Dicen
que decía Schopenhauer que la inteligencia era una facultad del ser humano que
aumenta o disminuye de forma inversamente proporcional a su capacidad para
soportar el ruido. Vamos, que cuanto más ruido fuese uno capaz de soportar más
tonto era y a la inversa. Suponemos que el viejo Schopenhauer se refería en
este adagio al ruido sonoro, al ruido que perturba los oídos y rompe el
silencio, mas si tomamos como cierto el acontecido según el cual cedió su
balcón y sus gemelos de teatro al comandante de las fuerzas que reprimían a las
masas revolucionarias en la Prusia de 1848, porque el ruido que éstas hacían le
molestaba para pensar.
Hoy es de tener muy en cuenta
la supuesta frase del filósofo alemán,
no tanto porque la alteración de las ondas sonoras nos aturda, que también,
sino sobre todo porque el ruido mediático e informativo, el ruido mental que cualquier
hecho, por nimio que sea, produce en la sociedad, también nos impide, hasta
límites insospechados, pensar con claridad. Al menos, nos lo impide a los que
estamos acostumbrados a pensar. Supongo que para aquellos que nunca han pensado
y se han dejado siempre llevar por el ruido no existirá diferencia alguna entre
esta época de ruido y otras de, quizás, un poco más de silencio.
Y es que, como decía, cualquier
hecho provoca un ruido ensordecedor. Cualquier sentencia judicial, cualquier
decisión política, cualquier acontecimiento deportivo o social, cualquier
payasada de un payaso, hace que cualquiera –y cuando digo cualquiera digo todos,
y cuando digo todos digo todos sin excepción, tanto catedráticos como jueces,
como periodistas, como cerrajeros o como encofradores, que para eso estamos en
una democracia donde todo el mundo tiene derecho a opinar, faltaría más- se
lance a la palestra del ruido para contaminar en la medida de sus posibilidades
cualquier posibilidad de debate tranquilo y relajado, cualquier posibilidad de
una reflexión pausada, de un análisis minucioso de los acontecimientos que, a
lo mejor, no son tan terribles como nos hace creer el ruido. O a lo mejor sí,
pero en todo caso es algo imposible de detectar en la vorágine del ruido.
El caso es que a los que todavía el
ruido no ha terminado de embotarnos del todo la inteligencia, y siguiendo con Schopenhauer,
sospechamos que detrás de aquél siempre hay algo más, un sonido que no se deja oír
y que es el que maneja el ruido. En la mayoría de la masa el ruido no es más
que la manifestación de la ignorancia. Porque si bien es cierto que todo el
mundo puede opinar lo que quiera, siempre y cuando el que opine sea uno mismo,
también lo es que siempre llevamos la razón, y la mejor manera de demostrarlo
es hacer más ruido que los demás. Pero por otro lado el ruido es el instrumento
que utilizan algunos para esconder lo que no debe ser pensado. Y así, lanzan el
ruido sabiendo que la masa ignorante lo amplificará. La propaganda es un instrumento
muy potente y, ante cualquier acontecimiento, en seguida los medios de
comunicación, a las órdenes de la política, se encargan de abrir sus cajas de
truenos, nos amenazan con los males del inferno y magnifican los acontecimientos
como si no hubiera nada más importante. Como consecuencia, si uno quiere huir
del ruido y pensar con calma será visto –y tratado- como sospechoso, como
enemigo, da igual de qué lado venga el ruido, porque viene de todos lados. Así
que parece que Schopenhauer tenía razón y aunque no sea mas listo un profesor
de filosofía que un cocinero, la verdad es que a mi me gustaría que me dejaran
pensar un poco.
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