No voy a entrar aquí a discutir si la huelga de los jueces es legal o no, porque jurista es una de las muchas cosas que no soy. Sin embargo, creo que hay un aspecto en esta convocatoria-amenaza de paro judicial que merece destacarse. Sea uno un trabajador o un poder del Estado, tenga derecho a hacer huelga o no, lo que debería resultar evidente es que cualquiera, antes de efectuar ninguna reivindicación sobre su trabajo lo primero que tiene que hacer es ese trabajo, y lo segundo hacerlo bien. Sin entrar en casos concretos es bastante obvio que, hoy por hoy, la gran mayoría de los jueces no hacen su trabajo, o no lo hacen bien.
La Justicia y la Educación son los dos pilares básicos de cualquier Estado, como Sócrates y Platón sabían muy bien. Imagínense ustedes que un profesor, por ejemplo marxista, arengase a sus alumnos para que salieran a la calle a hacer la revolución y, preguntado sobre semejante actitud, respondiera que él está afiliado a un partido marxista, que sus convicciones son marxistas y que cree firmemente en la verdad del marxismo. Y que ante esta respuesta las autoridades académicas y la sociedad en general comprendieran y justificaran su postura. Estro, que es una auténtica locura, es lo que está pasando con los jueces. Si dejamos aparte a los vagos, a los que no trabajan porque no les da la gana, encontramos multitud de sentencias que, dependiendo de de la orientación política o religiosa de los magistrados que las emiten, varían en un sentido o en otro. Y esto a todo el mundo le parece normal. De hecho, es normal oír hablar del sector conservador o progresista de la judicatura. Es normal aceptar que un juez con unas convicciones religiosas determinadas dicte sentencia guiado por esas convicciones y no por la ley –sin ir más lejos, esta misma semana dos jueces del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, pertenecientes al Opus Dei, han hecho caso omiso de la sentencia del Tribunal Supremo y han permitido a unos padres objetar a la asignatura de Educación para la Ciudadanía-. Es normal, y se acepta, que si usted tiene la suerte de dar con un juez que simpatice con su causa obtendrá una resolución favorable y, si no tiene esa suerte, serán condenados usted y su causa. Es normal, se dirá, porque los jueces son personas y no máquinas. Si, son personas, pero personas que tienen como función hacer cumplir la ley e impartir justicia y la ley y la justicia no entienden de creencias ni de convicciones, no pueden ser influidas por éstas y por tanto no se pueden dejar a su arbitrio. Si la persona de un juez está por encima de esto entonces no necesitamos jueces, porque todos somos personas.Sirva esto para comentar –siquiera tangencialmente- un asunto que está de plena actualidad. Resulta que a uno de los pocos jueces que hace bien su trabajo –Baltasar Garzón- le están lloviendo palos por todas partes precisamente por eso: por hacer bien su trabajo. Y todo porque coincidió en una cacería con el Ministro de Justicia, de donde algunos –los de siempre- deducen que todos los cargos y militantes del PP imputados en la red de corrupción que el juez está investigando son puros e inocentes. Esta es una falacia lógica muy corriente que se denomina “mezclar las churras con las merinas”. Yo no se si el juez Garzón o el Ministro Bermejo son buenas o malas personas porque no los conozco personalmente, pero si que se que el tiempo en el que se consideraba que todo aquél que no era afecto al Régimen tenía cuernos y rabo ha pasado, afortunadamente, a la historia. Para centrar la cuestión: en primer lugar habría que demostrar que el Ministro tenía la intención de organizar una trama contra los angelitos del PP, en segundo lugar que Bermejo y Garzón se citaron de antemano en la famosa cacería para llevar a cabo su malévolo plan y no se encontraron allí por casualidad, en tercer lugar que hablaron y en cuarto lugar que hablaron de este asunto, aparte de suponer que los dos absolutamente tontos por tramar sus planes delante de todo el mundo y encima hacerse fotos. Puestos a especular habría que sancionar a Garzón por tener teléfono o correo electrónico (por cierto, mucho más discretos para conspirar que una cacería con treinta personas o un restaurante repleto de gente) puesto que podría haberse comunicado con el Ministro por esas vías. O bien podríamos pensar que el organizador de la montería –militante y ex-concejal del PP- preparó una trampa al ministro y al juez (de espionajes y trampas saben mucho en el Partido) que les quería chantajear o que pretendía sobornar a Garzón para que abandonase la investigación. En realidad cualquier necio puede especular necedades. Y aunque todo esto fuera cierto, también lo seguiría siendo que las pruebas actuales apuntan a que a que todos los imputados por Garzón son corruptos hasta la médula. Lo que olvidan el PP y sus voceros –seguramente porque no están acostumbrados a ello- es que vivimos es un Estado de Derecho, que los individuos imputados lo han sido con todas las garantías legales y procesales, que han dispuesto de abogados que conocen los datos de las acusaciones y que todavía deben acudir a un juicio donde se demostrará –o no- su culpabilidad. Y digo culpabilidad porque en España todo el mundo es inocente hasta que no se demuestre lo contrario, incluidos el juez Garzón y el Ministro Bermejo. Esto no lo deben saber en el PP cuando han sido ellos mismos los que han conculcado la presunción de inocencia de sus militantes obligando a dimitir al alcalde de Boadilla y a otros altos cargos. Así que es la propia cúpula del PP la que los considera culpables. Y es que treinta años es poco tiempo para eliminar ciertos vicios
