jueves, 27 de mayo de 2010

El final de la política

La significación última de lo que está actualmente ocurriendo en Europa y en el mundo globalizado, no ya sólo en España o en Grecia, es mucho más profunda y más grave de lo que pueden dar a entender unas cuantas medidas de ajuste económico. De lo que se trata, y eso es lo que está en juego en estos momentos, es de la destrucción de la política y su sustitución, no ya por la economía, sino por los intereses particulares de las corporaciones que rigen el mercado.
 Lo que se ha venido abajo, y no por una evolución más o menos natural de la sociedad, sino de forma consciente y premeditada, es la vieja concepción, que aparece en la Grecia clásica, de la política como instrumento de organización social dentro de la Polis –de ahí que los seres humanos sean, ante todo, animales sociales o políticos-, el instrumento para establecer las reglas que rigen las relaciones entre los ciudadanos. La Política, así, es una forma de la moral que tiene como objetivo la Justicia y que se constituye, por lo tanto y con el pasar de los años, en la única defensa del débil frente al fuerte. La política, en fin, como el marco en el cual se establecen las leyes que tienen como objetivo mantener ese equilibrio social que, desde siempre, se ha llamado precisamente Justicia.
 A lo que estamos asistiendo es a la sustitución de la política y los políticos como reglamentadores sociales por los mercados. Marx ya vio que la actividad política, como parte de la superestructura, estaba determinada por la infraestructura económica. De esta forma la economía, y por consiguiente la política, constituye la base del ordenamiento civil. La actividad económica, sin embargo, hasta ahora había estado dirigida –y por lo tanto organizada- por lo Adam Smith llamó “la mano invisible”del mercado. Ahora esa mano invisible es más invisible que nunca: tanto, que ya ni existe. Se da así la paradoja de que la base social, la encargada de poner las reglas, en sí misma no tiene reglas. Es en este contexto en el que cobra de nuevo –o debería cobrar- fuerza la política. Y es en este contexto, cuando la política es más necesaria que nunca, cuando descubrimos que no existe, que está secuestrada por los mercados. Cuando vemos que los políticos, no ya europeos sino mundiales, actúan al dictado de los comerciantes, y han dejado por tanto de ser políticos para convertirse en sirvientes tanto de las compañías supranacionales como de los organismos financieros –FMI, OCDE etc.,-. Esta es la Europa que está amenazada: no una Europa política, y por lo tanto civil y ciudadana, sino una Europa que no es más que una gran empresa. Así, los ciudadanos europeos, que ya no cuentan para nada porque para nada cuenta ya la política, no son más que las víctimas propiciatorias de un mercado global sin reglas y sin nadie que sea capaz de imponérselas.
 La solución a esta situación, por lo tanto, no pasa por recortes sociales ni rebajas de salarios, pero tampoco por subidas de impuestos o reformas sociales. La solución no puede ser económica, sino precisamente política. Se trata de que los políticos –y la Política- recuperen de nuevo su antiguo papel, de que dejen de ser directivos de una empresa y se pongan al servicio de la Polis, de que impongan reglas a los mercados. Reglas que, lógicamente, han de ser políticas, encaminadas a salvaguardar las relaciones de los ciudadanos, supeditadas a la sociedad civil, y no económicas. Se trata de revolucionar la base del sistema desde la política y subordinar a ésta la economía, y no al contrario. De lo que se trata, en suma, es de hacer política, o en los Parlamentos o a pedradas.

