lunes, 30 de marzo de 2015

Información y comunicación / y 2



  En el texto anterior se expuso la idea de que internet e información no tienen por qué ser necesariamente términos sinónimos. La pregunta que consecuentemente surge es por qué en internet se produce ese vacío de información cuando, uno de los objetivos de la red es la transmisión global de información: las autopistas de la información.

  Para responder a esta cuestión se me ocurren al menos dos hipótesis, las cuales no tienen por que ser necesariamente excluyentes. La primera es que internet es –o se ha convertido- en un medio de comunicación de masas. En este sentido podríamos aplicarle la crítica que Adorno y otros pensadores de la Escuela de Frankfurt realizan a la cultura de masas. En tanto en cuanto la cultura ya no sirve como instrumento de humanización, sino que deviene en vehículo para el entretenimiento de las masas, en algo con lo que ocupar su ocio, deja de cumplir con su función, deja de ser cultura. Por eso, la cultura de masas no humaniza, sino que barbariza: es una manifestación de la barbarie. Una crítica similar, decíamos, puede servir como respuesta a la pregunta de por qué internet ha dejado de ser un canal de información. Desde el momento en que se convierte en una herramienta para el entretenimiento de las masas deja de cumplir con su función originaria de información. Internet hoy es desde un gran almacén donde se puede comprar de todo hasta una plataforma donde cualquiera puede volcar sus frustraciones, su rabia, sus sentimientos más o menos cursis o sus insultos, oculto en el anonimato de la red. Internet son las redes sociales –o este blog-. Así, deja de ser instrumento de información pues ésta queda aplastada por todo aquello que no es información.

  La segunda hipótesis es que exista un interés desde ciertos estamentos para que internet no ofrezca información. El conocimiento, la información, es poder, y resulta mucho más inteligente sobresaturar la red, llenarla de ruido, ocultar la información, que censurarla. El contenido masivo de internet –y es en este sentido en el que las dos hipótesis consideradas están relacionadas- hace que la información relevante se diluya. Es muy difícil determinar qué unidades de información son ciertas cuando existe una multitud de ellas que se contradice. Así, la manera de obtener información relevante en la red se sitúa fuera de la red: depende o bien de elementos ajenos a ésta que el usuario pueda utilizar como modelos de unificación y contrastación de la información que recibe o bien de los conocimientos previos del propio sujeto. De esta forma, si el sujeto no posee un modelo de verificación externa, o los conocimientos previos necesarios, internet se convierte más bien en un canal de desinformación, puesto que va a generar en el individuo conocimientos confusos en el mejor de los casos y equivocados en el peor que, posteriormente, serán utilizados como instrumento de contrastación de nuevas informaciones recibidas por el mismo medio. El resultado será una confusión cada vez mayor y sujetos cada vez más desinformados. Ya se han hecho comunes los bulos en internet. Cuando la única forma de contrarrestarlos sea acudir al propio internet, donde esos bulos se habrán vuelto virales, acabarán pasando por informaciones verdaderas. Y si, como se decía, el conocimiento es poder, los individuos desinformados son el ideal inofensivo que el poder demanda.

viernes, 27 de marzo de 2015

Información y comunicación / 1



  Recientemente ha visto la luz un estudio que asegura que tan solo el 2% de los adolescentes de 13 años es capaz de distinguir la información importante en internet. Lo primero que se viene a la mente es la tentación de cargar la responsabilidad, bien sobre los adolescentes –que algo de responsabilidad tienen-, bien sobre sus mentores –que algo de responsabilidad tienen-, pero a nadie, en principio, se le ocurre cargar la responsabilidad sobre Internet. Es una herramienta neutra, se dirá; es tan solo un instrumento que hay que saber utilizar, se argumentará; la información está ahí, solo hay que saber buscarla, se espetará. ¿Son acertadas estas respuestas?. En mi opinión, no -como tampoco es acertado decir, como demuestra el informe aludido, que las nuevas generaciones, nativos digitales, están mejor preparadas que las antiguas en el uso y comprensión de las nuevas tecnologías: un nuevo mito que ha caído-. Quizás si los adolescentes de 13 años de 21 países son incapaces de encontrar información relevante en internet sea porque en internet cada vez hay menos información relevante. No me parece muy descabellada esta afirmación cuando medio mundo está intentando averiguar si un vestido es blanco y dorado o azul y negro. Quizás si en vez de mirar embobados el vestido de marras hicieran una simple búsqueda sobre las Leyes de la Percepción, o sobre la forma en que el ojo humano capta y el cerebro procesa las longitudes de onda el problema estaría solucionado. O no. Puede ocurrir que los primeros cien resultados de la búsqueda sean imágenes del dichoso vestido y uno tenga que dejarse los ojos ante la pantalla para encontrar una información relevante. Lo que parece que este y otros ejemplos indican es que internet se ha convertido, y cada vez más, en algo trivial. En un juego –o más bien un juguete- de niños. Parece ser que la información hay que buscarla cada día más en los rincones escondidos de la web. O tampoco. Los múltiples canales de información que pueblan internet, escritos por supuestos periodistas –o por diletantes aficionados- carecen de la misma falta de credibilidad –si no mayor- que los medios tradicionales. ¿Quién es capaz de asegurar que lo que dice un medio digital es cierto y no está determinado por los mismos intereses que un medio tradicional, cuando no por la paranoia, o la “conspiranoia”, de su autor?. Entiendo que acudir a medios informativos que se sitúan en los márgenes del sistema y que utilizan medios telemáticos que les rodean de un aura de democratismo que no tienen los medios tradicionales considerados elitistas –también la imprenta, en su momento, supuso una universalización del conocimiento del mismo tipo- puede resultar atractivo. Pero eso no asegura su veracidad.

