sábado, 17 de septiembre de 2011

La Nueva Izquierda

 La nueva izquierda que cristaliza en el movimiento 15-M en realidad no es tan nueva. Es bastante antigua y comete los mismos errores que ha cometido siempre. Estos errores pueden ser analizados a tres niveles: a nivel de su fundamentación teórica, a nivel de su instrumento político y a nivel de resultados.
 1.- Fundamentación teórica. El 15-M surge como un movimiento de indignados. Teóricamente, por tanto, sus actividad política se vehicula a través de un sentimiento, la indignación, y no de la razón y se sitúa así en el mismo campo de la irracionalidad política y social que dice combatir. Este sentimiento le lleva a realizar un análisis simple y maniqueo de la realidad y a dividir ésta en dos campos: el campo de los buenos, dónde se sitúan ellos y la gran masa de la población, sin importarles si esta masa de la población son ciudadanos ejemplares o delincuentes habituales, y el campo de los malos, donde están los banqueros y los empresarios. De hecho, esta simplificación llega al extremo de identificar a los malos con nombre y apellidos, y así, se acusa, por ejemplo, a Emilio Botín de ganar un sueldo millonario. A mi lo que gane el señor Botín me trae completamente sin cuidado y en lo que atañe a la transformación del sistema –fuera del populismo y la demagogia- es un dato del todo irrelevante. Lo peor es que esta singularización de la maldad conduce –y así ha sido a lo largo de la Historia- a las Checas, las “sacas” y las purgas de todo tipo. A una eliminación sistemática, en suma, de la libertad, mientras que los cimientos de la estructura económica siguen intactos.
 2.- El instrumento político. El 15-M se constituye como un movimiento asambleario. No seré yo quien alabe las supuestas bondades de la democracia representativa, pero cualquiera que haya estado alguna vez en una asamblea de las llamadas “populares” sabe que nunca llevan a ningún sitio. El problema de la legitimidad de una asamblea es exactamente el mismo que el de un diputado elegido en las urnas: la representatividad. Y en este sentido, por mucho que se empeñen, una asamblea sólo se representa a sí misma. Las excusas teóricas para salvar este escollo –la voluntad general y el bien común- ya fueron planteadas por Rousseau y quien le haya leído atentamente sabe que conduce –o puede conducir, no es este el lugar para analizar la obra rousseauniana- a un sistema totalitario. ¿Quién decide cuál es el bien común?. La Asamblea. ¿Y quién ha dado legitimidad a la Asamblea para decidirlo?. La propia Asamblea. El segundo lugar una asamblea tiene que tomar sus decisiones teniendo en cuenta las circunstancias sociales, no se trata tan sólo de expresar sus deseos –y aquí volvemos al punto 1-. Una asamblea puede decidir lo que le de la gana, pero la estructura social debe permitir llevarlo a cabo. Allá por los ochenta salió una canción que resumía de forma magistral esta circunstancia. Decía algo así como “la asamblea de majaras ha decidido: mañana sol y buen tiempo”. En tercer lugar las asambleas son fácilmente manipulables –y esto también lo sabe cualquiera que haya estado en alguna-. Y son manipulables porque normalmente apelan a lo más manipulable del ser humano, los sentimientos, y no a la razón. La paradoja está en que una asamblea sólo es operativa si está manipulada. En Rusia los soviets sólo funcionaron como instrumentos de cambio político en Febrero, controlados por los mencheviques, y en Octubre, controlados por los bolcheviques.
 3.- Resultados. ¿Qué ha obtenido hasta ahora el 15-M?. Absolutamente nada, a no ser reforzar la posición del PP. Quizás por eso cada vez más esté derivando hacia un movimiento anti-PP –no han dicho una sola palabra de la reforma laboral de tapadillo que nos ha colado el PSOE, permitiendo que los contratos laborales se encadenen indefinidamente lo que precariza todavía más el empleo-. Alguien puede argumentar que han parado unos cuantos desahucios, pero aparte de que habría que ver las circunstancias en que se producen esos desahucios –no todos son impulsados por los bancos- eso tan sólo es cortar unos cuantos árboles mientras el bosque permanece virgen.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Reforma y Constitución 4. Los Partidos

