El sujeto, o más bien la concepción
del individuo humano como sujeto, aparece con la toma de conciencia de éste
como no formando parte de la realidad, de que esa realidad –ya sea como
naturaleza, como Polis o como creación de Dios- en la que se encontraba cómodo
y que le acogía –como una madre: la Madre Naturaleza-, la que consideraba como
su hogar, se vuelve hostil: es algo que se enfrenta al individuo y contra lo
que debe defenderse. Significa la toma de conciencia de la soledad frente a lo
otro y a los otros, frente a lo que absolutamente no es él ni puede serlo. Como
cualquier concepción intelectual la figura del sujeto no aparece de repente,
sino que es el resultado de un proceso cuyo inicio se puede situar entre los
siglos XIII y XIV, fundamentalmente con el desarrollo del comercio en Europa y
el pensamiento de Guillermo de Ockam que separa de forma determinante la fe,
como la única manera de alcanzar un Dios creador y trascendente, y la razón como
el atributo humano que permite el conocimiento científico de esa creación, y
que culmina en los siglos XVII y XVIII con la filosofía cartesiana y, también,
con la situación política de enfrentamientos religiosos en Europa que había
tenido su origen, igualmente, en el pensamiento ockamista. La filosofía moderna
significa, así, la culminación del proceso que comienza en el siglo VIII a.c. y
que supone la sustitución del mito como unión de individuo y Naturaleza por el
pensamiento racional..
La
aparición de la idea de sujeto va a suponer una serie de cambios en la forma
tradicional de considerar el mundo, que suponen a su vez la ruptura entre una
concepción medieval y una concepción moderna del mismo. El primer lugar, el
sujeto significa la negación de Dios, o al menos la negación del Dios
trascendente del pensamiento medieval. El sujeto es capaz de construir la
realidad a través de su razón, lo que le convierte en creador. Si el sujeto es
lo opuesto a la realidad, y sobre todo si es la conciencia de esa oposición,
Dios, de existir, lo haría sólo como un contenido de la conciencia del sujeto,
como una creación suya, como algo inmanente al propio sujeto y a la Naturaleza
y, por tanto, no ya como el Dios de la Biblia. Así, Descartes habla de Dios
como un Deus ex machina, Spinoza como
una sustancia idéntica a la naturaleza (Deus
sive Natura) y Kant como un noúmeno incognoscible cuya función se reduce a
premiar una vida moral que depende exclusivamente de la voluntad del sujeto. En
suma como vieron Pascal, Bayle y otros contemporáneos de los racionalistas del
siglo XVII, ateísmo.
Por
otro lado, el sujeto supone la ruptura de la tradicional concepción política
que postulaba un instinto social connatural al ser humano –el zoón politikon aristotélico-. El sujeto
es un individuo aislado, que si bien tiene necesidad de unirse a otros para
sobrevivir –o vivir mejor- esa unión no es producto de su propia esencia, sino
de su decisión. La sociedad, así, es un conjunto de individuos libres que
deciden asociarse. Aparece la idea del individualismo como base de la sociedad,
pero también la idea de la libertad como motor de la misma. De esta forma,
cualquier concepción política o social que niegue la individualidad del sujeto
y afirme en éste un instinto social, que subsuma al individuo en una sociedad
en la que, supuestamente, éste ha de desarrollarse como ser humano, que afirme,
en suma, la superioridad de la sociedad sobre el individuo, lo que hace es
negar la libertad de éste.
Toda
la filosofía posterior a Descartes ha sido un intento de dar respuesta a este
desgarramiento entre sujeto y realidad. Aquellas filosofías que han intentado
superar el distanciamiento dando la preponderancia al sujeto, integrando la
realidad en él, han puesto como elemento central la libertad. Aquéllas, en
cambio, que han dado preponderancia a la realidad, y que han tendido a superar
la escisión integrando al sujeto en la realidad –o la sociedad, pues la
realidad humana siempre es social- , han resultado negadoras de la libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario