martes, 29 de agosto de 2023

El beso como cuestión de Estado

 La española cuando besa, es que besa de verdad y a ninguna le interesa besar por frivolidad. Esta coplilla parece escrita que ni a propósito para el caso que ocupa a toda España en las últimas semanas y no podía ser de  otra forma, pues ese caso solo podía ocurrir en España, donde hay españolas que no besan por frivolidad y españoles que buscan desesperadamente que les besen. Y es que un beso, pues que quieren que les diga, es algo bonito, un signo de cariño y si yo siento cariño por algo, pues le doy un beso. Y si no que se lo digan a esos niños pequeños que tienen que soportar los besos sonoros y llenos de carmín de sus abuelas y tías, y a los que sus padres no les dejan esquivar las muestras de afecto de sus familiares. “Pepito (o Pepita), dale un beso ahora mismo a tu abuela” aunque a Pepito o Pepita no les apetezca nada que su abuela les dé un beso y se planteen denunciarlo como acoso sexual a un menor.

El caso es que el señor Rubiales, paradójico que se apellide Rubiales un tipo que es más calvo que yo, le dio un beso a la señorita Hermoso. Parece un cuento de hadas, Rubiales besó a Hermoso. Un cuento de hadas de esos que también van a desaparecer porque ni las princesas podrán besar a los sapos ni los príncipes a las ranas y el mágico poder regenerativo del beso quedará reducido a una triste demanda en un juzgado. Como yo tiendo a ser malpensado por naturaleza lleva ya un tiempo causandome extrañeza que un beso, un solo beso -que aquí no hablamos del bolero “Bésame, bésame mucho”, aunque desde luego para el señor Rubiales sí que parece que ha sido la última vez- haya causado tanto revuelo. Tanto, que se ha convertido un beso en un asunto de estado.

Dándole vueltas al asunto, a mí se me ocurren dos explicaciones. La primera es que todo esto tiene que ver con la ola de neopuritanismo que nos invade, que no es más que puritanismo tradicional, al fin y al cabo seguimos siendo cristianos, católicos apostólicos y romanos aunque lo disfracemos de posmodernidad. Un neopuritanismo que ve pecado en todo lo que huela de lejos a sexualidad, hasta el punto de condenar un beso, un simple beso, como una agresión sexual -los que realmente cometen agresiones sexuales están en la calle, por cierto- y que se enlaza con las prohibición de Shakespeare en algunos campus norteamericanos por su contenido supuestamente promiscuo o con ese movimiento que últimamente se dedica a destrozar cuadros. La neoinquisición.

La segunda explicación tiene tantas posibilidades de ser cierta como la anterior. En realidad, habida cuenta de que las explicaciones monocausales no son  científicamente aceptables y que hay que buscar, por tanto, más de una razón para un acontecimiento, seguramente será tan cierta como la primera. Tiene que ver con la situación política del país. Un presidente del Gobierno en funciones que ha perdido unas elecciones y que para mantenerse en su puesto no duda en pactar con quien sea necesario. Una interpretación equivocada, por otra parte, del pensamiento de Maquiavelo y de que el fin justifica los medios. El actual presidente del Gobierno en funciones está negociando en secreto -en secreto- con grupos supremacistas y xenófobos, a la par que terroristas, las condiciones en las que éstos grupos le darían su aquiescencia, que no su voto, para repetir como segunda -segunda- autoridad del país. Nadie sabe lo que se está comprando y vendiendo en estas conversaciones y nadie lo sabrá si lo único que importa a la opinión pública, porque es lo que sale en las portadas de todos los medios de comunicación es el beso de marras. El beso utilizado, no ya como cuestión de Estado sino, y siguiendo con Maquiavelo, razón de Estado.