El concepto de
libertad, que suele ser considerado como de significación universal, en tanto
en cuanto se entiende que constituye, junto con la dignidad, la esencialidad
del ser humano es, sin embargo, uno de los que mayores matices y variaciones
admite, no sólo a nivel filosófico, sino, y sobre todo, a nivel
histórico-social. Así, y en relación con lo anterior, en principio habría que
distinguir entre libertad de la voluntad –lo que tradicionalmente se denomina
“libre albedrío”- que hace referencia a la capacidad humana para elegir o tomar
decisiones –capacidad que, en el pensamiento existencialista de la última mitad
del siglo XX se convierte en necesidad, de ahí la afirmación de Sartre de que
“el hombre está condenado a ser libre”- y la libertad política, o libertad
externa: lo que normalmente se entiende por libertad y que tiene que ver con la
ausencia de trabas políticas, sociales o culturales (nótese bien que no
físicas) para llevar efectivamente a cabo las decisiones o elecciones producto
del libre albedrío.
Esta concepción de la libertad como
libre albedrío es la que está en la base de la idea expuesta más arriba según la cual la libertad constituye una
parte esencial de la consideración habitual del ser humano. Sin embargo, la
conceptualización de la libertad como libertad de querer aparece con el
pensamiento cristiano –no antes ni en ningún otro-, no existiendo en el
pensamiento griego, donde la libertad –si es que en la filosofía griega puede
hablarse de libertad- es el elemento diferenciador entre hombres libres y
esclavos –y téngase en cuenta que sólo los hombres libres eran propiamente
seres humanos en Grecia- constituyéndose así en una suerte de libertad civil o
libertad económica. Es, como decíamos, en la filosofía cristiana donde surge la
idea de la libertad de decisión –libertad básica para entender otras que hoy
son consideradas como fundamentales, como la libertad de pensamiento o la
libertad de conciencia- como una forma de dar explicación a la presencia del
mal que, en tanto no puede ser una creación divina, ha de ser necesariamente un
producto humano. Un producto humano, además, que no puede estar dirigido por
ningún tipo de providencia divina -lo
cual sería lo mismo que afirmar que es Dios quién lo determina- sino que ha de
ser consecuencia de la libertad del individuo. El concepto de pecado es clave
en la concepción cristiana del mundo. De hecho, el cristianismo se fundamenta
tanto en el pecado original de Adán, lavado por el bautismo que convierte al
sujeto en sujeto cristiano, como en la figura de Cristo, cuya función es
redimir los pecados de la humanidad. Si el hombre no fuera libre no podría
pecar, puesto que no podría decidir hacer el mal en lugar de el bien, seguir la
senda de Dios o no seguirla, y por lo tanto el cristianismo perdería su razón
de ser.
Es esta libertad de la
voluntad la que van a negar los racionalistas materialistas del siglo XVII,
como Spinoza –para quien la libertad consiste en aceptar la necesidad-, los
cuales consideran que el ser humano, como entidad física y material, está sometido a las mismas leyes y las mismas
fuerzas que rigen el campo de la materia, fuerzas que, así, no puede controlar.
De esta manera cualquier decisión que tome el sujeto está determinada, no es
posible elegir libremente y la libertad no sería más que la ignorancia de las
causas que determinan la decisión. . Es curioso, en todo caso, como estos
autores, que niegan la libertad de poder elegir, , van a ser los que pongan las
bases de la democracia y de la idea de libertad política que implica.
Por último, como se ha dicho más
arriba, la libertad de decisión va a ser recuperada por las corrientes
existencialistas de finales del siglo XX –y por otros autores que se consideran
ajenos a éstas como Ortega y Gasset- como aquello que constituye la única
esencia del ser humano. En efecto, según estos autores, el ser humano carece de
cualquier esencia que no sea su propia existencia, la vida. La esencia humana
consiste en existir –humanamente- y existir es estar continuamente tomando decisiones
sobre dónde dirigir esa existencia. El ser humano es humano porque existe y
existir consiste en decidir –la vida no nos es dada hecha, decía Ortega- , por lo tanto la libertad, el poder decidir, es lo que constituye al
ser humano como tal. Como decíamos antes, el ser humano, por y para ser humano,
está “condenado a ser libre”.
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