lunes, 30 de diciembre de 2013

Pensamiento

 El término “pensamiento” es otro concepto polisémico tanto en el lenguaje filosófico como en el cotidiano. La definición más intuitiva –y la primera que se viene a la cabeza- de lo que pueda ser el pensamiento es formarse ideas en la mente. Esta función, sin embargo, y habida cuenta de que una idea no es más que una imagen o una representación de la realidad externa al sujeto, es llevada a cabo por la imaginación. Hay que tener cuidado, entonces, en no confundir imaginación con fantasía. La imaginación es una facultad de la Razón que no cobra importancia en el ámbito cognoscitivo hasta la época moderna. En efecto, mientras se consideró que el ser humano era capaz de conocer la realidad tal y como es, la imaginación, que formaba imágenes o copias distorsionadas de esa realidad, no podía ofrecer un conocimiento verdadero. Era –como decía un muy querido profesor mío- “la loca de la casa”. Es en el pensamiento de Hume y posterior y fundamentalmente en el de Kant, donde la imaginación cobra plena potencia gnoseológica como encargada, o bien de asociar las ideas en el primero o bien de organizar los esquemas de las categorías en el segundo, es decir, de formar las imágenes o representaciones que constituyen la única realidad que puede se conocida por el sujeto.
 El pensamiento, en fin, no debe ser confundido con la imaginación. No es el encargado de formar ideas o imágenes. Fue precisamente Kant el que dio, a nuestro entender, una definición más precisa de pensamiento al caracterizarlo como la utilización por parte de Razón de las categorías del entendimiento. En este sentido el pensamiento es una facultad plenamente humana –puesto que el ser humano es el único animal dotado de razón- y cualquiera, por el hecho de ser humano, utiliza el pensamiento. Es decir, el pensamiento es una facultad que pertenece a la naturaleza humana con lo cual, y en principio, no es posible afirmar que unas humanos piensen más que otros o que haya individuos humanos que no piensen.
 Cuando utilizamos expresiones como las citadas más arriba –individuos que no piensan, o que piensan menos o más que otros- estamos haciendo referencia a un tercer significado que puede adoptar el término “pensamiento” y que estaría relacionado con el pensamiento lógico o racional. Así, pensar sería argumentar racionalmente o utilizar d forma correcta la leyes de la lógica. Es evidente que en este sentido si que es posible hablar de sujetos que no piensan, o que no saben pensar, o que no quieren pensar, posiblemente por pereza, pues, en cuanto formación de argumentos y aplicación de las leyes de la lógica, el pensamiento es algo que requiere esfuerzo: no en vano decía Aristóteles que “la vida feliz se considera que es la vida conforme a la virtud, y esta vida tiene lugar en el esfuerzo, no en la diversión”. Es también en este sentido en el que el pensamiento se puede aprender. Se puede aprender a pensar, como se puede aprender a sumar: al fin y al cabo ambas son operaciones de la mente que se fundamentan en leyes emanadas de la Razón, en leyes racionales. Y es en este sentido, también, en el que se puede decir que nos iría mejor si todos pensáramos por nosotros mismos  en lugar de repetir las opiniones –ya que no las argumentaciones- de aquellos que están interesadas en que no se piense, porque el pensamiento puede poner al descubierto sus vergüenzas.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Sujeto

 El sujeto, o más bien la concepción del individuo humano como sujeto, aparece con la toma de conciencia de éste como no formando parte de la realidad, de que esa realidad –ya sea como naturaleza, como Polis o como creación de Dios- en la que se encontraba cómodo y que le acogía –como una madre: la Madre Naturaleza-, la que consideraba como su hogar, se vuelve hostil: es algo que se enfrenta al individuo y contra lo que debe defenderse. Significa la toma de conciencia de la soledad frente a lo otro y a los otros, frente a lo que absolutamente no es él ni puede serlo. Como cualquier concepción intelectual la figura del sujeto no aparece de repente, sino que es el resultado de un proceso cuyo inicio se puede situar entre los siglos XIII y XIV, fundamentalmente con el desarrollo del comercio en Europa y el pensamiento de Guillermo de Ockam que separa de forma determinante la fe, como la única manera de alcanzar un Dios creador y trascendente, y la razón como el atributo humano que permite el conocimiento científico de esa creación, y que culmina en los siglos XVII y XVIII con la filosofía cartesiana y, también, con la situación política de enfrentamientos religiosos en Europa que había tenido su origen, igualmente, en el pensamiento ockamista. La filosofía moderna significa, así, la culminación del proceso que comienza en el siglo VIII a.c. y que supone la sustitución del mito como unión de individuo y Naturaleza por el pensamiento racional..
 La aparición de la idea de sujeto va a suponer una serie de cambios en la forma tradicional de considerar el mundo, que suponen a su vez la ruptura entre una concepción medieval y una concepción moderna del mismo. El primer lugar, el sujeto significa la negación de Dios, o al menos la negación del Dios trascendente del pensamiento medieval. El sujeto es capaz de construir la realidad a través de su razón, lo que le convierte en creador. Si el sujeto es lo opuesto a la realidad, y sobre todo si es la conciencia de esa oposición, Dios, de existir, lo haría sólo como un contenido de la conciencia del sujeto, como una creación suya, como algo inmanente al propio sujeto y a la Naturaleza y, por tanto, no ya como el Dios de la Biblia. Así, Descartes habla de Dios como un Deus ex machina, Spinoza como una sustancia idéntica a la naturaleza (Deus sive Natura) y Kant como un noúmeno incognoscible cuya función se reduce a premiar una vida moral que depende exclusivamente de la voluntad del sujeto. En suma como vieron Pascal, Bayle y otros contemporáneos de los racionalistas del siglo XVII, ateísmo.
 Por otro lado, el sujeto supone la ruptura de la tradicional concepción política que postulaba un instinto social connatural al ser humano –el zoón politikon aristotélico-. El sujeto es un individuo aislado, que si bien tiene necesidad de unirse a otros para sobrevivir –o vivir mejor- esa unión no es producto de su propia esencia, sino de su decisión. La sociedad, así, es un conjunto de individuos libres que deciden asociarse. Aparece la idea del individualismo como base de la sociedad, pero también la idea de la libertad como motor de la misma. De esta forma, cualquier concepción política o social que niegue la individualidad del sujeto y afirme en éste un instinto social, que subsuma al individuo en una sociedad en la que, supuestamente, éste ha de desarrollarse como ser humano, que afirme, en suma, la superioridad de la sociedad sobre el individuo, lo que hace es negar la libertad de éste.
 Toda la filosofía posterior a Descartes ha sido un intento de dar respuesta a este desgarramiento entre sujeto y realidad. Aquellas filosofías que han intentado superar el distanciamiento dando la preponderancia al sujeto, integrando la realidad en él, han puesto como elemento central la libertad. Aquéllas, en cambio, que han dado preponderancia a la realidad, y que han tendido a superar la escisión integrando al sujeto en la realidad –o la sociedad, pues la realidad humana siempre es social- , han resultado negadoras de la libertad.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Objeto

 En una definición estricta, objeto es todo aquello que se conoce, o que puede ser conocido. La realidad humana, por tanto, estaría compuesta de objetos desde el momento en que sólo aquello que el individuo conoce puede ser afirmado como su realidad. La realidad, para ser tal, debe poder ser determinada, es decir, descrita y definida o, lo que es lo mismo, conocida. Y sólo el objeto es conocido.
 El objeto, en tanto en cuanto es lo conocido, debe ser conocido por alguien y ese alguien que conoce es el sujeto. De esta forma sujeto y objeto forman un par inseparable- aunque puedan ser considerados como lo absolutamente distinto uno de otro-, con lo que el objeto sólo hace su aparición en la esfera filosófica cuando lo hace el sujeto. Es en el siglo XVII, cuando culmina la escisión entre individuo y Naturaleza y el sujeto se afirma como tal cuando el objeto se conforma como lo que es: como lo absolutamente opuesto a aquél, como lo otro absoluto. Antes de este momento, en rigor, no había objetos, sino cosas; cosas que rodeaban al individuo humano -o más estrictamente a la especie humana- que no era más que otra cosa más entre las distintas cosas.
 Es Kant el primero que diferencia tajantemente entre objeto y cosa, siendo el objeto el fenómeno transformado por las condiciones trascendentales del conocimiento y la cosa el noúmeno, aquello que es imposible conocer porque no se aparece a los sentidos, pero que constituye el engarce del fenómeno con la realidad: el objeto no de conocimiento –y por lo tanto no objeto en sentido estricto- sino de pensamiento. Aquello que es posible pensar pero no conocer. Dios, nos va a decir Kant, es en este respecto una cosa, como lo son el Yo y el Mundo, tal y como los había determinado el racionalismo cartesiano.
 Si el objeto es todo aquello que puede ser conocido entonces todos los demás sujetos, que son conocidos por mi, son objetos para mí. No así Dios, que no puede ser conocido y por lo tanto nunca puede ser una objeto, sino una cosa. Este es el punto de partida del existencialismo, que se equivoca, sin embargo, en un aspecto. No es Dios quien cosifica al sujeto, puesto que el sujeto es conocido por Dios y por lo tanto sólo lo objetiva, sino Dios el que se cosifica a sí mismo al no poder ser conocido por el sujeto humano y, por tanto, no poder ser un objeto. Si Dios es algo es una cosa. Pero es que además Dios no podría dejar de ser cosa y convertirse en objeto pues entonces podría ser determinado, podría ser objetivado como los demás objetos –o como los demás individuos-sujetos- y entonces dejaría de ser Dios. Repetimos, si Dios existe, solo puede existir como cosa.
 La “dialéctica de la cosificación”, aquella según la cual el hecho de mirar al otro es convertirlo en una cosa –diría Sartre- es en realidad una dialéctica de la objetivación. La diferencia es importante, pues mientras una cosa nunca podrá ser un sujeto puesto que se halla fuera del mundo de los fenómenos, de lo apariencial: es sólo objeto de pensamiento –Dios puede “pensar” la Creación, pero no conocerla, pues esto implicaría que necesariamente habría de situarse a su mismo nivel, es decir, aparecer ante los sentidos: ser apariencia- un objeto si que puede a su vez ser sujeto: puede conocer otros sujetos que en este acto de conocimiento se convertirían en objetos para él. Somos objetos para los demás en tanto que somos conocidos por ellos, de la misma manera que los demás son objetos para nosotros. Y es en esta dialéctica en la que nos convertimos en sujetos –en sujetos humanos- pues si no pudiéramos ser objetos para los demás los demás no sería ser objetos para nosotros. No nos permitirían ser sujetos.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Inteligencia / y 2

 Soy consciente de que a las conclusiones del último artículo publicado se les pueden oponer muchas objeciones. Quiero contestar aquí a dos de estas hipotéticas refutaciones que son, creo, las más evidentes, o al menos las que a mi me pareen más evidentes y, en todo caso, son las dos que más me preocupan.
 En primer lugar, se puede oponer a la idea de que las facilidades que la técnica ofrece para relacionarse con el medio  provocan, o pueden provocar, la involución o el regreso de la inteligencia de aquella parte de la especie que no se hace cuestión de la técnica, sino que simplemente la utiliza, la concepción de una inteligencia social. De esta forma los avances técnicos serían producto de una inteligencia colectiva, patrimonio de la especie, inteligencia que seguiría haciéndose cargo de las dificultades que plantean tanto la técnica como el medio y que seguiría evolucionando y desarrollándose aun cuando las inteligencias individuales involucionaran. Esta inteligencia social, que ha sido de hecho postulada por varios sociólogos y psicólogos, salvaría de alguna manera la conclusión que se plantea. He de decir que veo muy difícil concebir una inteligencia de la especie más allá de las inteligencias particulares de los individuos que la forman, a no ser que se hable de alguna clase de conexión intermental, más cercana a la mística que a otra cosa, como la que plantean Erwin Lazslo y otros representantes de la llamada “New Age”. En todo caso, yo no puedo apreciar ninguna inteligencia social que vaya más allá del conjunto de conocimientos y técnicas que son transmitidos de generación en generación y que suele recibir el nombre de cultura –de una de las acepciones de la “cultura”-. Si es esto o que se quiere significar por “inteligencia social” entonces es una idea que viene a apoyar los planteamientos expuestos en el anterior artículo. La cultura, cada vez más tecnificada, facilita la relación con el medio, de tal forma que aquellos miembros de la especie que no se plantean los fundamentos de la técnica, sino que simplemente la utilizan como algo que hace más cómoda su interacción con el entorno, verían mermada su capacidad de adaptación a éste y, en consecuencia, su inteligencia.

 La segunda de las objeciones de las que se hablaba al principio consiste en que puede considerarse la idea de que el desarrollo de la técnica va en detrimento del desarrollo de la inteligencia como una crítica de la técnica  y como un llamamiento, por tanto, a un retorno a una especie de sociedad primigenia  donde el ser humano se relacione directamente con la Naturaleza prescindiendo de cualquier medio tecnológico. Sin embargo, el planteamiento que yo hago es precisamente el contrario. La idea que intento transmitir es que, puesto que la técnica facilita la relación con el medio, de tal manera que éste ya no resulte problemático –o, al menos resulte menos problemático- para la especie, lo que debe hacer ésta es cuestionarse precisamente la técnica. Puesto que es la técnica la que se ha convertido en el medio humano por excelencia los sujetos deben enfrentarse a los problemas que ésta plantea y no simplemente utilizarla sin comprenderla. Esto –el utilizarla sin comprenderla- al final convierte a la técnica en magia –o en religión- de tal forma que se facilita la creación de una casta privilegiada que conoce sus secretos, que tiene el conocimiento de los resortes que mueven los medios y, por lo tanto, el poder sobre éstos y sobre aquella parte de la especie que no está en posesión de estos conocimientos. Esa parte de la especie que verá disminuida su inteligencia y se encontrará, por ello, dominada por un medio que ha sido ideado y es controlado por aquellos que siguen enfrentándose a los problemas que el medio plantea.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Inteligencia / 1.

 En un sentido amplio se puede definir la inteligencia como la capacidad de adaptarse al medio o, más estrictamente, como la capacidad de resolver los problemas que surgen en el medio que rodea al organismo. Inteligencia es, por tanto, interactuar con el medio de tal forma que el organismo pueda sobrevivir en él, pueda adaptarse y evolucionar. Ateniéndonos a esta definición –que de momento es la única que nos interesa- observamos dos notas definitorias de la inteligencia. La primera de ellas es que, según esta caracterización, la inteligencia no es exclusiva del ser humano. En principio, cualquier organismo que sea capaz de adaptarse a su medio puede ser calificado de inteligente. Lo que diferenciaría al los humanos del resto de la especies es que en ellos la inteligencia ha evolucionado hasta convertirse en su herramienta adaptativa propia y exclusiva. En efecto, mientras que en otros seres las herramientas adaptativas están constituidas por características físicas –la velocidad, la fuerza, las garras o el tamaño de las mandíbulas-  y la inteligencia –o la capacidad de adaptación- lo que hace es poner en funcionamiento estas herramientas – una gacela “inteligente” correrá cuando huela a un león, no se quedará quieta-, en el ser humano la inteligencia es adaptativa por si misma, de tal forma que ha evolucionado hasta convertirse en pensamiento abstracto y conciencia de sí. Si el ser humano se ha extendido como especie más que ninguna otra siendo la más débil, una de las que menos descendencia engendra por camada y aquella en la cual las crías están más desprotegidas cuando nacen –es decir,  una chapuza a nivel adaptativo- es gracias al desarrollo de su pensamiento y al subsiguiente progreso de la técnica que tiene como consecuencia principal una desproblematización del medio.
 Y esta es la segunda nota característica que observamos en la definición de inteligencia con la que iniciábamos este escrito. El medio es problemático y es esta problematicidad la que propicia el desarrollo de la inteligencia. En organismos con un medio muy reducido o que se enfrentan a un número muy pequeño de problemas adaptativos, la inteligencia se desarrolla muy poco o nada: La adaptación a un medio cómodo es fácil y va de suyo. En un organismo como el ser humano, que vive en un medio global y  que –como hemos visto antes- tiene una constitución biológica escasamente adaptativa, la inteligencia se desarrolla mucho más.
 Ahora bien, como se ha señalado más arriba el pensamiento y la técnica humanas –la consecuencia del desarrollo de la inteligencia- han dado como resultado que el medio sea menos problemático, que cada vez sea más fácil adaptarse a él porque presenta menos problemas y los problemas que presenta son más fácilmente resolubles gracias a los adelantos tecnológicos. Si como se ha dicho la inteligencia progresa en su enfrentamiento constante con el medio, el hecho de que éste sea menos problemático ha de producir una involución de aquélla. De hecho, ya existen sociólogos y neurobiólogos que hablan de un descenso en la capacidad intelectual de la especie humana. La gran mayoría de los individuos viven rodeados de avances técnicos que solucionan sus problemas y no se hace cuestión ni de éstos ni de los problemas. Sin embargo, sigue habiendo sujetos que siguen intentando resolver dificultades nuevas, porque el medio sigue plateándolas –más que nunca si cabe, pues la propia tecnología es en sí misma una dificultad que hay que desentrañar- Se corre así el riesgo de que se lleguen a formar dos especies: una de técnicos que se enrentan los problemas y desarrollan cada vez más su inteligencia y otra formada por aquellos que se aprovechan de los productos de los primeros y que no se plantean ninguna complicación, y cuya inteligencia corre el serio peligro de ir involucionando cada vez más.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Existencia

 La existencia es la cualidad de lo real, o, lo que viene a ser lo mismo, todo lo que es real existe, y todo lo que existe es real. Aunque las dos afirmaciones anteriores parezcan lo mismo –y por tanto, aparentemente, se esté enunciando una tautología- la verdad es que existe un matiz que los diferencia. En la primera de ellas –“todo lo que es real existe”- la fuerza de la expresión recae sobre la realidad. Todo aquello que el sujeto considere real -ya sea el mundo material o las quimeras de su imaginación- existe, al menos para le, de la misma forma que para Iván Karamazov  el diablo que se le aparece en su locura es real y, por lo tanto, existente. Esta primera aseveración sobre la existencia tendría, por lo tanto, una amplitud prácticamente ilimitada, pues todo aquello que la fantasía o, como en el caso anterior, la mente enferma del sujeto pudiera concebir como real sería, por lo mismo, existente.
 La segunda de las aseveraciones –todo lo que existe es real- pone, al contrario que la primera, el énfasis en la existencia y hace depender a la realidad de ésta. Es una consideración de la existencia mucho más restringida que la primera y, por ello, más problemática. Según esta afirmación la existencia sería independiente del sujeto que la concibe. Por mucho que un sujeto piense que un diablo es real, este no será existente, pues, como hemos dicho es lo existente lo que determina lo real y no al contrario. Para ser real ese diablo debería de existir independientemente de la mente que lo piensa como real. Pero, por eso mismo, como decimos, es más problemático, pues habría que determinar cuál es la forma de existencia de los objetos más allá de los sujetos que los conoce. En Kant, pro ejemplo, las categorías no son modos de ser, aunque conforman el marco de existencia de los objetos del mundo, porque pertenecen al entendimiento del sujeto y son, por lo tanto, modos de pensamiento, determinaciones de la existencia que el sujeto pone en el fenómeno. Habría que remostarse a Aristóteles para encontrar unas categorías que puedan ser consideradas como modos de existencia, independientemente del sujeto. Pero, como observa el propio Kant, Aristóteles no utiliza un método racional para determinar sus categorías. Las elige, por decirlo de alguna manera, al azar, después de realizar una observación empírica de los fenómenos. De esta forma es posible pensar que son los intereses del sujeto Aristóteles –o su capacidad de observación- los que marcan la elección de las categorías. Y que aunque éstas sean categorías de la naturaleza es el sujeto el que las determina como tales, el que decide que la posición es una categoría y no lo es, por ejemplo, la unidad.
 Parece difícil escapar, pues, a la idea de que es el sujeto el que determina el modo de existencia de los objetos. Y es que, aunque éstos existan de una determinada manera, que el sujeto que los conoce no pueda aprehender –el “en si”- precisamente porque existen de esa determinada manera para el sujeto no existe –porque no puede aprehenderla- y solo lo hacen en los modos de existencia que el sujeto si aprehende y, por lo tanto, pone en ellos –el “para-mi”- Puede que una ballena tenga su propio modo de existencia, y que en ese modo de existencia no sea una ballena. Para mi, para el sujeto, existe como una ballena, como una existencia determinada, entonces, por el sujeto. En este sentido sería el sujeto el que pondría la existencia en los objetos, existencia no contenida en una esencia que, en principio, sería desconocida para nosotros, que sólo conocemos la esencia que nosotros fabricamos de ellos. “Las cosas mismas” no existirían –o al menos no existirían para el sujeto- que se vería obligado a fabricar sus propias cosas.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Verdad

 Si existe un objeto de la Filosofía por antonomasia, ese es la Verdad. Desde sus orígenes el pensamiento filosófico se ha interesado por la búsqueda de la verdad: ya sea la verdad de la Naturaleza, la Physis, o la verdad del hombre, la verdad del Ser o la verdad del Universo. De hecho, el mismo término “Filosofía” hace referencia a la búsqueda de esta verdad. La filosofía es la tendencia constante, “Phileo”, hacia la verdad, el conocimiento o la sabiduría, la “Sophia”. Y precisamente porque la filosofía es eso, búsqueda constante, tendencia, es su sino no alcanzar nunca su objeto, no conocer nunca la verdad. El “filósofo” es el que busca, a diferencia del “sofós”, el sabio, que es el que ya ha encontrado.
 Sin embargo, también desde sus orígenes parece que los filósofos renunciaron a su propia vocación de búsqueda, renunciaron por tanto a su propia profesión de filósofos, y quisieron poseer en exclusiva el secreto de la verdad. Incluso el propia Sócrates, que afirmaba no conocer nada como una verdad absoluta, en su debate con los sofistas –que defienden precisamente la relatividad de la verdad- mantenía que ésta es un concepto Universal. Idea que sólo se puede mantener si se está ya –o se cree estar- en posesión de a verdad, pues sólo desde esta posición es posible conocer la esencia de la verdad y por lo tanto su universalidad. De todas formas, quizás no sea “verdad” que Sócrates dijera nada de esto –al fin y al cabo no dejó ningún testimonio escrito- y lo que hoy creemos que es el pensamiento de Sócrates no sea más que una construcción platónico-cristiana –“Yo soy el Camino, La Verdad y la Vida”, dice Cristo en el Evangelio-. No en vano se ha considerado que en la figura de Cristo se repiten muchos elementos de la personalidad de Sócrates (y de Pitágoras, por decirlo todo).
 De esta forma, ya desde sus inicios la filosofía, o al menos la parte del león de ella, se ha considerado en posesión de la verdad –incluidos, claro está, los escépticos que consideraban como verdad la imposibilidad de conocer la verdad- Tan sólo la ciencia mantuvo y mantiene el espíritu de la filosofía y considera revisables todas y cada una de las verdades –siempre parciales- que alcanza.
 Y es que la verdad, como objetivo último del conocimiento, depende de la idea de realidad que se mantenga. Así, si se piensa que la realidad es inmutable y eterna, sagrada e independiente de la acción de los sujetos humanos, se considerará una verdad absoluta y universal, válida para todas las épocas y todos los individuos, como cenit del conocimiento de esa realidad. Si se piensa en la realidad como algo cambiante, como una construcción del intelecto humano, la verdad también será cambiante, será relativa a cada época, a cada situación, a cada realidad que se contemple. Y si se piensa en la realidad como contraria al ideal de lo que debería ser, la verdad se presenta como ese ideal al que la realidad tiende o debería tender o, más bien, como ese ideal al que los individuos han de dirigir la realidad que construyen. La verdad no sólo tiene un contenido moral –siempre lo ha tenido, de hecho: siempre nos han dicho que decir la verdad está bien y no decirla, mentir, está mal- sino que es fundamentalmente un concepto moral. Y así, la verdad se convierte en el juez de la realidad. Ésta no será siempre verdadera: algo no es verdadero por ser real, sino por ser bueno, por ser el ideal al que debe de adecuarse la realidad. Lo que nos dice la verdad así entendida es que la realidad –aunque parezca mentira- puede ser falsa.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Conocimiento / y 2

 Como quedó apuntado en el artículo anterior, si bien en líneas generales se puede considerar que el conocimiento científico hace referencia a una realidad objetiva y, por lo tanto, es posible concederle una cierta objetividad –por mucho que ésta sea objeto de debate- no ocurre lo mismo en el ámbito de la ciencia social. La realidad propiamente humana no es la Naturaleza, el ser humano no es un ser natural –al menos no más allá de lo que le constituye como animal- y todo lo que le define como tal ser humano es un producto cultural y, por lo tanto, social. Ahora bien, si hay una realidad poco objetiva esa es la realidad social, ya sea ésta histórica, económica o política. Y no nos estamos refiriendo tan sólo a que la realidad social es una construcción humana –aunque, en un sentido estricto, posiblemente esta sola característica: que la sociedad, o la historia o la política sean obra de un sujeto o de un grupo de sujetos sería suficiente para negar la objetividad de la realidad  y concederle, a lo sumo, una cierta intersubjetividad- puesto que no negamos que las construcciones humanas cobren una importancia independiente de su creador y se transformen así en objetivas. Nos estamos refiriendo al hecho de que toda realidad social, en tanto que es social, es conocida de forma diferente por los sujetos. Por ello el conocimiento de la realidad es subjetivo, o intersubjetivo cuando los diferentes conocimientos subjetivos interactúan unos con otros, pero no objetivo. Si el conocimiento de la realidad social fuera objetivo, si todos conociéramos lo mismo cuando entramos en contacto con ella, hace tiempo que viviríamos en una sociedad ideal. La objeción fácil a esta afirmación consiste en aducir que aquéllos que no tienen un determinado conocimiento de la realidad social –aquél que es conocimiento de una realidad social objetiva- están equivocados. Lo que debería explicar esta concepción es cómo es posible hablar de una realidad objetiva, independiente de los sujetos, si el único acceso que tenemos a ella es el conocimiento o, lo que viene a ser lo mismo, qué fundamentos existen para que un sujeto o un grupo de sujetos afirmen que la realidad social a la que ellos acceden  -que ellos conocen- es la realidad objetiva y, por lo tanto, son ellos los que están en lo cierto y los demás los que están equivocados. Se da por supuesto que su conocimiento es objetivo y por eso aprehende una realidad objetiva. Pero si esa realidad es objetiva es precisamente porque también se supone que es conocida por un conocimiento objetivo o no ideológico.
 Si realmente existieran unas condiciones sociales objetivas, independientes de las conciencias de los sujetos -que en este sentido siempre son ideológicas, es decir, siempre están determinadas por una concepción de la realidad-, el capitalismo no hubiera sobrevivido a esta crisis –ni a ninguna- cosa que va a hacer y posiblemente reforzado. Es posible pensar que se debe a que los individuos no tiene un conocimiento objetivo de la realidad, pero también es posible pensar que esa realidad no es la misma para todos, y cada uno conoce la realidad que conforma su entorno. El conocimiento es poder. Y lo es, entre otras cosas, porque puede dar forma a una realidad objetiva o, más bien, puede hacer pasar por objetiva una realidad que no lo es ni nunca lo será y, en este sentido, imponerla al grupo social. Un conocimiento que se hace pasar por objetivo puede descalificar cualquier posición que no coincida con él tachándola de falsa o ideológica. Y aquí radica el afán de objetividad del mismo.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Conocimiento / 1

