miércoles, 13 de abril de 2011

¿Para qué sirve un político?

 Más de una vez me han preguntado para qué sirve la Filosofía. Mi respuesta siempre suele ser la misma: para que no le engañen a uno, fundamentalmente los políticos, aunque para que a uno no le engañen los políticos es suficiente con una dosis razonable de eso que llaman “sentido común”. Lo que me llama la atención es que aquellos que me hacen la, suponen ellos, aguda pregunta, jamás se hayan planteado para qué sirve un político. No la Política, que ha sido el primer objetivo de esta guerra desigual entre los mercados y los ciudadanos que estamos viviendo, y que es necesario recuperar porque es la única capaz de hacer que las cosas vuelvan a su cauce democrático –quizás por ello ha sido, como decía, el primer objetivo-. Si bien es cierto que se critica mucho a los que se han erigido en representantes de la defenestrada Política -normalmente con argumentos huecos, irracionales y que son suministrados por los expendedores de ideología de aquellos a los que les interesa que la actividad política siga muerta y enterrada-, nadie se plantea en serio la utilidad de los políticos y a nadie le parece extraño que, a pesar de todo, siga habiendo elecciones, partidos políticos, campañas electorales, Ministros y Presidentes de Gobierno, que en el fondo sólo ahondan cada vez más la crisis democrática en la que nos movemos desde hace ya bastante tiempo.
 Y es que los políticos son como los bancos. Confunden ser un servicio público con servirse del público, y de lo público. Llegados a este punto se podría pensar que la respuesta a la pregunta que intitula este escrito es evidente: un político no sirve para nada. Más bien al contrario yo creo que lo evidente es que los políticos si que sirven. Y sirven para mucho.
 De momento, los políticos son útiles para lo ya dicho: para matar la política y esconder su cadáver debajo de la alfombra, no vaya a ser que los ciudadanos caigan en la cuenta de que “Política” procede de “polis”, ciudad, comunidad, sociedad, y descubran que son ellos los protagonistas de aquélla, que la Política es cosa suya y no de los políticos y decidan asumir su papel y su responsabilidad. Papel y responsabilidad para el que los políticos resultan más bien un estorbo.
 Otra utilidad innegable de los políticos es su capacidad para regalar dinero del Estado a las empresas privadas y, en general, para desmantelar los servicios públicos. “Desmantelar los servicios públicos” es otra manera de decir que los donan graciosamente a las mismas empresas privadas a las que regalan el dinero, que a la vez exigen más dinero para poder mantener esos servicios. Entre tanto ir y venir de millones de un lado a otro, es inevitable que a veces aparezcan inconvenientes menores, como que alguno de estos millones se quede en la cuenta de algún político, o desaparezca en el entramado de contratas y subcontratas que, curiosamente, siempre son de algún amigo, conocido o familiar del político de turno. Esto antes se llamaba “corrupción”, ahora se llama “cohecho impropio” y si alguien cree que es un delito está muy equivocado, o al menos eso piensan los jueces. Si bien es cierto que los políticos sirven para hacer leyes no lo es menos que también sirven para que los encargados de hacerlas cumplir hagan la vista gorda cuando el que las incumple es precisamente algún político.
 Pero seguramente la función más importante de un político, y su auténtica utilidad, es crear una realidad a su medida y hacer creer a los ciudadanos que es la auténtica realidad y no la que esos mismos ciudadanos pueden captar a través de sus órganos sensibles. Al fin y al cabo si los ciudadanos tuvieran la capacidad de inventar la realidad a su antojo serían políticos y no simples mortales. Da igual que todo un país vea que el cielo es azul. Si los políticos dicen que es magenta es que es magenta, al fin y al cabo ellos saben lo que nos conviene. Y al final todo el mundo acaba viéndolo magenta. Así, las declaraciones de un grupo terrorista son unas veces verdad irrefutable y otras una cochina mentira, la energía nuclear es un día muy buena y al siguiente muy mala, un tirano del Magreb es hoy un demócrata convencido amigo de Occidente y mañana un asesino de masas, o una organización política que cumple con todos los requisitos para ser legal resulta que no lo es, mientras que otras plagadas de delincuentes son el reflejo mismo de la legalidad. Evidentemente la complejidad de esta función hace inevitable que, al menos en este caso, tengan que contar con la ayuda inestimable de los medios de comunicación.
 En resumen, que para lo que de verdad debería de servir un político es para cabrear a la gente. Sin embargo, y no se sabe muy bien por qué, para esto precisamente no sirve. Al menos por ahora.

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