La existencia es la cualidad de lo
real, o, lo que viene a ser lo mismo, todo lo que es real existe, y todo lo que
existe es real. Aunque las dos afirmaciones anteriores parezcan lo mismo –y por
tanto, aparentemente, se esté enunciando una tautología- la verdad es que
existe un matiz que los diferencia. En la primera de ellas –“todo lo que es
real existe”- la fuerza de la expresión recae sobre la realidad. Todo aquello
que el sujeto considere real -ya sea el mundo material o las quimeras de su imaginación-
existe, al menos para le, de la misma forma que para Iván Karamazov el diablo que se le aparece en su locura es
real y, por lo tanto, existente. Esta primera aseveración sobre la existencia
tendría, por lo tanto, una amplitud prácticamente ilimitada, pues todo aquello
que la fantasía o, como en el caso anterior, la mente enferma del sujeto
pudiera concebir como real sería, por lo mismo, existente.
La
segunda de las aseveraciones –todo lo que existe es real- pone, al contrario que
la primera, el énfasis en la existencia y hace depender a la realidad de ésta.
Es una consideración de la existencia mucho más restringida que la primera y,
por ello, más problemática. Según esta afirmación la existencia sería independiente
del sujeto que la concibe. Por mucho que un sujeto piense que un diablo es
real, este no será existente, pues, como hemos dicho es lo existente lo que
determina lo real y no al contrario. Para ser real ese diablo debería de
existir independientemente de la mente que lo piensa como real. Pero, por eso
mismo, como decimos, es más problemático, pues habría que determinar cuál es la
forma de existencia de los objetos más allá de los sujetos que los conoce. En
Kant, pro ejemplo, las categorías no son modos de ser, aunque conforman el marco
de existencia de los objetos del mundo, porque pertenecen al entendimiento del
sujeto y son, por lo tanto, modos de pensamiento, determinaciones de la
existencia que el sujeto pone en el fenómeno. Habría que remostarse a
Aristóteles para encontrar unas categorías que puedan ser consideradas como
modos de existencia, independientemente del sujeto. Pero, como observa el
propio Kant, Aristóteles no utiliza un método racional para determinar sus
categorías. Las elige, por decirlo de alguna manera, al azar, después de realizar
una observación empírica de los fenómenos. De esta forma es posible pensar que
son los intereses del sujeto Aristóteles –o su capacidad de observación- los
que marcan la elección de las categorías. Y que aunque éstas sean categorías de
la naturaleza es el sujeto el que las determina como tales, el que decide que
la posición es una categoría y no lo es, por ejemplo, la unidad.
Parece
difícil escapar, pues, a la idea de que es el sujeto el que determina el modo
de existencia de los objetos. Y es que, aunque éstos existan de una
determinada manera, que el sujeto que los conoce no pueda aprehender –el “en
si”- precisamente porque existen de esa determinada manera para el sujeto no
existe –porque no puede aprehenderla- y solo lo hacen en los modos de
existencia que el sujeto si aprehende y, por lo tanto, pone en ellos –el
“para-mi”- Puede que una ballena tenga su propio modo de existencia, y que en
ese modo de existencia no sea una ballena. Para mi, para el sujeto, existe como
una ballena, como una existencia determinada, entonces, por el sujeto. En este
sentido sería el sujeto el que pondría la existencia en los objetos, existencia
no contenida en una esencia que, en principio, sería desconocida para nosotros,
que sólo conocemos la esencia que nosotros fabricamos de ellos. “Las cosas
mismas” no existirían –o al menos no existirían para el sujeto- que se vería obligado
a fabricar sus propias cosas.
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