 A diferencia de otros asuntos de los que se ocupa la filosofía, el conocimiento en sí mismo no es problemático. Es decir, el conocimiento existe, los seres humanos efectivamente conocemos  el entorno que nos rodea, más o menos profundamente, y las especulaciones del viejo escepticismo griego acerca de la validez de nuestro conocimiento fueron sustituidas por las investigaciones kantianas, que parten de la premias de que es posible hablar de un conocimiento válido, y en último término, los descubrimientos de la psicología y la neurociencia que nos muestran sin que quede lugar a dudas cuáles son los instrumentos mentales y cuáles las zonas cerebrales que los sujetos utilizan para conocer.
 Ahora bien, que el conocimiento no sea problemático en si mismo no significa que no se pueda problematizar. Si entendemos éste como una relación –privilegiada o no, fundamentadora o no: de momento no entraremos en este problema- del sujeto con la realidad, el problema del conocimiento se planteará con respecto a la realidad que se considere en cada caso y a la relación del individuo con ella.. Es decir, el problema del conocimiento se traduce en el problema de la objetividad del conocimiento. Esta cuestión de la objetividad del conocimiento tiene, por decirlo así, dos vertientes. En primer lugar determinar si existe algo así como una realidad objetiva, en principio, el fundamento de que exista un conocimiento objetivo –si queremos huir del idealismo-. Y, en segundo lugar, la cuestión de si es posible conocer objetivamente esa realidad objetiva. Cuando nos referimos al conocimiento científico parece que la primera dificultad se da por superada. En efecto, la ciencia considera como fuera de toda duda –y de todo debate- la existencia de una realidad dada, objetiva e independiente del sujeto, compuesta por los hechos de la naturaleza. El planteamiento entonces –no tanto de la ciencia experimental o teórica sino más bien de la Filosofía de la Ciencia- es determinar si es posible un conocimiento objetivo de esa realidad, es decir, si “los hechos están cargados de teoría” o no: si el científico simplemente conoce el fenómeno que investiga o, más bien, lo interpreta a través de unas teorías y unos juicios previos. Evidentemente, la única manera de afirmar que la realidad investigada por la ciencia es objetiva es la primera. En la segunda, la interpretación del hecho a partir de las ideas preconcebidas del investigador supondría en la práctica la fundamentación de la realidad de éste. Considérense si no entidades como el flogisto o el calórico, que se supusieron reales durante mucho tiempo porque servían para explicar –o interpretar- los fenómenos relacionados con la combustión de los gases y la transmisión del calor. Cualquier químico del siglo XVIII hubiera afirmado sin ninguna duda –y de hecho así lo hacían- que los fenómenos relacionados con y explicados por el flogisto se daban en la realidad, constituían una realidad objetiva que ellos se dedicaban únicamente a investigar y exponer, y no un constructo mental sin correlato mental que, a la larga, resultó ser falso. 
 Aun así, y en términos generales, es posible afirmar que el conocimiento científico hace referencia a una realidad objetiva. A unos hechos que ocurren de forma positiva en la Naturaleza y que la ciencia tan sólo trata de conocer y explicar. Si no admitimos esto –o, al menos esto- habríamos de hablar de magia, más que de ciencia y el mundo moderno –que se fundamenta en el desarrollo de ésta- resultaría inexplicable. Esta realidad objetiva que constituye el campo de estudio del conocimiento científico resulta más problemática cuando nos movemos en el ámbito del conocimiento filosófico, histórico o social. De este tipo de conocimiento y de la realidad que le es inherente nos ocuparemos en el próximo artículo.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Realidad

 Para empezar he de aclarar que en este artículo no voy a decir qué es la realidad. Más bien me limitaré a exponer qué no es o, más exactamente, a poner en duda aquello que un mal llamado “sentido común” nos dice acerca de la realidad. Y es que si hay una idea contraintuitiva en el campo del pensamiento ésa es precisamente la “realidad”. Y no sólo, como quizás se podría pensar, en el campo del pensamiento filosófico, sino también en el científico. Así, un neurobiólogo me diría que esta mesa que tengo delante no es realmente una mesa, sino tan sólo un conjunto de estímulos  que provocan reacciones electroquímicas en mi cerebro  a las que éste da el nombre de “mesa”. De la misma manera un físico me explicaría que la solidez de la mesa que yo capto en realidad no es tal, puesto que la materia que yo veo real no es más que un conjunto de partículas subatómicas en constante movimiento.
 Lo primero con lo que suele confundir la realidad es con la verdad. Así, se tiende a pensar que aquello que es real es ya inmediatamente verdadero, y que todo lo verdadero es real. Sin embargo, si profundizamos un poco, no tardaremos en caer en la cuenta  de que la idea de verdad va más allá de una simple identificación con la realidad  En efecto, ya desde pequeños se nos ha enseñado que decir la verdad está bien y mentir, en cambio, está mal. Perece pues, que el concepto de verdad incluye un contenido moral. De esta forma, si afirmamos que algo es real porque es verdadero, o que es verdadero porque es real, parece que, de alguna forma, estaríamos afirmando que ese algo, que es real y verdadero, también es bueno. Así que si un asesinato, por ejemplo, es real, y por lo tanto es verdad que ha ocurrido, parece que implícitamente habría que admitir que, puesto que es verdadero, es bueno. Y como lo bueno es a su vez deseable estaríamos afirmando que es deseable que se cometan asesinatos, lo cual no parece muy acorde con el sentido común. Habría que admitir, entonces, que es posible que existan realidades falsas.
            En segundo lugar, tiende a considerarse como real aquello que captamos por medio de los sentidos. Si podemos ver, tocar u oler un objeto es porque ese objeto está ahí delante de nosotros y, por tanto, es real. Ya hemos dicho más arriba lo que la ciencia –la psicología, la neurobiología o la física- opina de esta afirmación. Descartes ya puso en duda la validez del testimonio de nuestros sentidos. Pero incluso el empirismo moderno, con Hume a la cabeza, propuso que la realidad que nosotros creemos conocer no es la que captan nuestros sentidos, sino la que se representa en las ideas que nuestra imaginación se forma a partir de la experiencia de aquéllos. Cuentan que Ortega y Gasset, en las conferencias que en las tardes madrileñas ofrecía a las señoras de alto copete de la burguesía capitalina, mientras mostraba media manzana oculta en la palma de su mano preguntaba al auditorio que era lo que aquél veía; ante la multitudinaria respuesta :”una manzana D. José” este abría su mano y mostraba la media manzana.
 En tercer lugar, y en términos muy generales, se podría decir que la realidad es todo lo que existe. Y esta definición podría ser más o menos adecuada si nos atenemos a lo que es exclusivamente la existencia y no vamos más allá, es decir, no hacemos extrapolaciones de nuestros pensamientos a una supuesta realidad extramental. Sí yo tengo la idea de un elefante rosa en biquini –algo que, por cierto, hace mucha gracia a mis alumnos- lo que existe –y por tanto es real- es la idea de semejante ser, y no el elefante en la realidad. De la misma manera, si alguien tiene la idea de una república ideal, de que su pareja le engaña o de la solución a la crisis económica, ha de ser consciente de que lo que existe, lo real, es esa idea, y no los objetos de los que es representación. Si esto no se tiene claro se acaba en el dogmatismo, cuando no en la locura de confundir la realidad con nuestras ideas acerca de la realidad.
 ¿Qué es entonces la realidad?. En principio, creo que lo único que se podría decir es que la realidad la construye cada sujeto –sea este sujeto un individuo o una sociedad- en su relación cotidiana con aquello que no es él. La realidad es, así, una construcción humana y, precisamente por ello, hay que desconfiar siempre de ella. El ser humano necesita una realidad, una realidad que le resulte cómoda y a la que poder aferrarse. Por eso huye de la realidad que le obliga a pensar una y otra vez sobre ella y se refugia en otras realidades construidas a su medida, realidades que ponen a su alcance todo cuanto se puede esperar de una realidad que lo acoja y no se le enfrente. Por eso, hoy en día, la mejor metáfora de la realidad- incluso algo más que una simple metáfora- es un centro comercial.