  La información independiente no existe, ni dentro ni fuera de internet y, en caso de existir, lo haría tanto dentro como fuera de internet, si la independencia de esa información supone que ésta está libre de interferencias ajenas a la propia información que se quiere transmitir. Es más, posiblemente estas interferencias puedan resultar mayores en los medios digitales que en los tradicionales, pues si bien a éstos los pueden determinar las cifras de ventas o los intereses económicos de los conglomerados empresariales que los editan, el señor o señores que lanzan un medio informativo digital pueden estar movidos –si dejamos aparte los obvios intereses ideológicos- por algo tan humano como el afán de notoriedad, los ingresos económicos provenientes de la publicidad inserta en ellos o el tener muchos seguidores en las redes sociales.

martes, 24 de marzo de 2015

Proyectos políticos




  Es de suponer que una organización política debe contar con un proyecto político que determine cuáles son sus señas de identidad políticas. Un proyecto político no es un programa electoral, aunque lo que las organizaciones suelen dar a conocer es su programa electoral, o más bien un resumen mínimo del mismo. Más bien, el programa electoral se sustenta o debería de sustentarse sobre el proyecto político, aunque también hay grupos políticos que elaboran sus programas al margen o incluso de espaldas a sus proyectos, bien porque son conscientes de que no se ajustan a los deseos y creencias de la sociedad en una determinadas circunstancias histórico-sociales –y son esos deseos y creencias los que les van a dar los votos, los que les van a otorgar cotas de poder que, en última instancia, son el objetivo de cualquier organización política-, bien porque reniegan simple y llanamente de él, porque consideran que el proyecto es un estorbo –al fin y al cabo no deja de ser una declaración de principios políticos- y resulta más conveniente adaptar ese proyecto a los vaivenes de la sociedad: en el primer caso se intenta adecuar la sociedad al proyecto político, en el segundo se adecúa el proyecto político a la sociedad. En cualquier caso un proyecto político es la forma de entender las relaciones sociales que se dan entre los individuos, es decir, la forma de y la teoría sobre cómo se deberían estructurar esas relaciones sociales.
  
  En este sentido existen multitud de proyectos políticos. Lógicamente, no todo el mundo está de acuerdo con todos, ni todos serían implementables a la vez. Precisamente en eso consiste la democracia: en poner en juego la multiplicidad de proyectos –liberal, socialista, socialdemócrata, incluso anarquista- y respetar tanto su contenido como su continente, tanto a quienes los representan como a quienes los eligen y, en la medida de lo posible, encontrar lo mejor de cada uno a través del debate y el diálogo.
  
  Ahora bien, cuando no se tiene un proyecto político entonces lo que se hace no es actuar –o intentar actuar- sobre las estructuras sociales o sobre las relaciones que determinan esas estructuras sociales, sino incidir directamente sobre los hechos sociales. Pero sobre los hechos sociales tomados aisladamente, olvidando así que forman parte de estructuras sociales –y que son hechos precisamente porque forman parte de esas estructuras-, que los hechos sociales vienen determinados por estructuras sociales o, dicho de otra manera, que lo que convierte a cualquier hecho en un hecho social es la forma y manera en la que se imbrica en una estructura social. De esta forma, si la racionalidad de una sociedad se fundamenta en sus estructuras y en las relaciones que las conforman, el atender exclusivamente a los hechos es una manera irracional de entender la sociedad y de actuar sobre ella, es decir, de hacer política, porque un hecho es incomprensible como hecho fuera de una estructura. Así, aquellas posturas políticas organizadas que solo atienden a los hechos hipostasiados, desgajados de las relaciones que los conforman como hechos, lo hacen –porque no puede ser de otra manera- desde la irracionalidad, lo hacen desde el sentimiento, pues el sentimiento es inmediato: atiende al hecho y no permite la reflexión sobre la estructura que lo sustenta y, así, acaban no enterándose de nada.

