viernes, 12 de abril de 2013

La estupidez globalizada


Estúpido: 1. adj. Necio, falto de inteligencia.
Tonto: 1. adj. Falto o escaso de entendimiento o razón
(Diccionario de la RAE)

"Tonto es el que dice tonterías"
(Forrest Gump)


 En la era de la globalización del conocimiento era de esperar que su contrario, la estupidez, tampoco tuviera fronteras. Buena prueba de esta universalización de la ausencia de inteligencia la ha dado el señor Olli Rehn, al diseñar las recetas que deben afrontar los diferentes estados de la UE para hacer frente a la crisis, una crisis que se ahonda cada vez que el señor Rehn y otros como él ponen en marcha sus soluciones, lo cual hace pensar que estas soluciones son más bien el problema. En lo que respecta a España, el señor Rehn insiste, en líneas generales, en la necesidad de realizar cambios estructurales, porque la crisis, dice, no es coyuntural sino estructural. Que la crisis es estructural lo sabe cualquiera que conozca un poco la historia económica, porque fue una de las ideas que desarrollaron Marx y Engels. La crisis es estructural, en efecto, porque la propia estructura del sistema favorece la aparición de crisis periódicas. Así que, para evitar éstas, lo que habría que hacer es cambiar la estructura del sistema, y no reformarla. Por otro lado, las exigencias del señor Rehn inciden en lo ya conocido: abaratar el despido, reformar las pensiones y aumentar los impuestos. Lo que resulta más llamativo –y ofrece una muestra de la globalización de la estupidez a la que me refiero- es que él mismo reconoce que los problemas de España son el desempleo y la paralización de la economía. Con una reforma laboral que ha supuesto una tasa de paro de cerca del 26 por ciento y una reforma fiscal que ha significado la paralización del consumo interno, no se entiende como flexibilizar más el despido o aumentar los impuestos van a conseguir que el desempleo disminuya o que se reactive el gasto, a no ser que el señor Rehn sea un hegeliano convencido y piense que insistir en la antítesis lleve a superar la contradicción y que una acumulación cuantitativa implique un salto cualitativo. Como no creo que este señor sea lo anterior –y mucho menos que entienda las sutilezas de la dialéctica- hay que pensar que es simplemente tonto.
 La incidencia de la crisis en España tiene que ver, cosa que parece que ni el señor Rehn, ni el gobierno, ni la izquierda de este país sabe, con un modelo productivo basado en la construcción unido a una cultura empresarial que se fundamenta en los beneficios, olvidando la inversión, lo que ha dado lugar a un magma de corrupción que ha puesto la guinda al pastel. Eso es lo que provoca que España sea el país con la tasa de paro más elevada de toda la Unión Europea. Ese es el verdadero problema y sus responsables son, en primera instancia, los empresarios, que son los que despiden a los trabajadores y, después, un gobierno que les permite campar a sus anchas. Porque si bien es cierto que sus empresas son propiedad privada, también lo es que la sociedad no lo es, y si bien es cierto que uno monta una empresa para ganar dinero, también lo es que ésta, una vez establecida en la sociedad civil, cumple una función social. Así, más allá de las medidas que el señor Rehn receta y el señor Rajoy aplica –porque para que haya un tonto, tiene que haber otro tonto que le haga caso- la solución a la crisis pasa por dos caminos convergentes. El primero de ellos, la implementación de medidas que generen empleo. Está claro que la reforma laboral lo único que ha hecho es destruirlo, sin embargo, ha dejado entrever el camino a seguir. Porque, siguiendo su lógica, si se ligan los despidos a las pérdidas, también se ligan las contrataciones a los beneficios. Así, que lo que debe de hacer el estado es obligar a las empresas a contratar trabajadores cuando éstas presentan beneficios, de la misma manera que les permite despedirlos cuando presentan pérdidas. Es decir, de lo que se trata es de nacionalizar el mercado de trabajo –algo que no tiene que ver con la propiedad privada, sino con el desarrollo social- de tal forma que las empresas se vean obligadas a realizar ofertas de empleo privado acordes con el monto de sus ganancias, de la misma forma que se realizan ofertas de empleo público. Esto es lo que hay que nacionalizar, y no los pisos porque, vuelvo a insistir, los desahucios no son el problema, sino tan sólo una consecuencia o un síntoma de la verdadera enfermedad, que es la falta de trabajo.
 El segundo camino es el más evidente: llevar a cabo una lucha efectiva contra el fraude fiscal y la evasión de capitales. A nadie se le escapa que los que eluden el pago de los impuestos son los empresarios, y que cuanto mayor sea la empresa mayor es el fraude –por mucho que diga el señor Montoro, otra víctima de la globalización de la que hablamos- de la misma forma que quien evade capitales es el que los tiene, es decir, los empresarios. Por eso esta vía es convergente con la anterior: las dos afectan al mismo colectivo empresarial, que aparece así como el centro alrededor del cual giran las causas y las consecuencias de esta crisis. Curiosamente, en todos los procesos abiertos ahora mismo por corrupción figuran como imputados políticos, pero no empresarios, de la misma forma que se “escrachean” los domicilios de los políticos, pero no de los empresarios. Un ejemplo más de la globalización de la estupidez.

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