 Aunque resulte chocante –incluso insultante para algunos- en todo este asunto de la reforma constitucional los únicos que se han comportado de forma coherente han sido PSOE y PP. Han hecho lo que tenían que hacer: obedecer la voz de su amo, que no son precisamente los ciudadanos que les han votado. Lo que cabía esperar, al fin y al cabo. La actitud del resto de los grupos políticos va de la demagogia al cinismo. Se han dedicado a liar la madeja, confundir e intentar salvar la cara.
 En cuanto a los grupos de la llamada izquierda, para empezar, no es de recibo que abandonen la cámara en vez de votar “no” al cambio, que es para lo que se supone que les han votado quienes les hayan votado. Si uno no está de acuerdo con algo se opone, pero no se abstiene o hace mutis por el foro, no vaya a ser que al final le salpique a él la porquería. A lo mejor es que no les parece tan mal como dicen, o al menos es lo que demuestran. Si la reforma constitucional se ha realizado de acuerdo con el Artículo 167, lo que deben hacer es solicitar formalmente un referéndum, si se ha llevado a cabo a través de algún procedimiento de urgencia ajeno a la Constitución, hay que presentar un recurso de inconstitucionalidad y si este procedimiento está presente en la Constitución hay que denunciar a ésta como antidemocrática. Yo he de reconocer que no se cómo se ha producido esta reforma, entre otras cosas porque a ninguno de estos partidos se le ha pasado por la cabeza explicar el proceso. Esto es lo que habría hecho una izquierda seria y responsable, no salir corriendo del hemiciclo y luego utilizar la demagogia para azuzar a las masas, cuando ellos saben mejor que nadie que no existe ningún instrumento legal que permita convocar un referéndum por presión popular y mucho menos para una reforma constitucional que está perfectamente reglamentada. Ellos saben mejor que nadie que la reforma venía impuesta y que había de salir adelante. Así que se han quitado de en medio.
 En cuanto a los partidos nacionalistas lo único que han ofrecido ha sido una muestra más del tradicional cinismo al que nos tienen acostumbrados: ni si, ni no, ni todo lo contrario y aquí estamos a verlas venir. Ahí está la postura de CIU, que no tuvo ningún reparo en afirmar que ellos estaban dispuestos a apoyar la reforma siempre y cuando eso supusiese más dinero para Cataluña, que es lo mismo que decir para los empresarios y los políticos catalanes, que no para sus ciudadanos, a los que ya no les quedan ni ambulatorios. Esta es la tan cacareada responsabilidad política de los partidos nacionalistas: vender su apoyo al mejor postor y amenazar con consultas secesionistas -que saben que no van a llevar a cabo- cuando las cosas no salen como ellos esperan.
 Así que lo único que me queda claro es que un sistema político como el que nos ha tocado soportar genera políticos mediocres porque los necesita para sostenerse. Y un país gobernado por mediocres siempre será mediocre.