jueves, 20 de mayo de 2010

Medios, mentiras y planes de ajuste

Ningún gobierno toma unas medidas de ajuste económico como las que ha tomado el Gobierno español – regresivas, antisociales y dictadas por los especuladores del mercado- sin contar con el apoyo incondicional de al menos una parte de los medios de comunicación, que se encarguen de mantener a la población engañada, desinformada o simplemente anestesiada -bien intentando justificar lo injustificable, bien negando la evidencia o bien directamente ocultando la información (véanse como muestra las portadas de El País de los días 13 y 14 de mayo)-. Así que no está de más recordar ciertas cosas que, pese a todo, deberían ser obvias para cualquiera que tuviera ojos.
 Es falso que las medidas de ajuste tomadas por el Gobierno español sean valientes. Valiente es quien se enfrenta a los poderosos. El que se enfrenta a los débiles o a los que no pueden defenderse es un cobarde, y si además lo hace apoyado y arropado por esos mismos poderosos, además de cobarde es un miserable.
 Es falso que sean necesarias. Es necesario –quizás- reducir el déficit público. Pero existen dos formas de hacerlo: o bien aumentando los ingresos o bien reduciendo los gastos. Por la vía del aumento de ingresos el déficit se puede reducir eliminando las SICAV de las grandes fortunas, que tributan al Estado el 1% mientras que las rentas del trabajo lo hacen el 43%; aumentando la fiscalidad sobre los beneficios de las empresas, beneficios que han aumentado en un 25% en los primeros cuatro meses del año o recuperando el Impuesto sobre el Patrimonio. Por su parte, por la vía de la reducción del gasto es posible reducir el déficit eliminando ministerios que no sirven para nada, como el de Igualdad o el de Cultura; reduciendo el número de asesores y altos cargos; dejando de dar subvenciones para las cosas más peregrinas, como películas que ya de antemano se sabe que nadie va a ir a ver –está bien pagar los favores, pero no tanto- o suprimiendo de una vez las ayudas a la Iglesia Católica, que no tienen sentido en un Estado aconfesional y laico. Pero sobre todo se pueden hacer dos cosas para reducir el gasto. En primer lugar una profunda reforma del la estructura de un Estado que tiene 18 Administraciones distintas, con 18 gobiernos distintos y sus correspondientes asesores y altos cargos, todos ellos mantenidos a costa de las arcas públicas, y en segundo lugar colocando ministros competentes. Esas si serían medidas valientes. De todas formas la pregunta de fondo es por qué es necesario reducir el déficit, ¿porque lo necesita el país o porque lo exigen el FMI y los mercados que mantienen secuestrados a Europa y a sus políticos?.
 Es falso que las medidas tomadas sean progresivas. Si los ministros se rebajan el sueldo un 15% y la media del descuento salarial es del 5%, para que fueran realmente progresivas un ministro debería ganar un 10% que la media de los funcionarios (de todos los ciudadanos, en realidad, como se verá a continuación). Y aquí ya sobran los comentarios.
 Es falso que sólo afecten a los funcionarios. Rebajando el salario a sus trabajadores el Gobierno ha dado carta blanca para que las empresas privadas hagan lo propio. No se puede argumentar contra una rebaja general de los salarios si el Estado es el primero que lo hace. Pero es que además esta medida, aunque sea la más espectacular, no es la de mayor calado. La rebaja de seis mil millones en inversión pública va a suponer, para que todo el mundo lo entienda, menos y peores carreteras, menos y peores hospitales, menos y peores escuelas, etc., etc.
 Es falso que nada de esto vaya a reactivar la economía. Menos inversión pública significa menos proyectos, menos trabajo y más paro. Las industrias farmacéuticas ya han anunciado que el recorte del gasto en medicamentos va a suponer la pérdida de veinte mil puestos de trabajo. Y una rebaja de los salarios supone menos consumo, más dificultad para obtener hipotecas, un parón en la economía y por lo tanto más paro. Esto es lo que hay, independientemente de lo que digan los periódicos, los tertulianos, los analistas de toda laya y los voceros del Gobierno. No es de extrañar que el señor Blanco vaya a explicar el plan de ajuste en La Noria: es el único sitio dónde se puede hacer.
Y por supuesto es falso que el Gobierno le vaya a subir los impuestos a “los ricos”.


