Ya he dicho alguna vez que la importancia del significado es que es él el que relaciona el lenguaje con la realidad. Precisamente por ello, una alteración del significado de un término, por no decir una corrupción del mismo, supone una alteración de la realidad, por no decir una corrupción de la misma. Vamos, que si usted quiere inventarse una realidad paralela, lo mejor que puede hacer es cambiar el significado de los términos que utiliza para referirse a ella, o directamente inventarse ese significado. Es la “neolengua” de 1984, obra que, por cierto, Orwell escribió como ataque al totalitarismo estalinista. No es de extrañar, entonces, que el gobierno español y sus voceros, cuya máximo empeño es inventarse una realidad paralela que se adapte a sus intereses, empiece por inventarse el significado de su lenguaje.
Voy a referirme a dos ejemplos concretos, uno de ellos relativo al propio gobierno y el otro a uno de sus periodistas afines. Una de la cosas que el gobierno español ha llamado al presidente de la Argentina (y descuiden, que no me voy a meter en un asunto que no es más que otra cortina de humo del señor Sánchez Pérez-Castejón) ha sido fascista. Yo no sé si el señor Presidente de la Argentina será un drogadicto porque no le conozco de nada, aunque sí que hay que reconocer que a veces hace algunas cosas bastante raras, pero de lo que no estoy seguro es de que no es ningún fascista. Ni él ni ninguno de los que actualmente se denominan, o se los denomina, ultraliberales. Uno de los caracteres esenciales del fascismo, tal y como se presenta en los años treinta del siglo pasado, que es la época en la que se puede propiamente hablar de fascismo, es la anulación del individuo en aras del Estado. El fascismo pone al estado por encima de los sujetos, concretos, de tal forma que éstos quedan supeditados a aquél. Solo son algo en tanto en cuanto forman parte del Estado y, por supuesto, son intercambiables, o eliminables, si eso redunda en interés del Estado. No ocurre nada porque desaparezcan los individuos, pues lo que se tiene que mantener es el Estado. Lo que pretende el señor Milei en Argentina -y de ahí viene la famosa motosierra- es todo lo contrario. Laminar lo más posible el Estado en beneficio del individuo. Esto podrá suponer que los más desfavorecidos socialmente se tengan que buscar ellos las judías y no acudir al Estado, lo cual puede ser criticable en todo caso. Pero, precisamente por eso, no tiene nada que ver con el fascismo. Es importante esta distinción, pues si se le llama fascista a lo que no lo es, el verdadero fascismo, cuando aparece, no es reconocido, y acaba siendo considerado como progresismo.
El otro ejemplo que quiero poner lo vi el otro día en un programa de televisión de una cadena amiga del gobierno. En él, un periodista del que desconozco el nombre, afirmó que el presidente de Argentina y otros como él, pertenecían a la extrema derecha que fue derrotada en la Segunda Guerra Mundial. Yo la verdad es que en este caso tengo mis dudas acerca de si esto es una alteración del significado de los términos o pura y simple ignorancia. Acabo de decir que el señor Milei es muchas cosas, pero no un fascista, que era la marca característica de la extrema derecha que fue derrotada en la Segunda Guerra Mundial. Pero es que además, la extrema derecha derrotada en la Segunda Guerra Mundial -perdonan que insista en lo de derrotada- mató a seis millones de judíos, y su intención era matarlos a todos. Y, bueno, hoy en día ya sabemos quién ha cogido el relevo a eso de exterminar judíos. Y no, no son los argentinos.
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