viernes, 14 de diciembre de 2018

Izquierda conservadora


Si la izquierda se vuelve de derechas no es de extrañar que la derecha se vuelva de izquierdas. Si la izquierda es conservadora, entonces es la derecha la que es revolucionaria. Y uno de los problemas que la izquierda contemporánea debería hacerse mirar urgentemente es que se ha vuelto conservadora. Y lo ha hecho por tres razones, que son las que definen una ideología conservadora: la izquierda es puritana (mucho), es defensora y sostenedora el orden social establecido, al menos el orden social establecido desde 1945 y, por último, impone un pensamiento único fundamentado en lo políticamente correcto.
            La izquierda es puritana. De hecho, es la ideología más agobiantemente puritana desde la época victoriana. Y cuando decimos puritana lo decimos en el sentido más estricto de la palabra. La izquierda es puritana a nivel sexual. Todo lo que huela a prácticas sexuales que se separen de lo más o menos convencional –habida cuenta que las relaciones entre personas del mismo sexo son ya perfectamente convencionales- es anatematizado y condenado, no en nombre de Dios, sino en nombre, curiosamente, de los derechos del individuo, cuando desde el puritanismo desbocado lo que se hace es atacar a uno de los más elementales de esos derechos, que es la libertad sexual. Sin embargo, es en nombre precisamente de esa libertad sexual que la izquierda contemporánea censura todo lo que se sale de las pautas sexuales aceptadas, condena a la hoguera mediática y social –lo que en muchos casos supone una muerte en vida- a todos aquellos que no comulgan con el nuevo puritanismo del siglo XXI e impone un criterio sexual a todos los individuos es decir, les dice lo que está bien y lo que está mal, lo que debe ser admitido y lo que nunca lo será.
            La izquierda es sostenedora del orden social que se establece en Europa a partir del final de la II Guerra Mundial, es decir, del llamado estado del bienestar. Los lamentos y los lloros de la izquierda vienen, precisamente, porque se ha perdido ese Estado del Bienestar. El estado del bienestar en sus orígenes supone un beneficio para el proletariado urbano pero no tanto para los que lo tienen que sufragar con sus impuestos. A medida que el estado del bienestar se extiende y el proletariado urbano se convierte en clase media debe también sufragar con sus impuestos los beneficios sociales para el lumpen proletariado, que no paga impuestos, con lo cual reniega del orden establecido defendido por la izquierda y se apoya en la derecha que predica el cambio de ese orden y, de hecho, lo destruye. En este sentido, la izquierda es positivista. El orden establecido es el único que debe ser tenido en cuenta, puesto que el deber ser ya se ha realizado en el ser. Lo que queda por hacer son ajustes o pequeñas reformas que inhieran en minorías sociales, pero por lo demás la estática social debe ser mantenida. Así, la nueva izquierda es incapaz de ver la contradicciones que se generan en ese orden social que debe ser mantenido a toda costa, como las que se materializan en el terrorismo islámico o la inmigración incontrolada.
            Y por último, la izquierda contemporánea se mueve en lo políticamente correcto, lo que significa que impone desde esta corrección política un pensamiento único. Lo políticamente correcto determina lo que se debe de pensar y lo que se debe de decir, porque es lo que resulta bueno para toda la sociedad. La libertad individual queda así anulada, pero no solo ella, sino que libertades tan básicas a nivel social como la libertad de expresión o la libertad de pensamiento son también cercenadas en nombre de lo políticamente correcto. Así, se vuelve a establecer una censura inquisitorial contra todas aquellas manifestaciones intelectuales o artísticas que no se ciñan a las pautas de lo que debe ser pensado, dicho o creado. Censura que va más allá de la época y se extiende desde canciones de los ochenta hasta cuadros de la vanguardia de principios del siglo XX. No es de extrañar que pronto los desnudos renacentistas se vean censurados por lo políticamente correcto. De esta manera, la izquierda se manifiesta como la más perfecta expresión de la derecha: como un sistema totalitario que pauta cada uno de los movimientos de los ciudadanos.
Si esto lo hace la izquierda entonces cualquier manifestación en contra ha de ser necesariamente revolucionaria. Y las manifestaciones en contra vienen de la derecha, que se trasmuta así en motor de una dinámica social que la izquierda pretende detener. Así que los que somos de izquierda y aún creemos que la característica fundamental de ésta es ser revolucionaria (ser revolucionaria, que no andar montando “revoluciones” por ahí) nos hemos convertido, sin saber muy bien cómo, en fachas de toda la vida.

