lunes, 19 de agosto de 2013

Nacionalismo y absurdo

 En el panorama político y social de este país existen una serie de asuntos recurrentes que, de vez en cuando, vuelven a la palestra mediática y pública, para regocijo de unos y pasmo de otros. Uno de esos temas –junto al aborto o el terrorismo de ETA, por ejemplo- es el de Gibraltar –así, sustantivado, dotado de esencia propia-. Cualquiera que tenga dos dedos de frente y, sobre todo, no esté cegado por los mitos nacionalistas, que en el fondo no son sino una transfiguración simbólica de intereses económicos, se dará cuenta de que  el contencioso que el actual gobierno mantiene, una vez más, con la colonia británica, no es más que un intento, bastante torpe por otra parte, de desviar la atención de los problemas que le acucian –que son muchos y muy variados-, intentando agitar un sentimiento nacionalista en las capas más ignorantes y ultramontanas de la población, lo cual le permite ganar ante estas masas el prestigio y sobre todo la legitimidad que ha perdido en su acción política. Es la forma prototípica de actuar de las dictaduras totalitarias. Lo más curioso del caso es que, de momento, al único al que está beneficiando este embrollo es al gobierno británico, al que tampoco le iban demasiado bien las cosas y que ha aprovechado la inepcia de los gobernantes españoles para crear su propia ola de nacionalismo fanático –de esto los ingleses también saben mucho- con despedida multitudinaria y patriótica de los barcos de la Armada de Su majestad que partían hacia el Estrecho, cual de si un nuevo Trafalgar se tratara.

 Y es que los excesos nacionalistas acaban conduciendo a situaciones totalmente carentes de sentido, como el que se haya plantado en algunos foros la oportunidad de crear un equipo de juristas internacionales que examinen la validez de las cláusulas del tratado de Utrecht –en el mismo sentido se podría intentar solucionar el problema de Oriente Medio examinando la validez jurídica del relato bíblico de Moisés-. Con ser éste uno de los más llamativos de los absurdos a los que conduce está situación, no es, sin embargo, el único, y así hemos podido escuchar al ministro de Asuntos Exteriores amenazar con aliarse con Argentina frente al Reino Unido en la ONU, esa misma Argentina a la que hace unos meses el mismo ministro acusaba de querer provocar un conflicto internacional por expropiar la filial de Repsol, YPF. O en la misma línea, proponer una reunión cuatripartita entre España, Gran Bretaña, Gibraltar y ¡Andalucía!, que uno piensa, que, ya puestos, por qué no Mondoñedo, -los ingleses que, si no más listos si que son más serios saben que se trata de un asunto entre estados soberanos, cosa que no son ni Gibraltar ni Andalucía-. Y de la misma forma vemos y oímos a los amigos de ERC solidarizándose con el pobre pueblo gibraltareño –el mismo que vive del blanqueo de capitales y el contrabando- frente a la extorsión y la agresión españolas, olvidando que el pueblo gibraltareño es una colonia del Reino nido, y que es el imperialismo británico  -o sus restos- lo que está en juego. Y que, de momento, los únicos que anulan las ansias de libertad y de independencia de los gibraltareños –si es que existen- son los británicos. El sueño del nacionalismo –y el olvido de la razón- produce monstruos deformes e irreconocibles. Y así como el nacionalismo franquista utilizaba los grupos de coros y danzas regionales y los trajes típicos de cada territorio para ensalzar la variedad y al mismo tiempo la unidad (la unión de destino en lo Universal) de España, ahora los distintos nacionalismos periféricos utilizan los mismos grupos de coros y danzas regionales y los mismos trajes típicos para resaltar su identidad nacional. Cosas veredes.