jueves, 19 de diciembre de 2019

Reflejos


Se levantó por la mañana con un extraño sabor en la boca. Era el sabor amargo de lo que siempre había querido ser mezclado con el ácido de la bilis que no le dejaba serlo. Sabía que un día más tendría que cumplir con el ritual absurdo que marcaba su vida, con el ritual que otros habían decidido para él  desde el principio de los tiempos. Se preguntó, como se preguntaba todas las mañanas, dónde estaba la realidad de aquella existencia que no era existencia, sino un mero pasar el tiempo mientras contemplaba la vida de los demás, igual que la suya, aunque a cada uno le pareciera distinta. Mientras se lavaba los dientes intentando expulsar de su boca aquel regusto a fracaso y hundimiento se miró en el cristal del espejo del baño esperando ver, como cada día, la misma cara enmarcada por el mismo fondo: los mismos baldosines de la misma estancia de siempre; el mismo armario del fondo con los mismos frascos de perfume y las mismas cremas hidratantes y el mismo tipo con ojeras  y cara cargada de sueño que le miraba a él desde el otro lado, desde un lado igual que el suyo pero sin embargo no el mismo. Esperaba verlo todo como todas las mañanas pero no lo vio. Es decir vio lo mismo pero no era igual. Algo en la mirada que le devolvía el reflejo del otro lado del espejo le hizo ver que en realidad todo había cambiado aunque siguiera siendo lo mismo. Era una mirada alegre, una mirada plena a la vez que perversa. Una mirada que le invitaba a romper las barreras, a traspasar la línea que le separaba, ahora se empezaba a dar cuenta, de la vida que siempre había querido vivir y que ahora se le ofrecía desde el otro lado del cristal. Es algo demasiado obvio -pensó- que el otro lado del espejo nos devuelva nuestro yo oculto, nuestro yo encerrado o la otra cara de nuestro yo. Algo demasiadas veces dicho, demasiadas veces escrito, demasiadas veces oído. Todo está al otro lado del espejo, pensó, pero a éste nunca hay nada. No hay más que atravesar el cristal, pensó, y llegaré a donde legó Alicia, al final de mi camino, al otro lado de la madriguera del conejo.
Pero no se trataba de eso y pronto lo vio claro. No se trataba de lo que había el otro lado del espejo, porque al otro lado del espejo no hay nada, como todo el mundo sabe, tan solo una falsa apariencia de profundidad que más bien depende de la habilidad del maestro cristalero. Se trataba de lo que en realidad veía en el espejo, de lo que el espejo le devolvía. Se trataba de su reflejo, de su reflejo invertido, que le devolvía su mirada invertida, subvertida. Las viejas normas morales eran nuevas en el reflejo del cristal. La vida monótona se giraba, se retorcía en el espejo y se convertía en algo nunca vivido, en algo nuevo. De hecho, pronto cayó en la cuenta de que él era el autentico reflejo de quien se miraba desde el otro lado. Que él era el lado equivocado de una vida feliz. Se dio cuenta de que, al fin y al cabo, el otro lado del espejo seguía sin existir y de que él no era más que el reflejo de otra vida que no era suya y que ahora sabía que nunca lo sería.

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