martes, 11 de diciembre de 2018

La izquierda y la élite


Es curioso como la ideología puede ser la más grave causa de ceguera. De ceguera histórica, social y política, en el caso que nos ocupa y que nos va a seguir ocupando. Una ceguera que lleva a los analistas políticos y a los expertos de toda laya a devanarse los sesos acerca de las causas por las que la ultraderecha, o más bien una remedo de la ultraderecha tradicional –la ideología sigue nublando la visión de algunos- esté ganando cada vez más terreno en occidente. En EEUU gobierna, en Italia también gobierna –en coalición con la ultraizquierda, por si alguien no lo sabe-, en Francia hace tiempo que es una opción política como cualquier otra y en España acaba de obtener 12 diputados en un parlamento regional de 109.
            El caso es que todo el mundo, sobre todo la izquierda, se pregunta por las causas de esta situación. Y la niebla ideológica les impide ver lo que, a mi parecer, es la respuesta más evidente. Desde hace mucho tiempo el discurso de la izquierda se ha convertido en el discurso de la élite. El ecofeminismo, el multiculturalismo, el animalismo y algunos otros “ismos” más configuran un lenguaje político que está especialmente dirigido a una élite urbana culta –o más bien semiculta- mientras que los intereses de los trabajadores son dejados de lado en estos nuevos alegatos de la izquierda. Lo que queda para la clase trabajadora es el paternalismo populista que les viene a decir que van a hacer todo lo que es mejor para ellos, teniendo en cuenta que los únicos que saben lo que es mejor para ellos es la élite política –lo que antes se llamaba, salvando las distancias la “vanguardia del proletariado”. Así, vemos como lo que prima en los análisis de las últimas elecciones andaluzas en las formaciones de izquierda es el desprecio de la élite hacia la chusma trabajadora que ha votado a la extrema derecha, negándoles no solo el derecho a votar a quien les de la santa gana, faltaría más, sino también la capacidad intelectual de elegir lo que consideran mejor. Se les considera un rebaño de retrasados que deben ser dirigidos porque si no, no saben lo que hacen. Es el totalitarismo en su estado más puro.
Por bajar a las cabañas de los ejemplos prácticos y no quedarnos en el limbo de las ideas, las medidas que está tomando el ayuntamiento de Madrid con el objeto de proteger la salud de los habitantes de la ciudad, -y porque ellos consideran que es lo mejor para todos, porque esos todos, en realidad, no saben lo que quieren ni lo que les beneficia, y es necesario que los maestros se lo enseñen- a la única que beneficia es a la burguesía urbana que vive en el centro de Madrid, mientras que los trabajadores que viven en la periferia y han de desplazarse para trabajar a la capital y además en vehículos diésel porque son más baratos de mantener, se ven claramente perjudicados. De la misma manera, que nadie se engañe, las protestas que estamos contemplando estos días en París contra la subida de los carburantes y de los impuestos en general –otra de las preocupaciones de la izquierda- no están protagonizadas por grupos de marginados, ni de revolucionarios profesionales, ni de anarquistas, sino por miembros de la clase media que ya están hartos de una situación que les castiga cada vez más con la aquiescencia de sus supuestos aliados de clase, y que no es de extrañar que en las próximas elecciones voten al Frente Nacional
            Lo que debería habernos enseñado la Historia y parece que algunos no han aprendido, es que la clase trabajadora, cuando ve que la izquierda abandona sus intereses por los de una intelligentsia muy alejada de ella, se vuelca con la ultraderecha, que sabe aprovecharse de estas situaciones. Pasó en Alemania, pasó en Italia y pasó en España cuando miembros de la CNT se pasaron masivamente a las filas de Falange. Tiene razón el señor Errejón cuando dice que en Andalucía no hay 400.000 fascistas. Por supuesto que no, posiblemente no haya ni tres –aunque a los intereses del señor Errejón y otros como él les convenga que los haya, o al menos hacer creer que los hay- Lo que hay son 400.000 trabajadores que se han cansado de que les tomen el pelo y que ven como sus problemas siguen sin resolverse mientras que sus dirigentes políticos se dedican a hablar de heteropatriarcado, de alianza de civilizaciones, coquetean con el nacionalismo burgués, este sí fascista, y les dicen que no coman carne porque la carne es mala, hay que proteger a los animalitos y los pedos de las vacas son la causa del cambio climático.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Inquisición new age


