viernes, 31 de mayo de 2024

Deberías bajar el volumen

 Iba yo esta mañana en el metro escuchando música en unos auriculares, cuando me ha llegado a través de ellos el aviso de que había recibido una notificación en el teléfono móvil. Al comprobar dicha notificación he visto, no sin sorpresa, que se trataba del propio teléfono móvil que, por su cuenta y riesgo, me decía que debería bajar el volumen de la música. Me he quedado un tanto pasmado y estupefacto al principio, pero luego he pensado que si, al fin y al cabo, todo el mundo nos dice lo que debemos hacer, por qué no lo iba a hacer también un aparato electrónico, habida cuenta, además, de que son los aparatos electrónicos los que hoy en día marcan los ritmos vitales de los ciudadanos. Como esta frase me ha quedado bastante cursi, la voy a reescribir: son los aparatos electrónicos los que nos dicen lo que debamos o no hacer y lo que debemos o no saber.

Si escribo sobre esto es porque es bastante molesto que tu propio teléfono móvil, que debería estar para servirte a tí y no al contrario, te diga lo que debes de hacer y además te tutee. Claro que, analizándolo un poco, es fácil llegar a la conclusión de que los teléfonos móviles están fabricados y programados por humanos. Y son esos humanos -agrupados en grandes corporaciones- los que en realidad dicen lo que se debe hacer. El caso es que, lo mires por donde lo mires, estamos en una sociedad en la que todo el mundo, incluido el teléfono móvil, te dice lo que debes hacer. Pero lo grave no es esto, lo grave es que todo el mundo lo acepte como lo más normal del mundo. Vamos, yo estoy convencido que el noventa por ciento de los sujetos -o al menos el setenta y cinco que cree que el Sol gira  alrededor de la Tierra- a los que le llega el aviso de que bajen el volumen, efectivamente lo bajan. Y esto ya denota algo todavía más grave que lo que te diga el teléfono. Denota que estamos en una sociedad donde nadie piensa por sí mismo, pues eso y no otra cosa implica el que a uno le digan lo que debe de hacer y vaya y lo haga. Estamos en una sociedad donde te dicen la música que tienes que escuchar, lo que tienes que comer y lo que debes de leer. A mi, hace poco, me han dicho que por qué me pongo un pendiente en la oreja derecha y no en la izquierda. Pues mire usted porque es mi oreja y mi pendiente y me lo pongo donde me a dí la santa gana.

Como decía Kant los individuos, en pleno siglo XXI, continúan estando en una culpable minoría de edad intelectual. Más culpable, si cabe, en cuanto que ya han pasado tres siglos desde que empezó la Ilustración y estamos menos ilustrados que nunca. Y es que claro, resulta bastante cómodo no pensar por uno mismo, dejar que otros te digan lo que tienes que pensar. Porque a lo mejor, si piensas por tí mismo, te das cuenta de que lo que pensabas estaba equivocado, o no es lo que realmente pensabas, sino que te lo habían hecho pensar, o te tienes que enfrentar con un montón de gente que piensa que debes seguir pensando lo mismo. Cuando yo era pequeño, todo el mundo creía en Dios y en la religión católica, porque en plena dictadura franquista no tenías más remedio que hacerlo. Cuando crecí, dejé de creer en Dios, no porque nadie me lo dijera, sino porque yo mismo lo pensé. Y fue un proceso bastante complicado, puesto que, como dice Ortega, de pronto se me abrió un hueco en mi vida que había que llenar con algo, y la única manera de llenarlo era pensar. Por eso digo que es muy cómodo, no pensar y dejar que otros piensen por ti. 

Nos sorprendemos últimamente de la polarización de la sociedad. No es más que una consecuencia de lo anterior. Somos borregos que hacemos lo que nos mandan y pensamos lo que nos mandan. Y si nos mandan que pensemos que el de enfrente es el enemigo al que debemos odiar, pues lo hacemos sin plantearnos nada más, porque, como decía, el planteárselo puede resultar doloroso.


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