Nos
encontramos, al empezar esta reflexión, con que no hay dos martillos iguales y,
por lo tanto, no podemos decir que exista una única virtud para todos los
martillos o para todos los caballos. Sin embargo, cuando empezamos a preguntarnos
acerca de la virtud lo hacíamos desde el punto de partida de que todo el mundo
quiere llevar una vida buena, de tal forma que no parece que los martillos o
los caballos sean el objetivo último de nuestra investigación, sino que más
bien lo son los seres humanos, que, en realidad, son los únicos que pueden
llevar una vida buena.
De la misma forma que nos pasó con
el martillo, nos toca ahora preguntarnos qué es el ser humano, para poder discurrir
cuál es su virtud propia que le permitirá llevar una vida buena. Decir que
todos los martillos son distintos, que no existe una esencia universal de
martillo y que a lo más que podemos llegar es a una definición más o menos
general basada en la observación empírica es aceptable -más o menos- para los
martillos, pero es difícil de encajar en la concepción que tenemos de los seres
humanos. A pesar de las diferencias observables, el caso es que los seres
humanos tendemos a identificarnos unos con otros, a tener sentimientos y
afectos hacia los demás miembros de nuestra especie fundados en esa similitud o
conciencia de similitud -a no ser que uno sea un sociópata o un misántropo- y,
en general tendemos a considerar que todos formamos de un todo al que llamamos humanidad.
Podría parecer, por tanto, que no
existen las esencias de los objetos no humanos, o incluso de los animales, pero
siíexiste la esencia de los seres humanos, pues eso y no otra cosa es la
humanidad. Así, todos los seres humanos tendríamos algo en común, algo que nos haría
seres humanos por encima o más allá de nuestras diferencias especificas. De
esta manera, si existe algo que nos hace ser seres humanos, determinando en qué
consiste ese algo podríamos encontrar cuál es nuestra virtud propia. Sin
embargo, todos los filósofos y pensadores que han tratado de este tema han
llegado a conclusiones muy distintas acerca de lo que es el ser humano y, por
consiguiente, han dado definiciones muy distintas de lo que es la virtud:
conocimiento del bien, término medio, amor al prójimo, cumplimiento del deber,
sentimientos hacia el otro, utilidad, etc.
Parece, pues, que no está tan claro
que haya algo que nos haga a todos seres humanos, que no existe una esencia del
ser humano de la misma manera que no existe la esencia del martillo. Es más, la
idea de la humanidad, en el fondo, es una idea cristiana. Una idea cristiana derivada
de la idea de que todos hemos sido creados por Dios a su imagen y semejanza,
que es lo mismo que decir que todos compartimos una parte de la esencia divina
(el alma). Dios nos ha dado la existencia y la ha puesto en nuestra esencia,
pero como Dios es la misma existencia, esa es la parte de divinidad que todos
tenemos. Así, la virtud es una y la misma para todos. Aquello que hace que
seamos buenos es lo que conviene a nuestra esencia humana y, en última
instancia, lo que nos acerca a Dios.
No hay, entonces, una esencia humana.
Somos todos distintos, somos cada uno de nosotros un sujeto particular que nada
tiene que ver con el que tiene al lado. Si tenemos algo en común todos los
seres humanos es precisamente eso, que somos individuos con una vida que
tenemos que hacernos, que tenemos capacidad de decisión para elegir lo que
queremos ser y que no somos más, ni menos, que aquello que hemos decidido ser.
¿Qué sería la virtud, entonces? Lo que nos hace mejores, lo que nos acerca a
aquello que queremos ser, lo que hace que nuestra vida -nuestra vida buena- se
complete y sea lo que queremos que sea.
La virtud no es ser bueno, la virtud
es ser nosotros mismos. Por eso Sócrates tenía razón -aunque él no supiera por
qué- cuando decía que la virtud no se enseña, de la misma forma que tenía razón
cuando decía que debemos conocernos a nosotros mismos. Porque ese conocernos a
nosotros mismos, conocer lo que somos y lo que queremos, es el único camino
hacia la virtud.
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