jueves, 19 de marzo de 2015

Confundirlo todo


La confusión sobre objetos que tradicionalmente han estado nítidamente delimitados ha llegado a un punto que altera su propia esencia. Con mayores o menores matices, con mayor o menor carga de dogmatismo, o de escepticismo, con mayores o menores determinaciones ideológicas todo el mundo, -o al menos todos los que se dedicaban a su investigación- tenía claro qué era la moral y qué era la historia. Pero sobre todo tenían claro cuáles eran las notas que las definían, cuáles eran las características esenciales que permitían que se pudiera afirmar que nos encontrábamos ante un mandato moral o ante un hecho histórico. Hoy en día esa claridad definitoria, esas seguridades cognoscitivas acerca de su esencia ha periclitado, bien sea por la renuncia a la razón, bien sea por oscuros intereses ideológicos. Asó, lo que antes pertenecía al ámbito de la moral ahora se considera histórico, mientras que los hechos históricos se caracterizan como guías o normativizaciones morales.
¿Qué es lo que define tradicionalmente a la moral?. La absolutización de su discurso, la exigencia de universalización. Si bien es cierto que esta universalización se podría situar entre los más o menos estrechos márgenes de la relativización cultural, histórica o incluso individual, lo que es cierto es que una norma moral, para ser moral, debe de poder ser imputable a todos los individuos. Ahora, lo moral no es absoluto. El discurso moral varía según los contenidos políticos y lo que es exigible al rival, al enemigo, es disculpable en uno mismo. Es cierto que siempre ha existido esta doble moral pero, precisamente por ser doble todo el mundo era consciente de que no era moral. Eso es lo que ha cambiado: hoy se considera moral a lo que es relativo, relativo incluso a esa falsa conciencia política. Lo moral, así, se convierte en histórico: lo que hoy es moral mañana no lo es y, si el tiempo histórico resulta cómplice de la ideología política, todo lo que se relativiza en él es moral. De ahí que la Historia deje también de ser histórica. Si lo que caracteriza a la Historia es precisamente su relatividad, su movimiento, su no certeza y su falta de fijeza hoy la Historia, los acontecimientos históricos -algunos acontecimientos históricos más bien- , se convierten en absolutos y son los que marcan los comportamientos  a seguir y las conductas exigibles a los sujetos: peo al hacer esto se olvida –interesadamente- que como acontecimientos históricos que son están determinados, imbricados, relacionados indisolublemente con otros acontecimientos históricos que son los que les confieren su carácter de históricos y, por lo tanto, y en tanto en cuanto históricos, su carácter de relativos. Si se olvida esto, el acontecimientos deja de ser histórico y pasa a convertirse en un hecho absoluto, que no depende de nada sino de él mismo. Se convierte en fuente de moral, pero en fuente falseada, bastarda.
En resumen, se relativiza lo absoluto –la moral- y se absolutiza lo relativo –la Historia- de tal manera que se elimina el carácter ético de lo primero y el carácter histórico de lo segundo. Por ello se construye una realidad virtual en todos los sentidos pero, sobre todo, en el político.

