos, periodistas, opinadores profesionales o curas- para retorcer la semántica y corromper el lenguaje, para tergiversar las palabras y conseguir no sólo que ya no signifiquen lo que significan, sino incluso que siempre hayan significado lo que ellos quieren que signifiquen. Me explico.
Ahora resulta que todo este asunto es una cuestión de libertad. De momento no sabemos muy bien si de libertad religiosa o de libertad individual –que es mucho más amplia que la primera y la abarca, eso, cuando no la contradice, pues la religión tiene por norma dirigir la vida de los individuos, esto es, atentar contra su libertad individual-. Hasta donde yo se la libertad religiosa consiste en permitir que cada uno profese la fe que le de la gana: musulmana, católica, rastafari (por cierto, me pregunto qué pasaría si alguien aludiendo a su libertad de profesar la religión rasta se dedicara a fumar marihuana en un aula) e incluso ninguna. Y como la libertad religiosa es eso no entiendo qué tiene que ver que a una niña le prohíban taparse la cabeza con que le prohíban profesar la fe islámica, porque me parece que una cosa no quita a la otra y aquí nadie ha obligado a nadie a abjurar de sus creencias.
La libertad individual tiene más que ver con que cada uno puede hacer con su vida lo que quiera –incluso fumar-. Pero nótese bien que se trata de hacer lo que uno quiera, no lo que los demás le digan. Aunque uno piense que es libre obedeciendo la voluntad de los demás, en realidad no lo es, porque no vive su vida, sino la que otros le imponen. Considerando que el velo es, en el mejor de los casos una imposición religiosa y, en el peor, una imposición de los padres, los hermanos, los esposos o los novios de las veladas, su uso es algo que tiene muy poco que ver con la libertad individual. Y en todo caso, ambas libertades tanto la religiosa como la individual hacen referencia exclusiva al individuo, al ámbito privado de la persona y deben, por lo tanto, ser reguladas en el ámbito público.
Al final me estoy temiendo que todo esto va a terminar como la sociedad del Gran Hermano (la de la novela de Orwell, no la otra) y al final va a resultar que las tropas occidentales desencadenaron una guerra en Afganistán para imponer el uso del burka a las mujeres, mujeres que antes de la invasión eran libres para hacer, decir, pensar y vestir como quisieran (porque el Corán no dice que las mujeres no tienen alma, ni las compara con los animales, ni constituyen el premio para los que mueren en la yihad, que va). Sólo es cuestión de tiempo en toda esta ceremonia de la confusión con tantos concelebrantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario