sábado, 30 de abril de 2011

Nacionalismo global

 En un mundo donde el objetivo último del poder es engañar a los ciudadanos, quizás la mayor estafa provenga del nacionalismo. Cuando todas las estructuras sociales, políticas y económicas se mueven en parámetros globales, pretender que existe una identidad definitoria porque se habla una lengua peculiar o se hace depender una determinada “cultura” de una serie de mitos arcaicos es algo ilógico y carente de sentido. Cualquier dirigente nacionalista sabe esto. Si aun así edifican sus aspiraciones políticas en la construcción de algún tipo de sentimiento nacionalista lo hacen con el propósito claro de crear masas dóciles que les aúpen a esos puestos de poder –cuando se elimina la razón en el discurso político y se apela a fuerzas irracionales como el sentimiento lo que resulta es una masa- para, una vez en ellos, hacer la política global que desde el principio habían pensado hacer. Una estafa, en suma, por mucho que se haga en el idioma autóctono.
 Habida cuenta de que el nacionalismo de izquierdas es utópico –por imposible: es contradictorio en sí mismo desde el momento en que la izquierda es internacionalista por definición- el único nacionalismo que nos queda es el de derechas. De hecho, los nacionalismos surgen en el siglo XIX como movimientos burgueses. Si resulta que por naturaleza el nacionalismo sólo puede ser de derechas, la política que haga un gobierno nacionalista será una política de derechas global. Y el ejemplo más claro lo tenemos en las medidas que ha tomado y anuncia que tomará el gobierno de CIU en Cataluña. Resultan un chiste esas pancartas que aparecen de vez en cuando reclamando “Freedom for Catalonia” (escritas en inglés, por cierto, no en catalán) cuando un gobierno nacionalista ha vendido el territorio a los intereses del mercado supranacional de forma mucho más flagrante –y sangrante- que cualquier gobierno europeo de los denominados centralistas.
 Por un lado, el gobierno del señor Artur Mas ha recortado el gasto público en sanidad y educación como no lo ha hecho nadie hasta ahora. Ha conseguido que estos servicios se sitúen, en la europeísima y adelantada Cataluña, al nivel de un país del Tercer Mundo. Hospitales donde falta personal, donde los equipos se han quedado obsoletos y hasta se ha reducido la comida de los pacientes o escuelas que tienen que cerrar por no poder pagar el suministro eléctrico con profesores que no saben si cobrarán la nómina del próximo mes. Esto es lo que ha conseguido la política supuestamente nacionalista del señor Mas. Una situación similar a la que se produjo en los países de Latinoamérica o en el sudeste asiático cuando se aplicaron las doctrinas neoliberales del Milton Friedman y la Escuela de Chicago. Y por si alguien tiene alguna duda, efectivamente, la Escuela de Chicago tiene su origen en Chicago, Estados Unidos, y no en Villafranca del Penedés.
 Por otro lado, este señor, defensor de los derechos históricos del pueblo catalán, anuncia que va a rebajar los impuestos de las rentas más altas, con la excusa de que si no se marcharán a otras comunidades autónomas. Los derechos de los catalanes de a pié, que son la gran mayoría aunque no se lo crea el señor Mas, a tener una educación y una sanidad pública de calidad, a no morirse en la calle o a no ser analfabetos –que, por cierto, son derechos bastante más prioritarios que hablar un idioma o tener una banderita propia- le traen sin cuidado. Esos derechos históricos del pueblo catalán, en la política global del señor Mas, quedan reducidos a los intereses económicos de unos cuantos catalanes ricos. Eso, y no otra cosa, es el nacionalismo en el siglo XXI.
 Si yo fuera catalán me pensaría muy mucho votar la independencia del territorio. Primero, porque no es más que una cortina de humo para tener a la población entretenida en otra cosa mientras se desmantelan los servicios públicos y se regalan a las empresas privadas. Para que el engaño sea completo no falta ni el enemigo tradicional, aquél al que culpar de todo y sobre el que desviar la ira de los ciudadanos: en este caso es el Estado español, aunque también podrían serlo los inmigrantes o los judíos.
 En segundo lugar una Cataluña independiente no sería una Cataluña que no dependiera de nadie excepto de sí misma, sino más bien el terreno abonado ideal para que los intereses financieros se repartieran lo poco que aún controla el Estado central, desde el Ejército a la administración de Justicia. No es de extrañar entonces que los paridos nacionalistas estén tan interesados en la independencia. Más dinero para sus bolsillos que, eso si, iría a parar a lugares tan catalanistas como Montecarlo o las Islas Caimán.