martes, 19 de noviembre de 2013

Filosofía

 Todos los que de una u otra manera han pertenecido al gremio de los llamados “filósofos” a lo largo de la historia, han intentado ofrecer una, si no definición, si al menos determinación de su objeto de estudio o, lo que es lo mismo, de la Filosofía. Y aunque –como, por otra parte, podría parecer lógico- todos y cada uno de ellos han caracterizado a la filosofía de manera distinta, no es menos cierto que todas estas múltiples determinaciones comparten un elemento común: la filosofía es una relación, más o menos privilegiada, del sujeto con el entorno que le rodea o, en otras palabras, la filosofía es un intento de dilucidar qué cosa pueda ser la realidad, cuáles son sus componentes y cuál su interacción con los individuos.
 De esta manera la filosofía nace en la Grecia clásica como una necesidad de explicación de los fenómenos naturales (para los primeros filósofos griegos la realidad es fundamentalmente Physis, naturaleza), una explicación que sustituya al relato mítico que resulta insuficiente ante las nuevas exigencias de comprensión de un sociedad que económicamente está cambiando hacia un sistema comercial. Filosofía, pues, como conocimiento de la realidad y, en este sentido, como madre de todas las ciencias.
 Cuando en el siglo XVII la Filosofía Moderna, de la mano de Descartes, descubre que entre el sujeto y la realidad existe una brecha gnoseológicamente insalvable, que lo que el sujeto conoce no es la realidad en sí misma –tal y como consideraban los griegos- sino la ideas que tiene en su mente acerca de esa realidad –ya sean esas ideas producidas por la propia razón, puestas por Dios, formadas a partir de las impresiones de los sentidos o el resultado de una síntesis trascendental-, que no conocemos la realidad tal y como es, que ni siquiera podemos asegurar –tan sólo postular en el mejor de los casos- la existencia de dicha realidad –podemos dudar de ella-  y que, por tanto eso que llamamos realidad no es más que una construcción del sujeto, de sus ideas innatas, de su imaginación, de sus condiciones trascendentales o de su Razón, la filosofía cobra un nuevo impulso, toma un nuevo camino y, en este nuevo camino, determina su significación.
 Hoy en día la filosofía se entiende como una reflexión crítica acerca de esa realidad que no es tan objetiva como pudiera parecer. Reflexión que es necesaria desde el momento en que sabemos que no sabemos qué es la realidad y sólo conocemos de ella aquello que depende de las condiciones del sujeto humano. La Filosofía saca a la luz ese engaño de la realidad, o más bien, desde el momento en que nuestra realidad ya no es natural sino social, de aquellos que construyen la realidad y la hacen pasar por absoluta, sagrada y estática –ya que no estética-. La lechuza de Minerva despliega sus alas al anochecer y nos descubre aquello que permanece oculto detrás de una realidad quizás no tan real. Pero si el sujeto, los individuos o los ciudadanos están presos de la realidad, están sometidos a ella como el marco necesario en el cual se desarrollan como tales sujetos, individuos o ciudadanos, la filosofía tiene entonces como objetivo emanciparlos, liberarlos de la cárcel de “lo real”. Por eso la Filosofía es hoy más necesaria que nunca. Y lo seguirá siendo mientras no alcance sus metas.

viernes, 20 de septiembre de 2013

En el país de las hadas (Apuntes sobre una Cataluña independiente)

Vivir en el limbo de los justos tiene la ventaja de que ninguna crítica puede alcanzar al que en esa dimensión se sitúa, pues su alejamiento de la realidad es tal que responderá a cualquier comentario desfavorable acusando a quien lo enuncie de hacerlo, precisamente, desde la realidad. Es por ello que no me propongo desarrollar una argumentación elaborada contra lo que me parece, no ya un despropósito, sino una estafa al pueblo catalán y al español –algo, que, por otro lado, ya he realizado en otro lugar- sino tan solo dar algunos apuntes a vuela pluma de la “realidad” del caso catalán.
1.- CIU[1] es un partido de derechas, con lo cual no se explica el interés de la izquierda, no ya sólo catalana sino nacional, por seguirle el juego. O estamos ante una izquierda que todavía se sitúa en los parámetros del pensamiento anticolonial de los años 60 y 70 del siglo XX –y mucho de eso hay- o estamos ante una izquierda estúpida que equivoca el camino para desgastar al gobierno y en vez de hacerlo desde donde todo el mundo le apoyaría, desde la política económica, lo hace desde el caso catalán. Muchos votantes del PP estarían dispuestos a retirarle su voto con respecto a lo primero, pero, con un fuerte sentimiento de nacionalismo español en la mayoría de ellos, muy pocos con respecto a lo segundo. Así que andar ahora hablando de una reforma constitucional de corte federal o defendiendo un etéreo “derecho a decidir” no es más que tirar con una mano lo que se coge con la otra.
2.- Cataluña es la comunidad más endeudada y con más recortes sociales de España, situación que se agravaría con una posible independencia, con el territorio fuera de la UE y del euro y, por tanto, de los mercados internacionales. Esto son datos, por mucho que el señor Mas diga que no van a salir de la UE, por mucho que la izquierda desnortada afirme que es mejor estar fuera del euro y por mucho que la señora Aguirre opine que el caso catalán no se puede tratar desde la economía. Precisamente que ella opine eso es la mejor muestra que esa es la postura correcta de entenderlo
3.- El nacionalismo en el siglo XXI es un anacronismo que oculta otros intereses, sobre todo económicos. Lo que quiere el señor Mas es tapar el fracaso de su gestión de gobierno avivando el sentimiento nacionalista catalán. Esto es tan evidente que no entiendo como puede haber todavía nadie que lo niegue, a no ser que esté ideológicamente narcotizado. Lo que viene a querer decir que en realidad el caso catalán no existe: no es más que un invento, un bluff, una cortina de humo para mantener a la gente mirando el dedo y no la luna. Si a una población se la machaca intelectualmente día tras día, si se le promete vivir en el país de las hadas donde se atan los perros con longanizas, al final acaba firmando, pidiendo o votando lo que sea.
4.- Acudir a los argumentos históricos es muy peligroso, porque siempre en la Historia se podrá encontrar un contraargumento más o menos adecuado.  Si los “paisos catalans” existen desde el siglo XIII, entonces Granada debería ser un Estado independiente, por ejemplo. La Historia es historia y no se puede usar para justificar la política del presente.
7.- El derecho a decidir se da por supuesto. Es algo intrínseco al ser humano, que sólo lo es en tanto en cuanto tiene la capacidad de decidir o de elegir por sí mismo. Así que argumentar que los catalanes tiene derecho a decidir es lo mismo que argumentar que tienen derecho a vivir: por supuesto que lo tienen, igual que el resto de los ciudadanos del Estado.  Ahora bien, eso no quiere decir que toda decisión sea buena o que se deba permitir tomar cualquier decisión. Precisamente para eso está el pensamiento racional y, cuando este falla –como en este caso-, las leyes. Porque aquél que mata a otro también decide matar y no por ello hay que permitírselo. Vamos, digo yo.




[1]  Que a nadie se le olvide que quién empezó todo este asunto fue precisamente CIU, es decir, Artur Mas. Esquerra tan solo se subió al carro, como de costumbre: oyó campanas y no supo dónde. Aunque ahora esté obteniendo beneficios, al final, cuando todo acabe, con una negociaicón entre el señor Mas y el señor Rajoy en la cual el primero obtendrá lo que siempre ha buscado: más dinero, aparecerán como los malos de la película y CIU, como siempre, como los buenos que supieron salvar la estabilidad y gobernabilidad del Estado

lunes, 19 de agosto de 2013

Nacionalismo y absurdo

 En el panorama político y social de este país existen una serie de asuntos recurrentes que, de vez en cuando, vuelven a la palestra mediática y pública, para regocijo de unos y pasmo de otros. Uno de esos temas –junto al aborto o el terrorismo de ETA, por ejemplo- es el de Gibraltar –así, sustantivado, dotado de esencia propia-. Cualquiera que tenga dos dedos de frente y, sobre todo, no esté cegado por los mitos nacionalistas, que en el fondo no son sino una transfiguración simbólica de intereses económicos, se dará cuenta de que  el contencioso que el actual gobierno mantiene, una vez más, con la colonia británica, no es más que un intento, bastante torpe por otra parte, de desviar la atención de los problemas que le acucian –que son muchos y muy variados-, intentando agitar un sentimiento nacionalista en las capas más ignorantes y ultramontanas de la población, lo cual le permite ganar ante estas masas el prestigio y sobre todo la legitimidad que ha perdido en su acción política. Es la forma prototípica de actuar de las dictaduras totalitarias. Lo más curioso del caso es que, de momento, al único al que está beneficiando este embrollo es al gobierno británico, al que tampoco le iban demasiado bien las cosas y que ha aprovechado la inepcia de los gobernantes españoles para crear su propia ola de nacionalismo fanático –de esto los ingleses también saben mucho- con despedida multitudinaria y patriótica de los barcos de la Armada de Su majestad que partían hacia el Estrecho, cual de si un nuevo Trafalgar se tratara.

 Y es que los excesos nacionalistas acaban conduciendo a situaciones totalmente carentes de sentido, como el que se haya plantado en algunos foros la oportunidad de crear un equipo de juristas internacionales que examinen la validez de las cláusulas del tratado de Utrecht –en el mismo sentido se podría intentar solucionar el problema de Oriente Medio examinando la validez jurídica del relato bíblico de Moisés-. Con ser éste uno de los más llamativos de los absurdos a los que conduce está situación, no es, sin embargo, el único, y así hemos podido escuchar al ministro de Asuntos Exteriores amenazar con aliarse con Argentina frente al Reino Unido en la ONU, esa misma Argentina a la que hace unos meses el mismo ministro acusaba de querer provocar un conflicto internacional por expropiar la filial de Repsol, YPF. O en la misma línea, proponer una reunión cuatripartita entre España, Gran Bretaña, Gibraltar y ¡Andalucía!, que uno piensa, que, ya puestos, por qué no Mondoñedo, -los ingleses que, si no más listos si que son más serios saben que se trata de un asunto entre estados soberanos, cosa que no son ni Gibraltar ni Andalucía-. Y de la misma forma vemos y oímos a los amigos de ERC solidarizándose con el pobre pueblo gibraltareño –el mismo que vive del blanqueo de capitales y el contrabando- frente a la extorsión y la agresión españolas, olvidando que el pueblo gibraltareño es una colonia del Reino nido, y que es el imperialismo británico  -o sus restos- lo que está en juego. Y que, de momento, los únicos que anulan las ansias de libertad y de independencia de los gibraltareños –si es que existen- son los británicos. El sueño del nacionalismo –y el olvido de la razón- produce monstruos deformes e irreconocibles. Y así como el nacionalismo franquista utilizaba los grupos de coros y danzas regionales y los trajes típicos de cada territorio para ensalzar la variedad y al mismo tiempo la unidad (la unión de destino en lo Universal) de España, ahora los distintos nacionalismos periféricos utilizan los mismos grupos de coros y danzas regionales y los mismos trajes típicos para resaltar su identidad nacional. Cosas veredes.

