martes, 19 de abril de 2011

Así de simple

 Si algo tiene de positivo este pseudosistema económico en el que nos movemos actualmente es que no necesita de finos y abstrusos análisis para ser comprendido. Quizás de ahí venga la perplejidad de todos los que intentan hincarle el diente: es demasiado sencillo. De hecho es tan sencillo que ni siquiera es un sistema económico –es un pseudosistema- que no se fundamenta en ningún flujo de capital y mercancías, sino tan sólo en una acumulación pura y dura. Ya no estamos en el abstracto y complejo modo de producción capitalista que necesitaba a su vez de abstractos y complejos análisis, vinieran éstos de la mano de Marx o de Adam Smith. El entramado de relaciones sociales que configuraba aquel sistema y que tan bien vio el primero de los autores citados hoy se ha reducido a un solo concepto: avaricia. Por qué algo tan simple nos desborda y escapa a nuestros esquemas conceptuales sólo puede ser debido a la ideología que durante más de dos siglos hemos sido obligados a interiorizar, que hace que no seamos capaces de ver más allá de nuestras propias narices.
 Un ejemplo reciente y muy ilustrativo de la simplicidad del asunto lo encontramos en el doble anuncio de Telefónica al respecto de que, por un lado va a reducir su plantilla en un 20%, y por otro va a entregar bonus millonarios a sus directivos y dividendos no menos millonarios a sus accionistas mayoritarios. En tiempo de Marx esto supondría que el desarrollo de las fuerzas productivas ha desbordado el marco de las relaciones de producción. Hoy en día lo que significa es que los accionistas y directivos de la empresa no están dispuestos a renunciar a sus beneficios y los van a mantener a costa de una buena cantidad de puestos de trabajo. Y que nadie piense que estos beneficios millonarios van a servir para sustentar el sistema, para generar el capital necesario para la autoregeneración del modo de producción que es el que determina el despido de los trabajadores y el enriquecimiento de los accionistas independientemente de su voluntad. No, es algo más sencillo. Ese dinero irá a parar a las cuentas corrientes de esos directivos y accionistas y será destinado a comprar mejores coches, chalets más grandes y a pagar vacaciones en las Maldivas. Se trata de pura avaricia, de puro deseo de ganar más y vivir mejor. Así de simple. A los directivos de Telefónica no se les pasa por la cabeza que la empresa tenga como objetivo ofrecer un servicio público –esta en especial, que era una empresa pública regalada a la iniciativa privada- porque estén alienados –que lo están-. No se les pasa por la cabeza porque su objetivo último es ganar cada vez más dinero, no para el sistema, sino para ellos.
 Ante un problema tan simple la solución ha de ser igualmente simple. Y el ejemplo más contundente lo tenemos en Islandia: han decidido no pagar. No es que el gobierno islandés haya decidido por su cuenta y riesgo no pagar la deuda acumulada por la quiebra de una entidad financiera privada; ha sido algo mucho más fácil y mucho más democrático: ha convocado un referéndum y han sido los propios ciudadanos los que han decidido no pagar esa deuda. Una solución racional –y repito, democrática- donde las haya. Si ahora los mercados deciden atacar a Islandia retirando sus inversiones o rebajando la calificación de su deuda, no estarán atacando al gobierno, sino a los propios ciudadanos islandeses. Y tampoco el FMI, el Banco Mundial, la UE o quién sea podrá forzar al gobierno islandés a tomar medidas de ajuste salvajes, porque la decisión no la ha tomado él, sino los ciudadanos. Siguiendo la lógica del modelo islandés cualquier medida de este tipo debería ser sometida a la consulta popular y parece bastante claro que sería rechazada. Si Portugal o Irlanda –o España dentro de poco- hubieran tomado una medida similar posiblemente las cosas estarían empezando a cambiar. Pero resulta más productivo no consultar con los ciudadanos medidas que a larga les van a afectar únicamente a ellos. Los responsables de las crisis no son los gobiernos, pero si son los responsables de no haber sabido pararla. El problema, como se ve, es muy sencillo, y la solución, como nos ha demostrado Islandia, también: democracia. Así de simple.

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