lunes, 25 de abril de 2011

El absurdo nacional

 Si en España existe un deporte nacional ese es el de decir absurdeces o caer en situaciones carentes de toda lógica como si fuera la cosa más normal del mundo y sin que a nadie se le mueva un pelo del bigote. Desde la tabarra constante que llevan dándonos durante casi un mes con los partiditos de balompié entre el Barcelona y el Real Madrid –eso, estando las cosas como están, que lo lógico sería que a los ciudadanos les importara un rábano que veintidós tíos que juntos cobran más que el presupuesto anual de muchos países se pongan a dar patadas a una pelota- hasta la cancha que le están dando a las vacaciones de Semana Santa en todos los medios –supongo que hay que activar de vez en cuando las válvulas de escape de la presión social- la verdad es que resulta difícil destacar algún caso que descolle sobre los demás por su falta de sentido. Y no porque haya pocos, sino más bien porque son todos.
 Por poner un ejemplo, hace poco se discutía en la Comisión de Defensa del Congreso la oportunidad de ampliar la misión española en Libia, justo poco después de que se descubriera que las tropas de Gadafi habían utilizado bombas de racimo de fabricación española –que no es que las bombas que no son de racimo maten menos, pero así están las cosas-. Dejando aparte algunos absurdos secundarios como las explicaciones de la Ministra Chacón al respecto de que el objetivo de la misión militar no es expulsar al dictador, sino proteger a la población civil de sus ataques, esa misma población civil que está siendo víctima de los bombardeos de la OTAN (aparte de los de Gadafi) y que uno piensa que lo que quiere es que la dejen en paz unos y otros, nuestras señorías se enzarzaron en una discusión acerca de quién había vendido bombas de racimo a quién, lo que demuestra lo que les importan los sufrimientos de la población libia. Hete aquí que el PP, apoyando lo que había dicho su líder máximo José María Aznar –el de la Guerra de Irak- en un mitin el fin de semana anterior, acusa al Gobierno del PSOE de vender las susodichas armas a Gadafi, olvidando que España es el tercer exportador mundial de armamento después de los Estados Unidos e Israel y que aquí han vendido armas a todos los dictadores todos los gobiernos que han existido, desde el primero hasta el último. Y hete aquí también que a la señora Chacón sólo se le ocurre responder que esas armas se vendieron en el año 2007, cuando era legal hacerlo, pero que fue su Gobierno el primero del mundo que en 2008 prohibió su fabricación y exportación. Si en el año 2008 el Gobierno prohibió las bombas de racimo fue porque era consciente de que no son precisamente caramelos. Así que si las vendió en el año 2007 porque era legal, también sabían que no estaba bien hacerlo. Es decir, que según la señora Chacón el Gobierno de PSOE vendió bombas de racimo siendo consciente de que cometía un acto inmoral, aunque fuera legal. Para entendernos, que si ustedes saben que algo está mal pero es legal lo hacen aunque sepan que está mal porque al fin y al cabo es legal. Lástima que ningún diputado recordara a la señora Chacón la frase del Cary Grant en Arsénico por compasión, “no sólo es un delito, es que además está mal”.
 Ahora, que hablando de absurdos, no hay ninguno mayor que el que se produce esos días santos, cuando determinadas cofradías de penitentes llevan una estatua de madera hasta la puerta de una prisión, lo que sirve para que un recluso quede en libertad. Es una tradición, dirán algunos –que proviene de una costumbre judía de hace más dos mil años, añado yo- y no pasaría de ser una tradición si no fuera porque por estas mismas fechas estamos asistiendo al caso de un individuo condenado por terrorismo, que ha cumplido su condena y al que pretenden volver a encarcelar porque se considera que el tiempo que pasó, encerrado, en prisión preventiva no es acumulable al total de su pena. Es decir, que se tiró seis años en la cárcel por la patilla. Y que conste que esto no lo digo yo, sino el Tribunal Constitucional, que se supone que es la más alta institución judicial del país. Para más inri, ahora resulta que han descubierto no se qué informe que demuestra que Bildu es una estrategia electoral de ETA. Es decir, que ya sabían los que diseñaron la susodicha estrategia que Sortu iba a ser ilegalizado (curioso entonces que no diseñaran una estrategia para que legalizaran su primera opción), vaya usted a saber cómo.
 Pero quizás el mayor absurdo de todos sea el que se da cuando vemos a esas señoras y señores que lloran desconsoladamente porque no ha podido salir la procesión de turno por culpa de la lluvia -¿cómo es que Dios permite que la lluvia impida los homenajes a su hijo, muerto por su voluntad divina?- pero no se inmutan ante los miles de niños que mueren de hambre cada día en el mundo. Y ya el remate es que en un país laico y aconfesional como éste una cadena pública de carácter estatal haya estado cuatro días retransmitiendo una misa detrás de otra.

miércoles, 20 de abril de 2011

Manifestándose

 Hacer una procesión atea es una majadería. Y eso lo saben los organizadores de la que se había convocado en Madrid para Jueves Santo y que la Delegada del Gobierno (es decir, el propio Gobierno) ha prohibido. Lo que está en la mente de los convocantes de dicho acto no es tanto el hecho de procesionar ateamente por las calles de Madrid, sino reivindicar la calle como espacio público de todos y para todos. Esa calle que en estos días se convierte en propiedad exclusiva del fanatismo y la superstición. También sabían los promotores del heterodoxo evento que se lo iban a prohibir. Esa era su segunda intención: sacar a la luz que España es un país aconfesional sólo en la letra (ni siquiera en el espíritu) de la Constitución y que todavía existen poderes fácticos y grupos de presión que contaminan las decisiones del gobierno y el pensamiento social. Incluso hay una juez de Madrid que ha admitido a trámite una querella contra los ateos que pretendían manifestarse en un día tan señalado, supongo que por blasfemia, por hacer mofa de la religión o vaya usted a saber por qué delito sacado de algún códice de la Edad Media. Lo que ha quedado claro es que la calle, si ya no es de Fraga, si que es de los católicos retrógrados y fundamentalistas.
 Ya he dicho que una procesión atea es una majadería. Y el caso no pasaría de ser una simple anécdota más o menos chistosa si no fuera porque actualmente ese mismo Gobierno que la prohíbe está permitiendo que unas cuantas docenas de energúmenos y energúmenas se concentren diariamente frente a las clínicas que practican abortos, dando berridos y profiriendo insultos contra todos los que se encuentran dentro de dichas clínicas y utilizando todo tipo de elementos sonoros. Por si a alguien no se le ha pasado por la cabeza una clínica que practica abortos es como cualquier otra clínica, donde hay mujeres convalecientes que necesitan descanso y un personal sanitario que exige la máxima concentración para realizar su trabajo, cosas ambas harto difíciles con la barahúnda que se organiza día tras día y noche tras noche ante sus puertas gracias a la pasividad de la Administración. A lo que se ve, estas mujeres y este personal sanitario no son dignos de respeto, ese respeto que si se exige para unas creencias religiosas. Parece ser que en este país tan democrático, liberal e ilustrado aún no nos hemos enterado que las ideas y las creencias no son respetables y que lo único que es digno de un respeto “sagrado” son las personas. En todo caso, lo que estos dos hechos representan es el miedo del Gobierno ante una institución como la Iglesia Católica.
 Y hablando de manifestaciones, grupos de presión y debilidad del Gobierno, éste se debería replantear su política de autorizar o no manifestaciones viendo lo que ocurrió en la última convocada por la AVT. No nos cansaremos de decir que las víctimas del terrorismo deben ser objeto de la máxima consideración –como cualquier otra víctima: una mujer maltratada o un albañil muerto en el tajo-. Y deben ser objeto de la máxima consideración en tanto en cuanto son víctimas. Pero cuando dejan de serlo para convertirse en portavoces de una determinada ideología, cuando utilizan un acto que supuestamente tiene como objeto reivindicar sus derechos como víctimas y lo convierten en un acto político muy determinado, cuando exhiben banderas y símbolos anticonstitucionales y lanzan consignas que nos retrotraen a los tiempos más oscuros de nuestro pasado reciente, entonces han dejado de ser víctimas; moralmente han hecho dejación de sus derechos y se han convertido en un grupo de presión política que además no acepta las reglas del juego democrático y pretende sustituir un gobierno elegido por los ciudadanos apelando a ese papel como víctimas al que voluntariamente han renunciado.
 Si hay algo que debería quedar claro en un estado democrático y de derecho es el papel que cada ciudadano tiene asignado en la sociedad. Una organización de víctimas, como una confesión religiosa o un club deportivo, es una organización cívica, que como tal puede recomendar o exigir al poder político que tome en consideración cuestiones que le afectan en tanto en cuanto organización cívica y el poder político tiene la obligación, como poder político, de escucharlas y atenderlas. Pero lo que no se puede consentir es que una organización de este tipo mantenga secuestrado al poder político, le chantajee y pretenda ser ella la que tome decisiones de carácter político que no le corresponden.
 Pero a lo que yo en realidad iba es a que apoyo la idea de la majadería de la procesión atea. A ver si así consigo que me excomulguen de una santa vez.

