El poder de manipulación e idiotización de algunos medios y la progresiva masificación del cuerpo social están provocando un deslizamiento de la sociedad hacia posiciones cada vez más peligrosas que deberían preocupar a cualquiera dotado de un mínimo de racionalidad. Sirvan tres situaciones concretas para dar cuenta de esta afirmación.
Para empezar, el hecho de que niños y niñas de catorce años estén acudiendo como protagonistas a programas de televisión que sólo tienen por objeto excitar el morbo y las pasiones más bajas de los espectadores, y de paso, ganar audiencia; en ningún caso el rigor informativo o la búsqueda de la verdad. Niños y niñas de catorce años manipulados sin ningún escrúpulo –no sólo por los responsables televisivos, sino también por sus padres- que de pronto ven cumplido el sueño de su vida de protagonizar estos programas. Un sueño que ha sido provocado por la televisión y que la televisión se ha encargado de alimentar. Niños y niñas que sirven como ejemplo a otros niños y niñas que tienen el mismo sueño, producido por los mismos programas, y que ahora encuentran la oportunidad de llevarlo a cabo si ellos mismos o alguien de su círculo de amigos asesina brutalmente a otro. Y todo esto con la excusa de la libertad de expresión e información. Da miedo.
Por otra parte, masas enfervorizadas que amparándose en la fuerza de la multitud gritan asesino a quien –lo sea o no lo sea- aún no ha sido juzgado ni condenado por quien debe hacerlo en un Estado de Derecho. Esta costumbre de unirse en tropel para vilipendiar a cualquiera que sea conducido a un juzgado o a una comisaría es algo cada vez más habitual. No está muy claro si es porque resulta políticamente correcto, porque constituye una especie de catarsis o expiación colectiva o porque todo aquél que no forme con la masa para manifestar de forma física y material su repulsa pasa automáticamente a ser sospechoso. Parece que se está esperando ansiosamente la comisión de algún crimen para formar la turba y demostrar así no se sabe muy bien qué. Es todo caso lo que resulta es la actitud cobarde del que no es capaz de decir a nadie a la cara lo que piensa –quizás porque ni siquiera sabe lo que piensa- y necesita apoyarse en el tumulto y el hecho de que quien pretenda ser autónomo y tener un pensamiento libre, quien no esté dispuesto a masificarse, automáticamente se convierte en el enemigo, en la presa de estas –en palabras de Canetti- mutas de caza. Y que nadie se llame a engaño: estas masas son las mismas que vemos en los espectáculos deportivos, las que se apiñan como ovejas en el lado derecho de las escaleras mecánicas o las que bloquean las puertas del vagón del metro, de tal forma que quien se salga de la línea marcada se convierte también en su presa. Tampoco es necesaria la amalgama física para formar la masa: basta con que mentalmente se sea masa y se considere uno parte de ella. No hace falta –aunque es importante- la proximidad material con los otros que arropa al miembro de la masa, es suficiente con saber que se piensa como los demás y que los demás piensan como uno.
Por último están los padres que reclaman un referéndum para aplicar la cadena perpetua a los asesinos de sus hijas. Es muy comprensible el dolor de estos padres y madres y sus deseos de venganza, pero el Estado debe regirse por la justicia, no por la venganza. Un referéndum de este tipo va en contra de todo el ordenamiento legal del país, empezando por la Constitución. Pero además es que esta petición supuestamente democrática es en realidad demagógica, autoritaria y un intento de institucionalización de la ley de Lynch, pues quien ha de votar es la masa. Nadie dudaría del resultado de dicho referéndum –por eso precisamente se propone- y esta es la esencia del totalitarismo: una votación de la que se conoce previamente el resultado. Ya puestos, por qué no pedirlo para instaurar la pena de muerte, o las ejecuciones públicas o la exposición de los cadáveres de los criminales ajusticiados para que sirvan de escarmiento. En todos los casos el resultado sería el mismo: si.
Es posible que no lo sepan o es posible que sí, pero todos los que asumen o predican estos comportamientos son fascistas que mantienen actitudes fascistas y forman una sociedad fascista que tarde o temprano desembocará en un Estado fascista si no se toman las medidas legales y educativas necesarias para evitarlo. O si no, cuando al final vengan a por nosotros será demasiado tarde.
