lunes, 24 de febrero de 2020

¿Qué es lo que es?


Lo que es, es lo que hay. Y lo que hay es lo que existe. Esto es lo que la Filosofía ha contestado a esta pregunta desde que la formulara Aristóteles. De hecho, en griego ser y existir se dicen igual. Si algo es, es porque existe, porque tiene existencia -lo que los griegos de más arriba llamaban “ser”-, y aquí se terminaría toda la historia y, probablemente, toda la Filosofía. Pero he hecho trampas: me he saltado el desarrollo. No es tan simple llagar a afirmar que lo que es, es lo que existe, entre otras cosas porque habría que determinar qué es existir. Y qué es lo que existe porque, por ejemplo, para Platón no existían las mismas cosas que para Aristóteles. Y después habría que averiguar de dónde sale la existencia, y si las cosas existen por sí mismas o no, eso, si previamente no tenemos que definir qué es una cosa, porque si definimos una cosa como algo que existe y decimos que las cosas son porque existen estaríamos cayendo en un círculo vicioso del que parece difícil salir.
            Pero no me voy a extender en esto, al menos hoy. Lo que quiero saber es qué es lo que es, o por qué decimos que algo es lo que es, y ante esta pregunta la verdad es que la respuesta de la existencia, aunque la dieran los griegos, se antoja insuficiente. Es lógico, por otra parte, que los griegos respondieran así: los griegos y todos los que buscan lo universal por debajo de lo particular. En efecto, si lo que es, es lo que existe habría algo que unificaría a todas las cosas que son, a saber, la existencia. Y todo lo particular estaría referido a algo universal que es la existencia. De esta forma, lo que realmente habría sería la existencia o Ser -o Dios- y todo lo demás que es lo sería solo en tanto en cuanto participaría, estaría referido o compartiría -llámeselo como se quiera- esa existencia. Lo particular no sería nada sin lo universal.
            Sin embargo, como he dicho antes, la respuesta de la existencia es insatisfactoria. Porque lo que es, es algo más que una mera existencia, aunque en última instancia sea existencia. El propio juicio exige un predicado a lo que es. No decimos, por ejemplo, la mesa es, sino la mes es blanca, o es alta, o es grande, o es lisa. Así, lo que es implica algo más que una mera existencia. Implica un modo de ser. Implica una determinación de esa existencia. Lo que existe, existe de una manera concreta y en cierto respecto. Es por ello por lo que podemos hablar de lo que es, y de lo que no es, aunque todo sea, es decir, aunque todo exista. La mesa que es blanca no es negra y la mesa que es grande no es pequeña, aunque pueda ser blanca o negra. Así, nos encontramos con una nueva determinación de lo que es, y es que lo que es supone también lo que no es o, en términos técnicos de la Filosofía, el ser supone el no ser. Lo que es, es también negatividad -esto no lo decían los griegos, lo decían los idealistas alemanes- y esta negatividad, este no ser, supone una nueva determinación de lo que es.
            Así que lo que es, es siempre algo, y también es no algo, o no es algo -que no es lo mismo-. Podríamos decir, entonces, que lo que es, es una especie más o menos amplia, un conjunto de aquello que es y no es una cosa, y en la que coincidiría con otras cosas. Es decir, las mesas blancas no negras serían lo que son, y formarían un grupo frente a las mesas negras no blancas. Ahora bien, una mesa blanca no negra también puede ser una mesa grande, bonita, de madera, alta, etc., con sus respectivas negatividades, con lo cual el ámbito de lo que es se reduciría aún más. En última instancia, lo que es, con todas sus determinaciones y particularidades, sería un esto frente a un aquello. La mesa sería esta mesa y sería, así, distinta de todas las demás mesas que son. Hemos pasado, entonces, de lo que es como existencia general a lo que es como entidad particular. Lo que es esto y no otra cosa.