martes, 19 de abril de 2011

Así de simple

 Si algo tiene de positivo este pseudosistema económico en el que nos movemos actualmente es que no necesita de finos y abstrusos análisis para ser comprendido. Quizás de ahí venga la perplejidad de todos los que intentan hincarle el diente: es demasiado sencillo. De hecho es tan sencillo que ni siquiera es un sistema económico –es un pseudosistema- que no se fundamenta en ningún flujo de capital y mercancías, sino tan sólo en una acumulación pura y dura. Ya no estamos en el abstracto y complejo modo de producción capitalista que necesitaba a su vez de abstractos y complejos análisis, vinieran éstos de la mano de Marx o de Adam Smith. El entramado de relaciones sociales que configuraba aquel sistema y que tan bien vio el primero de los autores citados hoy se ha reducido a un solo concepto: avaricia. Por qué algo tan simple nos desborda y escapa a nuestros esquemas conceptuales sólo puede ser debido a la ideología que durante más de dos siglos hemos sido obligados a interiorizar, que hace que no seamos capaces de ver más allá de nuestras propias narices.
 Un ejemplo reciente y muy ilustrativo de la simplicidad del asunto lo encontramos en el doble anuncio de Telefónica al respecto de que, por un lado va a reducir su plantilla en un 20%, y por otro va a entregar bonus millonarios a sus directivos y dividendos no menos millonarios a sus accionistas mayoritarios. En tiempo de Marx esto supondría que el desarrollo de las fuerzas productivas ha desbordado el marco de las relaciones de producción. Hoy en día lo que significa es que los accionistas y directivos de la empresa no están dispuestos a renunciar a sus beneficios y los van a mantener a costa de una buena cantidad de puestos de trabajo. Y que nadie piense que estos beneficios millonarios van a servir para sustentar el sistema, para generar el capital necesario para la autoregeneración del modo de producción que es el que determina el despido de los trabajadores y el enriquecimiento de los accionistas independientemente de su voluntad. No, es algo más sencillo. Ese dinero irá a parar a las cuentas corrientes de esos directivos y accionistas y será destinado a comprar mejores coches, chalets más grandes y a pagar vacaciones en las Maldivas. Se trata de pura avaricia, de puro deseo de ganar más y vivir mejor. Así de simple. A los directivos de Telefónica no se les pasa por la cabeza que la empresa tenga como objetivo ofrecer un servicio público –esta en especial, que era una empresa pública regalada a la iniciativa privada- porque estén alienados –que lo están-. No se les pasa por la cabeza porque su objetivo último es ganar cada vez más dinero, no para el sistema, sino para ellos.
 Ante un problema tan simple la solución ha de ser igualmente simple. Y el ejemplo más contundente lo tenemos en Islandia: han decidido no pagar. No es que el gobierno islandés haya decidido por su cuenta y riesgo no pagar la deuda acumulada por la quiebra de una entidad financiera privada; ha sido algo mucho más fácil y mucho más democrático: ha convocado un referéndum y han sido los propios ciudadanos los que han decidido no pagar esa deuda. Una solución racional –y repito, democrática- donde las haya. Si ahora los mercados deciden atacar a Islandia retirando sus inversiones o rebajando la calificación de su deuda, no estarán atacando al gobierno, sino a los propios ciudadanos islandeses. Y tampoco el FMI, el Banco Mundial, la UE o quién sea podrá forzar al gobierno islandés a tomar medidas de ajuste salvajes, porque la decisión no la ha tomado él, sino los ciudadanos. Siguiendo la lógica del modelo islandés cualquier medida de este tipo debería ser sometida a la consulta popular y parece bastante claro que sería rechazada. Si Portugal o Irlanda –o España dentro de poco- hubieran tomado una medida similar posiblemente las cosas estarían empezando a cambiar. Pero resulta más productivo no consultar con los ciudadanos medidas que a larga les van a afectar únicamente a ellos. Los responsables de las crisis no son los gobiernos, pero si son los responsables de no haber sabido pararla. El problema, como se ve, es muy sencillo, y la solución, como nos ha demostrado Islandia, también: democracia. Así de simple.