Fue Napoleón quién derogó la antigua Inquisición eclesiástica y medieval en España. Hoy, sin embargo, vemos florecer una nueva Inquisición, muy moderna ella, muy en la onda, muy new age, en definitiva, que nada tiene que envidiar a la del siglo XIV y que, en algunos aspectos, la supera con creces. Esta Inquisición new age, también tiene sus brujas y sus herejes a los que quemar, solo que ahora se trata de las brujas y los herejes de su pensamiento políticamente correcto, o, más bien, habría que tachar el “políticamente” y dejarlo directamente en “correcto”. Hay un pensamiento correcto y otro que no lo es, y ese que no lo es el que persigue nuestra particular Inquisición. Es por ello que estos nuevos inquisidores, escondidos en los más recónditos rincones de la política, el periodismo o la cultura, también invitan a los ciudadanos a la delación, a la denuncia anónima, todo en nombre del progreso y del desarrollo de la humanidad –de su humanidad-. No es de extrañar, así, que cualquier imbécil le interpele a uno por la calle por que, refugiado en y protegido por la verdad del pensamiento -único, considere intolerable y digno de la hoguera virtual –y no tan virtual- que se tire una botella de vidrio en un contenedor de papel, o algo así.
            La nueva Inquisición, al igual que la de toda la vida, se apoya en la ignorancia de la masa, pero, a diferencia de ella, no tiene detrás una teología profunda y compleja, desarrollada por unos sujetos que podrían ser lo que fueran, pero a los que nadie podía negar una amplísima cultura y una grandísima potencia intelectual. Los inquisidores de hoy solo demuestran su mogigatería, su papanatismo, su cretinismo y su pijerío. Porque si algo caracteriza a los inquisidores new age es precisamente eso: que son unos mojigatos, unos papanatas, unos cretinos y unos pijos, eso sí, ocupando puestos importantes en la Administración, los medios de comunicación o la Universidad. Sin embargo, hacen gala de la misma ignorancia de la que hacen gala las masas que siguen a pies juntillas su puritanismo trasnochado. Porque hay que ser muy ignorante para censurar canciones sin conocer, o sin querer conocer, el ambiente cultural de libertad creativa absoluta en el que esas canciones surgieron, porque hieren sus sensibilidades de papel de fumar. Lo mismo que hay que ser muy ignorante para quitar una estatua de Colón en Los Ángeles diciendo que era un genocida, eso en un país que está edificado sobre el genocidio de los nativos americanos, como si en California hubieran vivido siempre latinos ricos y artistas progres y no apaches, comanches y navajos de los que ya nadie se acuerda. Porque la nueva Inquisición no es propiedad exclusiva de nuestro país y se desarrolla en todos los ambientes y condiciones.
            Y, en fin, como toda Inquisición fundada en un único pensamiento correcto, esta nueva también acaba desembocando en una sociedad totalitaria, en donde aquel que no piensa lo que debe ser pensado, aquel que aún se atreve a ejercitar eso que tanto se denostó en el siglo XVII y los albores del siglo XVIII y que se llamó libre pensamiento se encuentra cada vez más señalado, asfixiado e incluso perseguido. Es tachado de loco o de enfermo y tiene que ver como sujetos que en cualquier otra épca estarían destripando terrones ahora son los que marcan las tendencias y los que deciden lo que se debe de hacer, se debe de decir, se debe de pensar, se debe de cantar, se debe de escribir o se debe de pintar. Claro que yo pienso seguir pensando y diciendo lo que me salga de los cojones, por muy sexista que sea la expresión.

