martes, 10 de diciembre de 2019

Nosotros y la muerte


Existen dos formas de enfrentarse a la muerte, o más bien existen dos patrones de enfrentarse a la muerte y es a partir de estos dos patrones como cada cual se enfrenta a la muerte de forma distinta. Estos dos patrones de los que hablamos son los del creyente y los del ateo.
            La religión surge en los albores de la humanidad no tanto como una explicación de aquello que no se comprende. Siendo la muerte aquello que no es comprensible de forma absoluta, aquello de lo que ni el mito puede dar razón, la religión termina siendo un consuelo ante la pérdida de un ser querido, o, en principio tan solo de un miembro del grupo. El posterior desarrollo de las religiones, con su concreción en las religiones monoteístas, va a hacer que este consuelo ante la muerte tome la forma de una recompensa ante una vida justa o que se ha vivido como de debía de vivir. Así, se considera que aquél que muere va a un lugar mejor, a un lugar en el cual disfrutará de la contemplación de la divinidad o de un paraíso donde se le ofrecerán todos los placeres, pero en todo caso estará en un lugar mejor que el que ha abandonado. Esto consuela a sus deudos de la pérdida y les ofrece una esperanza ante su propia muerte o la del resto de los seres queridos. Por lo tanto, tenemos aquí la primera estructura o el primer patrón: la muerte supone un tránsito a un lugar mejor, y aquél que cree, cree fundamentalmente en este tránsito.
            El punto de vista ateo, por su lado, considera que la muerte es un fenómeno natural y, por ello inevitable. De la misma forma que cualquier organismo vivo nace, crece y muere, lo mismo ocurre con los seres humanos, No hay consuelo ante la muerte porque tampoco es necesario. Hay que conocer la naturaleza y su proceso, de tal manera que conocemos de antemano que vamos a morir. El duelo, dese este punto de vista, tendría tan poco sentido como desde el anterior. De la misma forma que no lamentamos un proceso natural no debemos lamentar la muerte, que no es más que un proceso natural. Hay otra consideración atea de la muerte, que no tiene tanto una base naturalista como la expuesta sino un fundamento filosófico. Desde esta perspectiva no habría que temer a la muerte, ni dolerse ante ella, pues la muerte en realidad no existe como tal. No existe la muerte mientras estamos vivos, pues es un acontecimiento de nuestro futuro, y el futuro no existe como tal, ni existe la muerte una vez muertos pues la muerte es la nada, el no ser, y el no ser se caracteriza por su no existencia. La muerte entonces sería nada y es absurdo temer o dolerse ante la nada.
            Sin embargo, en países de fuerte raigambre católica como España, aparece una postura ante la muerte que no tienen nada que ver con estas dos, y que curiosamente tienen una base religiosa. Es la consideración plañidera de la muerte-que ya estaba presente, por otro lado, en culturas mediterráneas como la griega-. Lo curioso de esta postura es que tiene también una base religiosa, pero en ella la religión no es un consuelo ante la muerte, sino más buen una excusa para lamentarse aún más. Los que se integran en esta postura no encuentran el consuelo de que el fallecido está a la derecha de Dios padre, aunque sean creyentes, y precisamente porque son creyentes tampoco son capaces de adoptar ante la muerte alguna de las posturas ateas. El por qué ocurre esto es difícil de entender al menos para quien no está en la cabeza de aquellos que lo sufren, aunque no sería descabellado pensar que tienen que ver con una concepción equivocada de la religión. Aquella concepción que ve en la religión no tanto un consuelo como un castigo y en el muerto no un alma pura que descansará en el paraíso de los justos sino un pecador que descenderá directamente al infierno.

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