martes, 21 de mayo de 2013

Rezar o pensar I: La religión como ciencia


 Un nuevo argumento se ha añadido al ideario de la curia católica española para justificar la inclusión de la religión en el currículo escolar. La idea de que la religión es un saber científico que, por lo tanto, debe ocupar un lugar en los contenidos a enseñar, al mismo nivel que el resto de los saberes científicos. Esto es nuevo. Tradicionalmente lo que ha hecho el cristianismo ha sido precisamente lo contrario: intentar desligar la ciencia de la religión. Es lo que hizo, quizás con mayor éxito que ningún otro, Guillermo de Ockham, que, aunque diera el pie forzado al desarrollo científico de la Modernidad al separar tajantemente la razón de la fe, la ciencia de la religión, su objetivo era más bien despejar el campo de la religión de las interferencias de la razón. Se podrá decir que Ockham, al fin y al cabo, es el predecesor más inmediato de Lutero (el de la “ramera razón”) y que el catolicismo –a partir de la Contrarreforma tridentina- no ha seguido sus pasos. Se podrá decir, es cierto, si no se tiene en cuenta que Ockham era un fraile franciscano que seguía las doctrinas de San Agustín a este respecto. Y San Agustín si que es un santo católico.
 Aún así, supongamos que la religión es, efectivamente, un saber científico –pasando por encima de Popper que ya dijo que la religión no puede ser una ciencia porque no se puede falsar-. En este caso debería de poder utilizar alguno de los dos instrumentos que utilizan el resto de los saberes científicos para llegar a establecer sus conclusiones: o bien la inducción, o bien la deducción. La inducción, utilizada por la ciencia empírica –como la física o la biología- se fundamenta en la observación de los hechos de la realidad. Parece ser que los hechos que estudia la religión, y sobre todo su fundamentación: la existencia de Dios, son difícilmente observables, con lo cual habría que descartar a la inducción como la base de las teorías científicas que pueda ofrecernos la religión. Pasemos a la deducción, la herramienta usada por las ciencias formales como la matemática o la lógica. La deducción siempre parte de una o varias premisas o verdades evidentes a la razón. Aquí la religión si que podría reivindicarse y decir que el discurso religioso parte de una verdad evidente a la razón: la existencia de Dios. Bien, si la existencia de Dios fuera evidente, no se podría negar. Y el caso es que yo puedo negar la existencia de Dios –sin embargo, no puedo negar la existencia de Rouco Varela, por ejemplo, porque le veo-. Se podría contraargumentar, con Tomás de Aquino, que la afirmación de la existencia de Dios es evidente en si misma, puesto que el predicado “existencia” está incluido en la esencia del sujeto “Dios”. Si esto fuera así, el enunciado “Dios no existe” tendría el mismo sentido que el enunciado “el círculo es cuadrado”, puesto que en las dos el predicado no constituiría la esencia del sujeto, de la divinidad en un caso y de la circularidad en otro. Empero, el enunciado “Dios no existe” no es un enunciado absurdo y puede ser comprendido por cualquiera que lo escuche, cosa que no ocurre con el enunciado”el circulo es cuadrado” que constituye en si mismo un absurdo que no tiene significado.
 En fin, parece que la supuesta cientificidad de la religión no resiste la prueba: no extrae sus supuestas verdades ni de la inducción ni de la deducción y, por lo tanto, constituye un discurso ajeno a la razón científica. No se fundamenta en ésta y de esta forma no ofrece unos saberes objetivos, que puedan enseñados en tanto en cuanto pueden ser comprobados y comprendidos, sino que se fundamenta en la fe, se refiere al ámbito de lo privado y lo subjetivo, de lo que no puede ser comprobado ni comprendido -pues la experiencia de la fe se siente, no se comprende, y cada creyente la siente a su modo: es inefable y por lo tanto intransferible-. Las verdades de la fe, por lo tanto, no se pueden enseñar: se aceptan o no se aceptan, se cree en ellas o no se cree en ellas, pero no pueden ser objetivadas. En estas tesituras lo único que puede enseñar la religión como materia escolar es la doctrina católica, es decir, que su papel se vería reducido a adoctrinar. No enseña a pensar, sino a rezar.  Así que si el gobierno quiere acabar con el adoctrinamiento en la escuela la primera materia que tiene que eliminar es la religión. Quod erat demostrandum

viernes, 26 de abril de 2013

Con su permiso


 Con su permiso, quisiera expresar mi opinión sobre unos cuantos asuntos que últimamente están en el candelero mediático. Y que parecen ser a los que ha quedado reducido no sólo el debate entre la derecha y la izquierda, o entre el liberalismo y el socialismo o –porque a final en la estrecha y maniquea, y cristiana, mente de la mayoría de la población todo se reduce a esto- entre los buenos y los malos. O también a lo que en el ideario de la autoproclamada izquierda, ha quedado reducida la lucha de clases. Estos asuntos tienen como protagonista fundamental a la Junta de Andalucía, o más bien a la izquierda andaluza. Y quisiera aclararlos, aunque resulte aburrido, al menos para mí, porque parece ser que hoy en día, si eres de izquierda, tienes que comulgar con las ruedas de molino que suponen las medidas anunciadas por los “socialistas” y los “comunistas” andaluces y, si no lo haces, entonces eres un “facha” neoliberal –aunque quien así te espete sea un votante del PP-.. Así, que, o bien eres de los malos que siguen las consignas de los medios de la derecha, o bien eres de los buenos que siguen las consignas de los medios de la supuesta izquierda: o te alineas con “El Gato al Agua” o te alineas con “Más vale Tarde” o “Te vas a enterar”. Y el caso es que los dos modelos son el mismo y tienen los mismos objetivos: exportar demagogia y anular el pensamiento libre y crítico.
 Pero me estoy saliendo del asunto. Me quiero referir, una vez más, a la supuesta expropiación de pisos vacíos que va a realizar la Junta de Andalucía y a su nuevo anuncio de dar tres comidas al día a los niños más desfavorecidos de la región. La primera ya la comenté hace poco y expliqué porqué no era de izquierda. Me voy a extender un poco más en analizar la justificación que se ofrece para defenderla, justificación que, a lo que parece, si que la encuadraría dentro del pensamiento de izquierda y que tiene que ver con el “interés social” de la vivienda. Para empezar, si la sociedad es algo son las relaciones que se establecen entre sus miembros. Efectivamente, los individuos no pueden ser considerados como entes aislados –que es lo que hace el liberalismo radical- ni se puede considerar a la sociedad como un hipostatización que trasciende a los propios individuos –que es lo que haría el totalitarismo-. Es en estas relaciones donde hay que enmarcar el proclamado “interés social”. Al ser la sociedad las relaciones sociales, el interés social tiene que hacer referencia a ellas. El hecho de tener o no una vivienda no supone una relación, a no ser la que se da entre el comprador y el vendedor, o entre el fabricante y el ocupante, que es precisamente la que se está poniendo en duda. Los bienes, en sí mismos, no tienen interés social, porque la relación social que implican no se establece en ellos, sino en su proceso de producción, es decir, en el trabajo necesario para realizarlos. Por eso en el sistema capitalista el producto terminado se convierte en mercancía, en un fetiche, porque se olvida la relación social que ha supuesto su producción y se le considera algo absoluto en sí mismo: se le cosifica. Esto es marxismo de manual. De esta manera, el interés social no estaría en las viviendas, sino en el proceso necesario para fabricarlas, y eso es lo que habría que nacionalizar o expropiar: los medios de producción de las viviendas, porque es en ellos donde está el “interés social”. Como ya se ha dicho tantas otras veces, una empresa cumple una función social y un empresario tienen un papel social, más allá de la obtención de beneficios.
 Por otro lado el hecho de repartir tres comidas al día a los escolares más desfavorecidos está muy bien, es una manera de ayudar a los que peor lo pasan –aunque tengo mis dudas de que Kant lo considerara moral- pero no es la función de un gobierno, ni es una medida de izquierdas. No es la función de un gobierno porque es lo mismo que puede hacer Cáritas o cualquier ONG y la función del gobierno sería precisamente evitar que hubiera que repartir esas comidas, haciendo políticas sociales que impidieran que los ciudadanos llegaran a esa situación, que en el caso que nos ocupa tienen que ver con la creación de empleo o, al menos, con evitar que este se destruya. Y no es una medida de izquierdas por lo anterior: dar de comer al hambriento puede ser filantropía, o caridad cristiana, pero no socialismo. El socialismo consiste precisamente en evitar que se den las condiciones que lleven a tener que dar de comer al hambriento, es decir, en evitar que haya hambrientos. La medida tomada por la Junta de Andalucía, así, es una medida cristiana, pero no marxista ni socialista. Y el marxismo y el cristianismo no tienen nada que ver. 

viernes, 12 de abril de 2013

La estupidez globalizada


Estúpido: 1. adj. Necio, falto de inteligencia.
Tonto: 1. adj. Falto o escaso de entendimiento o razón
(Diccionario de la RAE)

"Tonto es el que dice tonterías"
(Forrest Gump)


