lunes, 25 de noviembre de 2013

Conocimiento / 1

 A diferencia de otros asuntos de los que se ocupa la filosofía, el conocimiento en sí mismo no es problemático. Es decir, el conocimiento existe, los seres humanos efectivamente conocemos  el entorno que nos rodea, más o menos profundamente, y las especulaciones del viejo escepticismo griego acerca de la validez de nuestro conocimiento fueron sustituidas por las investigaciones kantianas, que parten de la premias de que es posible hablar de un conocimiento válido, y en último término, los descubrimientos de la psicología y la neurociencia que nos muestran sin que quede lugar a dudas cuáles son los instrumentos mentales y cuáles las zonas cerebrales que los sujetos utilizan para conocer.
 Ahora bien, que el conocimiento no sea problemático en si mismo no significa que no se pueda problematizar. Si entendemos éste como una relación –privilegiada o no, fundamentadora o no: de momento no entraremos en este problema- del sujeto con la realidad, el problema del conocimiento se planteará con respecto a la realidad que se considere en cada caso y a la relación del individuo con ella.. Es decir, el problema del conocimiento se traduce en el problema de la objetividad del conocimiento. Esta cuestión de la objetividad del conocimiento tiene, por decirlo así, dos vertientes. En primer lugar determinar si existe algo así como una realidad objetiva, en principio, el fundamento de que exista un conocimiento objetivo –si queremos huir del idealismo-. Y, en segundo lugar, la cuestión de si es posible conocer objetivamente esa realidad objetiva. Cuando nos referimos al conocimiento científico parece que la primera dificultad se da por superada. En efecto, la ciencia considera como fuera de toda duda –y de todo debate- la existencia de una realidad dada, objetiva e independiente del sujeto, compuesta por los hechos de la naturaleza. El planteamiento entonces –no tanto de la ciencia experimental o teórica sino más bien de la Filosofía de la Ciencia- es determinar si es posible un conocimiento objetivo de esa realidad, es decir, si “los hechos están cargados de teoría” o no: si el científico simplemente conoce el fenómeno que investiga o, más bien, lo interpreta a través de unas teorías y unos juicios previos. Evidentemente, la única manera de afirmar que la realidad investigada por la ciencia es objetiva es la primera. En la segunda, la interpretación del hecho a partir de las ideas preconcebidas del investigador supondría en la práctica la fundamentación de la realidad de éste. Considérense si no entidades como el flogisto o el calórico, que se supusieron reales durante mucho tiempo porque servían para explicar –o interpretar- los fenómenos relacionados con la combustión de los gases y la transmisión del calor. Cualquier químico del siglo XVIII hubiera afirmado sin ninguna duda –y de hecho así lo hacían- que los fenómenos relacionados con y explicados por el flogisto se daban en la realidad, constituían una realidad objetiva que ellos se dedicaban únicamente a investigar y exponer, y no un constructo mental sin correlato mental que, a la larga, resultó ser falso. 
 Aun así, y en términos generales, es posible afirmar que el conocimiento científico hace referencia a una realidad objetiva. A unos hechos que ocurren de forma positiva en la Naturaleza y que la ciencia tan sólo trata de conocer y explicar. Si no admitimos esto –o, al menos esto- habríamos de hablar de magia, más que de ciencia y el mundo moderno –que se fundamenta en el desarrollo de ésta- resultaría inexplicable. Esta realidad objetiva que constituye el campo de estudio del conocimiento científico resulta más problemática cuando nos movemos en el ámbito del conocimiento filosófico, histórico o social. De este tipo de conocimiento y de la realidad que le es inherente nos ocuparemos en el próximo artículo.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Realidad

