viernes, 27 de febrero de 2009

Neciolandia

Resulta que el primer penado –y probablemente el único- en los casos de corrupción del PP ha sido el Ministro de Justicia del gobierno del PSOE. Si alguien es capaz de entenderlo entonces es que está en un plano intelectual superior al del resto de los mortales o que es tan sinvergüenza como los sinvergüenzas populares. Ahora parece que el único que ha cometido un delito ha sido el Ministro por cazar sin licencia. Como todo el mundo sabe ningún cazador español caza sin licencia, es más, los miembros del PP, los dueños de las grandes fincas y los grandes cotos, no cazan: son grandes amantes de los animalitos y los cuidan, los miman y están intentando clonar a la madre de Bambi.
Seamos serios. En condiciones normales que un cargo público haga algo como lo que ha hecho el señor Bermejo es suficiente para que dimita o se le cese de forma fulminante. Eso, en condiciones normales. Pero también en condiciones normales a nadie –y digo bien: a nadie- le hubiera importado un ardite que este señor cazase sin licencia, como no le importó a nadie que el Rey cazase osos borrachos en Rusia. De hecho, a alguno le pareció normal y hasta gracioso. Lo que pasa es que las condiciones no son normales. El PP necesita tapar a los verdaderos delincuentes, a los que han expoliado las Comunidades y los Ayuntamientos que gobiernan, a los que han enriquecido a sus amigos y de paso se han enriquecido ellos, a los que han convertido a España en su empresa privada, a los que todavía no han olvidado como el gran Papá Franco les protegía y aplaudía sus tropelías que –mucho me temo- seguirán cometiendo. El PP ha utilizado la única táctica que conoce, la del “y tú más”, la del “yo no he sido”, la del “pobrecito de mí que todos están en mi contra”, la de la mentira y la manipulación. Dicen que los chinos dicen que cuando el dedo señala la luna el necio mira al dedo. El sueño del PP –y lo está consiguiendo, con la inestimable ayuda del PSOE- es convertir al país en Neciolandia, un país de tontos que miren el dedo –e incluso lo corten- sin tan siquiera saber que existe la luna. De hecho anunciaron sin ningún pudor -después de celebrar la dimisión del Ministro como una gran victoria- que el siguiente era el juez Garzón por no inhibirse en los casos de corrupción que investiga. Y es que la mejor manera de no cometer delitos es que ningún juez los investigue y si pretende hacerlo quitarle de en medio. Esto supone la más absoluta perversión de la democracia y el Estado de Derecho, algo en lo que el PP lleva instalado desde hace más de diez años. Lo que se está enseñando es que no se trata de no cometer delitos, ni siquiera de que no te descubran, sino de que no te acusen. Y si te acusan has de ser lo bastante insistente, cínico y caradura para acusar al acusador y convertirle a él en el delincuente. Es el redescubrimiento del anillo de Giges y no sería de extrañar que a este paso el único sitio donde se puedan encontrar personas íntegras, honestas y justas sean las cárceles.
Así las cosas no es de extrañar que un jurado popular haya absuelto a un individuo que asesinó de cincuenta y siete (57) puñaladas a dos homosexuales, alegando que actuó en defensa propia. Resulta que el angelito, muy macho él, salió de su pueblo con ganas de marcha, se fue a un bar, se puso hasta arriba de whisky y de coca, aceptó ir con la pareja a casa de éstos y, una vez allí, cuando la orgía seguía su curso natural, tuvo “miedo insuperable a que le violaran” y asestó 35 puñaladas a uno y 22 a otro, les robó y quemó el piso. Y ahora el famoso jurado-no se si popular, pero desde luego si homófobo y fascista- decide que es inocente. Y esto lo permite un juez –de los que hacen huelga- un gobierno y un país, sin que nadie sea capaz de declarar a estos sujetos incompetentes e ingresarles en un psiquiátrico, porque quien se atreve a afirmar que algo así es defensa propia debe de tener las facultades mentales perturbadas. Esto es lo que ocurre cuando se pone a la masa –en este caso más bien a la chusma- a juzgar a sus congéneres. Mientras no se eduque a la sociedad la institución del Jurado es un peligro público que hay que eliminar cuanto antes. Eso, o los hacemos hijos predilectos de Neciolandia

