viernes, 28 de noviembre de 2008

De monjas, crsis y asesinos

Si un extraterrestre que observara la Tierra quisiera saber qué relación existe entre una monja fanática, una crisis económica global y los asesinados en una dictadura e introdujera para ello todos estos datos en su superordenador extraterrestre de tecnología mega avanzada podrían pasar dos cosas: o bien que explotara o bien que en su pantalla apareciera una única palabra: España.
Y es que la cosa ha ido así. Para empezar –por algún sitio, porque la verdad es que resulta difícil saber donde está el principio o la causa última explicativa en este eterno retorno de la estulticia- el presidente del Parlamento señor Bono tiene la brillante idea de colocar en el edificio una placa de homenaje a una tal sor Maravillas, una monja de la más rancia tradición integrista y ultracatólica, cuyo único mérito aparte de ser santa –porque supuestamente después de muerta curó alguna enfermedad a alguien- es haber vivido en una casa que antiguamente se situaba en los terrenos que ocupa hoy el Congreso. Esto lo hace el señor Bono –cuyas inclinaciones católicas son bien conocidas- justo cuando hay un debate abierto sobre el auto del juez Garzón para juzgar a la cúpula franquista -con Franco a la cabeza- por crímenes contra la humanidad y cuando el fiscal de la Audiencia Nacional ha descalificado dicho auto con argumentos que, de haberse utilizado en 1945, hubieran impedido juzgar a los asesinos nazis. A todo esto, los que con tanta fuerza critican el auto del juez Garzón, no critican la decisión de Bono, lo que nos lleva a pensar que la memoria histórica de alguna cabezas es ciertamente una memoria muy selectiva. Al final, Garzón se declara incompetente para seguir la causa que había abierto contra la dictadura, según resulta evidente y el mismo dice, por presiones políticas intolerables en un marco de separación de poderes y Bono retira su propuesta de colocar la famosa placa porque se la rechaza la Mesa del Congreso, que es la representación de la voluntad popular (esto es probable que alguien no lo sepa porque se enseña en Educación para la Ciudadanía). El caso es que aquellos que callan ante las presiones políticas a Garzón, incluso les parecen lógicas y razonables, se indignan ante la decisión de la Mesa del Congreso (en este punto los circuitos del superordenador extraterrestre están ya echando humo).
Y en estas aparece el PP, como no, que ha apoyado en todo momento a Bono en su ínclita propuesta de homenajear a la monja de marras y ha puesto a caer de un burro a Garzón por su intento de juzgar a Franco, para interpelar a un grupo de intelectuales que han escrito un manifiesto de apoyo al juez, diciendo que en vez de apoyar a éste deberían hablar de la crisis (qué manía con decirle a la gente de lo que debe de hablar: todavía no se han enterado que cada cual habla de lo que le viene en gana) supongo que para acusar de ella al Gobierno. Lo que demuestra que no se han enterado todavía de que esta es una crisis global que no es culpa de ZP, ni de Bush, ni de ningún gobierno, que es una crisis que afecta únicamente a los bancos y a las grandes empresas, que ya se han cubierto bien el riñón con el regalo del Estado y con los acuerdos de la cumbre de Washington (¿para cuándo una para solucionar lo de Afganistán, por ejemplo?) y que si afecta a los ciudadanos de a pie es porque las empresas, aprovechando la coyuntura, están realizando despidos masivos injustificados a la vista de las circunstancias con el beneplácito de los gobiernos para poder seguir obteniendo beneficios récord y celebrando fiestas millonarias para sus directivos en hoteles de lujo. Y esto lo dice el PP en un país que tiene el dudoso honor de ser el que cuenta con el mayor número de desaparecidos del mundo según informes de Amnistía Internacional. Y para rematarlo todo aparecen las Nuevas Generaciones del PP de Madrid descalificando a los sindicatos y diciendo que ya está bien de vivir del cuento (léase del subsidio de desempleo) y de pedir ayuda a Papá Estado, que hay que ser emprendedor, córcholis. Claro, que no dicen nada de lo que Papá Estado y Mamá Espe están regalando a emprendedores como ellos.
En este punto el superordenador ha explotado ya y mi cerebro está a punto, así que, sin más, me voy a remitir al estupendo artículo de Monika Zgustova que apareció el viernes pasado (21-11-2008) publicado en “El País” y me voy a desconectar un rato.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Obama, Barack Hussein