martes, 13 de noviembre de 2018

De la Ley y la Justicia


Pues yo voy a defender a los jueces, entre otras cosas porque prefiero que me juzgue un juez a un periodista o un tribunal popular. Dando por hecho que hay jueces incompetentes como hay médicos o conductores de autobús incompetentes, y que supongo que habrá jueces corruptos como hay políticos o funcionarios corruptos, creo que quien ha hecho las declaraciones más acertadas en todo este lío  -más ruido- que desde hace tiempo se está montando en este país con las sentencias judiciales –curiosamente, solo con las españolas: las belgas o las alemanas no, aunque incidan en asuntos nacionales- ha sido el presidente del Tribunal Supremo, señor Lesmes, cuando afirmó que la ya famosa y archiconocida sentencia de dicho tribunal sobre el Impuesto de Actos Jurídicos Documentados era la consecuencia de la ambigüedad de las leyes. Efectivamente la culpa de que las sentencias judiciales acaben reflejando la opinión subjetiva de un señor o señora –o de un grupo de ellos- la tiene quien les otorga esa facultad, es decir, aquél que hace dejación de sus funciones y deja que sean ellos los que decidan sobre un determinado asunto. Si las leyes fueran claras y contundentes y la labor de los jueces se limitara a aplicarlas, y no a interpretarlas, nada de esto ocurriría.
            Lo que el señor Lesmes insinuaba es que la separación de poderes, entre otras cosas, implica que cada uno de ellos cumpla con la función que le ha sido asignada en el Estado de Derecho. El poder judicial aplica las leyes que emanan del poder Legislativo. Y el problema no es del poder Judicial, sino del poder Legislativo (el Parlamento, para quién no lo sepa), que hace ya años que ni está ni se le espera. Y ello por dos razones. La primera de ellas es que hacer una ley que tenga como objetivo prever algo que puede ocurrir, y no leyes que respondan a los problemas –más o menos graves-  que en esos mismos instantes preocupan al “pueblo” -preocupación que viene generada, más que por los propios problemas, por el tratamiento alarmista que de ellos hacen los medios de comunicación, a sueldo en la mayoría de los casos de los políticos que luego hacen las leyes ad hoc- no da réditos electorales inmediatos, como tampoco da votos hacer una ley clara y concisa que deje ver de forma transparente la voluntad del legislador, pues puede ser que esa voluntad sea contraria a o no coincida con lo que los votantes esperan de él. Así que lo mejor es que las leyes sean confusas, que valgan lo mismo para un roto que para un descosido y que luego tenga que llegar un juez a interpretarla y a aguantar los palos. Porque el juez se va a llevar los palos diga lo que diga. Se afirma que los jueces de la sentencia citada más arriba estaban presionados por la banca –que lo estaban- pero de la misma forma hubieran estado presionados por las asociaciones de afectados por las hipotecas si hubieran dictaminado en sentido contrario. Si las  manifestaciones que se montaron a raíz de las sentencias del caso aquel de “La Manada” no eran para presionar a los jueces ya no sé lo que eran. Y esto es algo que se dará con mas frecuencia si los legisladores, en vez de legislar, se dedican a agitar a las masas cada vez que un juez emite una sentencia que va en contra de sus intereses o simplemente de sus gustos.
            La segunda razón de la que hablaba más arriba tiene que ver con que aquí se confunde cada vez más quién es el legislador, es decir, quién tiene que hacer las leyes. Y el legislador no es el Gobierno, que es poder ejecutivo. Así que gobernar por decreto, como hace nuestro bien amado líder-presidente, es usurpar las funciones del poder legislativo y tampoco es la solución. Hacer un Decreto que diga que son los bancos los que deben pagar el impuesto de marras no es más que populismo, además muy barato.

jueves, 8 de noviembre de 2018

Ruido


Dicen que decía Schopenhauer que la inteligencia era una facultad del ser humano que aumenta o disminuye de forma inversamente proporcional a su capacidad para soportar el ruido. Vamos, que cuanto más ruido fuese uno capaz de soportar más tonto era y a la inversa. Suponemos que el viejo Schopenhauer se refería en este adagio al ruido sonoro, al ruido que perturba los oídos y rompe el silencio, mas si tomamos como cierto el acontecido según el cual cedió su balcón y sus gemelos de teatro al comandante de las fuerzas que reprimían a las masas revolucionarias en la Prusia de 1848, porque el ruido que éstas hacían le molestaba para pensar.
            Hoy es de tener muy en cuenta la  supuesta frase del filósofo alemán, no tanto porque la alteración de las ondas sonoras nos aturda, que también, sino sobre todo porque el ruido mediático e informativo, el ruido mental que cualquier hecho, por nimio que sea, produce en la sociedad, también nos impide, hasta límites insospechados, pensar con claridad. Al menos, nos lo impide a los que estamos acostumbrados a pensar. Supongo que para aquellos que nunca han pensado y se han dejado siempre llevar por el ruido no existirá diferencia alguna entre esta época de ruido y otras de, quizás, un poco más de silencio.
            Y es que, como decía, cualquier hecho provoca un ruido ensordecedor. Cualquier sentencia judicial, cualquier decisión política, cualquier acontecimiento deportivo o social, cualquier payasada de un payaso, hace que cualquiera –y cuando digo cualquiera digo todos, y cuando digo todos digo todos sin excepción, tanto catedráticos como jueces, como periodistas, como cerrajeros o como encofradores, que para eso estamos en una democracia donde todo el mundo tiene derecho a opinar, faltaría más- se lance a la palestra del ruido para contaminar en la medida de sus posibilidades cualquier posibilidad de debate tranquilo y relajado, cualquier posibilidad de una reflexión pausada, de un análisis minucioso de los acontecimientos que, a lo mejor, no son tan terribles como nos hace creer el ruido. O a lo mejor sí, pero en todo caso es algo imposible de detectar en la vorágine del ruido.
            El caso es que a los que todavía el ruido no ha terminado de embotarnos del todo la inteligencia, y siguiendo con Schopenhauer, sospechamos que detrás de aquél siempre hay algo más, un sonido que no se deja oír y que es el que maneja el ruido. En la mayoría de la masa el ruido no es más que la manifestación de la ignorancia. Porque si bien es cierto que todo el mundo puede opinar lo que quiera, siempre y cuando el que opine sea uno mismo, también lo es que siempre llevamos la razón, y la mejor manera de demostrarlo es hacer más ruido que los demás. Pero por otro lado el ruido es el instrumento que utilizan algunos para esconder lo que no debe ser pensado. Y así, lanzan el ruido sabiendo que la masa ignorante lo amplificará. La propaganda es un instrumento muy potente y, ante cualquier acontecimiento, en seguida los medios de comunicación, a las órdenes de la política, se encargan de abrir sus cajas de truenos, nos amenazan con los males del inferno y magnifican los acontecimientos como si no hubiera nada más importante. Como consecuencia, si uno quiere huir del ruido y pensar con calma será visto –y tratado- como sospechoso, como enemigo, da igual de qué lado venga el ruido, porque viene de todos lados. Así que parece que Schopenhauer tenía razón y aunque no sea mas listo un profesor de filosofía que un cocinero, la verdad es que a mi me gustaría que me dejaran pensar un poco.