lunes, 16 de marzo de 2015

La nueva política

Confieso que debo ser un poco viejo, o un poco tonto, o ambas cosas, pero no llego a comprender del todo la motivaciones y actuaciones de eso que se ha dado en llamar “nueva política”. De hecho, la propia conceptualización “nueva política” me desconcierta, porque en sí misma es ya vieja. Tan viejo, al menos, y que yo sepa, como del 23 de mayo de 1914, fecha en la que Ortega y Gasset pronuncia en el teatro de la Comedia de Madrid su conferencia “Vieja y nueva política”. Claro que si esto resulta desconcertante mucho más lo es el hecho de que los egregios representantes de la “nueva política” recurran a términos tan naftalínicos como el de “Patria” –idea vetusta donde las haya- o remonten su fundamentación política e ideológica al levantamiento del 2 de mayo de 1808, suceso polvoriento que, de paso –y por si alguien no lo sabe- fue el que impidió la entrada de la Ilustración en España –la Ilustración es antipatriótica por definición-.
           Dentro de éste ámbito de novedades del siglo pasado, la última ha sido la recurrencia a la actuación política del gobierno del señor Obama en los Estados Unidos como referente de una política que termine con la economía de la austeridad y permita recobrar el estado del bienestar –que en eso se quedan las intenciones revolucionarias-. Sin ánimo de ser un aguafiestas, y considerando que me parece muy buena idea –y, de hecho, la ´única practicable- que yo recuerde la necesidad de utilizar la política económica del gobierno de los Estados Unidos como modelo a imitar es la tesis principal del último libro de Diego López Garrido, La Edad de Hielo (RBA, Barcelona, 2014), miembro ilustre de “la casta”, aunque esta idea no es exclusivamente suya. Eso si, mientras el egregio representante de la “nueva política” se hace fotos en el metro de Nueva York y da mítines en Queens, acusan a esos mismos Estados Unidos a los que pretenden imitar de estar detrás del terrorismo islámico y de no se sabe muy bien qué intenciones imperialistas. Un discurso tan nuevo que es idéntico al de determinados sectores de la izquierda de los años 70, con sus fotos del che y sus cantos revolucionarios. Es tan nuevo, que sólo les falta citar a Teresa de Calcuta, aunque supongo que no tendrían mucho reparo en hacerlo  teniendo en cuenta el acervo cristiano de sus planteamientos –las constantes apelaciones a la redención de y por la pobreza, la pureza de espíritu y la piedad-. Una ambigüedad moral que casa muy bien con su ambigüedad ideológica, pero mal con sus llamamientos a la honestidad, algo que, guste o no, no deja de ser un absoluto moral.
          En fin, como decía al principio, debo de ser muy viejo, muy tonto o ambas cosas, porque soy incapaz de situarme en esta especie de realidad líquida en la que se mueve la “nueva política”, realidad que se esparce en mil direcciones distintas, que resulta inaprehensible e inclasificable y en la cual alguien puede decir tranquilamente que los principios son un estorbo mientras los enarbola como bandera. Eso si, mucho me temo que cando se encuentren con la realidad de verdad, con la de toda la vida, que es bastante dura, van a terminar haciéndose daño.

lunes, 9 de marzo de 2015

Ciencia Política

La última tendencia política consiste en encargar a expertos –sujetos con un prestigio científico- la elaboración de los programas de las organizaciones políticas. Así, vemos como las propuestas económicas de los diferentes partidos son firmadas por prestigiosos –y no tan prestigiosos a veces- economistas. Lo cual estaría muy bien si no significara concederles una patente de certeza que en ningún momento poseen. Y no la poseen precisamente porque se supone que son científicas, o al menos eso es por lo que se elaboran y lo que se vende de dichas propuestas. O, dicho de otro modo, aquellos que, sonrientes, presentan estas propuestas como pilar de la racionalidad y la seriedad de su proyecto y, sobre todo, aquellos que las aplauden y sacan pecho pavoneándose de lo racional y seria que es su organización, o más bien, la organización a la que van a entregar su voto –porque suya, lo que se dice suya, no es- no caen en la cuenta de algo tan simple como que los prestigiosos, y no tan prestigiosos, economistas que las han elaborado pueden estar equivocados. Que las teorías económicas que postulan y que materializan en un programa político pueden ser erróneas. Y ello, precisamente, porque son científicas. Fue Popper el que dijo que una teoría, para ser científica, tenía que poder ser falsada, tenía que poder admitir la posibilidad de que parecieran pruebas en su contra que demostraran su falsedad: una teoría, para ser científica, tiene que poder estar equivocada. Aunque la enuncie un premio nobel, porque hay otros premios nobel que mantienen lo contrario, y no por ello dejan de ser premios nobel. Todos no pueden estar en lo cierto, pero si pueden estar todos equivocados.
            ¿Por qué no se admite esta posibilidad de equivocación?. ¿Por qué se considera que una teoría económica es verdadera a ultranza?. Porque postula aquello que los que la consideran cierta en todos sus respectos quieren escuchar. Y eso, y no otra cosa, es lo que la convierte en verdad. Lo paradójico es que esto niega su carácter científico, la transforma en un dogma y, por tanto, deja de cumplir la función que se le había asignado originalmente –la de ser obra de expertos-. Para postular una teoría económica que no se puede refutar, o que no se quiera refutar, no hace falta ser un economista: basta con ser un sacerdote. Porque la religión es dogma irrefutable, no es ciencia; es, de hecho, lo opuesto a la ciencia. Cuando no se considera que el programa político elaborado por prestigiosos economistas pueda estar equivocado se lo ha convertido en religión. Y ello porque la organización política que ha comprado y vendido ese programa político como ciencia necesita que se convierta en religión, porque sólo así se consigue que las masas se adhieran a él incondicionalmente. Nadie nunca ha hecho una revolución con las consignas de los ciclos de Kondratiev o la ley de los rendimientos decrecientes, pero si que se han hecho en nombre de dogmas económicos –da igual cuáles- que se consideran ciertos por siempre y para siempre. El Che Guevara fue ministro de Economía con Fidel Castro, cuentan, porque donde Castro dijo “economista” él entendió “comunista”.
Lo mismo ocurre con la ciencia política. La ciencia política ha de poder ser falsable –puede estar equivocada-, para ser ciencia pero cuando se convierte en política real pierde la posibilidad de falsabilidad y su carácter científico. No es más que un conjunto de consignas vacías. 

