Si
recuerdan ustedes, en el primero de estos escritos dedicados reflexionar acerca
de la virtud hacíamos referencia al debate que al respecto tuvieron Sócrates y
los llamados sofistas y dejábamos este asunto en el aire. Pues bien, es este el momento de retomarlo al
hilo de donde nos quedábamos en el artículo anterior. La virtud hacía
referencia a la definición, pero la definición se nos presentaba como
problemática. Problemática en el sentido de la identidad de los individuos. El
problema estaba en determinar si todos los individuos de una especie eran
iguales porque compartían la misma definición o, por el contrario, eran
distintos, con lo cual sus definiciones también serían distintas. En el primer caso
podríamos hablar de una virtud única para todos los individuos y, en última instancia,
absoluta. Y en el segundo de una virtud que solo correspondería a cada uno de
los individuos particulares. Que sería, por lo tanto, relativa. Volviendo a
Sócrates y a los sofistas, Sócrates mantenía la primera idea y los sofistas la
segunda. Si la virtud forma parte de la naturaleza de todos los individuos de
una especie entonces no es enseñable, precisamente porque es algo que los
configura esencialmente. Si no forma parte de esa naturaleza entonces cada cual
puede elegir la suya y, por lo tanto, la virtud puede -y debe- ser enseñada.
El caso es que hablando de la virtud
nos hemos tropezado con otro problema capital: el problema de las esencias o,
lo que es lo mismo, el problema de si existen o no una o varias ideas universales
o notas definitorias que hagan que los individuos sean lo que son. Suponer que
las esencias existen sería afirmar que, en el fondo y a pesar de sus
diferencias, que solo serían aparentes, todos los individuos de una especie son
iguales. Afirmar que no hay esencias sería afirmar que todos los individuos son
diferentes, por muy parecidos que parezcan Si existe la esencia del martillo
todos los martillos son iguales, en tanto en cuanto comparten la esencia de
martillo. Si no existe dicha esencia todos los martillos serían distintos,
aunque parecieran iguales.
¿Podemos pues afirmar la existencia
de la esencias? Desde luego, las esencias no son comprobables empíricamente, no
podemos ver a las esencias por ahí de paseo como podemos ver a las personas o a
los perros, ni podemos clavar un clavo con la esencia del martillo mientras que
sí lo podemos clavar con un martillo particular. Sin embargo, por otro lado, si
parece que todos tenemos una serie de ideas generales que nos sirven para
agrupar objetos. Es decir, si alguien me pide que describa un martillo en
general, no este ni aquel, puedo dar esa definición porque tengo esa idea en mi
mente. Dejando aparte el hecho de que podría ocurrir que cuando describo un
martillo en general en realidad lo que puedo estar haciendo es describir un
martillo particular al que hago pasar
por general, parece, de todas formas, que todos podemos dar definiciones
generales, y que esas definiciones derivan de la idea general que tenemos de
esos objetos. ¿De dónde proviene entonces esa idea? Evidentemente, como ya
hemos dicho, no de haberla visto con los ojos, por lo tanto esas ideas se las
tiene que formar la mente misma. ¿Alguien que nunca hubiera visto un martillo
podría formarse la idea de martillo, de tal forma que la primera vez que viese
un martillo lo reconociese como tal? Parece difícil de creer, De hecho, nuestra
propia experiencia nos dice que no es así. Si nunca hemos tenido conocimiento
de algo no tenemos idea de ese algo. De esta manera, parece que la idea de
esencia no viene de los individuos particulares, que solo existen éstos y que,
por lo tanto, la virtud es relativa a estos individuos particulares. Veremos a
dónde nos lleva esta idea.
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