La Justicia y la Educación son los dos pilares básicos de cualquier Estado, como Sócrates y Platón sabían muy bien. Imagínense ustedes que un profesor, por ejemplo marxista, arengase a sus alumnos para que salieran a la calle a hacer la revolución y, preguntado sobre semejante actitud, respondiera que él está afiliado a un partido marxista, que sus convicciones son marxistas y que cree firmemente en la verdad del marxismo. Y que ante esta respuesta las autoridades académicas y la sociedad en general comprendieran y justificaran su postura. Estro, que es una auténtica locura, es lo que está pasando con los jueces. Si dejamos aparte a los vagos, a los que no trabajan porque no les da la gana, encontramos multitud de sentencias que, dependiendo de de la orientación política o religiosa de los magistrados que las emiten, varían en un sentido o en otro. Y esto a todo el mundo le parece normal. De hecho, es normal oír hablar del sector conservador o progresista de la judicatura. Es normal aceptar que un juez con unas convicciones religiosas determinadas dicte sentencia guiado por esas convicciones y no por la ley –sin ir más lejos, esta misma semana dos jueces del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, pertenecientes al Opus Dei, han hecho caso omiso de la sentencia del Tribunal Supremo y han permitido a unos padres objetar a la asignatura de Educación para la Ciudadanía-. Es normal, y se acepta, que si usted tiene la suerte de dar con un juez que simpatice con su causa obtendrá una resolución favorable y, si no tiene esa suerte, serán condenados usted y su causa. Es normal, se dirá, porque los jueces son personas y no máquinas. Si, son personas, pero personas que tienen como función hacer cumplir la ley e impartir justicia y la ley y la justicia no entienden de creencias ni de convicciones, no pueden ser influidas por éstas y por tanto no se pueden dejar a su arbitrio. Si la persona de un juez está por encima de esto entonces no necesitamos jueces, porque todos somos personas.Sirva esto para comentar –siquiera tangencialmente- un asunto que está de plena actualidad. Resulta que a uno de los pocos jueces que hace bien su trabajo –Baltasar Garzón- le están lloviendo palos por todas partes precisamente por eso: por hacer bien su trabajo. Y todo porque coincidió en una cacería con el Ministro de Justicia, de donde algunos –los de siempre- deducen que todos los cargos y militantes del PP imputados en la red de corrupción que el juez está investigando son puros e inocentes. Esta es una falacia lógica muy corriente que se denomina “mezclar las churras con las merinas”. Yo no se si el juez Garzón o el Ministro Bermejo son buenas o malas personas porque no los conozco personalmente, pero si que se que el tiempo en el que se consideraba que todo aquél que no era afecto al Régimen tenía cuernos y rabo ha pasado, afortunadamente, a la historia. Para centrar la cuestión: en primer lugar habría que demostrar que el Ministro tenía la intención de organizar una trama contra los angelitos del PP, en segundo lugar que Bermejo y Garzón se citaron de antemano en la famosa cacería para llevar a cabo su malévolo plan y no se encontraron allí por casualidad, en tercer lugar que hablaron y en cuarto lugar que hablaron de este asunto, aparte de suponer que los dos absolutamente tontos por tramar sus planes delante de todo el mundo y encima hacerse fotos. Puestos a especular habría que sancionar a Garzón por tener teléfono o correo electrónico (por cierto, mucho más discretos para conspirar que una cacería con treinta personas o un restaurante repleto de gente) puesto que podría haberse comunicado con el Ministro por esas vías. O bien podríamos pensar que el organizador de la montería –militante y ex-concejal del PP- preparó una trampa al ministro y al juez (de espionajes y trampas saben mucho en el Partido) que les quería chantajear o que pretendía sobornar a Garzón para que abandonase la investigación. En realidad cualquier necio puede especular necedades. Y aunque todo esto fuera cierto, también lo seguiría siendo que las pruebas actuales apuntan a que a que todos los imputados por Garzón son corruptos hasta la médula. Lo que olvidan el PP y sus voceros –seguramente porque no están acostumbrados a ello- es que vivimos es un Estado de Derecho, que los individuos imputados lo han sido con todas las garantías legales y procesales, que han dispuesto de abogados que conocen los datos de las acusaciones y que todavía deben acudir a un juicio donde se demostrará –o no- su culpabilidad. Y digo culpabilidad porque en España todo el mundo es inocente hasta que no se demuestre lo contrario, incluidos el juez Garzón y el Ministro Bermejo. Esto no lo deben saber en el PP cuando han sido ellos mismos los que han conculcado la presunción de inocencia de sus militantes obligando a dimitir al alcalde de Boadilla y a otros altos cargos. Así que es la propia cúpula del PP la que los considera culpables. Y es que treinta años es poco tiempo para eliminar ciertos vicios
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