lunes, 18 de octubre de 2010

Allons enfants de la Patrie

 Todavía no he oído a nadie decir lo que voy a decir, quizás porque resulte políticamente incorrecto, quizás porque últimamente parece ser que hay que ser patriotas y responsables hasta para ir al servicio. Ni sindicatos, ni partidos de izquierdas han dicho una palabra acerca de algo que, pienso yo, debería estar en la mente de todos. Sólo espero que el silencio del lenguaje no sea el reflejo de un vacío en el cerebro y que al no decir nada no se sume el hecho de no pensar nada. Porque yo estoy seguro de que en la cabeza de más de uno tiene que estar rondando la idea que me ronda a mí: cuánto tenemos que aprender de los franceses. O, al menos, esa es mi esperanza.
 Porque resulta que otra vez –y ya van unas cuantas a lo largo de a Historia- el pueblo de Francia nos está volviendo a dar una lección de cómo se hacen las cosas. Y no sólo a España, sino a toda Europa. Después de la Revolución de 1789 y la Comuna de París de 1871, otra vez nos vuelven a demostrar cómo se combate a los poderosos –porque no nos engañemos, la lucha sindical en Francia no es una lucha contra el Gobierno, sino contra los mercados-. Después de mucho tiempo en que estos gobiernos y estos mercados sólo han exigido sacrificios a los trabajadores para salir de una crisis que no provocaron éstos, sino aquéllos, esos mercados que han seguido enriqueciéndose a costa de los de siempre, otra vez vuelen a ser los trabajadores franceses los que nos muestran el camino: paralizar un país, bloquear sus centros neurálgicos, encadenar huelga tras huelga y manifestación tras manifestación hasta echar atrás reformas que más que reformar suponen una vuelta a las condiciones de trabajo del siglo XIX.
 No sé si esta ola de protestas se extenderá o no al resto de Europa. Desde luego los gobiernos listos como el alemán ya están poniendo sus barbas a remojar por lo que pueda venir. Lo que si sé seguro en que en España seguiremos tragando quina sin mover un dedo como hasta ahora. Al fin y al cabo en 1809 ya expulsamos a esos gabachos que querían traernos las ideas revolucionarias de la Ilustración y no vamos a permitir ahora que sus algaradas reivindicativas penetren en nuestro sagrado suelo patrio. Aunque nos tengamos que comer las piedras, trabajando hasta los setenta años y cobrando sueldos de miseria, eso, quien los cobre. Resistiremos hasta la última gota de nuestra sangre la invasión de esas ideas peligrosas y anticapitalistas mientras tengamos una pandereta, un vaso de vino y un toro al que torturar. Por algo siempre hemos sido más papistas que el Papa y la Reserva Espiritual de Occidente. Y si ahora no tenemos a una Catalina de Aragón tenemos a Belén Esteban. Y si no tenemos a una Virgen del Pilar que no quiere ser francesa tenemos a Intereconomía. Y si todo eso falla aún nos queda nuestra arma secreta infalible: la selección española de fútbol. De hecho, este recurso ya se ha puesto en marcha: cuando Francia está a punto de estallar aquí sólo nos preocupa si Casillas va a ir a recibir el Premio Príncipe de Asturias o no. Genio y figura.
 Y su alguien piensa que exagero aquí nos tienen, elaborando finas disquisiciones políticas sobre la necedad que ha soltado el presidente de la patronal acerca de si hay que trabajar más y cobrar menos para salir de la crisis, cuando la única atención que merece este señor y las estupideces que salen por su boca son los barrotes de una celda por estafador. Así que no se preocupe nadie: La Marsellesa no pasará de los pirineos. Aquí seguiremos con nuestro chunda, chunda, chunda, tachunda.

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