jueves, 13 de mayo de 2010

Grecia

Dicen que se puede engañar a todas las personas durante algún tiempo o a algunas personas durante todo el tiempo pero que no se puede engañar a todas las personas durante todo el tiempo. Mientras la clase política sigue mirando a Italia como el modelo a seguir -y los medios de comunicación continúan, como siempre, mirándose el ombligo- quizás la clase trabajadora debería volver la vista hacia Grecia como único contramodelo posible. Parece que, como antaño, los griegos han conseguido descubrir la verdad oculta tras los velos de Maya de una crisis financiera de los ricos y para los ricos y han decidido no dejarse engañar más. La violencia de la respuesta de la clase trabajadora griega no es más que un pálido reflejo de la violencia que se está ejerciendo, no ya sólo sobre ellos, sino sobre los ciudadanos de todo el mundo por parte de los mercados financieros, corregida y aumentada por los dirigentes políticos de todo signo (no se olvide que en Grecia es la socialdemocracia la que impone los recortes salvajes de los derechos sociales). Cuando ya no hablamos de una crisis industrial, ni siquiera de una crisis financiera, sino de una crisis de deuda provocada por las políticas económicas dictadas por el FMI (por cierto, que su presidente también es socialdemócrata) y exacerbada (y facilitada) por la avaricia personal de unos cuantos especuladores bursátiles, la respuesta griega, aun violenta, es la única posible.
 Porque en el fondo de lo que se trata aquí –y es lo que hay que decir, aunque sea a pedradas- es de un robo puro y simple, ya ni siquiera explotación capitalista. Se trata directamente de quitar dinero a los trabajadores –de sus sueldos, de sus seguros sociales, de sus jubilaciones, de donde sea- para dárselo a los brokers, a los banqueros y a los empresarios, sin molestarse ya en disimularlo. Es mentira que los recortes en salarios y en prestaciones sociales sean la única salida a la crisis de la deuda griega –y la española (1), la portuguesa y la italiana dentro de poco- . Y es mentira porque los trabajadores no han provocado el problema y no tiene por qué pagarlo. La solución es tan fácil como recortar los beneficios astronómicos de las empresas, dejar de pagar intereses que rozan la usura y que sólo van a engrosar los bolsillos de los especuladores y, por qué no, meter a unos cuantos ejecutivos en la cárcel. Esto, al fin y al cabo, ya se ha hecho, y no en Cuba o en Venezuela, sino en los Estados Unidos, la cuna del capitalismo. Pero es que a lo mejor los americanos son más listos y se han dado cuenta de que, o se hace así, o el sistema revienta por abajo: no se puede engañar a todo el mundo durante todo el tiempo…
 En Grecia se han dado cuenta ya de que el emperador está desnudo. Y se han dado cuenta a través de la única salida que les queda a los ciudadanos de a pie en momentos como estos: la violencia. Violencia que contrarresta la de este Robin Hood invertido que roba a los pobres para dárselo a los ricos. La violencia utlizada como autodefensa es inteligencia, dijo Malcolm X.
 La señora Merkel dice que la crisis de la deuda griega y sus consecuencias pueden destruir Europa. Si, la Europa que ellos han construido sin contar con los europeos. La Europa del Tratado de Lisboa, la Europa de los mercaderes. Si esta es la Europa que se viene abajo entonces quizás haya que acelerar su destrucción. A lo mejor el espíritu de Nietzsche revolotea sobre las piedras de los manifestantes griegos. Y a lo mejor es a eso a lo que temen los filisteos del poder


(1).- A la hora de escribir este artículo el Gobierno español acaba de anunciar unas medidas de ajuste tan draconianas o más que las griegas, medidas que serán objeto de comentario en este blog en las próximas semanas

viernes, 7 de mayo de 2010

Y dale con el pañuelito

 A decir verdad todo este asunto del velo, o del pañuelo, o del yihab, o como quiera que se llame ya está resultando un poquito pesado. Como de costumbre, aquí todo el mundo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena y resulta sintomático observar cómo un asunto que en circunstancias normales no habría ocupado más que unas pocas líneas en la sección local del periódico del día y un comentario breve en alguna televisión se ha convertido en tema de cabecera de todos los diarios, tertulias y conciliábulos más o menos mediáticos. Y es que todo el mundo se pone de acuerdo –independientemente de creencias, ideologías o servidumbres- cuando se trata de tapar cosas como las Gürtels, las cifras del paro o la pedofilia sacerdotal. Así que todos de la manita a ver hasta qué punto se puede manipular la realidad y tergiversar el sentido común. Leire Pajín y monseñor Martínez Camino asociados con Esperanza Aguirre para defender el derecho de una niña a taparse la cabeza porque lo ordena su religión, que uno de verdad ya no sabe dónde está el problema si resulta que todos están de acuerdo en lo mismo. La política y los intereses hacen extraños compañeros de cama, aunque resulte conveniente no andar cerca de una cama con un sacerdote al acecho.
 Lo que resulta más, no se si impactante o desesperante, es la facilidad que tienen todos estos individuos –políticos, periodistas, opinadores profesionales o curas- para retorcer la semántica y corromper el lenguaje, para tergiversar las palabras y conseguir no sólo que ya no signifiquen lo que significan, sino incluso que siempre hayan significado lo que ellos quieren que signifiquen. Me explico.
 Ahora resulta que todo este asunto es una cuestión de libertad. De momento no sabemos muy bien si de libertad religiosa o de libertad individual –que es mucho más amplia que la primera y la abarca, eso, cuando no la contradice, pues la religión tiene por norma dirigir la vida de los individuos, esto es, atentar contra su libertad individual-. Hasta donde yo se la libertad religiosa consiste en permitir que cada uno profese la fe que le de la gana: musulmana, católica, rastafari (por cierto, me pregunto qué pasaría si alguien aludiendo a su libertad de profesar la religión rasta se dedicara a fumar marihuana en un aula) e incluso ninguna. Y como la libertad religiosa es eso no entiendo qué tiene que ver que a una niña le prohíban taparse la cabeza con que le prohíban profesar la fe islámica, porque me parece que una cosa no quita a la otra y aquí nadie ha obligado a nadie a abjurar de sus creencias.
 La libertad individual tiene más que ver con que cada uno puede hacer con su vida lo que quiera –incluso fumar-. Pero nótese bien que se trata de hacer lo que uno quiera, no lo que los demás le digan. Aunque uno piense que es libre obedeciendo la voluntad de los demás, en realidad no lo es, porque no vive su vida, sino la que otros le imponen. Considerando que el velo es, en el mejor de los casos una imposición religiosa y, en el peor, una imposición de los padres, los hermanos, los esposos o los novios de las veladas, su uso es algo que tiene muy poco que ver con la libertad individual. Y en todo caso, ambas libertades tanto la religiosa como la individual hacen referencia exclusiva al individuo, al ámbito privado de la persona y deben, por lo tanto, ser reguladas en el ámbito público.
 Al final me estoy temiendo que todo esto va a terminar como la sociedad del Gran Hermano (la de la novela de Orwell, no la otra) y al final va a resultar que las tropas occidentales desencadenaron una guerra en Afganistán para imponer el uso del burka a las mujeres, mujeres que antes de la invasión eran libres para hacer, decir, pensar y vestir como quisieran (porque el Corán no dice que las mujeres no tienen alma, ni las compara con los animales, ni constituyen el premio para los que mueren en la yihad, que va). Sólo es cuestión de tiempo en toda esta ceremonia de la confusión con tantos concelebrantes.