domingo, 10 de junio de 2018

Maniquíes




            Hay que reconocer que al señor Sánchez le ha quedado un gobierno muy mono y muy aparente. Un gobierno de escaparate, pero no de un escaparate cutre cualquiera sino uno de esos con los que las grandes galerías comerciales presentan los cambios de estación. Un escaparate de los que concitan la expectación y hacen que la gente se agrupe a su alrededor, tanto los que van a comprar como los que solo van a mirar, tanto los que son socios del comercio en cuestión como los que jamás lo pisarían. Todos contemplan el escaparate, unos con la ilusión de formar de alguna manera parte de él, de considerarlo suyo, otros con el escepticismo de que se corresponda con la realidad. Todos miran los maniquíes, pero ninguno ve los alfileres que por detrás les sujetan la ropa para que les quede a la perfección, ni advierten la tramoya de madera y cartón que sustenta lo que se ofrece a sus ojos. Eso si, el precio de lo que venden sigue siendo el mismo, porque los que ponen los precios saben que en el fondo, por mucho que cambie el escaparate, la mercancía no varía, ni puede variar.
            Para que el gobierno del señor Sánchez saliera del escaparate tendría que demostrar al menos dos cosas. Que es un gobierno con recorrido, que va a durar algo más que la temporada y que los que lo componen no son maniquíes, sino gente competente que pueden ofrecer algo más desde su cargo que su cara bonita. Con respecto a lo primero, y a pesar del que el Señor Sánchez se ha quedado bizco haciendo guiños a diestro y siniestro – a las feministas, al PP, a Ciudadanos, a los catalanes, a los vascos, a los gais, al mundo de la cultura, a los que no les gusta el futbol, a los que les gusta el fútbol, a los que no les gustan los toros, a los que les gustan los toros y un largo etc.- mucho me temo que con tan solo 84 diputados detrás va  ser un gobierno de quita y pon –si no de pin y pon- por muy bonito que quede en la foto. Claro que ya hay alguna ministra, como la señora Batet, que ha dado con la solución para enjugar la escasez de escaños, algo totalmente novedoso y que se convertirá en la panacea de todo gobierno que se precie: pactar con los nacionalistas. Ah no, esperen, que eso es algo que se lleva haciendo en España desde el principio de los tiempos democráticos y  es lo que nos ha llevado a esta situación.
            Con respecto a lo segundo yo no tengo ninguna duda de la valía de todos y cada uno de los ministros y ministras que el señor Sánchez ha nombrado. Eso si, uno no es un buen Ministro por ser mujer u hombre, o por ser gay o escritor, o por ser juez o médico. Uno es un buen ministro porque es una persona competente que sabe desempeñar su cargo teniendo en cuenta únicamente el bien público. Así que, lamentándolo mucho, un gobierno no es un buen gobierno porque tenga once ministras. Un gobierno es un buen gobierno si esas once ministras cumplen con su deber y con los deberes de su cargo. A este respecto la señora Batet ya está empezando a dar muestras que el hecho de ser mujer no la convierte en buena ministra. Pero claro, en un gobierno con mayoría de mujeres que quién se equivoque o resulte incompetente sea una mujer es tan solo una cuestión de probabilidad.

