martes, 11 de febrero de 2020

El rostro en la ventana


El cuerpo chocó contra el suelo y se elevó un metro sobre el asfalto antes de volver a caer. Las esquirlas de hueso se incrustaron en los neumáticos de los coches que había alrededor y la sangre manchó los escaparates de las tiendas de lujo. Si alguien hubiera levantado la vista hacia la fachada del edificio, cosa que nadie hizo porque la masa encefálica desparramada era más cautivadora, hubiera visto la ventana abierta en la planta treinta. La ventana, cuyas cortinas se mecían con el viento, daba paso a un salón con un sofá, un par de sillones de piel, una mesa baja y una televisión último modelo, testigos de lo que había ocurrido.
            La policía cerró el caso como un suicidio y nadie investigó las horas previas a la defenestración del cuerpo. De haberlo hecho así, habrían comprobado como el inquilino de aquella estancia, que en realidad contaba con dos habitaciones más, un dormitorio y un despacho, amén de una cocina y un cuarto de baño, había llegado a vivir allí el mes anterior. Su empleo como contable en una empresa de conservas no era precisamente apasionante y repartía el tiempo libre que le quedaba después del trabajo -salía a las cinco y media de la oficina- entre esporádicas visitas a los bares de la zona -una de las más céntricas y exclusivas de la ciudad, por cierto- y las películas y los partidos de fútbol del canal por cable que veía en la televisión de sesenta pulgadas sentado en el sofá, mientras esperaba la llamada de teléfono que todas las noches a la misma hora le preguntaba si había visto ya el rostro en la ventana.
            Cualquiera que haya seguido este relato hasta este punto, se estará preguntando cómo un contable de una empresa de conservas podía permitirse un apartamento como aquél en una de las mejores zonas de la ciudad. En realidad no podía. Si estaba allí era porque una tarde había recibido una carta en su piso de la periferia en la que se le citaba al día siguiente en un despacho de abogados del centro. Allí, uno de los socios del bufete le comunicó que alguien que no deseaba ser reconocido había escogido al azar a una serie de personas para que ocuparan algunos de los inmuebles que poseía en varios edificios de lujo de la localidad. Podía vivir allí todo el tiempo que quisiera y lo único que tenía que hacer era responder a una pregunta que se le haría por teléfono todas las noches a la misma hora. Si él no aceptaba le sería ofrecido el piso a otra de las personas elegidas. Pensó que no era algo que pareciera excesivamente complicado y, en todo caso, aunque siempre había sido escéptico ante los regalos caídos del cielo, si a la larga no le convenía el asunto siempre podía marcharse.
            La primera noche que recibió la llamada y escuchó la pregunta: ¿has visto el rostro en la ventana? no entendió muy bien a lo que se refería, pero como no había visto ningún rostro, ni en la ventana ni en ningún sitio, contentó que no. Durante las tres semanas siguientes se repitió el mismo ritual. Al comienzo de la cuarta semana, unos minutos antes de la hora en la que siempre recibía la llamada telefónica creyó percibir algo en la ventana abierta, algo así como una perturbación del aire  acompañada de un breve reflejo, aunque su respuesta a la pregunta seguía siendo no. La noche siguiente las líneas del rostro se hicieron más nítidas. La tercera noche pudo observar claramente un rostro de rasgos finos que flotaba en el aire y le contemplaba desde la ventana. La cuarta noche -ya había dejado de contestar a las llamadas telefónicas- el rostro le habló o pareció hablarle. Había algo en aquella cara que se movía por el espacio de la ventana que le atraía de forma insana. No sabía si era el negro intenso de los ojos o la carne de los labios. La última noche el rostro había acabado ya con su razón, el deseo le consumía las entrañas y se lanzó a abrazar, a  besar, a comer aquel rostro que había desterrado su sueño. Pero en su abrazo no alcanzó el rostro, solo abrazó aire, solo abrazó noche mientras caía y por encima de él un rostro que flotaba en el negro del cielo esbozaba una leve sonrisa.

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