lunes, 3 de mayo de 2010

El milagro educativo

 No hace mucho me llamó la atención un hecho que, pensándolo bien, no debería de sorprender tanto. En un importante periódico de información general la sección de educación ocupaba una triste columna en un rincón perdido de una página interior, mientras que la sección deportiva –con amplios análisis y comentarios de los partidos del fin de semana y la carrera de Fernando Alonso- abarcaba sus buenas veinte páginas. No es de extrañar, a la vista de tal reparto de la información, que vivamos en uno de los territorios más analfabetos del mundo conocido. Porque no se nos olvide que son los medios de comunicación los que deciden qué es y qué no es informativamente relevante: qué es y qué no es noticia. Son los medios, en definitiva, los que crean opinión pública y dicen a los ciudadanos qué deben saber o qué les debe interesar.
 Claro está que los medios de comunicación no tienen un interés especial por mantener o crear esta situación, y tampoco lo hacen por capricho o entretenimiento. Lo cierto es que nuestros gobernantes, desde tiempos inmemoriales, no han sido precisamente unas lumbreras. Desde la usurpadora Isabel I, que, eso si, rezar sabía, pero poco más –aunque hay que reconocer que su marido Fernando, si no culto, al menos era astuto- pasando por toda su descendencia austriaca –con la excepción de Felipe II: el tuerto en el país de los ciegos- y los primeros Borbones –salvedad hecha de Carlos III- hasta llegar a los tumultuosos, políticamente hablando, siglos XIX y XX, donde se siguen sin solución de continuidad monarcas rematadamente estultos – Carlos IV, Fernando VII, Isabel II y los Alfonsos- y militarotes tabernarios –salvemos también a los Cánovas, Sagastas, Salmerones o Azañas-, culminado todo ellos con la guinda del ínclito Generalísimo, la preparación intelectual de nuestros dirigentes ha sido un erial baldío
 Así que esta es la historia de nuestros gobernantes durante los últimos seis siglos. ¿Y ahora?. Pues más de lo mismo, como no podía ser de otra forma. Llevamos quince años padeciendo gobiernos de analfabetos uno detrás de otro. Presidentes que no saben hablar inglés (bueno, ni castellano), Ministros y Ministras sin estudios superiores, que ni siquiera conocen los datos más básicos de la cultura contemporánea (recuerden aquello de Sara Mago), dirigentes políticos que no tienen ni la más remota idea de la Historia de España y confunden dinastías, padres con hijos, nietos con abuelos y tíos con sobrinos o portavoces parlamentarios y Secretarios Generales con cerebros de mosquito que carecen de la más mínima noción de ciencia política, de historia política, de filosofía política ni de nada de nada.
 Estamos gobernados por una caterva de analfabetos y de ignorantes, así que a nadie debe extrañar que la sociedad sea cada vez más analfabeta e ignorante, que por cada página de cultura en un diario de información general haya veinte de deportes. Que la masa social sólo se informe a través de los periódicos deportivos o los panfletuchos que reparten en la entrada del Metro y que los programas más vistos sean, no ya los del corazón, sino los de la trifulca pura y simple. Así que lo mejor es que nos desengañemos. El que nuestros estudiantes sean los más tontos de Europa después de los de Portugal y Malta no es un fracaso: es un auténtico milagro.