domingo, 3 de junio de 2018

Presidente, Presidente


Nos hemos movido estos días pasados entre la dimisión de Zidane y la no dimisión de Rajoy. En este devenir del ser –el Real Madrid- al no ser –el Parlamento-, he podido sacar al menos tres conclusiones claras.
            La primera de ellas es que estaba equivocado cuando alguna vez he dicho que lo único que mueve a algunos miembros de la clase política es el interés electoral. El movimiento –maestro, por otra parte- del señor Pedro Sánchez me ha demostrado que en este caso ni siquiera es posible hablar de intereses partidistas, y por supuesto tampoco electorales: se trata lisa y llanamente de intereses personales. Pero atentos, no tan solo los intereses personales del nuevo presidente, sino de la gran mayoría de los actores de esta comedia bufa. Así, al señor Sánchez Castejón le ha importando un ardite que su recién estrenada presidencia del Gobierno sea un regalo envenenado para su partido. Que le va a resultar imposible gobernar con un mínimo de garantías y que más pronto que tarde va a tener que convocar unas elecciones en las que su partido, ya desgastado de por sí antes de su aventura presidencial, va a perder la poca credibilidad que aún le queda. Claro, todo esto a nuestro flamante Premier le da lo mismo, pues cuando ocurra ya habrá disfrutado de una temporada en la cima del poder. Ahora bien, tampoco el señor Rajoy se le queda a la zaga con su negativa a dimitir. Si así lo hubiera hecho, seguramente su grupo político habría mantenido el poder, el tiempo suficiente al menos como para preparar una campaña electoral con garantías. Al final ha salido por la puerta de atrás, ha dejado al partido en cuadro y se ha debido de gastar un pastón en una comida de ocho horas como la que se pegó –que no se diga que no sabe manejar los tiempos-. Intereses personales mueven también a los que, por un lado, empujaron al señor Sánchez a presentar una moción de censura que seguramente acabe con él o los que, por otro, aconsejaron encarecidamente al señor Rajoy que no dimitiera para poder quitárselo de en medio sin tanta parafernalia como a Cistina Cifuentes. Intereses personales, en fin, mueven al señor Torra, al que se le acaba de abrir la puerta de par en par para dejar a Puigdemont en Bélgica hasta el fin de los días y presentarse como el héroe nacional que logró arrancarle al Gobierno español la independencia de la patria catalana y sus aledaños. El único interés que no acabo de determinar es el que ha movido a los miembros del PNV, porque en su caso más que de interés habría que hablar de des-interés o directamente de masoquismo.
            La segunda de las cosa que he sacado en claro es que el señor Sánchez ha elegido muy bien la fecha para alzarse con la presidencia del gobierno. Justo unas semanas antes del comienzo del mundial de fútbol. Así, con tal evento, nadie prestará atención a lo que haga o deje de hacer y, si tiene suerte y España gana tan fasto acontecimiento, tiene asegurada la legislatura para rato.
            Y, por último, la tercera cosa que saco en claro es que si el señor Sánchez ha podido llegar a residente del Gobierno como lo ha hecho, cualquiera que pase por la puerta del parlamento en el momento adecuado puede llegar a serlo también. Así que a partir de ahora me voy a dedicar a dar paseos por la Carrera de San Jerónimo, a ver si suena la flauta.

domingo, 27 de mayo de 2018

Lo que de verdad importa


            Dicen que la revolución devora a sus hijos. Parece que al señor Pablo Iglesias no solo lo ha devorado sino que también lo ha defecado. Y no digo esto porque se compre un chalet o tres, cosa que a mí, personalmente, me da exactamente igual, o porque la hipoteca con la que supuestamente lo ha financiado sea más oscura que las tarjetas black de Caja Madrid. Lo digo porque todos los palos relativos a la adquisición de su vivienda unifamiliar con parcela y piscina le están viniendo desde el campo de esa revolución siempre prometida y nunca cumplida, al lado de la cual la revolución pendiente de la Falange es un hecho de la hiperrealidad. Lo critican los suyos, o los supuestos suyos, mientras que la derecha lo defiende fervientemente –y como muestra este artículo casi laudatorio que publicó hace unos días en El Mundo el señor Luis María Ansón-. Tampoco es de extrañar que la derecha defienda al señor Pablo Iglesias en este trance, ya que la fin y al cabo lo único que ha hecho es apuntalar sus tesis y demostrar que, en el fondo, tiene razón. Que en España todo el mundo es de derechas cuando se trata de la manduca o del chalet, incluso el máximo representante de la izquierda y que el que la pasta se escape entre los dedos al fin y al cabo no es patrimonio de nadie.
            Esa derecha, por cierto, que anda bastante revuelta últimamente, pues lo que todos sabíamos ahora se ha hecho real por vía de sentencia judicial. Es curioso como últimamente en España son las sentencias judiciales las que crean la realidad y nada es real hasta que no lo dice un juez, aunque todo el mundo lo vea con sus ojitos, o aunque nadie lo quiera ver, lo cual en el fondo no es más que una forma de verlo. Y ahí está el otro gran paladín de la izquierda, el señor Pedro Sánchez, erigiéndose en salvador de España, aunque no se sabe si para salvarse él, y sacrificándose presentando una moción de censura que no va a ninguna parte, excepto a terminar con lo que queda del partido que dirige. Tiene razón el señor Sánchez cuando afirma que el gobierno tiene que marcharse, y tiene razón al pensar que no lo va a hacer por su propio pie. Ahora bien, de ahí a pretender ponerse él de jefe hay una diferencia. Es cierto que la sociedad civil –como se dice ahora- está alarmada y exige la salida el gobierno en pleno, pero de ahí a que la misma sociedad civil desee verle a él de Presiente del Gobierno hay una diferencia importante. De hecho, lo que la sociedad civil quiere, o al menos eso es lo que se aprecia en los medios de comunicación y en los foros públicos, son una elecciones, que es lo que el señor Sánchez no quiere, porque tanto él como yo nos tememos que saldría más que escaldado.   
Claro que todo esto da igual. Lo que de verdad importa es que el Madrid es (otra vez) campeón de Europa. Y ahí tenemos de nuevo a miles de lerdos –porque no tienen otro nombre- celebrando hasta la embriaguez que unos cuantos delincuentes –no presuntos- cuyos delitos abarcan desde la evasión de impuestos hasta el secuestro y la extorsión pasando por el blanqueo de capitales y que ganan en un mes lo que muchos de los que hoy se desgañitarán, e incluso llorarán, viéndoles en triunfo por las calles, no ganarán en su vida, hayan hecho lo que, por otra parte, se supone que deben de hacer que para eso cobran, como si eso les supusiera a ellos un empleo, una subida de sueldo o algo más que una resaca. En fin, la cosa está tan clara que hay que ser muy lerdo para no verlo, o para no querer verlo. Eso sí, el mes que viene empieza el Mundial y podremos comprobar como la lerdez no es propiedad exclusiva de Madrid, ni de España.

