El término “pensamiento” es otro
concepto polisémico tanto en el lenguaje filosófico como en el cotidiano. La
definición más intuitiva –y la primera que se viene a la cabeza- de lo que pueda
ser el pensamiento es formarse ideas en la mente. Esta función, sin embargo, y habida
cuenta de que una idea no es más que una imagen o una representación de la
realidad externa al sujeto, es llevada a cabo por la imaginación. Hay que tener
cuidado, entonces, en no confundir imaginación con fantasía. La imaginación es
una facultad de la Razón que no cobra importancia en el ámbito cognoscitivo
hasta la época moderna. En efecto, mientras se consideró que el ser humano era
capaz de conocer la realidad tal y como es, la imaginación, que formaba
imágenes o copias distorsionadas de esa realidad, no podía ofrecer un
conocimiento verdadero. Era –como decía un muy querido profesor mío- “la loca
de la casa”. Es en el pensamiento de Hume y posterior y fundamentalmente en el
de Kant, donde la imaginación cobra plena potencia gnoseológica como encargada,
o bien de asociar las ideas en el primero o bien de organizar los esquemas de
las categorías en el segundo, es decir, de formar las imágenes o
representaciones que constituyen la única realidad que puede se conocida por el
sujeto.
El
pensamiento, en fin, no debe ser confundido con la imaginación. No es el
encargado de formar ideas o imágenes. Fue precisamente Kant el que dio, a
nuestro entender, una definición más precisa de pensamiento al caracterizarlo
como la utilización por parte de Razón de las categorías del entendimiento. En
este sentido el pensamiento es una facultad plenamente humana –puesto que el
ser humano es el único animal dotado de razón- y cualquiera, por el hecho de
ser humano, utiliza el pensamiento. Es decir, el pensamiento es una facultad
que pertenece a la naturaleza humana con lo cual, y en principio, no es posible
afirmar que unas humanos piensen más que otros o que haya individuos humanos
que no piensen.
Cuando
utilizamos expresiones como las citadas más arriba –individuos que no piensan,
o que piensan menos o más que otros- estamos haciendo referencia a un tercer
significado que puede adoptar el término “pensamiento” y que estaría
relacionado con el pensamiento lógico o racional. Así, pensar sería argumentar
racionalmente o utilizar d forma correcta la leyes de la lógica. Es evidente
que en este sentido si que es posible hablar de sujetos que no piensan, o que
no saben pensar, o que no quieren pensar, posiblemente por pereza, pues, en
cuanto formación de argumentos y aplicación de las leyes de la lógica, el
pensamiento es algo que requiere esfuerzo: no en vano decía Aristóteles que “la
vida feliz se considera que es la vida conforme a la virtud, y esta vida tiene
lugar en el esfuerzo, no en la diversión”. Es también en este sentido en el que
el pensamiento se puede aprender. Se puede aprender a pensar, como se puede
aprender a sumar: al fin y al cabo ambas son operaciones de la mente que se fundamentan
en leyes emanadas de la Razón, en leyes racionales. Y es en este sentido,
también, en el que se puede decir que nos iría mejor si todos pensáramos por
nosotros mismos en lugar de repetir las
opiniones –ya que no las argumentaciones- de aquellos que están interesadas en
que no se piense, porque el pensamiento puede poner al descubierto sus
vergüenzas.
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