La racionalidad tiende generalmente
a confundirse con el acto de pensar. Así, de la misma manera que todo el mundo piensa,
todos los individuos son racionales. Es más, la racionalidad es la nota
definitoria del ser humano –somos animales racionales- hasta tal punto que
Tomás de Aquino llegó a considerar como analítico el enunciado “el hombre es un
ser racional”. Sin embargo, aunque sea verdad que todos los individuos piensan,
no es menos verdad que no todos lo hacen racionalmente. Más que al hecho mismo
de pensar la racionalidad hace referencia al proceso de toma de decisiones,
proceso que si bien implica necesariamente el pensamiento –pues no se pueden
tomar decisiones son reflexionar sobre lo que resulte más conveniente, o más
adecuado o más correcto-, no siempre es un proceso racional. Es decir, podemos
tomar decisiones irracionales, lo cual va más allá del hecho de equivocarse.
Uno puede equivocarse al hacer una elección racional, a la que ha llegado por
medio de un proceso de decisión racional. El error, por tanto, es racional. Por
ello las decisiones irracionales no son ni acertadas ni erróneas: son
simplemente irracionales.
En
este sentido es posible hablar de un criterio amplio y un criterio estricto de
racionalidad. Según el criterio amplio serían racionales aquellas decisiones de
acción que coincidieran o fueran consecuentes con los deseos y las creencias
del individuo. Lógicamente, este criterio supone que los deseos y las
creencias son a su vez racionales y consistentes
–no contradictorios-. Según este criterio nos encontraríamos, entonces, ante
dos posibles formas de irracionalidad: aquella con la cual la elección no se
correspondiera con los deseos y las creencias racionales del individuo, y
aquella en la cual la acción coincidiera con los deseos y creencias
irracionales del sujeto. Supongamos que una persona quiere curarse un cáncer,
lo cual es un deseo racional. Él tiene la creencia racional que la única
curación posible de su enfermedad está en la medicina y, aún así, acude a un
curandero. Su acción es irracional puesto que, aunque sus creencias son
racionales, su acción no ha sido consistente con éstas. Ahora bien, supongamos
que el sujeto en cuestión cree que el curandero puede sanarle y, en consecuencia,
acude a él. Se podría pensar que esta acción es racional, pues es consistente
con las creencias del sujeto. Estas creencias, sin embargo, son irracionales,
por lo que la acción deviene irracional. La gran mayoría de las acciones
irracionales que los sujetos llevan a cabo son de este segundo tipo. Son
consistentes con las creencias, por lo que aparentemente son racionales, pero
son consistentes con creencias irracionales –que es lo que generalmente nadie
se para a pensar- por lo que resultan igualmente acciones irracionales.
Este
criterio de racionalidad que suele sustentarse en el equilibrio
coste-beneficio, puede calificarse de instrumental. Aun así, es el que los
individuos usan en la gran mayoría de los casos en los que tienen que tomar una
decisión en su vida cotidiana, Existe, sin embargo, un segundo criterio mucho
más estricto de racionalidad, según el cual sólo sería racionales aquellas
acciones que fueran universalizables, es decir, aquellas acciones que sería
deseable que todos los individuos realizaran –lo que Rawls llama
“razonabilidad” para distinguirlo de la mera racionalidad- Este criterio, como
se puede comprender, no es un criterio instrumental, sino moral. No busca el
beneficio del individuo sino el de la especie –y por tanto (algo que se suele
olvidar) también el del individuo en tanto forma parte de la especie. Así,
matar al alguien, aunque pueda parecer racional porque coincida con las
creencias del sujeto y suponga un beneficio para él, no es moral, porque no es
una acción universalizable: hay al menos un caso –el que afecta al sujeto que
realiza la acción- en el que matar a alguien no es deseable o, lo que es lo
mismo, nadie quiere que le maten. Pero, de a misma forma, tampoco el sacrificio
por los demás es universalizable –y por lo tanto moral- pues si todos se
sacrificaran por los demás no quedaría especie que se beneficiara del
sacrificio o, lo que viene a ser lo mismo, la acción de Cristo –en el caso de
que hubiera sido libre- no hubiera sido moral, ni racional, puesto que no es
universalizable. Algo que, por cierto, comprendió muy bien Lutero.
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