Por más vueltas que le doy hay varias cosas sobre todo este asunto de Obama que no me acaban de entrar en la cabeza. Lo primero es porqué, en Europa en general y en España en particular, la gente de a pie se ha puesto tan contenta con su victoria en las elecciones, casi más que si fuera un compatriota. Es bien sabido que los presidentes demócratas, aunque hayan realizado una política social más o menos progresista en el interior del país, en sus relaciones exteriores han sido tan agresivos o más que los republicanos. Los casos de Kennedy y Johnson en Vietnam son bien conocidos. Obama es un patriota norteamericano, según dicen todos incluido él, y esa no es una muy buena carta de presentación cuando se trata de establecer relaciones con el resto del mundo. El proteccionismo anunciado para reactivar a las empresas norteamericanas va a suponer la puntilla de muchas economías latinoamericanas que constituyen su zona natural de comercio y, en referencia concreta ya a España, cuando estamos inmersos en un debate sobre la conveniencia de mantener las tropas en Afganistán, el recién elegido presidente solicita –o anuncia que va a solicitar- a la UE un aumento de las tropas de combate en este país, algo que no parece que encaje demasiado bien con los intereses españoles, insisto, a la vista de los últimos acontecimientos.
Por otro lado no acabo de ver la relación causal existente entre ser negro y ser un buen presidente, o siquiera un buen político. Negros son o han sido Mobutu, Idi Amin, Condoleezza o Powell y no creo que nadie pueda decir que hayan sido políticos preocupados por su pueblo. Hace mucho tiempo que en los EEUU no se establecen diferencias entre blancos y negros, sino entre ricos y pobres. Un negro rico –y Obama lo es- no encuentra ningún tipo de traba para conseguir lo que desea, lo mismo que un blanco rico. Y un blanco pobre es tan pobre como un negro pobre. Es en esta capa de la población donde se mantiene el racismo. Es mucho más útil y conveniente para los ricios (blancos o negros) hacer creer a los blancos pobres que lo son por culpa de los negros pobres. Y mientras miren a los negros pobres como al enemigo no lo van a buscar en otra parte, donde realmente está.
Es posible que la victoria de Obama haya supuesto un cambio porque sea el primer presidente negro de la historia, pero el mismo cambio hubiera supuesto que fuera la primera presidenta mujer o el primer presidente gay. Aunque simbólicamente sea significativo política y socialmente no tiene porqué suponer nada más que una operación de maquillaje del sistema. Se dice que el cambio está en que Bush deja el poder cuando, si bien es cierto que la política derrotada ha sido la suya, también lo es que Bush ya había terminado su segundo mandato y no iba a volver a la presidencia –parece que se olvida que el rival de Obama no era Bush, era McCain, que por cierto intentó distanciarse de aquél- El cambio real está por llegar y veremos si alguna vez llega. Obama podrá ser un buen o un mal presidente pero, sintiéndolo mucho, eso no tendrá nada que ver con el color de su piel, sino con lo que tenga en la cabeza y eso es de lo que no me fío.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Palabra de reina

Hasta donde alcanza mi entendimiento la reina es una ciudadana española que tiene derecho a decir lo que quiera como cualquier otro ciudadano. Eso, hasta donde alcanza mi entendimiento. Claro, que también es posible que se me diga que la reina no es una ciudadana como otra cualquiera y es aquí donde empiezan los problemas. Porque si la reina no es una ciudadana cualquiera entonces es, o bien más que una ciudadana o bien menos. Malo si es menos, porque se le estaría negando un derecho fundamental, pero peor si es más porque entonces estaríamos admitiendo la existencia de seres humanos de primera y de segunda: los reyes, que no son como el común de los mortales y el resto del pueblo, retrotrayéndonos a las épocas más oscuras del absolutismo.
Es en este marco donde hay que encuadrar la polémica –o supuesta polémica- que se surgido con las opiniones que Doña Sofía de Borbón y Grecia ha vertido en un libro de entrevistas que ni siquiera ha escrito ella. Entiendo que una señora católica, apostólica y romana de 70 años y además reina, piense lo que piensa sobre el matrimonio gay, la eutanasia, el aborto y la enseñanza de la religión. Porque si pensara otra cosa no sería una señora católica, apostólica y romana de 70 años y además reina, a no ser que pretendamos tener una reina socialista. El problema pues, es mucho más profundo y tiene que ver con la concepción que aún se tiene en este país de la monarquía. La polémica surge cuando se establece una situación en la cual las palabras de una reina tienen un peso específico superior a lo que pueda decir cualquier otro ciudadano. Y esa situación es la que se propicia cuando se emiten por televisión programas –patéticos por otra parte, situados en el colmo del servilismo más rastrero- donde nos presentan a una persona que no parece una persona. Perfecta, sin tacha, sin defectos, casi como Dios. Y claro la palabra de Dios es palabra de Dios. No existiría discusión de ningún tipo si los habitantes de este país pensaran por sí mismos, si las palabras de la reina no les afectaran más que las del vecino del quinto, si no creyéramos, aún, que los reyes son seres superiores que llevan razón en todo lo que piensan y a los que hay que seguir en todo lo que digan o hagan. Pero la cuestión va más allá, porque cuando el presidente de la COGAM, o el presidente de Asociación para una Muerte Digna o la representante de las clínicas que practican abortos (legales, por otra parte, por si alguien aún no se ha enterado), critican, no las palabras de la reina, sino el hecho de que haya sido precisamente la reina quien las haya pronunciado, están cayendo en la misma actitud de considerar que, por el hecho de ser reina, aquéllas tienen una carga de razón superior a las de cualquier otro individuo. Y es lo mismo que piensan los políticos y los legisladores cuando apelan a un llamado “principio de neutralidad” aplicable a la monarquía según el cual sus miembros no pueden opinar sobre temas que puedan provocar tensión en la sociedad. Sólo provocan esa tensión si se parte del supuesto previo de que su palabra es ley. A mi lo que diga la reina me da lo mismo, porque soy lo suficientemente libre como para quitarle la razón, o pensar que está diciendo barbaridades. En todo caso para saber que es una persona como yo, que hace lo mismo que yo –exactamente lo mismo- y que puede opinar lo que quiera sin tener más o menos razón, igual que yo
Si los habitantes de este país pensaran por si mismos sabrían que lo que diga la reina en el fondo no importa nada, que da igual porque ni ella ni nadie tiene la razón absoluta. Eso, el pensar por uno mismo y no considerar a nadie superior por el hecho de ser rey –o sacerdote- tiene un nombre: se llama Ilustración y pasó por Europa allá por los siglos XVIII y XIX. Pero claro, aquí no nos enteramos porque estábamos demasiado ocupados echando a pedradas a los franceses que nos la traían. Y así nos va.

Y la próxima semana… hablaremos de Obama.