martes, 13 de noviembre de 2018

De la Ley y la Justicia


Pues yo voy a defender a los jueces, entre otras cosas porque prefiero que me juzgue un juez a un periodista o un tribunal popular. Dando por hecho que hay jueces incompetentes como hay médicos o conductores de autobús incompetentes, y que supongo que habrá jueces corruptos como hay políticos o funcionarios corruptos, creo que quien ha hecho las declaraciones más acertadas en todo este lío  -más ruido- que desde hace tiempo se está montando en este país con las sentencias judiciales –curiosamente, solo con las españolas: las belgas o las alemanas no, aunque incidan en asuntos nacionales- ha sido el presidente del Tribunal Supremo, señor Lesmes, cuando afirmó que la ya famosa y archiconocida sentencia de dicho tribunal sobre el Impuesto de Actos Jurídicos Documentados era la consecuencia de la ambigüedad de las leyes. Efectivamente la culpa de que las sentencias judiciales acaben reflejando la opinión subjetiva de un señor o señora –o de un grupo de ellos- la tiene quien les otorga esa facultad, es decir, aquél que hace dejación de sus funciones y deja que sean ellos los que decidan sobre un determinado asunto. Si las leyes fueran claras y contundentes y la labor de los jueces se limitara a aplicarlas, y no a interpretarlas, nada de esto ocurriría.
            Lo que el señor Lesmes insinuaba es que la separación de poderes, entre otras cosas, implica que cada uno de ellos cumpla con la función que le ha sido asignada en el Estado de Derecho. El poder judicial aplica las leyes que emanan del poder Legislativo. Y el problema no es del poder Judicial, sino del poder Legislativo (el Parlamento, para quién no lo sepa), que hace ya años que ni está ni se le espera. Y ello por dos razones. La primera de ellas es que hacer una ley que tenga como objetivo prever algo que puede ocurrir, y no leyes que respondan a los problemas –más o menos graves-  que en esos mismos instantes preocupan al “pueblo” -preocupación que viene generada, más que por los propios problemas, por el tratamiento alarmista que de ellos hacen los medios de comunicación, a sueldo en la mayoría de los casos de los políticos que luego hacen las leyes ad hoc- no da réditos electorales inmediatos, como tampoco da votos hacer una ley clara y concisa que deje ver de forma transparente la voluntad del legislador, pues puede ser que esa voluntad sea contraria a o no coincida con lo que los votantes esperan de él. Así que lo mejor es que las leyes sean confusas, que valgan lo mismo para un roto que para un descosido y que luego tenga que llegar un juez a interpretarla y a aguantar los palos. Porque el juez se va a llevar los palos diga lo que diga. Se afirma que los jueces de la sentencia citada más arriba estaban presionados por la banca –que lo estaban- pero de la misma forma hubieran estado presionados por las asociaciones de afectados por las hipotecas si hubieran dictaminado en sentido contrario. Si las  manifestaciones que se montaron a raíz de las sentencias del caso aquel de “La Manada” no eran para presionar a los jueces ya no sé lo que eran. Y esto es algo que se dará con mas frecuencia si los legisladores, en vez de legislar, se dedican a agitar a las masas cada vez que un juez emite una sentencia que va en contra de sus intereses o simplemente de sus gustos.
            La segunda razón de la que hablaba más arriba tiene que ver con que aquí se confunde cada vez más quién es el legislador, es decir, quién tiene que hacer las leyes. Y el legislador no es el Gobierno, que es poder ejecutivo. Así que gobernar por decreto, como hace nuestro bien amado líder-presidente, es usurpar las funciones del poder legislativo y tampoco es la solución. Hacer un Decreto que diga que son los bancos los que deben pagar el impuesto de marras no es más que populismo, además muy barato.

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