 En la era de la globalización del conocimiento era de esperar que su contrario, la estupidez, tampoco tuviera fronteras. Buena prueba de esta universalización de la ausencia de inteligencia la ha dado el señor Olli Rehn, al diseñar las recetas que deben afrontar los diferentes estados de la UE para hacer frente a la crisis, una crisis que se ahonda cada vez que el señor Rehn y otros como él ponen en marcha sus soluciones, lo cual hace pensar que estas soluciones son más bien el problema. En lo que respecta a España, el señor Rehn insiste, en líneas generales, en la necesidad de realizar cambios estructurales, porque la crisis, dice, no es coyuntural sino estructural. Que la crisis es estructural lo sabe cualquiera que conozca un poco la historia económica, porque fue una de las ideas que desarrollaron Marx y Engels. La crisis es estructural, en efecto, porque la propia estructura del sistema favorece la aparición de crisis periódicas. Así que, para evitar éstas, lo que habría que hacer es cambiar la estructura del sistema, y no reformarla. Por otro lado, las exigencias del señor Rehn inciden en lo ya conocido: abaratar el despido, reformar las pensiones y aumentar los impuestos. Lo que resulta más llamativo –y ofrece una muestra de la globalización de la estupidez a la que me refiero- es que él mismo reconoce que los problemas de España son el desempleo y la paralización de la economía. Con una reforma laboral que ha supuesto una tasa de paro de cerca del 26 por ciento y una reforma fiscal que ha significado la paralización del consumo interno, no se entiende como flexibilizar más el despido o aumentar los impuestos van a conseguir que el desempleo disminuya o que se reactive el gasto, a no ser que el señor Rehn sea un hegeliano convencido y piense que insistir en la antítesis lleve a superar la contradicción y que una acumulación cuantitativa implique un salto cualitativo. Como no creo que este señor sea lo anterior –y mucho menos que entienda las sutilezas de la dialéctica- hay que pensar que es simplemente tonto.
 La incidencia de la crisis en España tiene que ver, cosa que parece que ni el señor Rehn, ni el gobierno, ni la izquierda de este país sabe, con un modelo productivo basado en la construcción unido a una cultura empresarial que se fundamenta en los beneficios, olvidando la inversión, lo que ha dado lugar a un magma de corrupción que ha puesto la guinda al pastel. Eso es lo que provoca que España sea el país con la tasa de paro más elevada de toda la Unión Europea. Ese es el verdadero problema y sus responsables son, en primera instancia, los empresarios, que son los que despiden a los trabajadores y, después, un gobierno que les permite campar a sus anchas. Porque si bien es cierto que sus empresas son propiedad privada, también lo es que la sociedad no lo es, y si bien es cierto que uno monta una empresa para ganar dinero, también lo es que ésta, una vez establecida en la sociedad civil, cumple una función social. Así, más allá de las medidas que el señor Rehn receta y el señor Rajoy aplica –porque para que haya un tonto, tiene que haber otro tonto que le haga caso- la solución a la crisis pasa por dos caminos convergentes. El primero de ellos, la implementación de medidas que generen empleo. Está claro que la reforma laboral lo único que ha hecho es destruirlo, sin embargo, ha dejado entrever el camino a seguir. Porque, siguiendo su lógica, si se ligan los despidos a las pérdidas, también se ligan las contrataciones a los beneficios. Así, que lo que debe de hacer el estado es obligar a las empresas a contratar trabajadores cuando éstas presentan beneficios, de la misma manera que les permite despedirlos cuando presentan pérdidas. Es decir, de lo que se trata es de nacionalizar el mercado de trabajo –algo que no tiene que ver con la propiedad privada, sino con el desarrollo social- de tal forma que las empresas se vean obligadas a realizar ofertas de empleo privado acordes con el monto de sus ganancias, de la misma forma que se realizan ofertas de empleo público. Esto es lo que hay que nacionalizar, y no los pisos porque, vuelvo a insistir, los desahucios no son el problema, sino tan sólo una consecuencia o un síntoma de la verdadera enfermedad, que es la falta de trabajo.
 El segundo camino es el más evidente: llevar a cabo una lucha efectiva contra el fraude fiscal y la evasión de capitales. A nadie se le escapa que los que eluden el pago de los impuestos son los empresarios, y que cuanto mayor sea la empresa mayor es el fraude –por mucho que diga el señor Montoro, otra víctima de la globalización de la que hablamos- de la misma forma que quien evade capitales es el que los tiene, es decir, los empresarios. Por eso esta vía es convergente con la anterior: las dos afectan al mismo colectivo empresarial, que aparece así como el centro alrededor del cual giran las causas y las consecuencias de esta crisis. Curiosamente, en todos los procesos abiertos ahora mismo por corrupción figuran como imputados políticos, pero no empresarios, de la misma forma que se “escrachean” los domicilios de los políticos, pero no de los empresarios. Un ejemplo más de la globalización de la estupidez.

jueves, 11 de abril de 2013

Con un par


 En mi último artículo hablaba sobre los mitos que ha creado la llamada nueva izquierda. Al hilo de ello, quiero incidir hoy en un ejemplo palpable de esta actitud: el anuncio efectuado por la Junta de Andalucía de implementar una ley que obligue a los bancos a alquilar los pisos vacíos que posean, bajo multa de 9000 euros por piso, y que regula –por decirlo de alguna forma- la expropiación de las viviendas, propiedad de esos mismos bancos, de aquellos ciudadanos amenazados de desahucio por impago de sus deudas hipotecarias. Expropiación que tiene como objetivo permitir que esos ciudadanos no sean desalojados de sus casas durante un periodo de tres años. Con un par, que diría un castizo. A mi todo esto me parece una auténtica barbaridad, y voy a intentar explicarles por qué.
 Empecemos por lo evidente. Es evidente que el desarrollo de esta legislación es una medida populista –al estilo de los ranchitos de Chávez, por cierto- que tiene un objetivo doble: seguir manteniendo el caladero de votos del PSOE en Andalucía con una nueva versión del voto esclavo y, por supuesto, tapar el escándalo de corrupción de los ERE falsos. Porque de la misma manera que estoy convencido de que el señor Rajoy y la cúpula del PP conocía los tejemanejes del señor Bárcenas, y si no los conocía lo que deberían de hacer es marcharse, estoy convencido de que el señor Griñán y la cúpula del PSOE en Andalucía conocía los tejemanejes del señor Guerrero, y si no los conocía lo que deberían de hacer es marcharse. Sólo esto bastaría para concluir que esta medida no es de izquierdas, pero eso lo dejaré para más adelante. De momento, sigamos con lo evidente. Es evidente que esta medida es anticonstitucional porque va en contra del derecho a la propiedad privada que, nos guste o no, es un derecho recogido en la Constitución. De la misma manera es evidente que lo único que va a conseguir es deteriorar aún más la ya deteriorada economía andaluza, porque poner de golpe y porrazo una cantidad aún sin determinar de pisos en alquiler en el mercado, pero en todo caso muchos, va a terminar de hundirlo. También resulta evidente que el dinero para las expropiaciones tendrá que salir de algún sitio, en concreto de los contribuyentes andaluces que van sufragar así las viviendas de aquellos no pueden hacer frente a sus préstamos hipotecarios. Y por último es evidente que una Comunidad Autónoma no puede elaborar una ley que afecta a los intereses de entidades o particulares que no residen en dicha Comunidad, algo para lo cual sólo está capacitado el Gobierno central y el Parlamento nacional. Si mañana el gobierno del señor Griñán expropia o multa a un banco que tenga su sede social en Madrid, por ejemplo, éste interpondrá una demanda ante un juzgado de Madrid, el cual, al no figurar en la legislación de dicho territorio la citada ley, dará la razón al demandante. Yo no soy abogado, pero esto me parece de lo más lógico. En resumen, es evidente que la medida anunciada a bombo y platillo por la señora consejera de Vivienda de la Junta de Andalucía, es un brindis al sol, que nunca se llevará a efecto. 
 Pasemos ahora a lo que no resulta tan evidente. ¿Es la medida tomada por el gobierno andaluz de izquierdas?. No. Y no lo es por dos motivos –aparte del evidente señalado más arriba-. El primero de ellos ya ha sido desarrollado de manera magistral por Enrique Mesa en uno de los artículos de su blog, y aquí sólo voy a resumirlo. El ideal del pensamiento de izquierda es alcanzar la autonomía del individuo. Cuando a éste se le da todo hecho –que es en el fondo lo que propone la ley andaluza- se están cercenando sus posibilidades de ser autónomo: no necesita, de hecho, serlo, porque ya hay otros que piensan y actúan por él –el estado-. Lo único que se consigue así son estómagos agradecidos que seguirán fielmente las consignas del poder. El segundo tiene que ver con la esencia misma de los planteamientos de Marx, que entiendo que es, o debería ser, la esencia misma de la izquierda. La ley articulada por el gobierno andaluz no ataca el fondo del problema, sólo rasca en la superficie del sistema económico y no profundiza en su transformación, por mucho que se le llene la boca a la consejera de Vivienda de la Junta, que parece ser que es comunista o al menos eso dice. No nacionaliza los bancos, ni los medios de producción de las empresas –que son las que han despedido a los trabajadores que ahora no pueden pagar su hipoteca, que a nadie se le olvide- sino los pisos que poseen aquéllos –que es lo mismo que nacionalizar el edificio de una fábrica pero no las máquinas-. Sin embargo, la propiedad privada que genera capital y en consecuencia tasa de explotación de los trabajadores es la propiedad privada de los medios de producción. De esta manera, se deja intacto el mecanismo de explotación y así, implícitamente, se lo protege, pues permite dar la impresión de que la nacionalización de un bien es la nacionalización del sistema de producción, quedando este salvaguardado de futuros ataques porque en el imaginario colectivo ya está nacionalizado. Pero esto, claro, es pensamiento de izquierda.

martes, 9 de abril de 2013

Los mitos de la nueva izquierda


A modo de prólogo, el que esto suscribe se considera una persona de izquierdas, que ha militado en organizaciones de izquierda –eso si, tradicional- y que incluso ha estudiado a los grandes clásicos del pensamiento de izquierdas. Así que, en principio, no necesita que un conjunto de barbilampiños, populistas, agoreros o salvapatrias le den lecciones de izquierdismo. Sabe perfectamente que la izquierda debe fundamentarse en la racionalidad, tanto estratégica como moral, porque eso, y no otra cosa, es, no sólo lo que le permite diferenciarse de la derecha, sino estructurar un discurso y una praxis políticas liberalizadoras del ser humano. Todo lo que no se ajuste a estas premisas tan simples –hacer lo que se debe hacer, lo que es moral, y hacer lo adecuado en y para el momento adecuado- será demagogia o romanticismo, pero no es una postura de izquierda. Es mitología, un intento de explicar la realidad desde instancias –subjetivas, psicológicas, metafísicas o políticas- superiores a la propia realidad, considerar que la realidad escapa al orden racional y, por tanto, negar la posibilidad de su transformación. Y el pensamiento de izquierda es transformador por definición.
 Si bien siempre la izquierda que ha pretendido ser radical ha tendido a mitologizar la realidad, sobre todo cuando, a partir de los años setenta y ochenta del pasado siglo cayó en la cuenta de la verdad que se ocultaba detrás de sus referentes maoístas y estalinistas –véase el caso paradigmático del Che Guevara, o de la elevación a los altares del culto a la personalidad de todos aquellos que se han considerado grandes revolucionarios: Castro, Mao, Ho Chi Mihn, Chávez o Kim Jong-un, incluso al pobre José Luis Sampedro ya le están mitificando- la nueva izquierda –al menos la nueva izquierda española, que es de la que me interesa tratar- ha conseguido convertir toda su actividad en un mito, porque todas las ideas que la sustentan no son más que mitos. Para empezar, la propia nueva izquierda es un mito. Es un mito porque sus movilizaciones sociales no se corresponden con una toma de conciencia de clase, con un afán transformador de la realidad –y la realidad no es otra cosa que el sistema económico- o con una asunción de las contradicciones del sistema que salen a la luz. El único motor que anima a esta nueva izquierda, al menos a la mayor parte de aquellos que forman en sus filas, es recuperar el bienestar perdido. Que nadie se llame a engaño: sin crisis económica ahora no estaríamos asistiendo al linchamiento público de la familia real porque uno de sus miembros sea un corrupto -todos lo son y desde hace mucho tiempo- y la mayoría de los que piden a gritos la III República seguirían yendo como borreguitos a aplaudir a la realeza en todas sus apariciones, para demostrar así su patriotismo y lealtad y ver si pillan algunas migajas mediáticas; si a los que participan en los escraches se les regalara un piso, se sentarían tranquilamente en sus sofás a ver el fútbol, y se olvidarían de las hipotecas basura y de los deshaucios; si a los jóvenes que protestan por no tener futuro y por tener que marcharse del país -exiliarse, dicen ellos, como si fueran los primeros que han tenido que salir de su tierra a buscarse los garbanzos- se les ofreciera un trabajo bien renumerado, estarían encantados con el sistema, votarían a la derecha –como de hecho ha pasado- y su único proyecto de futuro sería comprarse un chalé, un coche potente y una televisión de plasma de 50 pulgadas. Eso, si no eran de los criticaban a los inmigrantes extranjeros. Una sociedad no cambia en diez años por muchos acontecimientos traumáticos que la golpeen, y menos la española que lleva siglos anclada en lo que Machado llamó un “país de arrieros, lechuzos, tahúres y logreros”. Así que los movimientos sociales imbricados en la nueva izquierda acaban no siendo más que individualismo burgués o caridad cristiana. Quizás esta izquierda a la que tanto le gustan los mitos –todos los políticos son unos ladrones corruptos, los sindicatos son unos vendidos- lo que debería hacer es escuchar a alguien tan poco mítico, pero tan de izquierda, como Trotski, cuando decía que “la clase obrera sólo puede alcanzar el poder si defiende todos los elementos de la democracia obrera presentes en el Estado”

jueves, 4 de abril de 2013

Extremos


Decía el viejo Aristóteles (lo de “viejo” lo tomo de uno de mis profesores más queridos, al que nunca se le rindió el debido homenaje), que el sabio es el que encuentra la felicidad a través de la virtud, siendo ésta el término medio entre el exceso y el defecto: el sabio, pues, sería el virtuoso. Puesto que la virtud es considerada por él como un hábito racional, sólo aquellos que hubieran tenido más tiempo de practicarlo podrían llegar a dominarlo. Es así que los ancianos estaban, en principio, más cerca de la virtud que los jóvenes, que tienden a ser impetuosos o retraídos (hoy en día se habla de hiperactivos o faltos de autoestima) con lo que se mueven en el exceso o el defecto. No pretendo, por supuesto, vivir en un país de sabios, pero, al menos por todos sus siglos de historia, si que sería deseable vivir en un país virtuoso. Virtuoso, por supuesto, en sentido aristotélico: que fuera capaz de encontrar ese término medio racional. Pero mucho me temo que ni siquiera esto es posible, como demuestran al menos dos ejemplos recientes de nuestra actualidad política y social.
 El primero de ellos, lógicamente, no puede ser otro que la imputación judicial de la hija del Rey por el llamado “caso Nóos”. Las reacciones en este caso, como no podía ser de otra forma, han incidido en el extremo de que dicha imputación va a suponer la defenestración de la monarquía española. Para unos, esto implicaría el más grave problema institucional y político que se recuerda e incluso la destrucción del orden social conocido, por eso exigen que la infanta no sea imputada. Para otros, significaría la llegada de la III República y con ella el fin de todos los poblemas que azotan al país y por ello jalean al juez y al procedimiento. Quizás habría que pensar más bien que el hecho de que imputen a un miembro de la familia real no significa que imputen a toda la familia real –de la misma forma que el hecho de que imputen a un miembro de una familia cualquiera no significa que imputen a toda su familia: o estamos con la igualdad ante la ley o no lo estamos-, que una imputación no supone una condena, que seguramente la infanta Cristina resultará absuelta en el juicio, que el juez que lleva el caso no es un héroe de la revolución social, sino simplemente un tipo que cumple con su deber o que la ley debe de ser la misma para todos, porque en un Estado de Derecho todos estamos sujetos a ella. Suposiciones todas ellas, creo, bastante más racionales, por mesuradas, que los dos extremos citados en un principio. Porque aparte de encontrar el término medio todos deberíamos aprender a diferenciar entre lo que es, lo que debe de ser y lo que nos gustaría que fuera.
 El segundo de los ejemplos que he anunciado al principio es el asunto de los llamados “escraches”. Ya dije en otro momento que es posible dudar de la legitimidad democrática de estos métodos, y quizás el término medio deseado en este caso no sería más que éste: remitirnos a la legitimidad democrática para que unos fueran condenados por sus abusos y otros dejaran de acosar a los representantes de la soberanía popular. En lugar de ello con lo que nos encontramos es que, por un lado, se acusa a los manifestantes –supongo que se les podría llamar algo así como “escracheadores”- de ser seguidores o aliados del terrorismo de ETA, o de reproducir las prácticas con las que los nazis utilizaron contra los judíos, algo que viendo a los cuatro gatos que suelen llevar a cabo estas acciones resulta una evidente exageración. Pero por el otro, los que realizan estas acciones se defienden comparando la situación con la de la dictadura argentina, y afirman sin despeinarse que de la misma manera que era legítimo señalar públicamente a los torturadores o a los que se quedaban con los hijos de los que habían sido hechos desaparecer, es legítimo hacer lo mismo con los diputados de una formación política para que voten una determinada ley. Lo cual, obviamente, es otra exageración, porque no hay comparación posible entre la situación española y la argentina en los años de la Junta Militar –de hecho, ya quisieran los que fueran arrojados al mar desde un avión con los pies metidos en hormigón, después de meses de torturas, que les hubieran desahuciado de sus casas- y porque un diputado, aunque sea del PP, no es un torturador ni un ladrón de niños, o al menos no lo es por el hecho de ser diputado, que parece ser que es por lo que se les ataca. El hecho de que unas cuantas personas se hayan suicidado, con todo lo trágico que pueda ser, no convierte a un diputado en un asesino, ni en un inductor al suicidio, ni en nada parecido, por mucho que se empeñen los que se manifiestan frente a sus casas. Exigirles que cumplieran con su función de una manera democrática y teniendo en cuenta los intereses de la ciudadanía y no los suyos propios o los de algunos grupos de presión sería el término medio que Aristóteles aplaudiría. Pero, con eso, claro, no demostraríamos ni nuestro “compromiso con el orden”, por un lado, ni  nuestra “indignación”, por otro.