jueves, 1 de septiembre de 2011

Reforma y Constitución 1. El Fondo

 Una de las características que define la irracionalidad política es complicar las cosas hasta que nada es lo que parece y cuestiones relativamente simples se convierten en laberintos artificiales en los cuales, en algún momento, existió una entrada, pero en los que ya resulta imposible encontrar la salida. Esto es lo que está ocurriendo con la tan traída y llevada reforma de la Constitución, reforma de la que ahora mismo nadie es capaz de dilucidar si es necesaria o innecesaria, democrática o antidemocrática, legal o ilegal. He de reconocer que a lo único que he sido capaz de llegar es a tres hilos conductores de los que tirar para poder aclararme un poco: uno se refiere la forma de la citada reforma, otro a la actitud de los denominados “indignados” y los que se oponen a ella; el tercero la postura, a favor o en contra, de los partidos políticos con representación parlamentaria, que son al fin y al cabo los que tienen en sus manos sacarla adelante.
 Nótese bien que en ningún momento hago referencia al fondo del pretendido cambio constitucional. Y no lo hago porque éste si que es un nudo gordiano que tiene más que ver con intereses políticos y económicos que con cuestiones racionales y razonables. Cuando nos sumergimos en él nos adentramos en el campo de la pura opinión subjetiva, donde cada cual elucubra según convenga a aquéllos. Porque si bien es razonable, y además es algo que se sitúa dentro de los más estrictos parámetros de la racionalidad, que no se puede gastar más de lo que se ingresa y que de alguna manera hay que poner freno a la sangría económica en la que se encuentran sumidas las administraciones, no es menos cierto que el hecho de incluir este punto en el articulado constitucional es una imposición de los mercados financieros, que el techo de gasto del que tanto se habla es más que probable que repercuta única y exclusivamente en los inversiones sociales (aunque los promotores de la reforma se empeñen en negarlo, insisto: nos movemos en el ámbito de la subjetividad) y que el déficit público tiene más que ver con gastos suntuarios, obras faraónicas e innecesarias, sueldos millonarios de asesores colocados a dedo, regalos a bancos y empresas, visitas papales y toda una amplia gama de corruptelas que con el salario de profesores, médicos o bomberos.
 Pero ya he dicho que todo este tema es demasiado confuso y no resulta fácil tratarlo en un solo artículo. Habida cuenta, además, que la Constitución se va reformar no pongamos como nos pongamos ( y muy ingenuo o muy ciego tiene que ser el que todavía no se haya dado cuenta de ello) es mejor dejar aquí la cuestión y seguir exponiéndola en próximos escritos.

1 comentario:

Joel dijo...

Pongo un ejemplo de este tema del techo de deuda:
En Parla se gastan millones y millones de euros para hacer una obra en una acera para dar trabajo durante unos meses a cuatro personas, colocan un tranvia que sabe dios quien lo habra pedido y se pagan unos sueldazos a funcionarios que hacen poco mas que sostenerle el cafe al alcalde. Todo esto para que los obreros de la mencionada acera esten en el paro pasado un mes, para que tengan que despedir a todos los trabajadores del tranvia porque no pueden costear sus salarios y para que los funcionarios que cobran una miseria sean despedidos para poder pagar los sueldazos de los "enchufados".
Con esto consiguen gastarse el dinero en chorradas pasajeras que dejan todo como al principio con el unico cambio de el incremento en los gastos ya que los ingresos siguen inamovibles.