 Para empezar he de aclarar que en este artículo no voy a decir qué es la realidad. Más bien me limitaré a exponer qué no es o, más exactamente, a poner en duda aquello que un mal llamado “sentido común” nos dice acerca de la realidad. Y es que si hay una idea contraintuitiva en el campo del pensamiento ésa es precisamente la “realidad”. Y no sólo, como quizás se podría pensar, en el campo del pensamiento filosófico, sino también en el científico. Así, un neurobiólogo me diría que esta mesa que tengo delante no es realmente una mesa, sino tan sólo un conjunto de estímulos  que provocan reacciones electroquímicas en mi cerebro  a las que éste da el nombre de “mesa”. De la misma manera un físico me explicaría que la solidez de la mesa que yo capto en realidad no es tal, puesto que la materia que yo veo real no es más que un conjunto de partículas subatómicas en constante movimiento.
 Lo primero con lo que suele confundir la realidad es con la verdad. Así, se tiende a pensar que aquello que es real es ya inmediatamente verdadero, y que todo lo verdadero es real. Sin embargo, si profundizamos un poco, no tardaremos en caer en la cuenta  de que la idea de verdad va más allá de una simple identificación con la realidad  En efecto, ya desde pequeños se nos ha enseñado que decir la verdad está bien y mentir, en cambio, está mal. Perece pues, que el concepto de verdad incluye un contenido moral. De esta forma, si afirmamos que algo es real porque es verdadero, o que es verdadero porque es real, parece que, de alguna forma, estaríamos afirmando que ese algo, que es real y verdadero, también es bueno. Así que si un asesinato, por ejemplo, es real, y por lo tanto es verdad que ha ocurrido, parece que implícitamente habría que admitir que, puesto que es verdadero, es bueno. Y como lo bueno es a su vez deseable estaríamos afirmando que es deseable que se cometan asesinatos, lo cual no parece muy acorde con el sentido común. Habría que admitir, entonces, que es posible que existan realidades falsas.
            En segundo lugar, tiende a considerarse como real aquello que captamos por medio de los sentidos. Si podemos ver, tocar u oler un objeto es porque ese objeto está ahí delante de nosotros y, por tanto, es real. Ya hemos dicho más arriba lo que la ciencia –la psicología, la neurobiología o la física- opina de esta afirmación. Descartes ya puso en duda la validez del testimonio de nuestros sentidos. Pero incluso el empirismo moderno, con Hume a la cabeza, propuso que la realidad que nosotros creemos conocer no es la que captan nuestros sentidos, sino la que se representa en las ideas que nuestra imaginación se forma a partir de la experiencia de aquéllos. Cuentan que Ortega y Gasset, en las conferencias que en las tardes madrileñas ofrecía a las señoras de alto copete de la burguesía capitalina, mientras mostraba media manzana oculta en la palma de su mano preguntaba al auditorio que era lo que aquél veía; ante la multitudinaria respuesta :”una manzana D. José” este abría su mano y mostraba la media manzana.
 En tercer lugar, y en términos muy generales, se podría decir que la realidad es todo lo que existe. Y esta definición podría ser más o menos adecuada si nos atenemos a lo que es exclusivamente la existencia y no vamos más allá, es decir, no hacemos extrapolaciones de nuestros pensamientos a una supuesta realidad extramental. Sí yo tengo la idea de un elefante rosa en biquini –algo que, por cierto, hace mucha gracia a mis alumnos- lo que existe –y por tanto es real- es la idea de semejante ser, y no el elefante en la realidad. De la misma manera, si alguien tiene la idea de una república ideal, de que su pareja le engaña o de la solución a la crisis económica, ha de ser consciente de que lo que existe, lo real, es esa idea, y no los objetos de los que es representación. Si esto no se tiene claro se acaba en el dogmatismo, cuando no en la locura de confundir la realidad con nuestras ideas acerca de la realidad.
 ¿Qué es entonces la realidad?. En principio, creo que lo único que se podría decir es que la realidad la construye cada sujeto –sea este sujeto un individuo o una sociedad- en su relación cotidiana con aquello que no es él. La realidad es, así, una construcción humana y, precisamente por ello, hay que desconfiar siempre de ella. El ser humano necesita una realidad, una realidad que le resulte cómoda y a la que poder aferrarse. Por eso huye de la realidad que le obliga a pensar una y otra vez sobre ella y se refugia en otras realidades construidas a su medida, realidades que ponen a su alcance todo cuanto se puede esperar de una realidad que lo acoja y no se le enfrente. Por eso, hoy en día, la mejor metáfora de la realidad- incluso algo más que una simple metáfora- es un centro comercial.

martes, 19 de noviembre de 2013

Filosofía

 Todos los que de una u otra manera han pertenecido al gremio de los llamados “filósofos” a lo largo de la historia, han intentado ofrecer una, si no definición, si al menos determinación de su objeto de estudio o, lo que es lo mismo, de la Filosofía. Y aunque –como, por otra parte, podría parecer lógico- todos y cada uno de ellos han caracterizado a la filosofía de manera distinta, no es menos cierto que todas estas múltiples determinaciones comparten un elemento común: la filosofía es una relación, más o menos privilegiada, del sujeto con el entorno que le rodea o, en otras palabras, la filosofía es un intento de dilucidar qué cosa pueda ser la realidad, cuáles son sus componentes y cuál su interacción con los individuos.
 De esta manera la filosofía nace en la Grecia clásica como una necesidad de explicación de los fenómenos naturales (para los primeros filósofos griegos la realidad es fundamentalmente Physis, naturaleza), una explicación que sustituya al relato mítico que resulta insuficiente ante las nuevas exigencias de comprensión de un sociedad que económicamente está cambiando hacia un sistema comercial. Filosofía, pues, como conocimiento de la realidad y, en este sentido, como madre de todas las ciencias.
 Cuando en el siglo XVII la Filosofía Moderna, de la mano de Descartes, descubre que entre el sujeto y la realidad existe una brecha gnoseológicamente insalvable, que lo que el sujeto conoce no es la realidad en sí misma –tal y como consideraban los griegos- sino la ideas que tiene en su mente acerca de esa realidad –ya sean esas ideas producidas por la propia razón, puestas por Dios, formadas a partir de las impresiones de los sentidos o el resultado de una síntesis trascendental-, que no conocemos la realidad tal y como es, que ni siquiera podemos asegurar –tan sólo postular en el mejor de los casos- la existencia de dicha realidad –podemos dudar de ella-  y que, por tanto eso que llamamos realidad no es más que una construcción del sujeto, de sus ideas innatas, de su imaginación, de sus condiciones trascendentales o de su Razón, la filosofía cobra un nuevo impulso, toma un nuevo camino y, en este nuevo camino, determina su significación.
 Hoy en día la filosofía se entiende como una reflexión crítica acerca de esa realidad que no es tan objetiva como pudiera parecer. Reflexión que es necesaria desde el momento en que sabemos que no sabemos qué es la realidad y sólo conocemos de ella aquello que depende de las condiciones del sujeto humano. La Filosofía saca a la luz ese engaño de la realidad, o más bien, desde el momento en que nuestra realidad ya no es natural sino social, de aquellos que construyen la realidad y la hacen pasar por absoluta, sagrada y estática –ya que no estética-. La lechuza de Minerva despliega sus alas al anochecer y nos descubre aquello que permanece oculto detrás de una realidad quizás no tan real. Pero si el sujeto, los individuos o los ciudadanos están presos de la realidad, están sometidos a ella como el marco necesario en el cual se desarrollan como tales sujetos, individuos o ciudadanos, la filosofía tiene entonces como objetivo emanciparlos, liberarlos de la cárcel de “lo real”. Por eso la Filosofía es hoy más necesaria que nunca. Y lo seguirá siendo mientras no alcance sus metas.