Que la ideología impide el conocimiento adecuado de la realidad es algo que ya dijo Marx y yo he repetido varias veces en los últimos tiempos, y no podía ser de otro modo, puesto que la propia ideología se define como ese conocimiento falso. Cuando se habla hoy de ideología, y esta es la diferencia fundamental con la concepción de Marx, se hace referencia, no a ese falso conocimiento, sino a un conjunto de ideas. Ese conjunto de ideas, no solo deforma el conocimiento del mundo, sino que impide, incluso, el desarrollo lógico del pensamiento. En esta época en que tan de moda se ha puesto la reflexión, es importante, creo, hacernos cargo de esta cuestión.
Y es que, por definición, la ideología no es pensada o, lo que es lo mismo, si se piensa la ideología, deja de ser ideología. La ideología sitúa al individuo o la individua en la cómoda posición de no tener que plantearse sus opiniones acerca de la realidad que le rodea. La ideología, así, tiende al simplismo, se trata de tener en la cabeza una o dos ideas -la derecha es mala, todos los hombres son violadores- que no son puestas en cuestión, ni de hecho, pueden ser puestas en cuestión, ni por el propio sujeto, que, o bien no lo necesita, o bien tiene demasiado miedo como para hacerlo -porque hay que ser valiente, al menos intelectualmente, para poner en cuestión la propia ideología- ni por los demás, que, cuando lo hacen, se convierten en el enemigo. La ideología es un pensamiento único, no solo porque sea lo único que sus portadores pueden pensar, sino porque es, literalmente, solo un pensamiento, es decir, solo una idea. Y con esa única idea en la cabeza, solitaria y como huérfana de otras que la acompañen, el que está cargado de ideología va por el mundo enseñando a los demás lo que tienen que pensar. Por eso decía que la ideología es enemiga del pensamiento. El que piensa, el que genera ideas en su cabeza, al final acaba no teniendo ideología, porque el resto de las ideas acaban poniendo en cuestión a la única idea que constituye la ideología.
Pero es que además, la ideología permite al que la porta no tener la necesidad de adaptarse a la realidad, que al fin y al cabo es el objetivo último del pensamiento Y no tiene la necesidad de adaptarse a la realidad porque una de las características fundamentales de la ideología es la de crear una realidad a la medida de ella misma. No se trata de discutir aquí sobre si existe una realidad más allá de los pensamientos que tenemos sobre ella. Se trata de que la ideología manipula los hechos, que se dan de forma efectiva, hasta adaptarlos a la idea que se tiene, y si no hay manera de que los hechos se adapten a la idea ideológica, pues peor para los hechos. Es en este contexto donde cobran sentido los dos conceptos que tan en boga están últimamente, pero que ya he dicho en alguna ocasión que ya existían en la antigua Grecia: posverdad y relato. Si la verdad es la adecuación del pensamiento a la realidad, y la realidad no es más que una manipulación por parte de la idea, entonces ya no hay verdad ni mentira, hay posverdad. Lo que cuenta, ya no es el hecho, entonces, sino el relato que se hace del hecho: el cuento -incluso chino- que se cuenta sobre él. La realidad se convierte en un cuento que, en la ideología, se hace a su vez real. El único real
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