Estar
orgulloso de las raíces, del origen, de donde venimos. Parece que es lo menos
que se puede pedir a un ser humano. Estar orgulloso de donde se procede y llevarlo
a gala, demostrarlo a cada momento, incluso en los gestos más nimios o en la
forma de vestir. Es más, demostrarlo en nuestra forma de ser. Porque lo que
somos es de donde venimos, eso es al menos lo que consideran aquellos que se
enorgullecen de sus orígenes, aquellos que no olvidan de donde vienen y lo van
pregonando a los cuatro vientos. Exponemos a la luz pública de donde venimos
pero, curiosamente, no exponemos lo que somos, o al menos no tanto. Ese orgullo
que profesamos por los orígenes no lo profesamos tanto por lo que hemos llegado
a ser. A poca gente se le escucha presumir de lo que es, por vergüenza o
humildad -se dice que el que lo hace no tiene abuela. Y el caso es que es de lo
único que deberíamos presumir o, al menos, de lo único que deberíamos estar orgullosos.
Y es que lo que somos es lo que
hemos elegido ser. Lo que somos es lo que hemos construido en nuestra vida, lo
que henos hecho con nuestra vida, teniendo como fundamento, claro está, de donde
venimos, pero superándolo. El que presume de donde viene pero no de lo que es
se queda al principio del camino, no lo anda.
La vida consiste justamente en superar los orígenes. La vida es un
quehacer, como decía Ortega. Y un trabajo. Quedarnos en el origen, en lo heredado,
en aquello que hemos recibido y no ir más allá, no construir nada sobre eso
heredado es lo fácil y lo cómodo, pero también lo inauténtico y lo cobarde.
Porque no se elige el origen, no se eligen las raíces, no se elige la herencia
y por lo mismo no se elige la familia, la nación y la cultura, pero si se elige
qué hacer con ellas. ¿Qué sentido tiene estar orgulloso de un apellido, de una
raza, de un país si es algo que nos ha venido dado, si no lo hemos elegido -ni
siquiera nos lo hemos ganado- si es un puro azar? De lo que deberíamos estar orgullosos
es de lo que hemos hecho con esa herencia, de lo que hemos hecho con nuestra
vida, de lo que hemos decidido ser.
Lo que somos, por mucho que a veces nos
cueste creerlo -porque lo fácil es no creerlo- nos lo hacemos nosotros mismos.
Y si, en general, la gente no está orgullosa de lo que es y tiene que acudir a
unas raíces que ya no son nada, es porque lo que ha hecho con su vida es nada.
Porque no han sabido elegir, no han sabido andar un camino. Entonces empiezan
las excusas, la dejación de responsabilidades, el echar balones fuera: la culpa
nunca es de uno, sino de los demás y de lo demás. Incluso de esas raíces de las
que estamos tan orgullosos. Y cuando no llega a nada en la vida, cuando lo que
es no es lo que hubiera querido ser, en vez de culparse a él mismo, culpa a su
nacimiento, a su país o a su familia.
Lo que somos es lo que decidimos ser
y es de eso de lo que deberíamos sentirnos orgullosos. Sin embargo lo que prima
es lo originario. Lo originario incluso como sinónimo de lo natural. Así, no
solo se está orgulloso de las raíces sino que incluso se predica una vuelta a
ellas: lo originario es lo bueno y hay que retornar a lo originario-natural
para ser auténtico. Originario, así, es lo contrario de original. Porque
original es lo que no es una copia, lo que es nuevo y siempre es nuevo, lo que
es producto del quehacer, del qué hacer con nuestra vida en cada caso. Si nos
quedamos en lo originario olvidamos lo original. Repetimos clichés ya gastados
una y otra vez y hacemos de ellos nuestra vida en lugar de emprender la labor
de convertirla en una obra exclusivamente nuestra. En una obra original.
No hay comentarios:
Publicar un comentario