viernes, 20 de febrero de 2009

Fascismo social

El poder de manipulación e idiotización de algunos medios y la progresiva masificación del cuerpo social están provocando un deslizamiento de la sociedad hacia posiciones cada vez más peligrosas que deberían preocupar a cualquiera dotado de un mínimo de racionalidad. Sirvan tres situaciones concretas para dar cuenta de esta afirmación.
Para empezar, el hecho de que niños y niñas de catorce años estén acudiendo como protagonistas a programas de televisión que sólo tienen por objeto excitar el morbo y las pasiones más bajas de los espectadores, y de paso, ganar audiencia; en ningún caso el rigor informativo o la búsqueda de la verdad. Niños y niñas de catorce años manipulados sin ningún escrúpulo –no sólo por los responsables televisivos, sino también por sus padres- que de pronto ven cumplido el sueño de su vida de protagonizar estos programas. Un sueño que ha sido provocado por la televisión y que la televisión se ha encargado de alimentar. Niños y niñas que sirven como ejemplo a otros niños y niñas que tienen el mismo sueño, producido por los mismos programas, y que ahora encuentran la oportunidad de llevarlo a cabo si ellos mismos o alguien de su círculo de amigos asesina brutalmente a otro. Y todo esto con la excusa de la libertad de expresión e información. Da miedo.
Por otra parte, masas enfervorizadas que amparándose en la fuerza de la multitud gritan asesino a quien –lo sea o no lo sea- aún no ha sido juzgado ni condenado por quien debe hacerlo en un Estado de Derecho. Esta costumbre de unirse en tropel para vilipendiar a cualquiera que sea conducido a un juzgado o a una comisaría es algo cada vez más habitual. No está muy claro si es porque resulta políticamente correcto, porque constituye una especie de catarsis o expiación colectiva o porque todo aquél que no forme con la masa para manifestar de forma física y material su repulsa pasa automáticamente a ser sospechoso. Parece que se está esperando ansiosamente la comisión de algún crimen para formar la turba y demostrar así no se sabe muy bien qué. Es todo caso lo que resulta es la actitud cobarde del que no es capaz de decir a nadie a la cara lo que piensa –quizás porque ni siquiera sabe lo que piensa- y necesita apoyarse en el tumulto y el hecho de que quien pretenda ser autónomo y tener un pensamiento libre, quien no esté dispuesto a masificarse, automáticamente se convierte en el enemigo, en la presa de estas –en palabras de Canetti- mutas de caza. Y que nadie se llame a engaño: estas masas son las mismas que vemos en los espectáculos deportivos, las que se apiñan como ovejas en el lado derecho de las escaleras mecánicas o las que bloquean las puertas del vagón del metro, de tal forma que quien se salga de la línea marcada se convierte también en su presa. Tampoco es necesaria la amalgama física para formar la masa: basta con que mentalmente se sea masa y se considere uno parte de ella. No hace falta –aunque es importante- la proximidad material con los otros que arropa al miembro de la masa, es suficiente con saber que se piensa como los demás y que los demás piensan como uno.
Por último están los padres que reclaman un referéndum para aplicar la cadena perpetua a los asesinos de sus hijas. Es muy comprensible el dolor de estos padres y madres y sus deseos de venganza, pero el Estado debe regirse por la justicia, no por la venganza. Un referéndum de este tipo va en contra de todo el ordenamiento legal del país, empezando por la Constitución. Pero además es que esta petición supuestamente democrática es en realidad demagógica, autoritaria y un intento de institucionalización de la ley de Lynch, pues quien ha de votar es la masa. Nadie dudaría del resultado de dicho referéndum –por eso precisamente se propone- y esta es la esencia del totalitarismo: una votación de la que se conoce previamente el resultado. Ya puestos, por qué no pedirlo para instaurar la pena de muerte, o las ejecuciones públicas o la exposición de los cadáveres de los criminales ajusticiados para que sirvan de escarmiento. En todos los casos el resultado sería el mismo: si.
Es posible que no lo sepan o es posible que sí, pero todos los que asumen o predican estos comportamientos son fascistas que mantienen actitudes fascistas y forman una sociedad fascista que tarde o temprano desembocará en un Estado fascista si no se toman las medidas legales y educativas necesarias para evitarlo. O si no, cuando al final vengan a por nosotros será demasiado tarde.

