viernes, 14 de diciembre de 2018

Izquierda conservadora


Si la izquierda se vuelve de derechas no es de extrañar que la derecha se vuelva de izquierdas. Si la izquierda es conservadora, entonces es la derecha la que es revolucionaria. Y uno de los problemas que la izquierda contemporánea debería hacerse mirar urgentemente es que se ha vuelto conservadora. Y lo ha hecho por tres razones, que son las que definen una ideología conservadora: la izquierda es puritana (mucho), es defensora y sostenedora el orden social establecido, al menos el orden social establecido desde 1945 y, por último, impone un pensamiento único fundamentado en lo políticamente correcto.
            La izquierda es puritana. De hecho, es la ideología más agobiantemente puritana desde la época victoriana. Y cuando decimos puritana lo decimos en el sentido más estricto de la palabra. La izquierda es puritana a nivel sexual. Todo lo que huela a prácticas sexuales que se separen de lo más o menos convencional –habida cuenta que las relaciones entre personas del mismo sexo son ya perfectamente convencionales- es anatematizado y condenado, no en nombre de Dios, sino en nombre, curiosamente, de los derechos del individuo, cuando desde el puritanismo desbocado lo que se hace es atacar a uno de los más elementales de esos derechos, que es la libertad sexual. Sin embargo, es en nombre precisamente de esa libertad sexual que la izquierda contemporánea censura todo lo que se sale de las pautas sexuales aceptadas, condena a la hoguera mediática y social –lo que en muchos casos supone una muerte en vida- a todos aquellos que no comulgan con el nuevo puritanismo del siglo XXI e impone un criterio sexual a todos los individuos es decir, les dice lo que está bien y lo que está mal, lo que debe ser admitido y lo que nunca lo será.
            La izquierda es sostenedora del orden social que se establece en Europa a partir del final de la II Guerra Mundial, es decir, del llamado estado del bienestar. Los lamentos y los lloros de la izquierda vienen, precisamente, porque se ha perdido ese Estado del Bienestar. El estado del bienestar en sus orígenes supone un beneficio para el proletariado urbano pero no tanto para los que lo tienen que sufragar con sus impuestos. A medida que el estado del bienestar se extiende y el proletariado urbano se convierte en clase media debe también sufragar con sus impuestos los beneficios sociales para el lumpen proletariado, que no paga impuestos, con lo cual reniega del orden establecido defendido por la izquierda y se apoya en la derecha que predica el cambio de ese orden y, de hecho, lo destruye. En este sentido, la izquierda es positivista. El orden establecido es el único que debe ser tenido en cuenta, puesto que el deber ser ya se ha realizado en el ser. Lo que queda por hacer son ajustes o pequeñas reformas que inhieran en minorías sociales, pero por lo demás la estática social debe ser mantenida. Así, la nueva izquierda es incapaz de ver la contradicciones que se generan en ese orden social que debe ser mantenido a toda costa, como las que se materializan en el terrorismo islámico o la inmigración incontrolada.
            Y por último, la izquierda contemporánea se mueve en lo políticamente correcto, lo que significa que impone desde esta corrección política un pensamiento único. Lo políticamente correcto determina lo que se debe de pensar y lo que se debe de decir, porque es lo que resulta bueno para toda la sociedad. La libertad individual queda así anulada, pero no solo ella, sino que libertades tan básicas a nivel social como la libertad de expresión o la libertad de pensamiento son también cercenadas en nombre de lo políticamente correcto. Así, se vuelve a establecer una censura inquisitorial contra todas aquellas manifestaciones intelectuales o artísticas que no se ciñan a las pautas de lo que debe ser pensado, dicho o creado. Censura que va más allá de la época y se extiende desde canciones de los ochenta hasta cuadros de la vanguardia de principios del siglo XX. No es de extrañar que pronto los desnudos renacentistas se vean censurados por lo políticamente correcto. De esta manera, la izquierda se manifiesta como la más perfecta expresión de la derecha: como un sistema totalitario que pauta cada uno de los movimientos de los ciudadanos.
Si esto lo hace la izquierda entonces cualquier manifestación en contra ha de ser necesariamente revolucionaria. Y las manifestaciones en contra vienen de la derecha, que se trasmuta así en motor de una dinámica social que la izquierda pretende detener. Así que los que somos de izquierda y aún creemos que la característica fundamental de ésta es ser revolucionaria (ser revolucionaria, que no andar montando “revoluciones” por ahí) nos hemos convertido, sin saber muy bien cómo, en fachas de toda la vida.

