A uno cada vez le cuesta más salir del estado de estupefacción que le producen las opiniones –en el sentido más estricto del término: estado de la mente en el que no se posee certeza subjetiva ni objetiva de un hecho; vamos, que no se tiene ni idea de lo que se está diciendo- de ciertos individuos. Tal es el caso de don Benigno Blanco, presidente del Foro para la Familia, y su informe acerca de los contenidos éticos en el currículo de Enseñanza Secundaria. Lo más normal –y racional- sería dar el asunto por zanjado y recomendar a este señor que leyera un poco, si no a Kant, al menos a Tomás de Aquino. Pero como Sócrates dijo que el ignorante no tiene la culpa de serlo –y lo que aquí rezuma es una ignorancia superlativa- voy a intentar ilustrarle algo.
Según este señor, y la jerarquía católica, el problema son los contenidos morales que se imparten en Secundaria, que son los que posibilitan el adoctrinamiento y, eliminados éstos, eliminado aquél. Lo primero que tendría que desaparecer, entonces, es la asignatura de Religión, que es la que más contenidos morales contempla y, por lo tanto, y siguiendo su propio razonamiento, la que más adoctrina, siendo además estos contenidos morales expuestos dogmáticamente y cerrando la puerta a cualquier clase de debate o de crítica. No deja de tener gracia –si no fuera porque tamaños cinismo e hipocresía sacan de su casillas al más templado- que los que llevan años adoctrinando sin piedad –de hecho su asignatura es la única que se autodenomina como doctrina: Doctrina Católica- acusen ahora al pensamiento moral, que se ha desarrollado durante más de tres mil años como componente ineludible de la evolución cultural del ser humano, de adoctrinar. Opina el señor Blanco que esta exigencia de eliminar los contenidos morales viene dada por la necesidad de impartir cuestiones “sobre las que hay acuerdo social y no estén sometidas a debate ideológico”. Debería este señor saber que en las sociedades complejas cada vez hay más cuestiones sobre las que no hay acuerdo. De seguir sus recomendaciones habría que eliminar todos los contenidos científicos, literarios, filosóficos o artísticos, pues en ninguna hay acuerdo social o, en todo caso, están sometidos a debate. Ni siquiera quedarían los religiosos, pues como demuestran los últimos acontecimientos, la existencia de Dios no es algo sobre lo que haya precisamente acuerdo social y está sometida –como todo, en suma- a debate ideológico. Aún así hay cuestiones –como las que veremos más adelante- que sólo las discuten ellos. Lo más grave es que lo que intentan eliminar es precisamente el debate, que es la base de toda sociedad democrática, e inculcar valores dogmáticos sin posibilidad de reflexión o crítica, que es lo que hizo la iglesia católica y sus compinches durante toda la dictadura franquista y es lo que pretende –exige-seguir haciendo.
Continua opinando nuestro amigo que “la educación moral la debe transmitir la familia”. Mentira. Desconoce este caballero que existe una moral personal –cuyo fundamento es la razón humana, no la familia- y una moral social –cuyo fundamento es la sociedad, no la familia- y si bien es cierto que se produce un continuo enfrentamiento entre la autonomía moral del individuo y las normas sociales, también lo es que es este conflicto el que permite el desarrollo del pensamiento libre y la evolución de la moral. . Pero va más allá Don Benigno y espeta que, por la razón anterior, se debería eliminar la discusión de los dilemas morales y la enseñanza de las teorías éticas. Eliminar los dilemas morales supone eliminar el instrumento fundamental para que los individuos adquieran su propio pensamiento moral y puedan formular juicios éticos autónomos. Eliminar las teorías éticas supone borrar de un plumazo una parte importantísima de la cultura occidental, aparte de las bases de la moral cristiana, que se alimenta de contenidos socráticos, platónicos, estoicos, escépticos y aristotélicos.
No contento con esto sigue opinando el susodicho que los Derechos Humanos “no se pueden usar como un referente ético universal”. Hay que decir que aquí tiene razón en algo: no existen referentes éticos universales, ni siquiera el cristianismo o la Religión. Los Derechos Humanos tienen como origen el pensamiento ilustrado del siglo XVIII y si bien, y precisamente por su origen histórico, no pueden ser considerados universales, no es menos cierto que hoy por hoy poseen validez objetiva en el contexto histórico, social y cultural de nuestra época. También pide nuestro interlocutor que se eliminen cuestiones en las que no todo el mundo estaría de acuerdo como la “identificación de algunos rasgos de diversidad cultural y religiosa. Sensibilidad y respeto por las costumbres, valores morales y modos de vida distintos al propio. Rechazo de las actitudes de intolerancia y exclusión. Valoración crítica de la división social y sexual del trabajo y de los prejuicios sociales, racistas, xenófobos, antisemitas, sexistas y homófobos”. No acabo de ver quién no estaría de acuerdo con estas cuestiones, a no ser un fascista, un loco, o un fascista loco.
Por último, y como perla final, el ínclito señor Blanco opina que la ética no es algo cambiante y relativo. En primer lugar la ética es cambiante, porque como toda manifestación humana está sujeta a evolución y mal nos iría si aún nos guiásemos por los valores de los antiguos griegos o los de la Edad Media cristiana. Y en segundo lugar, de la misma forma que no existen verdades absolutas, no existen valores absolutos. Así que la ética es relativa, por supuesto: relativa al ser humano y a su razón. Y voy a terminar como Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, es mejor callarse”.