martes, 6 de septiembre de 2011

Reforma y Constitución 3. El 15-M

 Finalicé el anterior artículo afirmando que el 15-M se equivocaba, una vez más, en el planteamiento que hace con respecto a la reforma constitucional. Voy a intentar explicar esta idea, aunque de alguna manera está explicación ya está implícita en el artículo citado.
 A mi entender, desde sus comienzos, el 15-M ha adolecido de dos defectos o fallas a nivel teórico que le imposibilitan para dar una respuesta de izquierdas racional y contundente a la situación económica y política actual. El primero de ellos es su base reformista. Ya he dicho alguna vez que, aunque parezca lo contrario, el 15-M no es un movimiento revolucionario. Su lema definitorio “democracia real ya” deja ver sus intenciones. Consideran que la democracia es posible dentro de este sistema, se trataría tan sólo de desarrollarla (que sea ya real) reformando instituciones y formas de hacer política. No pueden ver, así, que esa falta de democracia que critican (en lo cual tienen razón) es una necesidad estructural del sistema. Que nos movemos dentro de unos parámetros económicos, y por lo tanto políticos, que exigen para su desarrollo esa ausencia de democracia. El capitalismo global avanzado sólo puede ser mantenido –como lo demuestran los casos de las dictaduras latinoamericanas en los ochenta o, más recientemente, de China- si los ciudadanos son apartados de la toma de decisiones políticas, porque esas decisiones, dirigidas por el poder económico, necesariamente han de resultar contrarias a sus intereses. La democracia sólo puede darse si se transforma el sistema –si se revoluciona-. Cualquier reforma que no incida en la base antidemocrática del sistema dejará las cosas como están.
 La segunda falla es su falta de visión global. Dividir la realidad social en compartimentos estancos y actuar teniendo a la vista éstos y no la totalidad no es más que poner parches que dejan intacta la estructura global sobre la que se sustentan. En este caso, más que nunca, los árboles no les dejan ver el bosque. No se trata de que políticos o banqueros sean muy malos. Se trata de que, dentro del armazón de la realidad no pueden actuar de otra manera.
 ¿Qué tiene esto que ver con la reforma de la Constitución?. Dicha reforma se ha llevado a cabo dentro del marco de la Constitución, con elementos que la propia Constitución establece- y de no ser así la solución sería tan simple como plantear un recurso de inconstitucionalidad-. De esta forma, no es la reforma la que es antidemocrática, sin la propia Constitución que la legitima. Los ataques, pues, no deberían ir dirigidos contra el cambio, sino contra la Constitución misma. No hacerlo así es carecer de visión global para ver que la Carta Magna que supuestamente se defiende contiene elementos antidemocráticos. Es reformismo que sólo sirve para tapar vías de agua, pero no transforma nada.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Reforma y Constitución 2. Las Formas

 La polémica más enconada en la anunciada reforma de la Constitución es la que gira en torno a la forma de llevarla a la práctica. Todo el debate público en lo tocante a esta cuestión hace referencia a si esta reforma ha de ser aprobada por el Parlamento o sometida a referéndum. Aquí es necesario hacer una distinción –cosa que hasta ahora nadie, que yo sepa, ha hecho- entre legalidad y moralidad. Y no es una cuestión baladí, porque en este asunto lo que puede resultar legal es posible que no sea moral y viceversa. Y lo que parece democrático puede que no lo sea.
 La legalidad de la reforma constitucional viene determinada por la misma Constitución. Ésta, en su Artículo 87, Apartado 1, establece que la iniciativa legislativa corresponde al Gobierno, al Parlamento y al Senado. Habida cuenta de que la Constitución es ley de leyes, es a estos organismos a los que compete su reforma. Así, en el Artículo 167, Apartado 1, se establece que las reformas constitucionales deberán ser aprobadas por una mayoría de tres quintos de cada una de las Cámaras, y en el apartado 3 del mismo Artículo se indica que las reformas serán sometidas a referéndum, una vez aprobadas, siempre que lo solicite una décima parte de los miembros de cada una de las Cámaras. Es decir, que la reforma constitucional planteada por PP y PSOE, tal y como se está llevando a cabo hasta ahora, se ajusta a lo dispuesto en la Constitución y por lo tanto es legal y, en principio, democrática. Cuestión distinta es la de si resulta moral reformar la Carta Magna sin contar con los ciudadanos a los que afecta. Ningún parlamentario ha declarado hasta ahora que tenga intención de acogerse al Apartado 3 del Artículo 167 y pedir un referéndum que ratifique la reforma. Ni uno sólo, mucho menos los 35 que sería el número mínimo exigible por el citado Artículo. Y convocar un referéndum antes de aprobar los cambios, o que no fuera solicitado por esa décima parte de parlamentarios y senadores iría en contra de la Constitución y sería, por tanto, ilegal. Esto demuestra la catadura moral de todos y cada uno de nuestros diputados, especialmente de aquellos que en vez de hacer declaraciones altisonantes en contra de las reformas y proclamar con la boca pequeña la necesidad de una consulta popular (que saben que no puede darse si no se cumplen las condiciones antes citadas) lo que deberían hacer es firmar la petición de referéndum, referéndum que debería convocarse entonces, hubiera o no hubiera tiempo para ello. Pero lo fácil es tirar la piedra y esconder la mano
 En resumen, que la reforma constitucional que se avecina es legal, pero no moral. Y aquí surge el punto de inflexión fundamental. Si es legal porque se ajusta a la Constitución, entonces es democrática, puesto que se supone que la base de nuestro sistema democrático es la Constitución. Pero resulta muy difícil calificar algo de democrático cuando resulta inmoral. El problema está en una Constitución que elaboraron unos señores elegidos a dedo, que se aprobó en un referéndum tutelado por el Ejército y en el que se votó con el miedo en el cuerpo y que se consensuó entre aquellos miembros del aparato franquista que deseaban legitimarse y asegurar su continuidad política y los partidos moderados de la oposición (fundamentalmente el PSOE) que buscaban abrirse un hueco en el espectro del poder. Una Constitución que, además, afianza en su primer Artículo la herencia del dictador: la imposición de Juan Carlos I como Rey y Jefe del Estado. Una Constitución, en suma, que no es democrática en sí misma y es aquí donde, una vez más, el 15-M y la “nueva izquierda” que le jalea se están equivocando.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Reforma y Constitución 1. El Fondo