viernes, 13 de febrero de 2009

Huelga de jueces y políticos corruptos

No voy a entrar aquí a discutir si la huelga de los jueces es legal o no, porque jurista es una de las muchas cosas que no soy. Sin embargo, creo que hay un aspecto en esta convocatoria-amenaza de paro judicial que merece destacarse. Sea uno un trabajador o un poder del Estado, tenga derecho a hacer huelga o no, lo que debería resultar evidente es que cualquiera, antes de efectuar ninguna reivindicación sobre su trabajo lo primero que tiene que hacer es ese trabajo, y lo segundo hacerlo bien. Sin entrar en casos concretos es bastante obvio que, hoy por hoy, la gran mayoría de los jueces no hacen su trabajo, o no lo hacen bien.
La Justicia y la Educación son los dos pilares básicos de cualquier Estado, como Sócrates y Platón sabían muy bien. Imagínense ustedes que un profesor, por ejemplo marxista, arengase a sus alumnos para que salieran a la calle a hacer la revolución y, preguntado sobre semejante actitud, respondiera que él está afiliado a un partido marxista, que sus convicciones son marxistas y que cree firmemente en la verdad del marxismo. Y que ante esta respuesta las autoridades académicas y la sociedad en general comprendieran y justificaran su postura. Estro, que es una auténtica locura, es lo que está pasando con los jueces. Si dejamos aparte a los vagos, a los que no trabajan porque no les da la gana, encontramos multitud de sentencias que, dependiendo de de la orientación política o religiosa de los magistrados que las emiten, varían en un sentido o en otro. Y esto a todo el mundo le parece normal. De hecho, es normal oír hablar del sector conservador o progresista de la judicatura. Es normal aceptar que un juez con unas convicciones religiosas determinadas dicte sentencia guiado por esas convicciones y no por la ley –sin ir más lejos, esta misma semana dos jueces del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, pertenecientes al Opus Dei, han hecho caso omiso de la sentencia del Tribunal Supremo y han permitido a unos padres objetar a la asignatura de Educación para la Ciudadanía-. Es normal, y se acepta, que si usted tiene la suerte de dar con un juez que simpatice con su causa obtendrá una resolución favorable y, si no tiene esa suerte, serán condenados usted y su causa. Es normal, se dirá, porque los jueces son personas y no máquinas. Si, son personas, pero personas que tienen como función hacer cumplir la ley e impartir justicia y la ley y la justicia no entienden de creencias ni de convicciones, no pueden ser influidas por éstas y por tanto no se pueden dejar a su arbitrio. Si la persona de un juez está por encima de esto entonces no necesitamos jueces, porque todos somos personas.Sirva esto para comentar –siquiera tangencialmente- un asunto que está de plena actualidad. Resulta que a uno de los pocos jueces que hace bien su trabajo –Baltasar Garzón- le están lloviendo palos por todas partes precisamente por eso: por hacer bien su trabajo. Y todo porque coincidió en una cacería con el Ministro de Justicia, de donde algunos –los de siempre- deducen que todos los cargos y militantes del PP imputados en la red de corrupción que el juez está investigando son puros e inocentes. Esta es una falacia lógica muy corriente que se denomina “mezclar las churras con las merinas”. Yo no se si el juez Garzón o el Ministro Bermejo son buenas o malas personas porque no los conozco personalmente, pero si que se que el tiempo en el que se consideraba que todo aquél que no era afecto al Régimen tenía cuernos y rabo ha pasado, afortunadamente, a la historia. Para centrar la cuestión: en primer lugar habría que demostrar que el Ministro tenía la intención de organizar una trama contra los angelitos del PP, en segundo lugar que Bermejo y Garzón se citaron de antemano en la famosa cacería para llevar a cabo su malévolo plan y no se encontraron allí por casualidad, en tercer lugar que hablaron y en cuarto lugar que hablaron de este asunto, aparte de suponer que los dos absolutamente tontos por tramar sus planes delante de todo el mundo y encima hacerse fotos. Puestos a especular habría que sancionar a Garzón por tener teléfono o correo electrónico (por cierto, mucho más discretos para conspirar que una cacería con treinta personas o un restaurante repleto de gente) puesto que podría haberse comunicado con el Ministro por esas vías. O bien podríamos pensar que el organizador de la montería –militante y ex-concejal del PP- preparó una trampa al ministro y al juez (de espionajes y trampas saben mucho en el Partido) que les quería chantajear o que pretendía sobornar a Garzón para que abandonase la investigación. En realidad cualquier necio puede especular necedades. Y aunque todo esto fuera cierto, también lo seguiría siendo que las pruebas actuales apuntan a que a que todos los imputados por Garzón son corruptos hasta la médula. Lo que olvidan el PP y sus voceros –seguramente porque no están acostumbrados a ello- es que vivimos es un Estado de Derecho, que los individuos imputados lo han sido con todas las garantías legales y procesales, que han dispuesto de abogados que conocen los datos de las acusaciones y que todavía deben acudir a un juicio donde se demostrará –o no- su culpabilidad. Y digo culpabilidad porque en España todo el mundo es inocente hasta que no se demuestre lo contrario, incluidos el juez Garzón y el Ministro Bermejo. Esto no lo deben saber en el PP cuando han sido ellos mismos los que han conculcado la presunción de inocencia de sus militantes obligando a dimitir al alcalde de Boadilla y a otros altos cargos. Así que es la propia cúpula del PP la que los considera culpables. Y es que treinta años es poco tiempo para eliminar ciertos vicios

viernes, 6 de febrero de 2009

Las opiniones de Don Benigno

A uno cada vez le cuesta más salir del estado de estupefacción que le producen las opiniones –en el sentido más estricto del término: estado de la mente en el que no se posee certeza subjetiva ni objetiva de un hecho; vamos, que no se tiene ni idea de lo que se está diciendo- de ciertos individuos. Tal es el caso de don Benigno Blanco, presidente del Foro para la Familia, y su informe acerca de los contenidos éticos en el currículo de Enseñanza Secundaria. Lo más normal –y racional- sería dar el asunto por zanjado y recomendar a este señor que leyera un poco, si no a Kant, al menos a Tomás de Aquino. Pero como Sócrates dijo que el ignorante no tiene la culpa de serlo –y lo que aquí rezuma es una ignorancia superlativa- voy a intentar ilustrarle algo.
Según este señor, y la jerarquía católica, el problema son los contenidos morales que se imparten en Secundaria, que son los que posibilitan el adoctrinamiento y, eliminados éstos, eliminado aquél. Lo primero que tendría que desaparecer, entonces, es la asignatura de Religión, que es la que más contenidos morales contempla y, por lo tanto, y siguiendo su propio razonamiento, la que más adoctrina, siendo además estos contenidos morales expuestos dogmáticamente y cerrando la puerta a cualquier clase de debate o de crítica. No deja de tener gracia –si no fuera porque tamaños cinismo e hipocresía sacan de su casillas al más templado- que los que llevan años adoctrinando sin piedad –de hecho su asignatura es la única que se autodenomina como doctrina: Doctrina Católica- acusen ahora al pensamiento moral, que se ha desarrollado durante más de tres mil años como componente ineludible de la evolución cultural del ser humano, de adoctrinar. Opina el señor Blanco que esta exigencia de eliminar los contenidos morales viene dada por la necesidad de impartir cuestiones “sobre las que hay acuerdo social y no estén sometidas a debate ideológico”. Debería este señor saber que en las sociedades complejas cada vez hay más cuestiones sobre las que no hay acuerdo. De seguir sus recomendaciones habría que eliminar todos los contenidos científicos, literarios, filosóficos o artísticos, pues en ninguna hay acuerdo social o, en todo caso, están sometidos a debate. Ni siquiera quedarían los religiosos, pues como demuestran los últimos acontecimientos, la existencia de Dios no es algo sobre lo que haya precisamente acuerdo social y está sometida –como todo, en suma- a debate ideológico. Aún así hay cuestiones –como las que veremos más adelante- que sólo las discuten ellos. Lo más grave es que lo que intentan eliminar es precisamente el debate, que es la base de toda sociedad democrática, e inculcar valores dogmáticos sin posibilidad de reflexión o crítica, que es lo que hizo la iglesia católica y sus compinches durante toda la dictadura franquista y es lo que pretende –exige-seguir haciendo.
Continua opinando nuestro amigo que “la educación moral la debe transmitir la familia”. Mentira. Desconoce este caballero que existe una moral personal –cuyo fundamento es la razón humana, no la familia- y una moral social –cuyo fundamento es la sociedad, no la familia- y si bien es cierto que se produce un continuo enfrentamiento entre la autonomía moral del individuo y las normas sociales, también lo es que es este conflicto el que permite el desarrollo del pensamiento libre y la evolución de la moral. . Pero va más allá Don Benigno y espeta que, por la razón anterior, se debería eliminar la discusión de los dilemas morales y la enseñanza de las teorías éticas. Eliminar los dilemas morales supone eliminar el instrumento fundamental para que los individuos adquieran su propio pensamiento moral y puedan formular juicios éticos autónomos. Eliminar las teorías éticas supone borrar de un plumazo una parte importantísima de la cultura occidental, aparte de las bases de la moral cristiana, que se alimenta de contenidos socráticos, platónicos, estoicos, escépticos y aristotélicos.
No contento con esto sigue opinando el susodicho que los Derechos Humanos “no se pueden usar como un referente ético universal”. Hay que decir que aquí tiene razón en algo: no existen referentes éticos universales, ni siquiera el cristianismo o la Religión. Los Derechos Humanos tienen como origen el pensamiento ilustrado del siglo XVIII y si bien, y precisamente por su origen histórico, no pueden ser considerados universales, no es menos cierto que hoy por hoy poseen validez objetiva en el contexto histórico, social y cultural de nuestra época. También pide nuestro interlocutor que se eliminen cuestiones en las que no todo el mundo estaría de acuerdo como la “identificación de algunos rasgos de diversidad cultural y religiosa. Sensibilidad y respeto por las costumbres, valores morales y modos de vida distintos al propio. Rechazo de las actitudes de intolerancia y exclusión. Valoración crítica de la división social y sexual del trabajo y de los prejuicios sociales, racistas, xenófobos, antisemitas, sexistas y homófobos”. No acabo de ver quién no estaría de acuerdo con estas cuestiones, a no ser un fascista, un loco, o un fascista loco.
Por último, y como perla final, el ínclito señor Blanco opina que la ética no es algo cambiante y relativo. En primer lugar la ética es cambiante, porque como toda manifestación humana está sujeta a evolución y mal nos iría si aún nos guiásemos por los valores de los antiguos griegos o los de la Edad Media cristiana. Y en segundo lugar, de la misma forma que no existen verdades absolutas, no existen valores absolutos. Así que la ética es relativa, por supuesto: relativa al ser humano y a su razón. Y voy a terminar como Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, es mejor callarse”.

(Fuente: “No enseñar moral, afectividad o rechazo a la homofobia”, El País, 2-2-2009, Pág. 34.)