(Fuente: “No enseñar moral, afectividad o rechazo a la homofobia”, El País, 2-2-2009, Pág. 34.)
Según este señor, y la jerarquía católica, el problema son los contenidos morales que se imparten en Secundaria, que son los que posibilitan el adoctrinamiento y, eliminados éstos, eliminado aquél. Lo primero que tendría que desaparecer, entonces, es la asignatura de Religión, que es la que más contenidos morales contempla y, por lo tanto, y siguiendo su propio razonamiento, la que más adoctrina, siendo además estos contenidos morales expuestos dogmáticamente y cerrando la puerta a cualquier clase de debate o de crítica. No deja de tener gracia –si no fuera porque tamaños cinismo e hipocresía sacan de su casillas al más templado- que los que llevan años adoctrinando sin piedad –de hecho su asignatura es la única que se autodenomina como doctrina: Doctrina Católica- acusen ahora al pensamiento moral, que se ha desarrollado durante más de tres mil años como componente ineludible de la evolución cultural del ser humano, de adoctrinar. Opina el señor Blanco que esta exigencia de eliminar los contenidos morales viene dada por la necesidad de impartir cuestiones “sobre las que hay acuerdo social y no estén sometidas a debate ideológico”. Debería este señor saber que en las sociedades complejas cada vez hay más cuestiones sobre las que no hay acuerdo. De seguir sus recomendaciones habría que eliminar todos los contenidos científicos, literarios, filosóficos o artísticos, pues en ninguna hay acuerdo social o, en todo caso, están sometidos a debate. Ni siquiera quedarían los religiosos, pues como demuestran los últimos acontecimientos, la existencia de Dios no es algo sobre lo que haya precisamente acuerdo social y está sometida –como todo, en suma- a debate ideológico. Aún así hay cuestiones –como las que veremos más adelante- que sólo las discuten ellos. Lo más grave es que lo que intentan eliminar es precisamente el debate, que es la base de toda sociedad democrática, e inculcar valores dogmáticos sin posibilidad de reflexión o crítica, que es lo que hizo la iglesia católica y sus compinches durante toda la dictadura franquista y es lo que pretende –exige-seguir haciendo.
Continua opinando nuestro amigo que “la educación moral la debe transmitir la familia”. Mentira. Desconoce este caballero que existe una moral personal –cuyo fundamento es la razón humana, no la familia- y una moral social –cuyo fundamento es la sociedad, no la familia- y si bien es cierto que se produce un continuo enfrentamiento entre la autonomía moral del individuo y las normas sociales, también lo es que es este conflicto el que permite el desarrollo del pensamiento libre y la evolución de la moral. . Pero va más allá Don Benigno y espeta que, por la razón anterior, se debería eliminar la discusión de los dilemas morales y la enseñanza de las teorías éticas. Eliminar los dilemas morales supone eliminar el instrumento fundamental para que los individuos adquieran su propio pensamiento moral y puedan formular juicios éticos autónomos. Eliminar las teorías éticas supone borrar de un plumazo una parte importantísima de la cultura occidental, aparte de las bases de la moral cristiana, que se alimenta de contenidos socráticos, platónicos, estoicos, escépticos y aristotélicos.
No contento con esto sigue opinando el susodicho que los Derechos Humanos “no se pueden usar como un referente ético universal”. Hay que decir que aquí tiene razón en algo: no existen referentes éticos universales, ni siquiera el cristianismo o la Religión. Los Derechos Humanos tienen como origen el pensamiento ilustrado del siglo XVIII y si bien, y precisamente por su origen histórico, no pueden ser considerados universales, no es menos cierto que hoy por hoy poseen validez objetiva en el contexto histórico, social y cultural de nuestra época. También pide nuestro interlocutor que se eliminen cuestiones en las que no todo el mundo estaría de acuerdo como la “identificación de algunos rasgos de diversidad cultural y religiosa. Sensibilidad y respeto por las costumbres, valores morales y modos de vida distintos al propio. Rechazo de las actitudes de intolerancia y exclusión. Valoración crítica de la división social y sexual del trabajo y de los prejuicios sociales, racistas, xenófobos, antisemitas, sexistas y homófobos”. No acabo de ver quién no estaría de acuerdo con estas cuestiones, a no ser un fascista, un loco, o un fascista loco.
Por último, y como perla final, el ínclito señor Blanco opina que la ética no es algo cambiante y relativo. En primer lugar la ética es cambiante, porque como toda manifestación humana está sujeta a evolución y mal nos iría si aún nos guiásemos por los valores de los antiguos griegos o los de la Edad Media cristiana. Y en segundo lugar, de la misma forma que no existen verdades absolutas, no existen valores absolutos. Así que la ética es relativa, por supuesto: relativa al ser humano y a su razón. Y voy a terminar como Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, es mejor callarse”.
(Fuente: “No enseñar moral, afectividad o rechazo a la homofobia”, El País, 2-2-2009, Pág. 34.)
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