martes, 11 de diciembre de 2018

La izquierda y la élite


Es curioso como la ideología puede ser la más grave causa de ceguera. De ceguera histórica, social y política, en el caso que nos ocupa y que nos va a seguir ocupando. Una ceguera que lleva a los analistas políticos y a los expertos de toda laya a devanarse los sesos acerca de las causas por las que la ultraderecha, o más bien una remedo de la ultraderecha tradicional –la ideología sigue nublando la visión de algunos- esté ganando cada vez más terreno en occidente. En EEUU gobierna, en Italia también gobierna –en coalición con la ultraizquierda, por si alguien no lo sabe-, en Francia hace tiempo que es una opción política como cualquier otra y en España acaba de obtener 12 diputados en un parlamento regional de 109.
            El caso es que todo el mundo, sobre todo la izquierda, se pregunta por las causas de esta situación. Y la niebla ideológica les impide ver lo que, a mi parecer, es la respuesta más evidente. Desde hace mucho tiempo el discurso de la izquierda se ha convertido en el discurso de la élite. El ecofeminismo, el multiculturalismo, el animalismo y algunos otros “ismos” más configuran un lenguaje político que está especialmente dirigido a una élite urbana culta –o más bien semiculta- mientras que los intereses de los trabajadores son dejados de lado en estos nuevos alegatos de la izquierda. Lo que queda para la clase trabajadora es el paternalismo populista que les viene a decir que van a hacer todo lo que es mejor para ellos, teniendo en cuenta que los únicos que saben lo que es mejor para ellos es la élite política –lo que antes se llamaba, salvando las distancias la “vanguardia del proletariado”. Así, vemos como lo que prima en los análisis de las últimas elecciones andaluzas en las formaciones de izquierda es el desprecio de la élite hacia la chusma trabajadora que ha votado a la extrema derecha, negándoles no solo el derecho a votar a quien les de la santa gana, faltaría más, sino también la capacidad intelectual de elegir lo que consideran mejor. Se les considera un rebaño de retrasados que deben ser dirigidos porque si no, no saben lo que hacen. Es el totalitarismo en su estado más puro.
Por bajar a las cabañas de los ejemplos prácticos y no quedarnos en el limbo de las ideas, las medidas que está tomando el ayuntamiento de Madrid con el objeto de proteger la salud de los habitantes de la ciudad, -y porque ellos consideran que es lo mejor para todos, porque esos todos, en realidad, no saben lo que quieren ni lo que les beneficia, y es necesario que los maestros se lo enseñen- a la única que beneficia es a la burguesía urbana que vive en el centro de Madrid, mientras que los trabajadores que viven en la periferia y han de desplazarse para trabajar a la capital y además en vehículos diésel porque son más baratos de mantener, se ven claramente perjudicados. De la misma manera, que nadie se engañe, las protestas que estamos contemplando estos días en París contra la subida de los carburantes y de los impuestos en general –otra de las preocupaciones de la izquierda- no están protagonizadas por grupos de marginados, ni de revolucionarios profesionales, ni de anarquistas, sino por miembros de la clase media que ya están hartos de una situación que les castiga cada vez más con la aquiescencia de sus supuestos aliados de clase, y que no es de extrañar que en las próximas elecciones voten al Frente Nacional
            Lo que debería habernos enseñado la Historia y parece que algunos no han aprendido, es que la clase trabajadora, cuando ve que la izquierda abandona sus intereses por los de una intelligentsia muy alejada de ella, se vuelca con la ultraderecha, que sabe aprovecharse de estas situaciones. Pasó en Alemania, pasó en Italia y pasó en España cuando miembros de la CNT se pasaron masivamente a las filas de Falange. Tiene razón el señor Errejón cuando dice que en Andalucía no hay 400.000 fascistas. Por supuesto que no, posiblemente no haya ni tres –aunque a los intereses del señor Errejón y otros como él les convenga que los haya, o al menos hacer creer que los hay- Lo que hay son 400.000 trabajadores que se han cansado de que les tomen el pelo y que ven como sus problemas siguen sin resolverse mientras que sus dirigentes políticos se dedican a hablar de heteropatriarcado, de alianza de civilizaciones, coquetean con el nacionalismo burgués, este sí fascista, y les dicen que no coman carne porque la carne es mala, hay que proteger a los animalitos y los pedos de las vacas son la causa del cambio climático.