miércoles, 6 de octubre de 2010

Conciencia

 La conciencia, hablando en términos generales y sin entrar en vericuetos filosóficos, es aquello que nos convierte en seres humanos, ya se entienda ésta como conciencia moral o como consciencia, conciencia de uno mismo o autoconciencia. La objeción de conciencia, hoy en día tan de moda entre aquellos que la han negado siempre, hace referencia a la conciencia moral, y es desde aspecto desde el que conviene desarrollar un análisis de la última oleada de objetores que se nos ha venido encima.
 Hace unos años, con la introducción en el plan de estudios de la ESO de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, un gran número de familias apelaron a su derecho a la objeción de conciencia para impedir que sus hijos cursaran dicha materia. Nadie se preguntó si los profesores tenían derecho a objetar también para no impartirla: se daba por supuesto que eran, o bien funcionarios públicos o bien trabajadores de empresas privadas que cobraban un sueldo y que por lo tanto tenían la obligación de enseñar la asignatura de marras, más allá de sus creencias religiosas o políticas.
 En la actualidad son los médicos los que reclaman su derecho a la objeción de conciencia para no practicar abortos en la sanidad pública. Incluso gobiernos socialistas como el de Castilla-La Macha, regulan este derecho yendo más allá de lo que la propia ley del aborto considera el máximum que no debe ser sobrepasado para garantizar el derecho que también tienen las mujeres de abortar si así lo desean. En este caso nadie se plantea que los médicos adscritos a la sanidad pública son funcionarios públicos, que como tales tienen una obligación que cumplir y que también reciben un sueldo por ello, como ocurría en el caso anterior. Simplemente se les permite negarse a realizar su función pública por razones de conciencia.
 Estos dos hechos tienen una cosa en común, aparte de la flagrante contradicción de que se reconozca el derecho a la objeción en un caso y no en otro. Y es que en ambos dicha objeción viene determinada por razones religiosas y azuzada, cuando no impuesta directamente, por la Conferencia Episcopal. No es de extrañar entonces que los gobiernos autonómicos de uno u otro signo corran a proteger el derecho de los médicos a no practicar abortos. Por lo que se ve, aquí hay que seguir manteniendo a la Iglesia contenta, liberándola de impuestos y pagando las visitas de su jefe, aunque sepamos más que de sobra que ésta, como un Saturno devorador de sus propios hijos, nunca se dará por satisfecha hasta que no consiga implantar su teocracia fundamentalista, integrista y castradora.
 Lo más preocupante del caso, empero, es que si sólo se admite la objeción de conciencia en función de las creencias religiosas (cristianas) se está dando a entender que cualquiera que no profese la religión cristiana no tiene conciencia, puesto que no tiene derecho a la objeción de conciencia. Esto, por un lado, deja fuera de la dimensión moral humana a todo aquél que no sea creyente, cosa que estamos hartos de escuchar a los curas y obispos todos los días, para quienes sólo los valores morales cristianos son realmente morales. El que no es religioso es un inmoral, no tiene moral, así que hay que llevarle por el camino recto quiera o no quiera. Y por otro lado, si como decíamos al principio la conciencia es lo que nos hace ser seres humanos, y el que no tiene creencias religiosas resulta que no tiene conciencia, entonces tampoco es un ser humano, Y si no es un ser humano no pasa nada si se le tortura, se le quema, se le elimina o se le extermina. La Iglesia se empeña en hacernos creer que un embrión es un ser humano, ahora bien, todo aquél que no comulgue con sus ruedas de molino, según su peculiar ideología, no lo es .

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