jueves, 10 de mayo de 2018

Desinformación y Fake news



Cualquier individuo del siglo XII estaba más informado que cualquier individuo de la actualidad. Y me voy a explicar, porque esta afirmación en una supuesta era de la información puede parecer osada, cuando no directamente absurda. En el siglo XII, si alguien quería obtener sobre cualquier tema de los que por entonces se conocían –que eran, eso es cierto, bastante más reducidos que los de ahora- no tenía más que ir a la biblioteca del monasterio más cercano y obtener allí, entre los clásicos griegos y latinos, la información que reclamaba. Evidentemente eran pocos los que requerían una información que se escondía en las bibliotecas de los conventos y los que la buscaban tampoco tenían que andar mucho, en general, pues es su gran mayoría eran ya habitantes de esos conventos. Hoy en día, en cambio, la información está a la mano de cualquiera que sea capaz de tocar el botón de un mando a distancia de un televisor o de mover el ratón por una interfaz de internet. Hoy en día las noticias se mueven a la misma velocidad en que se producen –a veces incluso más rápido- y cualquiera puede obtener un conocimiento instantáneo que se encuentra a miles de kilómetros de distancia. ¿Por qué, entonces la afirmación con la que da comienzo este texto?
            Si bien es cierto que hoy la información está al alcance cualquiera que se interese por ella, también es cierto que, por una parte, esa información no es tal y, por otra, que cada vez son menos los cualquieras que se interesan por la información. En estos días se están llevando a cabo, tanto en el Congreso de los Diputados como en el Parlamento Europeo varias iniciativas que tienen como objetivo combatir las conocidas como Fake News, noticias falsas en cristiano, que han prosperado en la panacea de la información que es Internet y que tienen como objetivo, unas  veces, simplemente gastar un bromazo a algún ingenuo que se cree todo lo que le cuentan y otras, la más, crear un estado de desinformación que suponga el caldo de cultivo para sus propios intereses. Ante todo este ruido informativo a veces es difícil distinguir la realidad de la ficción. Es por ello que en el siglo XII los individuos que así lo querían estaban bastante mejor informados.
            El caso es que nuestros próceres se rompen la sesera intentando desmontar, o al menos controlar, todo este asunto de las Fake News Y la verdad es que, si giraran la vista hacia el siglo XII encontrarían una fácil solución. Como ya se ha dicho en el siglo XII solo unos pocos sujetos, aquellos que estaban más preparados, tenían un interés en acceder a una información que se guardaba bajo siete llaves en las bibliotecas de los monasterios. En la actualidad todo el mundo tiene interés en acceder a la información y ésta ya no está guardada bajo siete llaves, al menos bajo siete llaves físicas, pero la desinformación es cada día mayor. Quizás el problema tanga que ver precisamente con la preparación. A mi se me ocurre que las Fake News emitirían su canto del cisne cuando los gobiernos que se preocupan por combatirlas las dejaran de lado y dedicaran sus esfuerzos a educar a la población.
Lo que hace que una noticia falsa resulte creída -que no creíble- y se haga viral es que incide directamente sobre los prejuicios ideológicos de los sujetos, en una época en que los prejuicios ideológicos –y de todo tipo- han sustituido a la verdadera formación. Así, cualquier noticia, por increíble que sea, si encaja con los preconceptos de un grupo de sujetos va a ser inmediata creída y difundida a través de los medios digitales y las redes sociales, llegando a cada vez más gente que a su vez la acepta como complemento de su ideología. Para que me entiendan: si mañana un medio digital, el que sea, publicara que Cristina Cifuentes come niños para desayunar, por ejemplo, habría un montón de gente que se lo creería a pies juntillas, lo difundiría en Facebook y Twitter, tendría un montón de likes de otros descerebrados que pensaran como los primeros y, al final, habría una campaña de firmas en Change.org para que la susodicha señora Cifuentes fuera juzgada por caníbal e infanticida. La única forma de acabar con las noticias falsas, entonces, es abrir las mentes de los ciudadanos, educarlos, erradicar su cerrazón ideológica algo que, curiosamente, suele hacer la filosofía –aunque ahora esté tan denostada desde uno y otro polos del espectro ideológico-. Mientras tanto, hablar de opinión publica cuando ésta se fundamenta en la desinformación, o en la falta de información, es directamente un sinsentido. De hecho, yo tan solo tengo opinión de aquellos asuntos de los que tengo información rigurosa, que suelen ser todos los anteriores al siglo XIX. De la actualidad más rabiosa no opino nada, porque no se lo que pasa.