jueves, 20 de febrero de 2020

Filosofía y demás


Creo que ya he comentado alguna vez lo que yo esperaba cuando comencé mis estudios de Filosofía. Más que lo que yo esperaba de la Filosofía, la idea que tenía de la Filosofía. Que era una investigación acerca de los principios últimos de lo que existe, una crítica de eso que llamamos realidad que iba más allá de la realidad. Eso que Aristóteles definió como “ciencia de lo que es en cuanto que es y de lo que no es en cuanto que no es” y que Platón dejó delimitada en sus líneas fundamentales. Entiéndase bien, eso es lo que yo creía y lo que sigo creyendo que es la Filosofía, aunque ésta, o más bien los que se dedican a ésta (incluido yo) se hayan desviado en mayor o menor medida de esa definición original.
            Y es que hoy en día la Filosofía ya no se entiende como esa ciencia de lo que es. La Filosofía es, a día de hoy, o bien erudición y comentario de textos o bien pensamiento político y social. Es posible que la culpable sea la misma Filosofía, o la misma realidad, vaya usted a saber, que ya no se deja exprimir más. Es posible, digo, que la investigación acerca de la realidad esté ya agotada, que no quede ya más margen para determinar qué es lo que hay o qué es lo que es. Que esté ya todo dicho, en suma y que no se pueda ya decir nada más. La Filosofía, así, no podría hacer otra cosa que volver sobre lo mismo una y otra vez, y como eso mismo ya ha sido dicho y escrito, la reflexión y la investigación filosóficas no pueden ser otra cosa que un comentario de todos los libros ya escritos, un revisitación, más que una reescritura, a todos las grandes obras del pensamiento, un mero trabajo erudito y académico. Podría ser, repito, ahora bien, si esto es así, también tendríamos que ser capaces de saber cuándo se agotó la Filosofía ¿Con Aristóteles, con Descartes, con Kant, con Hegel, con Nietzsche? O tal vez con el mismo Platón, como decía Whitehead, y toda la Filosofía posterior a él no sea más que una nota a pie de página de su obra. En todo caso, si no somos capaces de determinar cuándo la Filosofía terminó de decir lo que tenía que decir, quizás merezca la pena seguir diciendo algo.
            Por otro lado, la Filosofía se ha convertido en pensamiento social. Cierto que la propia Filosofía, otra vez con Platón, nace como Filosofía política, y que si ya hemos agotado todo lo que podíamos decir de lo que es, aún no hemos terminado de hablar acerca de la sociedad, que al fin y al cabo es la única realidad dinámica del ser humano. De hecho, si hemos de hacer caso a aquellos que afirman que el ser humano es un ser social  por naturaleza, entonces la Filosofía social y política es la única filosofía humana de la que cabe hablar. Y si la única realidad humana es la realidad política y social entonces la filosofía política es la auténtica crítica de la realidad, la verdadera investigación sobre lo que es en relación al ser humano. Esta podría ser una alternativa a tener en cuenta y muy válida, aunque yo no la comparto en su totalidad. Si embargo, cuando digo que la Filosofía se ha convertido en pensamiento social, me refiero, en primer lugar, a que se ha convertido en mala sociología, y son los sociólogos de toda laya los que pretenden ocupar el lugar de los filósofos, hasta tal punto que los filósofos se han convertido en sociólogos. Y, en segundo lugar, y lo que es mucho más grave la Filosofía ha devenido en ámbito de opinión política e incluso los nuevos estudiantes de Filosofía sólo buscan en ella una confirmación de su ideología política. En ámbito de opinión, de doxa, por tanto, eso que tanto despreciaban los griegos como lo contrario del verdadero conocimiento. Se ha confundido la praxis con la exhibición de la ideología en un plató de televisión y los filósofos son ahora tertulianos. Ante esta situación, la Filosofía sigue siendo necesaria.

jueves, 13 de febrero de 2020

La noticia


Las máquinas conectadas a su cuerpo hacía días que habían dejado de funcionar por falta de corriente eléctrica. El generador de emergencia apenas tenía potencia para mantener semiencendido y parpadeante el fluorescente del techo. El cadáver de la última enfermera que había ido a comprobar sus constantes  vitales yacía a un lado de la cama. Sus ojos clavados en el techo agotaban sus últimas horas de vida mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas descoloridas. Había estado tan cerca…
            Cuando tuvo la idea, unos meses antes, supo que de una u otra manera supondría un cambio en su vida y en la de todos los que le rodeaban. Desde que había terminado sus estudios de periodismo, hacía ya diez años, su carrera profesional se había limitado a cubrir noticias manidas y mil veces escuchadas, las noticias que todo el mundo cubría. El exceso de información y la velocidad de su difusión habían hecho que fuera casi imposible dar noticias originales. Noticias originales que en dos horas habían dejado de ser noticia sustituidas por otras y por otras. La época de las grandes exclusivas ya había pasado. Cuando cualquier hecho más o menos relevante llegaba a las rotativas ya había ido saltando entre redes sociales y teléfonos móviles. Ninguna noticia era ya noticia. Fue pensando en eso una noche de insomnio cuando cayó en la cuenta de que solo había una noticia en un mundo hiperinformado y de que quien diera esa noticia acabaría definitivamente con la profesión. Nunca nadie ningún periodista podría igualarlo.
            Una semana más tarde partió para África en busca de su noticia. Sus compañeros le preguntaron extrañados si había tenido conocimiento de algún golpe de estado próximo o de alguna revolución inminente, pero él se limitó a negar con la cabeza y sonreír, convencido como estaba de que nadie en la sede del periódico, ni en el mundo en general, estaba preparado para la noticia que iba a dar. Su viaje le llevó a las profundidades de la jungla centroafricana. Allí buscó durante unos días lo que había de ser su destino hasta que lo encontró. El grupo de primates, no podía decir exactamente si eran bonobos o chimpancés o cualquier otra especie parecida porque sus conocimientos de zoología no daban para tanto, al principio le rechazó, pero su cuerpo desnudo y la adaptación a sus costumbres hizo que, si bien no le adoptaran como un miembro de pleno derecho del grupo, al menos si soportaran su presencia. Vivió como uno de aquellos primates hasta que los primeros síntomas le hicieron saber que había encontrado lo que iba buscando. No le había engañado el virólogo al que, en una falsa entrevista, le había sonsacado cuál era la zona de África donde era más probable que los monos y los murciélagos incubaran virus todavía desconocidos para el ser humano.
            Los primeros a los que contagió la enfermedad fueron los pasajeros que viajaban con él en el avión que lo trajo de vuelta a España. La capacidad de contagio de aquel virus era mayor que la de cualquier otro del que se tuviera noticia. Un virus nuevo y desconocido, del que se ignoraba su procedencia  que tenía una tasa de mortalidad del ciento por ciento. Los esfuerzos de todas las organizaciones médicas nacionales e internacionales por detenerlo resultaron vanos. Pronto los mismos médicos murieron y ya no quedó nadie que pudiera buscar una cura. El virus parecía fortalecerse con cada nueva víctima y todos comprendieron que ya no había nada qué hacer.
            Mientras agonizaba en la cama del hospital se dio cuenta de que todo, al fin y al cabo, había sido en vano. Tenía su noticia, la gran noticia, la única noticia que cabía dar: la noticia del apocalipsis que él tan metódicamente había preparado. Pero no quedaba nadie para escucharla.