viernes, 27 de marzo de 2015

Información y comunicación / 1



  Recientemente ha visto la luz un estudio que asegura que tan solo el 2% de los adolescentes de 13 años es capaz de distinguir la información importante en internet. Lo primero que se viene a la mente es la tentación de cargar la responsabilidad, bien sobre los adolescentes –que algo de responsabilidad tienen-, bien sobre sus mentores –que algo de responsabilidad tienen-, pero a nadie, en principio, se le ocurre cargar la responsabilidad sobre Internet. Es una herramienta neutra, se dirá; es tan solo un instrumento que hay que saber utilizar, se argumentará; la información está ahí, solo hay que saber buscarla, se espetará. ¿Son acertadas estas respuestas?. En mi opinión, no -como tampoco es acertado decir, como demuestra el informe aludido, que las nuevas generaciones, nativos digitales, están mejor preparadas que las antiguas en el uso y comprensión de las nuevas tecnologías: un nuevo mito que ha caído-. Quizás si los adolescentes de 13 años de 21 países son incapaces de encontrar información relevante en internet sea porque en internet cada vez hay menos información relevante. No me parece muy descabellada esta afirmación cuando medio mundo está intentando averiguar si un vestido es blanco y dorado o azul y negro. Quizás si en vez de mirar embobados el vestido de marras hicieran una simple búsqueda sobre las Leyes de la Percepción, o sobre la forma en que el ojo humano capta y el cerebro procesa las longitudes de onda el problema estaría solucionado. O no. Puede ocurrir que los primeros cien resultados de la búsqueda sean imágenes del dichoso vestido y uno tenga que dejarse los ojos ante la pantalla para encontrar una información relevante. Lo que parece que este y otros ejemplos indican es que internet se ha convertido, y cada vez más, en algo trivial. En un juego –o más bien un juguete- de niños. Parece ser que la información hay que buscarla cada día más en los rincones escondidos de la web. O tampoco. Los múltiples canales de información que pueblan internet, escritos por supuestos periodistas –o por diletantes aficionados- carecen de la misma falta de credibilidad –si no mayor- que los medios tradicionales. ¿Quién es capaz de asegurar que lo que dice un medio digital es cierto y no está determinado por los mismos intereses que un medio tradicional, cuando no por la paranoia, o la “conspiranoia”, de su autor?. Entiendo que acudir a medios informativos que se sitúan en los márgenes del sistema y que utilizan medios telemáticos que les rodean de un aura de democratismo que no tienen los medios tradicionales considerados elitistas –también la imprenta, en su momento, supuso una universalización del conocimiento del mismo tipo- puede resultar atractivo. Pero eso no asegura su veracidad.

  La información independiente no existe, ni dentro ni fuera de internet y, en caso de existir, lo haría tanto dentro como fuera de internet, si la independencia de esa información supone que ésta está libre de interferencias ajenas a la propia información que se quiere transmitir. Es más, posiblemente estas interferencias puedan resultar mayores en los medios digitales que en los tradicionales, pues si bien a éstos los pueden determinar las cifras de ventas o los intereses económicos de los conglomerados empresariales que los editan, el señor o señores que lanzan un medio informativo digital pueden estar movidos –si dejamos aparte los obvios intereses ideológicos- por algo tan humano como el afán de notoriedad, los ingresos económicos provenientes de la publicidad inserta en ellos o el tener muchos seguidores en las redes sociales.

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