Cada
vez se escuchan con más insistencia voces que reclaman una regulación del derecho
a la huelga. Voces que surgen no sólo ya del campo de la derecha más
recalcitrante, sino incluso de ámbitos que podrían considerarse, o al menos los
que en ellos se sitúan así lo hacen, como progresistas. La tesis de este
artículo es muy simple, tanto desde el punto de vista moral, en lo que atañe al
“Derecho”, como desde la perspectiva política y social, en lo que corresponde a
la “Huelga”. Se resume en una frase: el Derecho a la Huelga no puede –o no
debe- ser regulado. Primero, porque hacerlo supondría una inmoralidad y,
segundo, porque constituiría un ataque frontal contra las libertades cívicas.
Paso a continuación a desarrollar esta tesis.
Un
“Derecho” en cuanto tal, es algo inherente a la condición de ser humano. Los
derechos, y su reconocimiento en los demás, es lo que nos hace humanos. Los
derechos no se dan o se quitan, porque ello supondría dar o quitar a los seres
humanos lo que les constituye como tales. En todo caso los derechos se
conquistan y esa conquista, históricamente, ha sido la base del progreso
humano. Es decir, ha sido la que ha permitido a los seres humanos ser más
humanos y considerarse como tales. Desde el derecho a la libertad frente a la
esclavitud que propugna el primer pensamiento cristiano hasta los Derechos del
Hombre proclamados en las Revoluciones Norteamericana y Francesa. Alguien
podría aducir, empero, que el derecho a la huelga cae fuera del campo del que
estamos tratando, pues se trata más de un derecho político o económico que de
un derecho humano y que, en cualquier caso, no es comparable el derecho a la
huelga con el derecho a la vida o a la libertad. Dejando aparte que, ya por el
hecho de ser un derecho político, el derecho a la huelga debe ser considerado
como un derecho humano, pues todo lo político es, por definición, humano y,
como dijo Terencio, “humano soy y nada de lo humano me es ajeno”, de la misma
forma a los que dicen esto –y conociendo, como conocemos, su forma de pensar,
pues nada se dice desde el vacío- se les podría replicar que también el derecho
a la propiedad privada es un derecho político y social y, por lo tanto, no es
comparable con el derecho a la vida o a la libertad. Como no es el momento de entrar
en una larga discusión acerca de la superioridad intelectual de Locke sobre
Marx o viceversa, dejo aquí cerrada la cuestión.
En
lo que hace referencia a la huelga, ésta viene determinada por el modo de
producción capitalista. Una huelga sólo es posible en un sistema económico en
el que los medios de producción estén controlados por una clase dirigente y
prime el beneficio del capital, porque consiste en una paralización de la
producción y, en consecuencia, en una
paralización del flujo de creación y circulación de aquél. De esta manera, en
un sistema que no se fundamente en los beneficios del capital –y aquí es
indiferente si los sujetos de esos beneficios son individuos privados o el
Estado- una huelga no tendría sentido. Por consiguiente, la solución al
supuesto problema de las huelgas es bastante simple: cambiemos el sistema económico
y la huelga dejará de tener razón de ser. Todo lo demás es intentar ponerle
vallas al mar, porque mientras las actuales relaciones de producción sigan
vigentes las huelgas se seguirán produciendo como una consecuencia necesaria de
aquéllas.
Por
otra parte no es de recibo hacer recaer toda la responsabilidad de una huelga
sobre los trabajadores. La huelga es la única arma política y económica de la
que disponen éstos para defender sus derechos frente al empresario. Y no sólo
la única, sino la más poderosa y, por lo mismo, el último recurso a utilizar.
Cuando un grupo de trabajadores convoca una huelga es porque ya han agotado
todos los demás mecanismos de solución del conflicto. El primer responsable de
la convocatoria de una huelga, por lo tanto, es el empresario –lo mismo que los
primeros responsables de que haya toxicómanos son los toxicómanos- porque es el
que cierra todas las salidas a sus obreros hasta que éstos se ven obligados a
recurrir a ella. Porque lo que siempre se olvida es que quien más perjudicado
resulta por una huelga es el propio trabajador, a corto plazo si la gana y a
corto y a largo plazo si la pierde. Y los perjuicios y molestias que puedan
sufrir el resto de los ciudadanos no son nada comparados con los que sufre el
trabajador en huelga que van desde perder su salario hasta perder su trabajo y,
tal y como se están poniendo las cosas, probablemente a perder su libertad.
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