lunes, 25 de octubre de 2010

Terroristas

 Se ha dicho más de una vez que todo Estado necesita inventarse un enemigo. No sólo para desviar la atención de los problemas verdaderamente importantes, sino porque los ciudadanos obedecen más y mejor cuando tienen miedo. Aunque el pionero de estas técnicas de control es Estados Unidos, a cuyos gobernantes (en la sombra) hay que reconocerles la habilidad de haber sabido cambiar de coco según cambiaban los tiempos o los propios adversarios se autodestruían –primero los comunistas, luego el narcotráfico y últimamente el terrorismo islámico- no es monopolio suyo esto de descubrir enemigos hasta debajo de las piedras. De hecho es una táctica harto utilizada por las tiranías de uno y otro signo y en los últimos tiempos los países del llamado “mundo occidental” (que ya es todo el mundo) la han usado con profusión. España, como no podía ser de otro modo, lleva mucho tiempo inventando enemigos. Desde la “conspiración judeo-masónica” de Franco, hasta aquellos extraños GRAPO de la Transición, que nadie sabía quiénes eran y lo que pretendían, y algunos de cuyos más egregios representantes son ahora adalides de la vieja historia de España y escriben en los más destacados medios ultraderechistas, hasta llegar a ETA como el enemigo tradicional de la democracia.
 Ahora bien, quizás porque los que gobiernan nuestro Estado no son muy duchos en el arte de sacar monstruos de los armarios, quizás porque no tienen tiempo de descubrir uno nuevo ahora que la crisis no nos deja ni respirar, o quizás porque son tan incompetentes que no se dieron cuenta de lo que pasaba, el caso es que ahora que el enemigo tradicional ha entrado en un proceso autodestructivo, no saben cómo hacer para mantener su cadáver atado al caballo. Cuando hace unas semanas el señor Otegi dijo en una entrevista a un importante periódico español que estaba dispuesto a rechazar la violencia etarra si esta volvía a producirse, todos, Gobierno y oposición, sacaron las uñas al unísono diciendo que eso sólo eran palabras y que lo que hacía falta eran hechos. Hoy, que la izquierda abertzale exige a ETA la declaración de una tregua indefinida y verificable, unos, el Gobierno, que ven que la desaparición de la banda puede suponerles un importante rédito electoral cuando las cosas les van peor que nunca, piden prudencia y otros, el PP, que siempre se ha aprovechado del terrorismo de ETA para ganar elecciones –y si ha hecho falta se lo ha inventado- ponen el grito en el cielo exigiendo el abandono de las armas - qué otra cosa es si no una “tregua indefinida y verificable”- y ven con horror cómo la bestia de toda la vida puede irse al garete sin tener una nueva en la recámara. Es de suponer que tarde o temprano acabarán encontrándola, y ya no importará que ETA se autodestruya –algo que, de hecho, hace ya mucho tiempo que hizo-. Entonces todos intentarán ponerse las medallas por haber acabado con el terrorismo etarra y aparecerán como los héroes que nos salvarán del nuevo enemigo en puertas.
 Mientras tanto, también hoy hemos conocido la noticia de que el Estado español va a vender a Arabia Saudí doscientos carros de combate por un valor de tres mil millones de euros. Arabia Saudí, un estado terrorista reconocido como tal por todas las organizaciones internacionales de defensa de los Derechos Humanos. Una satrapía hereditaria dónde éstos son violados sistemáticamente, dónde la pena de muerte se aplica a discreción y una mujer vale menos que un caballo. Un país dónde desde hace mucho gobierna una dinastía de tiranos que viven a lo grande de sus cuentas corrientes en Suiza, Marbella o las Islas Caimán. Un enemigo de la humanidad que sin embargo es amigo de España. Si la colaboración con el terrorismo es un delito, entonces no veo razones para no acusar al Gobierno español del mismo.

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