lunes, 18 de abril de 2011

Justicia Ciega

 Dicen que la justicia es ciega. También dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Yo no se si la justicia española será ciega o no, pero si lo es no es por justa, desde luego, sino por falta de voluntad. Los que si que son ciegos son los jueces españoles: ciegos, sordos y retrasados. Y digo retrasados porque sus acciones sólo se explican desde la corrupción o desde la falta de inteligencia. Ya que no tengo pruebas para acusarles de lo primero no me queda más remedio que pensar lo segundo.
 Desde que en la Grecia clásica hace su aparición el concepto de “Justicia” caracterizado como Dyké, éste ha significado, con más o menos variaciones, algo así como “dar a cada uno lo que le corresponde” -así lo define Aristóteles- y se ha opuesto a la Hybris, a la mezcla o al hecho de que algo ocupe una posición que no es su lugar natural. Si hubiera que seguir esta definición de Justicia habría que concluir que los jueces españoles no son justos, no sólo por sus decisiones, sino sobre todo porque ocupan un lugar que no les corresponde –deberían estar unos en la escuela y otros en la cárcel- y además están plagados de hybris desde el momento en que en ellos se mezclan intereses políticos, económicos o simplemente personales; todos, menos los que deberían de tener, que son los relacionados con hacer justicia.
 Evidentemente esto viene a cuento del inminente procesamiento –y más que previsible condena- del juez Garzón por investigar el entramado corrupto conocido como “Gürtel”, en el cual están implicados, entre otros, altos cargos del Partido Popular. Yo ya dije en su momento que la imputación y posterior separación del señor Garzón de la carrera judicial no tenía en realidad nada que ver con su intención de investigar los crímenes del franquismo. Aunque es evidente que existen en nuestro país importantes grupos políticos y de presión que jamás van a permitir una investigación de este tipo, el acoso a Baltasar Garzón no tiene tanto que ver con una trama de ultraderecha como con los intereses de los diferentes encausados por corrupción política. La prueba de ello es que el primer supuesto delito por el que el señor Garzón va a ser sentado en el banquillo de los acusados no es el que –según nuestros jueces- cometió al pretender investigar el genocidio de Franco, sino el que se produjo cuando ordenó una supuestas escuchas supuestamente ilegales a los abogados de los cabecillas de la red Gürtel. Lo más sangrante del caso, y lo que han recogido la gran mayoría de los medios internacionales y unos pocos españoles, es que al juez se le va a juzgar antes que a los acusados –lo que supone una depreciación de una resolución condenatoria para los mismos, en el extraño caso de que ésta se produjera y que mientras tanto ocupan sus lugares en las listas electorales del PP para seguir robando a su gusto-, en contra del criterio de la fiscalía, y cuando todas las instituciones jurídicas internacionales alaban su trabajo, se le ha ofrecido un puesto de asesor en el Tribunal Penal Internacional, las organizaciones de Derechos Humanos no paran de hacerle homenajes y el presiente de Colombia recientemente ha pedido su ayuda para combatir el terrorismo. Insisto, los jueces españoles deben ser ciegos y sordos. Y a todo esto el Gobierno, que tiene un Ministerio de Justicia se supone que para algo, permanece impasible, seguramente por no enfrentarse al PP, como casi siempre. Sólo porque el señor Garzón hizo su trabajo.
 Si este fuera un caso aislado, aunque extremadamente grave, podría considerarse que es una cuestión que afecta tan sólo a unos cuantos jueces –los que componen el Tribunal Supremo- y que el resto está libre de toda culpa y es consciente de sus obligaciones para con la Justicia. Pero no es así. Estamos hartos de ver y oír –porque nosotros no somos ciegos ni sordos- sentencias y decisiones judiciales que ponen los pelos de punta y le llevan a uno a preguntarse si no nos estarán tomando el pelo. Ahí está la juez Cillán erre que erre con el 11-M, que si primero fue el ácido bórico ahora se pretende imputar al jefe de los TEDAX que investigaron la masacre. Y actúa sobre un caso juzgado y condenado, que si eso no es prevaricación yo ya no se muy bien lo que es. O ese otro juez que ha despachado con absoluciones y condenas mínimas a unos cuantos abogados que blanqueaban dinero procedente del narcotráfico –y aún se extrañan de que España sea el paraíso de todas las mafias habidas y por haber-. O esos otros jueces que un día si y otro también ponen en la calle a los agresores y asesinos de mujeres –aunque les hayan dado setenta puñaladas, téngase en cuenta que para ellos eso no ensañamiento- pasándose la Ley de Violencia de Género por el forro de la toga.
 La Justicia es ciega, si, pero visto lo visto más le valdría abrir un poco los ojos.

viernes, 15 de abril de 2011

Sobre palabras y rebuznos

 Decía José Saramago que la libertad de expresión está supeditada a la libertad de pensamiento. No seré yo quien enmiende la plana al sabio portugués, pero creo que se quedó corto. Más bien diría que para hablar hay que pensar. Si uno no piensa, en vez de hablar lo que suelta son rebuznos, que es más o menos lo que le ha pasado al tal Salvador Sostres cuando ha escrito ese artículo, que ya se ha hecho tan famoso, en el que dice cosas tan profundamente reflexionadas como que está justificado que un tipo mate a su pareja porque al fin y al cabo ésta también le ha causado dolor al dejarle por otro.
 De todas formas, esto no debería sorprendernos. De un tiempo a esta parte ha aparecido una caterva de individuos que siguen la misma tónica de soltar rebuznos en vez de hablar, básicamente porque ninguno tiene un ápice de materia gris para pensar lo que dice. Así, nos encontramos desde sujetos que no pueden ocultar su afán de poder, aunque hay que reconocerles su habilidad política, como Pedro J. Ramírez, hasta resentidos como Federico Jiménez Losantos, farsantes como César Vidal o exterroristas como Pío Moa (quien, por cierto, todavía no ha pedido perdón a sus víctimas), todos ellos bien mezclados y agitados en una red de periódicos, emisoras de radio y canales de TDT los cuales no se sabe muy bien quién financia, aunque todo el mundo sabe quién protege.
 El artículo de marras que ha levantado tanta polémica no es más que el último eslabón de una larga cadena, la consecuencia necesaria de no haber sabido, o no haber querido, parar los pies a cierta ralea que, amparándose en la libertad de expresión, lo que ha creado es la trama civil y mediática de un golpe de Estado. Una cosa es criticar un sistema democrático que tiene fallas muy graves, y que si adolece de algo es precisamente de no ser democrático, y otra muy distinta atacar la legitimidad de la propia democracia, la elección de los gobernantes por parte de la ciudadanía. Uno no se explica cómo es posible que estos sujetos y otros como ellos se permitan una y otra vez poner en duda una sentencia judicial como la de los atentados del 11 de marzo de 2004 y continúen intoxicando a la población con teorías conspiratorias que no solamente no tienen ningún sentido, sino que además no se apoyan en ninguna prueba real excepto sus propias e interesadas elucubraciones mentales. Uno no se explica cómo pueden continuar haciendo mofa de las víctimas de esos atentados o intentando inculpar a los miembros de la policía que los investigaron sin que ningún Tribunal de este país les haga callar. Quizás sea porque esos Tribunales están demasiado ocupados en encausar a jueces que hacen su trabajo o en ilegalizar formaciones políticas.
 Cuando estos impresentables echan pestes, y otras cosas, sobre lo que despectivamente llaman “progresismo” que nadie se llame a engaño. No están lanzando sus dardos contra el falso progresismo de una socialdemocracia que ha traicionado sus ideales, sino contra el auténtico. Aquel que considera que el motor de toda acción política -y por lo tanto social- debe ser el progreso humano. No es de extrañar entonces que defiendan posturas propias de la Edad Media, que intenten reivindicar a un asesino de masas como Francisco Franco, volviéndonos a contar las mismas mentiras y falsificaciones que nos contaban en la escuela a los que ya tenemos más de cuarenta años, adoptando un fundamentalismo católico que no tiene nada que envidiar al islámico, llamando a la guerra santa contra ateos, librepensadores, judíos masones e inmigrantes y pensando (con los pies, que no con la cabeza) que la mujer debe estar en la cocina y con la pata quebrada y que si el hombre le da una paliza, la quema con gasolina o le asesta setenta puñaladas es porque algo habrá hecho: la maté porque era mía.
 Y es que algo no anda bien en un país donde el principal programa de discusión política es “La Noria”, donde intervienen tanto un Ministro o un miembro de la Oposición como Belén Esteban, y todos en pie de igualdad en cuanto a opiniones. Algo no anda bien cuando los debates parlamentarios son ignorados por los medios y las retransmisiones más seguidas son las futbolísticas. Durante mucho tiempo se ha estado abonando el terreno para que aparezcan hombres de las cavernas soltando rebuznos. Lo sorprendente entonces es que alguien se sorprenda

jueves, 14 de abril de 2011

Abuelitos

 Cuando uno es pequeño sus abuelitos, muy bien intencionados, no paran de decirle que las reglas hay que respetarlas. Que si respetas las reglas todo te irá bien en la vida, serás una persona de provecho, un miembro ejemplar de la sociedad y además te ahorrarás muchos problemas. Más o menos lo mismo es lo que te repiten desde que entras por la puerta de la escuela con tres añitos hasta que sales con dieciocho (algunos con más). Incluso todo el sistema educativo gira en torno a la adquisición de valores fundamentales –es decir, al cumplimiento de las reglas- y hay materias curriculares que nos enseñan a ser buenos ciudadanos y a obedecer las normas. Y para colmo la religión en la que has crecido y te has educado, aunque tú no creas en nada ni maldita la falta que te hace, te ha dicho que si cumples las normas tu sufrimiento en esta vida será sólo una apariencia, porque te espera la recompensa eterna del paraíso. Así que creces haciéndoles caso, estudias y te buscas un trabajo, pagas tus impuestos y tu hipoteca, vas a votar cuando te dicen que tienes que ir a votar y votas a quien te dicen que tienes que votar, todo por el buen funcionamiento de la sociedad y por la propia tranquilidad de tu conciencia. Hasta que un buen día –a algunos les llega antes, a otros más tarde y a la mayoría nunca- te das cuenta de que tu abuelito –con muy buena intención, eso sí- te ha engañado, la escuela te ha timado, la religión te ha estafado y todos los que en general te han insistido en que cumplas las reglas te han tomado el pelo.
 Resulta que tú, que toda tu vida has intentado comportarte como te enseñaron que debías comportarte, te has quedado sin trabajo porque la empresa en la que has dejado media vida ha decidido que para mantener sus beneficios tiene que reducir personal, o prefiere trasladarse a algún país de nombre impronunciable donde la mano de obra le resulte más barata. El banco al que le has pagado más de la mitad de tu sueldo religiosamente cada mes de cada año te embarga y te manda a vivir a una celda porque todavía les debes unos miles de euros –los pisos se han devaluado- y a ellos tu situación les trae sin cuidado: o pagas o pagas. Si has tenido la suerte de que la empresa se ha contentado con bajarte el sueldo y aumentarte el horario, descubres que el dinero que todos los meses te han descontado de tu nómina para pagar tu jubilación ha ido a parar no se sabe bien dónde, y tienes que trabajar más años para cobrar una pensión aún más mísera que la tu abuelito. Que los impuestos que has pagado para tener una educación y una sanidad de calidad se han gastado en abonar comisiones irregulares a contratistas, en mandar soldaditos a guerras donde no se nos ha perdido nada o en los sueldos de los Ministros, los parlamentarios y los cargos de confianza. Y encima eres un delincuente por fumar, que es lo único que te queda siempre y cuando te lo puedas permitir.
 Y mientras, ves que los políticos corruptos viven estupendamente gracias a ti porque los absuelven jueces tan corruptos como ellos. Que los contratistas que se han hecho ricos gracias al dinero público tienen mansiones de cinco plantas en paraísos fiscales; que una pandilla de aristócratas y famosetes de medio pelo, que en su vida han dado un palo al agua ni han pagado un euro de impuestos, se pasean en yates de lujo por Marbella y se ríen de ti porque una panda de mentecatos que se hacen llamar a sí mismos periodistas les sacan por televisión; que unos cuantos tipos ganan en un minuto lo que tú no ganarás en cinco vidas por darle patadas a una pelota y que las pocas personas honradas y honestas que ocupan algún cargo de responsabilidad están o bien arrinconadas o bien exiliadas. Cumplir las reglas, como te dijo tu abuelito -con su mejor intención- no te ha servido para nada y el que no las ha cumplido ni las cumple se da la vida padre y, curiosamente, nadie se mete con él.
 Así que te das cuenta de que lo mejor que puedes hacer es dejar de cumplir unas reglas que han impuesto precisamente aquéllos que no las cumplen y que han hecho lo que han querido porque te han convencido a ti y a otros como tú de que debíais cumplirlas. Te das cuenta de que de nada te sirve ya seguir sustentando el sistema con tu pasividad y tus votos, de que a partir de ahora las normas las pondrás tú y sólo obedecerás las normas que tú hayas puesto. Esto será lo que yo le diga a mis nietos: desobedeced.

miércoles, 13 de abril de 2011

¿Para qué sirve un político?

 Más de una vez me han preguntado para qué sirve la Filosofía. Mi respuesta siempre suele ser la misma: para que no le engañen a uno, fundamentalmente los políticos, aunque para que a uno no le engañen los políticos es suficiente con una dosis razonable de eso que llaman “sentido común”. Lo que me llama la atención es que aquellos que me hacen la, suponen ellos, aguda pregunta, jamás se hayan planteado para qué sirve un político. No la Política, que ha sido el primer objetivo de esta guerra desigual entre los mercados y los ciudadanos que estamos viviendo, y que es necesario recuperar porque es la única capaz de hacer que las cosas vuelvan a su cauce democrático –quizás por ello ha sido, como decía, el primer objetivo-. Si bien es cierto que se critica mucho a los que se han erigido en representantes de la defenestrada Política -normalmente con argumentos huecos, irracionales y que son suministrados por los expendedores de ideología de aquellos a los que les interesa que la actividad política siga muerta y enterrada-, nadie se plantea en serio la utilidad de los políticos y a nadie le parece extraño que, a pesar de todo, siga habiendo elecciones, partidos políticos, campañas electorales, Ministros y Presidentes de Gobierno, que en el fondo sólo ahondan cada vez más la crisis democrática en la que nos movemos desde hace ya bastante tiempo.
 Y es que los políticos son como los bancos. Confunden ser un servicio público con servirse del público, y de lo público. Llegados a este punto se podría pensar que la respuesta a la pregunta que intitula este escrito es evidente: un político no sirve para nada. Más bien al contrario yo creo que lo evidente es que los políticos si que sirven. Y sirven para mucho.
 De momento, los políticos son útiles para lo ya dicho: para matar la política y esconder su cadáver debajo de la alfombra, no vaya a ser que los ciudadanos caigan en la cuenta de que “Política” procede de “polis”, ciudad, comunidad, sociedad, y descubran que son ellos los protagonistas de aquélla, que la Política es cosa suya y no de los políticos y decidan asumir su papel y su responsabilidad. Papel y responsabilidad para el que los políticos resultan más bien un estorbo.
 Otra utilidad innegable de los políticos es su capacidad para regalar dinero del Estado a las empresas privadas y, en general, para desmantelar los servicios públicos. “Desmantelar los servicios públicos” es otra manera de decir que los donan graciosamente a las mismas empresas privadas a las que regalan el dinero, que a la vez exigen más dinero para poder mantener esos servicios. Entre tanto ir y venir de millones de un lado a otro, es inevitable que a veces aparezcan inconvenientes menores, como que alguno de estos millones se quede en la cuenta de algún político, o desaparezca en el entramado de contratas y subcontratas que, curiosamente, siempre son de algún amigo, conocido o familiar del político de turno. Esto antes se llamaba “corrupción”, ahora se llama “cohecho impropio” y si alguien cree que es un delito está muy equivocado, o al menos eso piensan los jueces. Si bien es cierto que los políticos sirven para hacer leyes no lo es menos que también sirven para que los encargados de hacerlas cumplir hagan la vista gorda cuando el que las incumple es precisamente algún político.
 Pero seguramente la función más importante de un político, y su auténtica utilidad, es crear una realidad a su medida y hacer creer a los ciudadanos que es la auténtica realidad y no la que esos mismos ciudadanos pueden captar a través de sus órganos sensibles. Al fin y al cabo si los ciudadanos tuvieran la capacidad de inventar la realidad a su antojo serían políticos y no simples mortales. Da igual que todo un país vea que el cielo es azul. Si los políticos dicen que es magenta es que es magenta, al fin y al cabo ellos saben lo que nos conviene. Y al final todo el mundo acaba viéndolo magenta. Así, las declaraciones de un grupo terrorista son unas veces verdad irrefutable y otras una cochina mentira, la energía nuclear es un día muy buena y al siguiente muy mala, un tirano del Magreb es hoy un demócrata convencido amigo de Occidente y mañana un asesino de masas, o una organización política que cumple con todos los requisitos para ser legal resulta que no lo es, mientras que otras plagadas de delincuentes son el reflejo mismo de la legalidad. Evidentemente la complejidad de esta función hace inevitable que, al menos en este caso, tengan que contar con la ayuda inestimable de los medios de comunicación.
 En resumen, que para lo que de verdad debería de servir un político es para cabrear a la gente. Sin embargo, y no se sabe muy bien por qué, para esto precisamente no sirve. Al menos por ahora.

martes, 12 de abril de 2011

La mala cabeza del PP

 Uno ya no sabe si los dirigentes del PP tienen mala memoria, mala cabeza, son unos ignorantes, unos cínicos o simplemente nos están tomando el pelo a todos. Porque la que están montando porque el señor Zapatero ha anunciado que no va a repetir como candidato a la Presidencia del Gobierno en las próximas elecciones es de las que hacen época, sobre todo teniendo en cuenta que no existe ninguna razón objetiva para la excitación que se percibe en sus mentes y sus corazones.
 No existe razón objetiva porque el hecho de que el actual Presidente del Gobierno de España no se vaya a presentar a las próximas elecciones generales, que recordemos son en el año 2012, no pasado mañana, es algo que ya sabía el más zote de los zotes -lo sabía hasta yo-. Un Presidente del Gobierno que ha conseguido batir el record de paro un mes tras otro, hasta situarlo en una tasa del 20,5%, cuando la media de la zona euro es del 9%, que ha sacado adelante –con la abstención cobarde de la mayoría de los grupos del Parlamento- una reforma laboral que no ha logrado crear empleo sino que ahora a los trabajadores se les despida con 20 días de indemnización, en vez de 45, y de ellos ocho pagados por el Estado, es decir, por todos los ciudadanos incluidos los despedidos que cobran la indemnización –lo que viene a equivaler a que ellos mismos se pagan parte de su despido- y que ha aplicado unas medidas neoliberales salvajes sacadas directamente del manual de la Escuela de Chicago, por mucho que los mercados le obligaran a ello, está claro que no ganaría ni las elecciones a presidente de su comunidad de vecinos. Como tampoco era de esperar que tuviera la gallardía de dar la cara y dejar que fueran los electores los que decidieran su futuro, lo que resulta sorprendente es que alguien se sorprenda de que haga mutis por el foro y se marche a la francesa por la puerta de atrás. Seguramente ya habrá alguna empresa privada que esté pensando ofrecerle un puestecito de asesor como a todos los expresidentes que en este país ha sido.
 No existe razón objetiva para que el PP en pleno esté hablando de interinidad de gobierno, de bicefalia de poder y pidiendo un adelanto de las elecciones, a no ser su propio miedo al ver que su principal argumento político –que era el señor Zapatero- de pronto se ha quitado de enmedio. De interinidad en el Gobierno nada de nada, porque el Presidente, mal que les pese a los señores populares, no ha dimitido: tan sólo ha dicho que no se va a presentar a las próximas elecciones. Es decir, que sigue siendo Presidente del Gobierno hasta que agote su mandato en el año 2012, que es lo que decidieron los ciudadanos en la última consulta electoral, o decida convocar elecciones –una medida que constitucionalmente sólo le corresponde a él-, por mucho que les duela a los señores del PP y a sus bufones mediáticos que se empeñan una y otra vez en intentar despistar y engañar a la población con asuntos como el 11-M, lo cual demuestra su catadura moral, dicho sea de paso. La mala cabeza del Partido Popular le lleva incluso a olvidar que su añorado Aznar también anunció que no iba a repetir como candidato después de su segundo mandato, antes incluso que el señor Zapatero, y aquí no pasó nada –si exceptuamos la gestión del hundimiento del Prestige, la Guerra de Irak y las mentiras del Gobierno en relación con los atentados de Atocha- .
 La teoría de la bicefalia del poder que ha expuesto el señor Rajoy tampoco tiene mucho sentido, a no ser que su mala cabeza le lleve a olvidar una de las reglas básicas de un estado democrático como es la separación de poderes, y no caiga en la cuenta que un partido político –representado en el Parlamento como poder legislativo- puede tener un líder y un Gobierno –como poder ejecutivo- puede tener un Presidente distinto aunque pertenezca al mismo partido, algo que ni siquiera en este caso se da, puesto que el Secretario General del PSOE y el Presidente del Gobierno siguen siendo la misma persona.
 En fin, que no hay razón objetiva para convocar unas elecciones se ponga como se ponga el señor Rajoy, que al menos ha sido honesto y ha anunciado que no va a presentar una moción de censura –que es un instrumento para cambiar un gobierno más democrático que agitar el gallinero como está haciendo él- porque sabe que la va a perder. Ole por los políticos responsables y consecuentes.

miércoles, 6 de abril de 2011

Productividad

 No hace mucho, en una visita a España, la señora Merkel lanzó la revolucionaria idea de que los salarios no deben estar vinculados al IPC, sino a la productividad. Esta ocurrencia causó un revuelo extraordinario entre los oráculos financieros y empresariales, y fue considerada como el no va más de la innovación económica. No me extrañaría que alguien propusiese a la canciller alemana para el premio Nóbel de Economía, o algo parecido. Y el caso es que la idea no es precisamente nueva, al menos en España. Lo mismo dijo hace bastante más tiempo el señor Díaz-Ferrán, ex-presidente de la CEOE, cuando soltó aquello de que la única salida de la crisis era trabajar más y cobrar menos. Pero en fin, supongo que a la señora Merkel habrá que concederle más credibilidad que al señor Díaz-Ferrán, aunque sólo sea porque ella no ha arruinado unas cuantas empresas, no está inmersa en unas cuantas demandas y tampoco está imputada por unos cuantos delitos.
 La única manera de mantener el nivel adquisitivo de los ciudadanos que trabajan y cobran un salario es ligar éste con el IPC, es decir, que el primero aumente según el incremento del segundo. Alguien podrá pensar que mantener el nivel adquisitivo de la gran mayoría de la población es una cuestión baladí, y sin embargo es la única forma de sostener el consumo. Si la gente cobra unos salarios inferiores al precio de las mercancías no hay que ser Adam Smith para saber que no podrá comprarlas, lo que provocará el descenso del consumo, la subsiguiente caída de los precios –las mercancías se hacen para que las gente las compre, así que si nadie las compra necesariamente habrán de bajar su precio- lo que acabará provocando una deflación, las empresas tendrán que despedir trabajadores para mantener su margen de beneficio y al final todo el entramado económico se irá a hacer gárgaras. Yo no soy ningún gurú económico, pero creo que este proceso es bastante evidente, y si no que se lo pregunten a los casi cinco millones de parados que existen actualmente en nuestro país.
 Entonces aparece la palabra mágica: “productividad”. Me reconocerán que ya resulta aburrido oír hablar a unos y a otros de productividad, y al final lo único que nos queda claro es que no tenemos nada claro en qué consiste la dichosa productividad. Yo, que, insisto, no soy ningún mago de la economía, entiendo que la productividad es la relación entre el precio de un producto y los costes que supone producirlo. Es decir, que la productividad no consiste solamente en producir más, sino en producir más con mayor beneficio, que es lo que determina esa relación. Desde esta perspectiva la productividad puede aumentar de dos maneras. Una es subiendo los precios. Pero aquí entra en juego otra palabra mágica de la economía actual: la “competitividad”. Si se aumentan los precios de un producto, y éste ha de competir en el mercado con otros productos más baratos, entonces se perderá competitividad, y la productividad al final se verá reducida. Se puede pensar que una forma de evitar este pequeño inconveniente es aumentar la calidad del producto, pero eso a la larga aumentaría los costes de producción, con lo que la relación precio-costes se reduciría y la productividad se vería afectada.
 La otra forma de aumentar la productividad es reducir los costes de producción. Estos costes pueden reducirse a su vez de dos maneras. Una es, como ya se ha dejado ver, reducir la calidad de los productos, solución que ya ha quedado demostrado que no es la idónea. La otra es –bendita ciencia económica que siempre nos lleva al mismo sitio, con lo cual sus conclusiones han de ser necesariamente ciertas- reducir los salarios. Esto no es precisamente nuevo. Ya advirtió Marx que el sistema capitalista se sustentaba sobre la plusvalía que el empresario extraía de la fuerza de trabajo del productor. En definitiva, que la productividad se reduce –como dijo Díaz-Ferrán- a trabajar más y cobrar menos. Otras variantes pueden ser cobrar más y trabajar más, o cobrar menos y trabajar menos, pero la base de la ecuación es siempre la constante diazferraniana.
 Y una vez dicho esto surge la gran pregunta: ¿a quién le interesa la productividad?. Desde luego no a los trabajadores, quienes si quieren ver aumentado su salario en un 1%, por ejemplo, tendrán que producir (gastar fuerza de trabajo, trabajar) al menos un 2% más –si trabajaran un 1% más la productividad sería la misma-. Tampoco a un Estado que, como el español, ha renunciado a imponer (y recaudar) cargas fiscales a los beneficios empresariales. Así que a los únicos que les puede interesar la productividad es a los empresarios que verán proporcionalmente aumentados sus beneficios.
De donde resulta que Díaz-Ferrán lo único que hizo fue descubrir los arcanos de la productividad. Fue el primero que, sin querer, dijo que el emperador estaba desnudo.

lunes, 4 de abril de 2011

Perlas económicas

 Ahora que eso de la economía sostenible se ha puesto tan de moda parece que todo el mundo tiene recetas novedosas y revolucionarias para sacar del atolladero a nuestro maltrecho sistema financiero. La verdad es que todas esas propuestas de novedosas tienen bastante poco y de revolucionarias menos, pero en el fondo da igual: de lo que se trata es de ejercer de forma digna y profesional el papel de salvapatrias y de paso ganar unos cuantos votos. Así que nadie tiene reparos en regalarnos un día si y otro también sus particulares perlas económicas.
 Hace unos días el presidente del Gobierno se reunió con los grandes empresarios y los representantes de la patronal para buscar una salida a la crisis. No está muy claro si la reunión se convocó por iniciativa personal del señor Zapatero o por presiones de los empresarios, pero el caso es que allí estaban todos. Que los que han provocado la crisis y además se han beneficiado de ella intenten dar formulas para salir de la situación es, o bien un chiste, o bien una tautología. Yo supongo que estaban allí para pedir, o exigir, más dinero público para sus negocios privados. Que un presidente de un gobierno tenga sus partes nobles agarradas por aquellos que pueden arruinar un país sólo con darle a una tecla de su ordenador es bastante comprensible. Pero desde luego ni de estas reuniones van a salir propuestas nuevas, ni van a contribuir a solucionar el problema.
 Cuando el señor Rajoy tuvo noticia del simposio nos ofreció su propia receta: no hay que juntarse con los grandes empresarios sino con los medianos y pequeños. Ya nos vamos acostumbrando a que en el programa electoral del PP figure en portada la palabra “Demagogia” en letras doradas. Y digo esto porque prefiero suponer que el líder del PP y todos sus aláteres son unos demagogos y no un tontos redomados. Cualquiera sabe que el motor económico de un país, los que invierten y crean empleo son los grandes conglomerados empresariales. El señor Rajoy sabe tan bien como yo que la economía de los Estados Unidos está sostenida por Wall-Mart, Texaco, Lockeed, Halliburton o Coca-Cola y no por el tipo que tiene un establecimiento de perritos calientes en Minessota o vende discos en Brooklin. Y sabe tan bien como yo que el mayor “emprendedor” norteamericano es Bill Gates y que Microsoft está donde está gracias a que ha quitado de en medio a todos sus pequeños y medianos rivales. Queda muy bonito dorarle la píldora a los pequeños empresarios para que le voten a uno, pero que no piensen que si gobierna el PP van a irles mucho mejor las cosas.
 Otra cuestión económica relevante que se está tratando estos días es la necesidad de financiación de las cajas de ahorros. Parece ser que la gran mayoría de ellas no llega a los mínimos de reserva que exigen los mercados y los grandes bancos a través del Gobierno. Ante esta situación, unas han optado por buscar inversores externos y otras, más de andar por casa, por acudir al fondo de rescate del Estado. Teniendo en cuenta que el Estado por sí mismo no tiene dinero y todo el que posee procede de los ciudadanos a través de sus impuestos y sus cuotas a la Seguridad Social, los que al final vamos a refinanciar esas cajas somos todos los contribuyentes. A lo mejor esta es una forma de relanzar a economía (al menos la de esas entidades), yo no lo se, pero puesto que el dinero que se va a utilizar para ello procede del bolsillo de todos, recomendaría a los que tengan una hipoteca es alguna de esas cajas que solicitaran un descuento en la misma equivalente al dinero de sus impuestos que van a ingresar vía Estado. Seguro que también es una forma de relanzar la economía, aunque las carcajadas de los directivos se podrían oír desde Tombuctú.
 Otro que no se ha enterado muy bien de que el dinero del Estado procede de los contribuyentes es el Presidente de Murcia, que en una reciente convención del PP ha lanzado la idea de que es necesario introducir el copago en la sanidad y la educación públicas, aunque la señora Sáenz de Santamaría se ha apresurado a afirmar que su partido no lleva esa propuesta en su programa electoral –si es que tienen alguno- no vaya a ser que se les pierdan los votos que tanto le cuesta conseguir al señor Rajoy. Habida cuenta de lo dicho anteriormente acerca de la procedencia de los fondos del Estado –y de las razones del señor presidente murciano al respecto de que ya está bien que siempre paguen los mismos- a mi la idea del copago no me parece mal, porque eso significaría que las grandes empresas privadas del campo de la sanidad y la educación iban a financiar parte de esos servicios públicos. Pero me temo que el señor Valcárcel no iba por ahí y no ha advertido que el famoso copago es irrelevante, porque los ciudadanos ya pagan la totalidad de la educación y la sanidad públicas. Más bien creo que lo que tenía en la cabeza era en realidad que el dinero público debe ir a parar a manos privadas y que luego la población pague a esas empresas privadas por servicios que deberían de ser públicos. Es decir, que pague dos veces. Lo mismito que piensa el señor Zapatero cuando regala dinero a los bancos.

viernes, 1 de abril de 2011

Sushi en McDonald´s

 Voy a empezar recordando dos hechos seguramente poco conocidos. Después del tsunami que asoló las islas del sudeste asiático (Tailandia, Indonesia y Sri Lanka, sobre todo), los pescadores que construían sus cabañas en esas playas para vivir y guardar los aparejos durante la temporada de pesca fueron expulsados de las mismas para dejar el terreno libre a los hoteles de lujo de las cadenas norteamericanas y europeas que llevaban ya mucho tiempo intentando hacer lo que la gran ola consiguió en unos pocos minutos. De la misma forma, el dinero destinado a la reconstrucción de las zonas afectadas no fue precisamente a parar al bolsillo de los damnificados, sino que se destinó a la construcción de esos hoteles, es decir, fue a parar a las arcas de las compañías que los construyeron.
 También después de que el huracán Katrina arrasase Nueva Orleáns, entre otras muchas cosas que no vienen al caso –como que jamás se reconstruyesen las escuelas públicas- las autoridades locales y federales aprovecharon que el Barrio Francés de dicha ciudad, uno de los más afectados, se había visto libre, gracias a las fuerzas de la Naturaleza (que podían haber sido menos fuertes si el gobierno de Bush Jr. Hubiera destinado dinero público para la reparación de los diques de la ciudad) de molestos afroamericanos, para instalar en una de las zonas más visitadas por los turistas alojamientos para ellos, desplazando a sus antiguos habitantes, amén de para autorizar unas cuantas licencias de perforaciones petrolíferas en la zona.
 Viene todo esto a cuento de que hay un aspecto del reciente terremoto del Japón que ha sido tratado como de pasada, sin incidir mucho en él: las declaraciones del Ministro de Economía del país acerca de que la estructura empresarial nipona estaba intacta. Posiblemente en la cabeza de este señor estaban presentes los dos casos que acabo de citar (y algunos otros más) y quiso dejar bien claro desde el principio que la reconstrucción del territorio no se iba a hacer ni a costa de sus empresas ni a costa de sus riquezas. Para demostrar que no andaba muy equivocado si pensó lo que pensó, ahí está la noticia aparecida recientemente acerca de que Banco Mundial eleva al 4% el impacto en el PIB del desastre japonés. Es decir, ya están avisando de que Japón necesitará ayuda financiera para su reconstrucción, y que la concesión de esa ayuda por parte del Propio Banco Mundial y del FMI supondrá una contraprestación por su parte.
 Y es que las empresas japonesas son muy golosas y la inversión en Japón es algo que hace mucho tiempo está en el punto de mira de los grandes conglomerados empresariales occidentales. Esto unido a los deseos de venganza de determinadas empresas norteamericanas –sobre todo automovilísticas y de entretenimiento- harán que este terremoto sea la oportunidad esperada para hacerse con la economía japonesa. Mucho va a tener que sudar el gobierno y los empresarios nipones si no quieren que Toyota u Honda pasen a ser propiedad de General Motors o que Sony acabe convirtiéndose en una filial de Disney cuando se habla de unos costes de reconstrucción de 166.000 millones de euros.
 Y es que donde la gente normal sólo ve desgracias y una necesidad de solidaridad con aquellos que lo han perdido todo (quizás por eso es “gente normal”) otros ven una oportunidad única de negocio y de beneficios multimillonarios. A partir de ahora ya no serán los turistas japoneses los que accedan a Europa, sino que serán los turistas europeos y norteamericanos los que visiten los hoteles que se van a construir en las playas asoladas por el tsunami, hoteles que por cierto no contarán con la molesta presencia de una central nuclear que ya se ha anunciado que desaparecerá del paisaje idílico que los turistas occidentales contemplarán desde sus terrazas. En cuanto a los habitantes de esos pueblos cuyos nombres ya nos hemos aprendido –como Iwate o Minami Sanriku- tendrán que dejar de vivir de la pesca, y también de vivir en sus casas, que pasarán a convertirse en grandes centros comerciales. Eso si, cuando quieran comer sushi siempre podrán ir a McDonald´s