 Una de las características que define la irracionalidad política es complicar las cosas hasta que nada es lo que parece y cuestiones relativamente simples se convierten en laberintos artificiales en los cuales, en algún momento, existió una entrada, pero en los que ya resulta imposible encontrar la salida. Esto es lo que está ocurriendo con la tan traída y llevada reforma de la Constitución, reforma de la que ahora mismo nadie es capaz de dilucidar si es necesaria o innecesaria, democrática o antidemocrática, legal o ilegal. He de reconocer que a lo único que he sido capaz de llegar es a tres hilos conductores de los que tirar para poder aclararme un poco: uno se refiere la forma de la citada reforma, otro a la actitud de los denominados “indignados” y los que se oponen a ella; el tercero la postura, a favor o en contra, de los partidos políticos con representación parlamentaria, que son al fin y al cabo los que tienen en sus manos sacarla adelante.
 Nótese bien que en ningún momento hago referencia al fondo del pretendido cambio constitucional. Y no lo hago porque éste si que es un nudo gordiano que tiene más que ver con intereses políticos y económicos que con cuestiones racionales y razonables. Cuando nos sumergimos en él nos adentramos en el campo de la pura opinión subjetiva, donde cada cual elucubra según convenga a aquéllos. Porque si bien es razonable, y además es algo que se sitúa dentro de los más estrictos parámetros de la racionalidad, que no se puede gastar más de lo que se ingresa y que de alguna manera hay que poner freno a la sangría económica en la que se encuentran sumidas las administraciones, no es menos cierto que el hecho de incluir este punto en el articulado constitucional es una imposición de los mercados financieros, que el techo de gasto del que tanto se habla es más que probable que repercuta única y exclusivamente en los inversiones sociales (aunque los promotores de la reforma se empeñen en negarlo, insisto: nos movemos en el ámbito de la subjetividad) y que el déficit público tiene más que ver con gastos suntuarios, obras faraónicas e innecesarias, sueldos millonarios de asesores colocados a dedo, regalos a bancos y empresas, visitas papales y toda una amplia gama de corruptelas que con el salario de profesores, médicos o bomberos.
 Pero ya he dicho que todo este tema es demasiado confuso y no resulta fácil tratarlo en un solo artículo. Habida cuenta, además, que la Constitución se va reformar no pongamos como nos pongamos ( y muy ingenuo o muy ciego tiene que ser el que todavía no se haya dado cuenta de ello) es mejor dejar aquí la cuestión y seguir exponiéndola en próximos escritos.