martes, 8 de mayo de 2018

¿Por qué no ser mejores?


Cuando se empieza a considerar que una mejora supone un problema ha llegado la hora de plantearse algunas cosas. Me estoy refiriendo en concreto a las reticencias de todo tipo que surgen frente al mejoramiento humano que suponen los nuevos avances biotecnológicos. Y es que si todos estamos de acuerdo que lo mejor es preferible frente a lo peor y en que –a pesar del dicho de que lo mejor es enemigo de lo bueno- lo mejor es preferible a lo simplemente bueno, o a lo que no es ni bueno ni malo: cuando parece que todo el mundo está de acuerdo en mejorar su vida, su familia, sus ingresos o su bienestar, entonces, cuando alguien se atreve a postular una mejora, no de un aspecto u otro de la vida humana en particular, sino de todo lo que significa la especie humana en general, es más, cuando estamos tan cerca de crear una nueva especie que supere a lo que llamamos “humanos” –que tan denostados, por otro lado, están en ciertos círculos biempensantes- todo cambia. Lo que parece lógico deja de serlo y un miedo atávico a no se sabe muy bien qué se apodera de todos y nos hace recular ante lo que, posiblemente, ni siquiera comprendemos.
            Cualquiera que mire a su alrededor se puede dar cuenta de que la especie humana está entrando en una nueva fase evolutiva o, más bien, en una nueva fase involutiva. Ante esta situación el rechazo visceral frente a ciertos avances que pueden detener esta involución y redirigirla en una dirección totalmente distinta, que suponga una nueva definición de humano –en realidad lo que siempre, desde los griegos se ha entendido por “humano”, es decir, “animal racional”- solo puede ser entendido desde dos grandes grupos de argumentos que, en realidad, son uno solo.
            Por un lado, argumentos cristianos que se reducen todos a la idea de que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Efectivamente si todo está bien, si ya estamos en lo mejor, cualquier intento de mejora no será sino un empeoramiento. El ser humano ha sido diseñado por Dios de la mejor manera posible, y por lo tanto no tiene sentido pretender cambiarlo. Es más, pretender cambiarlo es un atentado contra las leyes divinas, es jugar a ser dioses y eso, tarde o temprano, será objeto del castigo divino. Si usted, por ejemplo, no quiere morirse, es usted un soberbio y será juzgado en el final de los tiempos, que llegará igual que su muerte. Pues aunque haya sido creado libre y sea dueño de su destino, no puede evitar su destino final que es la muerte. Estamos condenados desde el momento en que nacemos y solo podemos resignarnos ante lo inevitable.
            Ahora bien, alguien podría decir –y aquí nos encontramos ante el segundo gran grupo de argumentos- que la muerte no es una cuestión teológica, sino biológica y que si nos tenemos que morir no es porque Dios lo quiera, sino porque nuestra biología así lo dicta. La falacia de este argumento, empero, es evidente: si la muerte es una cuestión biológica y existen avances científicos que pueden, a un nivel puramente biológico, si no evitar la muerte al menos si alargar la vida todo lo posible, no se ve, desde el ámbito de la biología, por qué no habría de hacerse. Si se admite –es más, se exige- que los avances médicos curen las enfermedades o detengan el cáncer, ¿Por qué no ha de admitirse también que eviten la muerte? ¿Por qué es admisible morir de viejo y no morir de un catarro o una infección si ambas muertes pudieran ser evitables? Porque la naturaleza, y aquí la respuesta se vuelve, de nuevo, teológica, es sabia. Y no debemos forzarla si no queremos que se vuelva contra nosotros. Hay que dejarla actuar y seguir su camino, quedar a merced de ella. Deus sive natura, dijo Spinoza. Y no sabía la razón que tenía.