lunes, 2 de marzo de 2015

Lo sostenible insoportable

La sostenibilidad nos acecha, nos cerca como un nuevo mantra, presta a saltar sobre nosotros al doblar cualquier esquina y por eso hay cada vez  menos ámbitos sociales que resultan sostenibles. El último, la Universidad. “El Sistema Universitario no es sostenible”, como tampoco son sostenibles el sistema educativo, el sistema sanitario o el sistema de pensiones. El propio estado del bienestar no es sostenible, pero éste porque se sostenía sobre el miedo (o la prudencia) al bloque soviético. El bloque soviético que no se sostuvo –ni se sostenía- y dejó de sostener al estado del bienestar. Pero mantener la sostenibilidad de lo que ahora es insostenible es cuestión de voluntad –de buena voluntad-. Que se lo pregunten si no al pobre Sísifo que sostenía su roca –su castigo divino- gracias a su voluntad. O a Atlas que sostiene el mundo sobre sus hombros. Esperemos que Atlas nunca pierda su voluntad de sostener.
           Lo sostenible, que no tiene que ver con lo soportable, aunque tengan reminiscencias semánticas comunes. Porque lo que ahora no es sostenible antes lo era. Sus cimientos, que eran fuertes antaño, han dejado de serlo por lo que parece. O al menos eso ha decidido el gobierno que ya no quiere sostenerlo, el gobierno que no tiene voluntad de sostenerlo –como tenía el pobre Sísifo-. El gobierno que, por no sostener, se convierte en in-soportable. Si el gobierno no quiere sostener lo según él in-sostenible, entonces nosotros podemos decidir no soportarle a él, se nos convierte en insoportable, aunque en sí mismo se considere sostenible.
            Lo que sostiene es la substancia. Substancia es sub-stare, estar debajo. Es, según Aristóteles, lo que sostiene o soporta a los accidentes. Lo que no es sostenible, entonces, no tiene substancia, es in-substancial –insustancial-. Considera entonces el gobierno que el sistema universitario, el sistema educativo, el sistema sanitario o el sistema de pensiones son insustanciales, no tienen substancia, y por eso no se pueden sostener. Lo sostenible, entonces, es una sociedad analfabeta, enferma, muerta. La transubstanciación de la sociedad, el cambio substancial que tan bien comprenden sus mentes cristianas. Pero también se puede considerar que lo insoportable es insustancial, tampoco tiene substancia. El gobierno también es carne de cambio sustancial, o es puro accidente, puro devenir, puro cambio sin nada a lo que agarrarse excepto a las encuestas.
Los cimientos de lo que no es sostenible no se han corrompido o al menos no se han corrompido solos. Es la insoportabilidad del gobierno la que los ha dinamitado: la insoportabilidad que determina su insostenibilidad. Lo insostenible ha dejado de ser insoportable y lo sostenible ha dejado de ser soportable. También ellos han mutado, se han transubstancializado. Ahora, por obra y gracia metafísica del gobierno –aunque no sepa lo que es eso- lo insostenible –la educación, la salud- es lo soportable –siempre lo ha sido-, mientras que lo sostenible es lo insoportable –el gobierno-. El gobierno ha hecho estallar los pilares de lo que era sostenible, ha diluido su substancia, ha emborronado su definición, lo ha convertido en insostenible y, por ellos, ha devenido él mismo en insoportable y, por insoportable, también en insostenible.