Vimos
en el escrito anterior como el concepto de tiempo está relacionado con la idea
de posibilidad, desde el momento en que el futuro no existe como tal y queda
reducido, o más bien ampliado, a un abanico de posibilidades que, en su
desarrollo temporal, pueden llegar a ser infinitas. No se si ustedes habrán
oído hablar de la teoría del caos. Uno de los postulados fundamentales de dicha
teoría es el llamado efecto mariposa, según el cual, si una mariposa bate sus
alas en Singapur – o en cualquier otro lugar- puede provocar un huracán en
nueva York -o en cualquier otro lugar lo suficientemente alejado del primero-.
En realidad, en lo que estoy pensando, y lo que estoy intentando explicar, es
la relación que tiene el concepto de tiempo con la idea de libertad, por un
lado, pero, sobre todo, con la concepción que cada uno de nosotros tiene de la
realidad, de tal manera que no podemos entender la realidad fuera del concepto
de tiempo y fuera, consiguientemente, de la consideración de la libertad.
Si recuerdan ustedes, decíamos en
nuestro anterior escrito que el futuro no existe, que cada paso que damos -literalmente- o cada
segundo de nuestra vida es algo que no es hasta que el hecho de llevarlo a cabo
lo lleva a ser. No podemos parar el tiempo, sin embargo, de tal manera que
aunque decidiéramos quedarnos quietos como estatuas, se estaría formando un futuro
en la siguiente fracción del tiempo en el que estaríamos parados como estatuas.
Esto significa al menos dos cosas.
La primera es que, siendo el futuro
un abanico de posibilidades, no tenemos más remedio que elegir cuál de esas posibilidades
vamos a hacer efectiva. Estamos, como dijo Ortega y más tarde los
existencialistas franceses -que le copiaron las ideas- condenados a ser libres.
Y ello porque el tiempo no se detiene pero tampoco hay nada hecho en cada uno
de sus momentos, y por lo tanto hemos de decidir nosotros lo que vamos a hacer
en cada uno de esos momentos. En la siguiente fracción de segundo yo tengo una
serie de posibilidades, que pasan por pulsar la siguiente letra, o llamar por teléfono,
o quedarme pensando sobre todo esto. Puedo creer que cualquiera de las
decisiones que tome en el fondo no es más que la continuación necesaria de lo
que he estado haciendo hasta entonces, pero eso no es más que la ilusión de
continuidad que me permite vivir. En realidad no existe la continuidad porque
cada fragmento del tiempo es independiente del anterior y debe ser elegido en
cada momento.
La segunda de las consideraciones a
las que nos referíamos tiene que ver, no ya con la libertad, sino con la
realidad. Si no hay una realidad definida y continua en el tiempo, eso quiere
decir que somos nosotros los que vamos haciendo la realidad con cada acto que
elegimos hacer en cada uno de los momentos sucesivos del tiempo. El futuro no
existe, como ya ha quedado claro, y por lo tanto no hay una realidad que vaya
más allá de lo que en cada instante estoy haciendo. La realidad subsiguiente
-insisto, sea ésta presionar otra tecla o tirarme por la ventana- es algo que
yo mismo -que el propio sujeto- fabrica, en el sentido más literal del término
fabricar. De hecho, lo único que es real para mi en este momento es lo que
estoy haciendo, mientras que lo que esté haciendo el presidente de los Estados
Unidos con cada uno de los segundos posteriores a cada una de sus decisiones es
su propia realidad. Lo que llamamos objetividad, en el fondo, nos sería más que
ese abanico de posibilidades de elección que en el fondo no es real y que no se
convierte en real hasta que decidimos realizar una u otra de ellas. Der esta
manera, entre las muchas realidades posibles, estamos llevando a cabo una de
ellas. Ahora bien, si hay muchas realidades posibles, eso significa que hay
muchas maneras de hacerles reales. El que yo haga realidad una de esas
posibilidades no significa que no pudiera haber hecho real cualquiera otra, y
el hecho de una de ella se convierta en real para mi no significa que las otras
dejen de ser posibles. Surge así la idea -avalada por la Física y la Filosofía-
de que nuestra realidad es múltiple. Que cualquiera de nuestras elecciones
genera una realidad -un Universo- pero que el resto de los Universos son
igualmente reales pues, siendo posibles, pueden a su vez haber sido convertidos
en reales. Solo no es real lo que es imposible. Existirían, pues, múltiples
Universos en los que yo habré pulsado la siguiente tecla de teclado, me habré
tirado por la ventana, habré mandado un mensaje de correo electrónico o me
habré ido a dormir, que a su vez crean unas nuevas realidades que generan otros
abanicos de posibilidades -horizontes de sucesos en terminología cuántica- que
dan lugar a otros múltiples Universos. Piénsenlo.
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