Para empezar, el hecho de que niños y niñas de catorce años estén acudiendo como protagonistas a programas de televisión que sólo tienen por objeto excitar el morbo y las pasiones más bajas de los espectadores, y de paso, ganar audiencia; en ningún caso el rigor informativo o la búsqueda de la verdad. Niños y niñas de catorce años manipulados sin ningún escrúpulo –no sólo por los responsables televisivos, sino también por sus padres- que de pronto ven cumplido el sueño de su vida de protagonizar estos programas. Un sueño que ha sido provocado por la televisión y que la televisión se ha encargado de alimentar. Niños y niñas que sirven como ejemplo a otros niños y niñas que tienen el mismo sueño, producido por los mismos programas, y que ahora encuentran la oportunidad de llevarlo a cabo si ellos mismos o alguien de su círculo de amigos asesina brutalmente a otro. Y todo esto con la excusa de la libertad de expresión e información. Da miedo.
Por otra parte, masas enfervorizadas que amparándose en la fuerza de la multitud gritan asesino a quien –lo sea o no lo sea- aún no ha sido juzgado ni condenado por quien debe hacerlo en un Estado de Derecho. Esta costumbre de unirse en tropel para vilipendiar a cualquiera que sea conducido a un juzgado o a una comisaría es algo cada vez más habitual. No está muy claro si es porque resulta políticamente correcto, porque constituye una especie de catarsis o expiación colectiva o porque todo aquél que no forme con la masa para manifestar de forma física y material su repulsa pasa automáticamente a ser sospechoso. Parece que se está esperando ansiosamente la comisión de algún crimen para formar la turba y demostrar así no se sabe muy bien qué. Es todo caso lo que resulta es la actitud cobarde del que no es capaz de decir a nadie a la cara lo que piensa –quizás porque ni siquiera sabe lo que piensa- y necesita apoyarse en el tumulto y el hecho de que quien pretenda ser autónomo y tener un pensamiento libre, quien no esté dispuesto a masificarse, automáticamente se convierte en el enemigo, en la presa de estas –en palabras de Canetti- mutas de caza. Y que nadie se llame a engaño: estas masas son las mismas que vemos en los espectáculos deportivos, las que se apiñan como ovejas en el lado derecho de las escaleras mecánicas o las que bloquean las puertas del vagón del metro, de tal forma que quien se salga de la línea marcada se convierte también en su presa. Tampoco es necesaria la amalgama física para formar la masa: basta con que mentalmente se sea masa y se considere uno parte de ella. No hace falta –aunque es importante- la proximidad material con los otros que arropa al miembro de la masa, es suficiente con saber que se piensa como los demás y que los demás piensan como uno.
Por último están los padres que reclaman un referéndum para aplicar la cadena perpetua a los asesinos de sus hijas. Es muy comprensible el dolor de estos padres y madres y sus deseos de venganza, pero el Estado debe regirse por la justicia, no por la venganza. Un referéndum de este tipo va en contra de todo el ordenamiento legal del país, empezando por la Constitución. Pero además es que esta petición supuestamente democrática es en realidad demagógica, autoritaria y un intento de institucionalización de la ley de Lynch, pues quien ha de votar es la masa. Nadie dudaría del resultado de dicho referéndum –por eso precisamente se propone- y esta es la esencia del totalitarismo: una votación de la que se conoce previamente el resultado. Ya puestos, por qué no pedirlo para instaurar la pena de muerte, o las ejecuciones públicas o la exposición de los cadáveres de los criminales ajusticiados para que sirvan de escarmiento. En todos los casos el resultado sería el mismo: si.
Es posible que no lo sepan o es posible que sí, pero todos los que asumen o predican estos comportamientos son fascistas que mantienen actitudes fascistas y forman una sociedad fascista que tarde o temprano desembocará en un Estado fascista si no se toman las medidas legales y educativas necesarias para evitarlo. O si no, cuando al final vengan a por nosotros será demasiado tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario